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Música moderna

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Llevo mucho tiempo planteándome, y en esta semana el debate ha sido más agudo, si con la cantidad de cosas ya hechas que hay por el mundo y que están sin descubrir merece la pena darle tanta importancia a las novedades musicales de hoy y “perder el tiempo” en trabajos efímeros que no soportan ni soportarán el paso del tiempo cuando su razón de ser esté lejos de la rabiosa actualidad. Sé que hay mucha gente que lo tiene clarísimo en los dos extremos, los que sólo escuchan cosas del pasado (en un rango además muy concreto) y los que sólo escuchan novedades (embravecidos supongo que por destacar en esa carrera por ser el que más a la última está) pero pensándolo fríamente creo que es una estupidez renunciar de antemano a nada y pretender estar convencido de que el resto no interesa. Creía que lo tenía claro pero últimamente me cuesta mucho encontrar novedades que me gusten (y no hablo ya de novedades que me encanten) pero no me cuesta tanto descubrir discos que se habían quedado escondidos en algún sitio pero que son magníficos. No tengo todo el tiempo que me gustaría para escuchar música en condiciones así que me agobia el pensar que estoy perdiendo el tiempo. Esta semana he hecho un esfuerzo considerable por encontrar discos nuevos que me digan algo y lo he tenido francamente difícil.

Lo único que salvo de hecho (y con peros) es “Contra” lo nuevo de Vampire Weekend. Cuando hace un par de años empecé a leer el nombre de un nuevo combo del barrio pijo de Nueva York que al parecer mezclaba ritmos africanos con vanguardia y sobre el que la prensa mas cool sentía rendida admiración, incluso antes de publicar ningún disco, reconozco que las ganas que me entraron de escucharlo fueron las mismas que las de pasar toda la mañana en la cola del Ministerio de Hacienda, es decir ninguna. Error. El disco era magnífico. Ingenioso, original, divertido, nada pretencioso y plagado de buenas canciones. Conseguía algo que es muy difícil de conseguir en la música moderna que es sonar distinto a todo y armarte de una buena coraza de personalidad. Probablemente todo eso sea lo que ahora me hace no disfrutar tanto de este “Contra” que ahora ya no me sorprende, que me suena a Vampire Weekend, no me distrae con nada y probablemente me deja sólo frente a las canciones de fondo y puede que ahí la magia se desvanezca. El disco está bien no obstante, lo he escuchado muchas veces y me gusta pero no me produce el mismo efecto que su predecesor y aunque las comparaciones son odiosas a veces son inevitables. Las referencias a Paul Simon, que antes me parecían inventos de la prensa, ahora me parecen evidentes (el principio de “White Sky” es demoledor en ese sentido) y los guiños a la electrónica en la base rítmica me molestan bastante especialmente cuando la banda tiene un batería tan bueno (podría estar escuchando la batería de las canciones de Vampire Weekend durante días y seguiría estando flipado). En cualquier caso la producción sigue siendo arriesgada e ingeniosa y el conjunto tanto de las canciones como del disco es coherente, está bien hecho, suena creíble y está muy por encima de la música que se está haciendo hoy en día entre los grupos que “más gustan”.

Y ahí acaban todas las novedades. El resto de lo que he estado escuchando no era de rabiosa actualidad porque lo que me venía con esa categoría me resbalaba.

Soy un gran aficionado a un montón de cosas y una de ellas son las series (buenas) de televisión. Una de las que estoy viendo ahora es la cuarta temporada de Big Love, una serie sobre una familia polígama en Utah que por alguna razón no parece despertar muchas pasiones entre el público español. A mí me parece que está muy bien. No al nivel de The Wire o West Wing o Mad Men o Los Soprano o Carnivale… pero a buen nivel. Durante las tres primeras temporadas la serie comenzaba con el “God Only Knows” de los Beach Boys (¿Cómo puede ser mala una serie que elige esa canción para la entradilla?) pero en esta temporada la canción es distinta. Al principio simplemente reparé en que era distinta pero ahora que voy por el capítulo 5 la canción me encanta así que usú esa utilidad que tienen los teléfonos molones para descubrir quien firmaba aquello (adiós a la magia de intentar descubrir durante meses por métodos rupestres quien es el autor de esa canción que te gusta). “Home” se llama la canción y The Engineers el grupo que la toca. El tema es el que abre el homónimo primer disco de la banda (que enseguida me hice con el). Me sonaba el nombre de Engineers pero no sabía lo que hacían hasta ahora. Se trata de un tipo de grupo que se puso muy de moda hace unos años y que basaban su música en baladas repetitivas que partían de lo acústico hasta cargarse de cualquier cosa en una suerte de imitación de los grupos de principios de los noventa que aparecían bajo la etiqueta de Shoegazers (me encanta esa definición) pero más calmado y menos anárquico. La canción en cuestión me parece brutal y el disco no está mal pero no creo que se sitúe a la misma altura. Me da la sensación que los esquemas que maneja la banda están demasiado restringidos con lo que el resultado puede llegar a cansar escuchando todo del tirón. He hecho la prueba de escuchar el disco en modo aleatorio o en pequeñas dosis y cada una de las canciones resiste muy bien por separado pero cuando llego al final del disco me pasa exactamente lo mismo siempre. En cualquier caso ha sido una agradable sorpresa.

Pero lo que me ha mantenido verdaderamente con vida esta semana ha sido uno que en mi opinión esta en el selecto puñado de los genios de la música. Me refiero al italo-americano de Louis Prima y su espectacular concepto del Swing y el Jazz. A mucha gente le pasará sin saberlo lo mismo que a mí hace años cuando muchas de las canciones que me gustaban no sabía que estaban interpretadas por este trompetista, cantante y entertainer (“Just a Gigolo”, “Buona Sera”, “Route 66”, “Fever”,…). Seguidor del talento de otro Louis (Armstrong) el señor Prima está considerado si no el padre al menos el máximo exponente de lo que algunos llaman el Jump Swing que no es otra cosa que la parte más festiva, bailable y divertida del Jazz de principios del siglo XX, tiempos en los que una buena orquesta y un solista con carisma lo eran todo. Cualquier disco de Louis Prima que tenga un sonido medianamente decente (son grabaciones antiguas) merece la pena y de hecho el que yo he estado escuchando esta semana es un recopilatorio baratísimo que ha publicado la FNAC con su propio sello y que recoge actuaciones en directo del artista y todos su clásicos en Las Vegas. Fantástico. Para muestra un botón:

Selección sonora

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Los seres humanos podrían dividirse de forma relativamente fácil entre aquellos que se sienten desarrollados a medida que logran parecerse más o menos al grueso de los comunes y aquellos que les ocurre justo todo lo contrario. De entre estos últimos los hay que su diferencia tiene que estar fundada en profundos aspectos internos de la personalidad y los que fundamentan el éxito de su autenticidad precisamente en los aspectos externos de la misma, es decir en lo que parecen a los ojos de los demás por encima de lo que realmente son. Estos últimos presentan una necesidad de constante renovación en su escaparate y que lo que muestren al mundo (lo entiendan o no) sea tan genuino que sólo ellos lo pueden mostrar. Entiendo por tanto que a estos últimos en general no les interesará mucho lo que normalmente dice un servidor en este rinconcito del hiperespacio que regento pero seguro que hoy les interesará todavía menos.

Y es que esta semana tan corta no tenía ganas de intentar descubrir nuevas tendencias en la moda, la película de género austrohúngaro de moda, la serie de culto que cambiará mi vida o el disco que ocupará la posición 32 en las listas que dentro de 8 meses, cuando se publique lo mejor del año, poblarán los quioscos más in. Esta semana he decidido dedicarme a repescar las cosas relacionadas con la música que más me han gustado a lo largo de este trocito de 2008 que llevamos andado.

Una de estas cosas que me ha tocado más la fibra (y ni siquiera es de este año sino del anterior) es una preciosa película irlandesa que se llama Once. Supongo que como ya he avisado no estoy descubriendo nada con esto porque es un trabajo que ha recibido multitud de parabienes en multitud de festivales y existen miles de crónicas y críticas que explicarán mejor que yo lo que significa algo así en mitad de la oferta cinematográfica actual. Aun así, la humilde cabecita que escribe esto no le importa manifestar humildemente que le parece simplemente una maravilla de película capaz de meterse como un líquido inofensivo pero imparable en lo más profundo de tus sentimientos y hacerlo además sin hacer daño y sin querer. Parece mentira que una historia de amor tan simple como las de verdad, una historia de amor en donde los protagonistas no se dan un solo beso, una historia que no se sabe ni donde empieza ni donde acaba, y un metraje de 90 minutos de película donde casi todo el tiempo está sonando una guitarra y una voz cantando música original que nunca habías escuchado antes, produzca la sensación que me dio a mi la primera vez que vi la película. Supongo que la definición de talento es aplicable cuando todo lo anterior aparece a la vez de una forma tan sencilla, natural y creíble que además emociona. Probablemente me pillase en un momento no precisamente robusto de ánimo pero reconozco que me puse a llorar como una magdalena cuando terminó la película. No de pena ni de alegría ni de rabia sino de pura belleza.

La película es en parte la maravillosa banda sonora que la soporta. Una colección de canciones íntimas de un tal Glen Hansard (ayudado por su pareja en la película y en la vida real), un músico/actor irlandés de éxito fundamentalmente local al que podemos localizar en aquella otra joya de la filmografía de tintes irlandeses llamada The Commitments (era el guitarrista pelirrojo). La música es una especie de Damien Rice (otro irlandés) ligeramente menos afectado y algo más terrenal que pone los pelos de punta en el contexto de las imágenes construyendo un resultado artístico muy difícil de conseguir aposta. Sin las imágenes la música es igualmente disfrutable y de calidad aunque es inevitable situarlas en un nivel inferior e irremediablemente te recuerda a aquello que una vez has visto. No sé sin embargo que efecto puede producir escuchando el disco sin conocer la película porque no fue mi caso.

En el lado contrario, en lo que respecta al dramatismo, se encuentra una de las series nuevas que más me han gustado. De un tiempo a esta parte me he vuelto muy friki de las series de televisión (fundamentalmente americanas) y como mucho crítico ilustrado, de comercial mala leche y elaborado mal humor, también pienso que es precisamente ahí donde se está haciendo el mejor cine de la actualidad. Como este es un blog de música no voy a habar de los Soprano, The Wire, Six Feet Under, West Wing, Ed o Carnivale pero si de The flight of the conchords.

Creo que la serie no se ha estrenado en España ()¡muy cool!) pero el DVD se puede comprar por Amazon a 20 dólares (con subtítulos en castellano) que es un precio bastante asequible. En teoría se trata de una comedia en la que un par de músicos neozelandeses, que se interpretan a si mismos, pretenden conseguir triunfar con su banda en las calles de Nueva York. La realidad es un disparatado sin sentido plagado de personajes tremendamente frikis, envueltos es situaciones entre lo naive y lo estúpido, que practican ese tipo de sentido de humor absurdo que adoras o detestas. No hay término medio. Aunque no tiene nada que ver con Muchachada Nui es ese tipo de absurdo que o te hace reír o te espanta. A mi reconozco que me hacer reír.

No obstante lo mejor de la serie (sin duda) son las canciones que interpretan sus personajes. Se pueden escuchar a través de su recientemente publicada banda sonora pero ciertamente tiene mucha más gracia escucharlas en el contexto de la serie. Independientemente de la carga de humor que tenga, la calidad musical es bastante más que decente y reconozco que me gusta mucho más de una canción. Recomiendo su escucha aunque sea motivo simplemente de la curiosidad. Lógicamente, por el desarrollo de la trama, el resultado estilístico es muy ecléctico y pasa de la psicodelia, al rap o del soul blanco a la electrónica pero siempre tiene bastante gracia y algunos cortes son verdaderamente notables.

Y bueno para terminar decir que el disco que más me ha sorprendido de lo que llevamos de año es el de Vampire Weekend. El año pasado un amigo mío muy metido en esto de las novedades discográficas me habló de una banda neoyorquina muy interesante pero no le hice caso por varias razones que me incitaban a ello. La primera es que mi amigo encuentra cada semana un grupo maravilloso que revolucionará la música Pop lo que le hace perder credibilidad, sobre todo teniendo en cuenta que ninguno de ellos después lo consigue. La segunda es que era un grupo del que la prensa inglesa hablaba maravillas antes incluso de haber grabado ningún disco (muy sospechoso) y sobre todo porque por lo visto, según decían los mentideros, el grupo en cuestión mezclaba el pop con la música africana. Mal asunto. Me imaginé entonces un grupo de niños de papa con pelito lacio, camisetas de Manu Chao, compromiso social de diseño y amigos en la industria que practicaban una suerte de música con pretensiones, para periodistas, ciertamente soporífera. Me equivoqué.

Es una historia muy larga y aburrida pero un regalo de reyes (un CD de la Orquesta Baobab) me hizo acabar comprándome el disco de Vampire Weekend y pongo a Dios por testigo que no me arrepiento. Sin deslumbrar ni ofrecer una propuesta pretenciosa (yo al menos no lo creo así) me parece una muestra de originalidad y talento a la que desgraciadamente no estoy acostumbrado últimamente donde todo es grandilocuencia, intelectualidad incomprensible y esoterismo. Es cierto que tienen influencias africanas pero básicamente es un grupo de música pop con canciones de música pop, algunas de ellas bastante buenas, por cierto, que utilizan ritmos, sonidos y armonías inspiradas de alguna forma en el folklore africano, pero lo hacen con naturalidad y sin atufar. Como suelen hacer las grandes bandas utilizan sus influencias, sean las que sean, en beneficio de las canciones (y no al contrario) consiguiendo un resultado muy original, fresco e interesante.

Supongo que se harán muy grandes y conocidos (si no lo son ya) pero es de esas cosas que creo que merecen ser destacadas aunque parezca que llegas tarde.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Thrupenny Tears – The Trash Can Sinatras
(Cake - London/1990)