Raritos

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La mayoría de la gente que seguimos esto que genéricamente se denomina música independiente hay que reconocer que tenemos un cierto punto snob, unos más que otros para ser justos, que nos lleva a querer buscar aquello que nadie conoce, a querer entender eso que nadie entiende y en cierto modo a ser diferente a los demás. Una pequeña dosis de esta vitamina creo que está bien, te hace ser un tipo activo a la búsqueda de su propia realidad en lugar de quedarse parado a ver lo que te ofrecen y si se hace con criterio puede ser hasta una gran forma de encontrarse a uno mismo pero a la vez es una medicina peligrosa que puede obtener efectos muy perjudiciales. Por ejemplo te puede llevar a la errónea conclusión de que sólo aquello que nadie conoce merece la pena o puedes acabar estando convencido de que todo aquello que es diferente a lo convencional es magistral, lo cual es una solemne gilipollez. Desembarazándote de los fuertes tentáculos de la radio fórmula y las discográficas puedes caer rendido sin darte cuenta en brazos de otros tentáculos mucho menos poderosos pero igualmente pegajosos e interesados como son los que proyectan los críticos que definen la vanguardia de lo independiente o sin darte cuenta puedes incluso convertirte en otro miembro de la masa monocolor con la única diferencia de que el color es simplemente diferente. Aun así lo peor que te puede pasar, y doy fe de que me he encontrado muchos ejemplos de este tipo en los últimos años, es que al final la música pase a ser una excusa para otro tipo de cosas como la moda, el sentirse cool, el aparentar estar en la vanguardia, el disfrazarse de intelectualidad, etc… con lo que de hecho la música en si misma te importe más bien poco. ¿Tiene eso algún sentido?

Metido en este mundo, o a mí al menos me pasa, es tremendamente fácil que pasen a tu alrededor multitud de grupos indies “raritos” de música vanguardista o poco convencional que experimentan con ruido, con distintos sonidos, con estructura y con todo lo que se ponga alrededor. Lo anterior, en sí mismo, personalmente no lo entiendo como algo bueno ni malo. Es simplemente una opción. Me consta que en determinados sitios esa actitud, llamémosle vanguardista (aunque si lo analizas de verdad muchas veces tiene poco de vanguardista y mucho de copia igual que cualquier grupo de revival) es razón sine qua non para que el disco en cuestión reciba una crítica favorable (o simplemente que reciba una crítica) pero es algo que para mí es absurdo y que me vale precisamente para no tener en demasiada consideración la opinión de esos sitios. El problema fundamental de todo esto no obstante es que en el paquete, porque lo dicen cuatro listos, se cuela mucha farfolla envuelta en papel de celofán que parece lo que no es.

Me he tragado mucho de esto en el pasado pero a estas alturas de la película ya no tengo que parecer nada a nadie y hace tiempo que decidí quedarme con lo que me gusta, venga de donde venga. En cualquier caso yo en esto de la música soy de los que piensa que prefiero hablar solo de lo que me gusta y simplemente dejar de hablar de lo que no me gusta tanto, por la sencilla razón de que al fin y al cabo todo es una cuestión de gustos. Mi realidad particular eso si es que hay muchos de esos grupos “raritos” que me gustan y algunos que me gustan mucho. En estas mismas páginas cibernéticas ya han salido muchos nombres que lo confirman pero esta semana me he concentrado en tres propuestas de este tipo, de este mismo año, que se me habían quedado en el tintero.

La primera de ellas viene de New York y se trata del muy interesante “Why there are mountains” el álbum de debut de Cymbals Eat Guitars, una banda que ya desde el propio nombre de la misma deja meridianamente claro que lo que te vas a encontrar puede ser cualquier cosa menos convencional. Es de esos grupo amante de los registros abstractos, los desarrollos largos, el coqueteo con el ruido, los esquemas anárquicos, los tonos al límite,… Lo paradójico del caso, en relación a lo que decía antes, es que a estas alturas nada de lo anterior es nuevo ni novedoso. De hecho hay miles de grupos que repiten el mismo esquema desde hace muchos años (lo que lleva a cuestionarse el empleo de determinadas palabras para describirlo) pero en este caso la mezcla tiene un encanto especial. Hay ciertos paisajes, ciertas melodías, ciertos ambientes, que resultan tener esa magia que soy incapaz de entender en otras propuestas similares. Parece claro que la banda bebe de las fuentes de los iconos más iconos del indie: Jesus & Mary Chain, Pavement, Pixies, My Bloody Valentine,… pero dotan al collage de personalidad propia y tienen canciones verdaderamente notables aunque destaco por encima de todas esa “Indiana” que se colará en mi tradicional recopilatorio navideño de lo mejor del año. Un grupo a seguir la pista, sin duda, que me da en la nariz que aparecerá en más de una lista de lo mejor del año de esas que están a punto de llegar.

Igual que seguramente aparezca el disco homónimo de Girls la banda de San Francisco que nada en aguas similares a los anteriores pero más cercanas al espíritu del Lo-fi americano al estilo de Guided By Voices y sobre todo al aroma californiano que indefectiblemente aparece por todo el álbum. Melodías Pop envueltas en guitarras sobre saturadas de reverb y producción pretendidamente descuidada. Parafraseando al dueño de una tienda de discos de Estocolmo con el que me topé una vez algo así como escuchar maquetas de un grupo de surf a través de la pared. Influencias de Roy Orbison o Walker Brothers o cualquier otra que pudiera describir en una entrevista la cantante de Camera Obscura pero pasado todo ello por el genuino tamiz Lo-fi del underground americano. Una propuesta parecida a la que hace poco comenté de Wavvves pero mucho más interesante desde mi punto de vista fundamentalmente por la calidad de las canciones y el talento con el que estas están tratadas. Bonito e interesante debut.

Este, Oeste,… de Detroit (Michigan, al norte) viene la última banda que tiene el original nombre de Zoos of Berín y que acaba de publicar “Taxis” lo que creo que también es su álbum de debut. Menos conocidos todavía que los anteriores y presentando una propuesta rotundamente diferente me ha parecido también un disco interesante (aunque me ha gustado bastante menos que los otros para ser sincero). Aquí entran más influencias en juego como el punk, la electrónica, el sonido tipo Brian Eno, un cierto tipo de jazz,… todo ello mezclado en una suerte de pop de atmósferas machaconas y elegantes al mismo tiempo. Música original pero también difícil de paladear reserbada exclusivamente para esos momentos en los que el cerebro tiene ganas de prestar mucha atención.

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Leía la semana pasada un artículo en EL PAÍS que se sorprendía, o al menos hacía noticia de ello, de que muchos grupos emergentes (y consagrados) de la escena madrileña decidían grabar y cantar en inglés. En el infame reportaje, porque este tipo de reportajes en EL PAÍS y en le resto de periódicos son infames, se cuestionaban cuestiones de tal calado como el dilucidar si era coherente o no el que alguien que estaba cantando una canción en el idioma de la pérfida Albión se dirigiese al público entre tema y tema en castellano, su idioma materno, que además era el idioma de la inmensa mayoría del público. Habiendo debates tan interesantes como si tiene sentido el que los periodistas musicales sepan más de moda o de fútbol que de música o el que un profesional que se dice periodista se dedique a cuestionar el idioma en el que se expresa un artista sin tener ni puñetera idea (ni intención de tenerla) de lo que el artista está diciendo, sinceramente me parece un debate menor.

Pero el problema es que llueve sobre mojado. Hace quince años leí exactamente el mismo debate y tuve que lidiar personalmente con los mismos intolerantes casposos a los que parecía dolerle mucho el que yo, o en realidad los Happy Losers, decidiésemos cantar en inglés nuestras canciones. ¿Tan importante es? ¿Para quién es tan importante? Me parece absolutamente del género estúpido que alguien cuestione el idioma inglés teniendo en su casa una discografía donde más del 90% de los títulos son en ese idioma. Es estúpido e incoherente. “Es que los que escriben esas canciones han nacido en EEUU o en Inglaterra” dirá el más avanzado de esta estirpe de xenófobos. ¿Y qué más da? ¿Alguien mira la partida de nacimiento de los cantantes antes de comprar un disco? ¿Sería necesario hacer un test a todos los artistas para ver si el idioma en el que cantan es coherente con el que aprendieron de pequeños? ¿Tendrá que demostrar alguien que escribe una canción sobre Venecia, sobre suicidios o lesbianismo que conoce venecia, conoce el suicidio en primera persona o que es activista homosexual? ¿Habría que traducir todas las óperas y por supuesto prohibir a Plácido Domingo cantar en italiano? Es todo tan estúpido… Evidentemente el idioma en el que alguien cante es algo que me da absolutamente igual. Parece lógico que me llegue antes aquella música que está escrita en idiomas que más o menos entiendo pero no es esencial. Tengo discos en italiano, sueco o serbocroata que me encantan y en muchos casos no tengo ni idea de que hablan (aunque a veces me he preocupado de buscarlo).

Por todo esto esta semana me ha dado por escuchar grupos españoles jóvenes y sin complejos que no tienen ningún problema en expresarse en el idioma que les da la gana y que además consiguen hacerlo con mucho talento y diligencia para deshonra de tanto plumillero hipócrita. Desde aquí, y ahora que yo me he pasado al idioma castellano (por otras razones que no tienen nada que ver), reivindico la libertad a la hora de escribir música siempre que está sea de calidad o talento y se haga desde el corazón en lugar del "qué dirán".

Y lo primero que me gustaría destacar, porque ha sido una gran sorpresa y una de las grandes sorpresas de este año, es el trabajo de debut de Wild Honey, el descriptivo nombre bajo el que se esconde el talento de Guillermo Farré, “Epic Handshakes and a bear hug”. Un fabuloso y precioso disco que flirtea con encanto, talento y clase por entre las orillas del Pop que a mi personalmente más me gusta. Referencias obvias pera canciones nada obvias. Talento desbordante para la melodía y para la construcción de Pop de apariencia sencillo que precisamente es el más complicado de hacer. Pop de las últimas tres décadas mezclado en la cocktelera del talento y tamizado por ese bosque que existe porque una vez un tal Brian Wilson plantó el primer árbol. Al parecer es un disco grabado fundamentalmente en casa del propio autor pero pasado por el inestimable rodillo de Brad Jones, productor de exquisito gusto y trayectoria intachable. Un genial disco que como suele ocurrir últimamente con los disco de excelencia no ha colaborado con el apoyo de ningún sello discográfico y que está siendo autoeditado. De hecho se puede descargar gratuita y legalmente desde la red pero recomiendo no hacerlo por dos razones: la primera es que todos los discos merecen ser pagados pero en especial los que son de esta catadura y segundo porque el trabajo artístico del álbum (en especial en vinilo) es también digno de ser visto. Una gran alegría para un servidor este “Epic Handshakes and Bear Hug” de Wild Honey.

Otra sorpresa también ha sido el álbum “I lost my glasses” de Brian Hunt, un tipo al que simplemente tenía catalogado dentro de esa inagotable corriente de grupos y solistas que se apuntan al indie-Folk de catecismo siguiendo la estela del último Hype anglosajón y que por tanto no me había interesado nada hasta ahora pero que como muchas otras veces he tenido que cambiar de etiqueta simplemente con escuchar su trabajo. Su música es más deudora de la tradición americana y del Folk de raíces clásico que a cualquier otra cosa pero con una producción atrevida y desacomplejada que hace que el disco disponga de pocas fisuras y que encaje perfectamente en las “selectas” discografías de esos señores lánguidos que creen marcar la tendencia musical en nuestro país (ingenuos). El disco no obstante está muy bien y rezuma una madurez y originalidad impropia no de un trabajo publicado en este país sino impropia en la lista infinita de grupos que todas las semanas llegan a las tiendas (fundamentalmente virtuales).

Y para terminar algo que no ha resultado ser sorpresa por la única razón de que ya tenían ganado un lugar privilegiado en una esquina de mi corazón. Estoy hablando de “The End of Maiden Trip” el último disco de los toledanos The Sunday Drivers un grupo con el que me une además de una rendida admiración por su sobresaliente talento varias conexiones personales y emocionales que me hacen muy difícil juzgar sus trabajos con objetividad. Aun así, creo que no es difícil hacerlo porque estoy seguro de no equivocarme cuando digo que sus discos están entre lo mejor que se ha publicado en este país. Esta última entrega me parece la menos directa pero a la vez la mejor producida, algo que me consta que es algo que les ha obsesionado desde el principio. A todos aquellos que piensan que este disco no tienes los hits de sus álbumes anteriores les pedirían que sigan escuchando el disco varias veces. Verás como aparecen...

Elegante

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Hay muchos críticos y analistas musicales que son de la idea de que los artistas tienen en la cabeza un escenario claro y despajado a la hora de escribir una canción. Piensan que los músicos deciden lo que van a ser las canciones antes de ponerse a escribirlas. Puede que tengan razón en algunos casos (conozco ejemplos que podrían demostrar lo anterior) pero mi sensación es que es una minoría y que la mayoría de las veces las canciones salen por donde tienen que salir, ese útero virtual y mágico en el que están todas y que no conoce estilos ni referencias ni sensaciones. Es evidente que no puedo hablar en representación de todo el mundo pero esa es la sensación que yo tengo y desde luego en lo que a mi respecta es exactamente como digo. Jamás he me he sentado a escribir un rock & Roll o una balada o un himno indie o una plegaria country. Sale lo que sale y realmente es un tema del que nunca me he preocupado ni me obsesiona.

En relación con todo esto hay un tema que si me produce cierta curiosidad por aquello de que no lo entiendo ni sé de donde viene. Durante la duradera carrera de los Happy Losers es obvio que recibimos muchas críticas a los discos que publicábamos que en general, lo cual es algo de agradecer, eran bastante buenas para ojos ajenos al grupo o para el común de los mortales. Para mi, aun siendo buenas, tenían muchas veces un cierto poso de displicencia que no me gustaba un pelo aunque ese es otro tema del que hablaré otro día. Lo que si que era una nota común en casi todas las críticas y adjetivo que se repetía a su vez en muchos foros era aquello de la “clase” y la “elegancia”. Reconozco que son los adjetivos que más me han gustado de entre todos los que recibimos y reconozco también que la primera vez que lo escuché me llamó mucho la atención porque no era consciente. No sé como se consigue hacer pop elegante o con clase pero creo que soy capaz de reconocerlo y esta semana la he ocupado por alguna razón con grupos de música elegante.

El primero de ellos es una de las grandes sorpresas de los últimos tiempos en mi discografía. Hace un par de años coincidí en un concierto con Juan Ferrari, un amigo y excelente músico que ha tocado entre otros con Los BrujosoMalcom Scarpa, y que me habló de unos tal The Clientelecomo su grupo favorito del momento. En ese momento el nombre ni me sonaba pero el gusto mi interlocutor me hizo comprarme a ciegas su último disco de entonces para descubrir esa joya llamada “God Save The Clientele”. Así fue como descubrí al elegante combo británico afincado en Londres y ese fue el paso previo para hacerme con su discografía anterior (también a buen nivel pero por debajo de mi primera referencia). Ahora acaban de sacar su nuevo trabajo, "bonfires on the heath", que sigue los parámetros y la estela iniciada en su trabajo anterior completando otro gran disco donde la elegancia se darrama por cada poro. No llega al grado de excitación que me provocó su anterior álbum pero eso es debido probablemente a que ya no es terreno virgen e inexplorado y no volverá a llegar el día en el que escuche a The Clientele por primera vez. Tengo la espinita clavada de no haberles visto en directo nunca pero es algo que tiene solución.

Pero hablando de elegancia en la música (y en otras facetas de la vida) sería muy injusto dejar de citar a Neil Hannon, líder, cabeza y cerebro de esa magnífico concepto musical que aparece en público con el nombre de Divine Comedy. Hace unos días me topé con la sorpresa de saber que el amigo Neil se había embarcado en un nuevo proyecto musical aunando fuerzas con un tal Thomas Walsh en lo que se ha venido a llamar The Duckworth Lewis Method, curioso nombre que en realidad es un método estadístico que se utiliza en cricket y que creo que sirve para deducir el tanteo que habría tenido un equipo en un partido que se suspende. La referencia al Cricket no es casual ya que el disco entero es una especie de homenaje al más británico de todos los deportes. Un genial disco conceptual que retuerce la forma de hacer música del amigo Hannon (las referencias del otro autor no las conozco así que es muy difícil que las detecte) y que conforman una agradable collage de bonitas canciones y momentos mágicos. Una de las mejores sorpresas de lo que va de año que espero que tenga una continuación a la misma altura en un futuro no muy lejano.

Y para terminar un poco de Jazz es el estilo de música más asociado con la elegancia desde mi punto de vista. Otro de los discos que me compré en mi excursión veraniega por el medio oeste americano fue un recopilatorio de uno de mis percursionistas favoritos y uno de los artistas que para mi ha mezclado mejor este instrumento con el Jazz y el Swing de tradición más americana, es decir llevando los ritmos latinos a la música Jazz y no al contrario. El disco en cuestión se llama "Mr Versatile Mr Bongo Plays Jazz, Afro & Latin" y es un excelente recopilatorio de la primera época del artista grabado en la década de los 50 en un par de sesiones que por supuesto fueron recogidas en directo. Abruma en este sentido ver la calidad de los músicos de la época. Una gran y elocuente sesión de Jazz perfumada con los ritmos latinos y africanos que vienen con los instrumentos de percusión y a los que tan bien se adapta el género.

Empacho

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Es un periodo raro este que estoy pasando. En otros aspectos de la vida es mejor no entrar bajo el abrigo de esta esquina del ciberespacio dedicada fudamentalmente a la música en todas sus vertientes pero en lo que respecta precisamente a este aspecto tengo la sensación de que cada vez me gustan menos cosas o lo que es lo mismo, que cada vez me aburren más las cosas que escucho. Pudiera ser que la cosecha musical de este 2009 que está dando sus últimos coletazos no pasará precisamente a los anales de la historia por ser el recipiente de un puñado inolvidable de discos o pudiera ser que el problema esté únicamente en mi cabeza. No lo sé. El año pasado por estas fechas se me acumulaba el número de discos que tenía unas ganas terribles de escuchar, las propuestas eran muchas y buenas y además tenía la sensación de que me faltaba el tiempo para escuchar música con lo que me perdería grandes cosas pero estas últimas semanas he tenido precisamente la sensación contraria. Lo que escuchaba me parecía más de lo mismo y las recomendaciones que me llegaban no me atraían ni me apetecían absolutamente nada.

Puede que simplemente esté empachado o puede que tenga razón pero así es como lo veo. Incluso las cosas que vienen de la mano de excelentes críticas y que en apariencia tienen un aspecto que es inmejorable han acabado siendo algo que en el mejor de los casos ha pasado delante de mis oídos sin pena ni gloria. No me gusta escribir de cosas que no me gustan (para ello hay ya toda una camada de empalagosos y petulantes plumilleros que dejan su pegajosa prosa en supuestas publicaciones cool gratuitas o de pago) así que evitaré hacerlo aquí pero pondré al menos un ejemplo con lo más potable. The Flaming lips es un grupo que a estas alturas de película no tiene que demostrar absolutamente nada a nadie y menos a mi. Llevan décadas haciendo discos cargados de originalidad e imaginación, pasando por varios estilos siempre en los límites de la vanguardia hasta desarrollar un estilo propio cargado de personalidad y coherencia. Alcanzaron la cima con su genial “The Soft Bolletin” (para mi sin duda su obra maestra) y a partir de ahí cada nueva publicación se espera con ganas y expectación en el mundillo. Y con ganas y expectación se esperaba este “Embryoic” que a mi me ha dejado completamente frío. Un doble CD cargado con todos los esquemas de Flaming Lips, esa psicodelia indie que ancla sus raíces en el underground americano de rancio abolengo pero que en este caso me resulta repetitivo, aséptico y falto de emoción. Seguramente no he sido capaz de cogerle el punto o de entenderlo, sobre todo a tenor de las excelentes críticas que he leído después, pero eso es lo que a mi me parece.

Pero no todo es negativo en la viña semanal y un disco que me ha gustado (y bastante) es la segunda entrega en larga duración de esa rara avis surgida entre la casposa escena británica de los últimos tiempos que se llama The Rumble Strips. Ya su primer trabajo me sorprendió muy gratamente con esa desacomplejada apuesta por un pop-soul absolutamente inglés estupendamente ejecutado y con unos personalísimos vientos que dotaban al disco de una particular personalidad. En su segundo trabajo, “Welcome to the walk alone” se refugian en la misma fórmula pero con unas ligeras dosis mayores de ambición estilística y a través de un buen puñado de canciones de muy buena cosecha que hacen que el disco me guste tanto o más que el anterior. Esa excelente voz permanentemente a punto de quebrar y desafinar se hace hueco por entre una producción sencilla, clásica y elegante aupada en unos arreglos escritos con gusto y dedicación. Lástima que precisamente esta semana suspendieran los conciertos en Madrid ya que hubiese sido una gran oportunidad de rememorar aquel gran concierto que dieron el año pasado en la versión madrileña del FIB.

Y como si Mahoma no va a la montaña lo mejor es traer la montaña a Mahoma decidí obviar los malos momentos y evitar las apuestas recurriendo a una apuesta segura (y antigua) como es el primer disco que publicó el percusionista Candido Camero con su propio nombre allá por el año 1956. El artista de origen cubano se marca un excelente trabajo clásico de Jazz-Swing con espíritu latino que sentaría las bases de su carrera posterior en la que se pueden encontrar más de una terna interesante de Jazz con personalidad y espíritu sudamericano sin perder la esencia norteamericana que tiene el genero. Un relajante baño de buena música de esa que mucha gente utiliza de forma sacrílega como tranquilo fondo de fiesta pero que merece mucho la pena escuchar con atención.

Pereza

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Reconozco que últimamente me puede la pereza. La semana pasado no pude ganarle la batalla a esa enfermedad crónica para conseguir sentarme a escribir esta especie de crónica sin sentido que hace ya más de un año me dio por hacer. Vale que estaba cansado y vale que tenía que hacer otro millón de cosas pero eso nunca ha sido ninguna novedad. Vale que ocurrieron toda una serie de extraños e inesperados acontecimientos que me hicieron salir violentamente de la acuciante rutina que todo lo inunda y que solo permite determinados y concretos espacios en los que dar rienda suelta a la imaginación pero eso nunca ha sido ninguna excusa. Me podría escudar también en que no tengo la sensación de que mucha gente eche de menos precisamente el que a mi me de por dejar escrito los discos que he escuchado a lo largo de la semana pero esa tampoco ha sido nunca la razón por la cual lo hacía. De hecho muy poca gente cercana sabe que lo hago y la inmensa mayoría de los que lo saben o no es un tema que les llame demasiado la atención o directamente no muestran el más mínimo interés (aparentemente) por seguirlo. No es eso. Supongo que todas las cosas de la vida nacen y mueren así que es absurdo pensar que esta modesta bitácora no lo hará algún día pero no quiero que ocurra. Me gusta hacer esto y siento como una cruel y humillante derrota el que la pereza me pueda... pero me está pudiendo. Lo tengo que reconocer. En cualquier caso no sé lo que durará pero aquí estoy...


Una de esas cosas que me hicieron salir de la galopante rutina fue el esperadísimo concierto de Mamá en El Sol del otro día. No puedo decir que fuese un rendido fan del grupo en su día porque estaría engañando. En aquellos años yo era demasiado pequeño como para seguir las novedades musicales pero reconozco que años después tampoco llamó demasiado mi atención. Los conocí porque a los Happy Losers nos pidieron hacer una versión de alguna canción de la nueva ola española y alguien sacó el nombre de Mamá. Escuché los dos discos que tienen y el primero de ellos se me sostenía mal que bien pero el segundo (producido por Luis Cobos sin mal no recuerdo) se me hacía imposible de escuchar. ¿Prejuicios de producción? Puede. Entonces fue cuando aparecieron por mi casa las maquetas de esas mismas canciones. Creo que era una especie de cinta pirata comprada en el rastro que alguien me había dejado o algo así pero escuchando aquellas mismas canciones con un sonido atroz pero con el espíritu original que el propio grupo quería verdaderamente inculcar me di cuenta de las grandes canciones que había detrás y de lo realmente dañinos que fueron los productores de la época. Fue en el concierto del otro día, magnífico por cierto y con Pepe Loser al bajo, donde me compré el reciente disco publicado bajo el epígrafe de Mamá, “la mejor canción” y después de escucharlo un buen montón de veces puedo decir que me gusta bastante. A pesar de que Jose Mª Granados ha publicado varios discos en solitario que más o menos sigue los mismos parámetros y a pesar de que este disco de Mamá está prácticamente escrito también por él entero me suena diferente y tiene un delicioso aroma a grupo que sus discos en solitario no tienen. Pop en castellano de calidad y buen gusto.

Aunque en estos días extraños de otoño en los que el mal tiempo está sólo dentro de mi cabeza el disco que más y mejor me ha acompañado ha sido la nueva entrega de los noruegos Kings of Convenience, esa minúscula obra de orfebrería llamada “Declaration of Dependence”. Su apuesta por los sonidos acústicos entre el indie más rancio y el Folk inglés de los 60 convertidos en una reencarnación de Simon & Gartfunkel que conformaba su disco de debut ya fue un refrescante descubrimiento para este que habla y un gran disco que disfruté con asiduidad. Sin embargo sus posteriores entregas y sobre todo sus flirteos con la música electrónica no fueron tan de mi agrado y poco a poco perdí la fe en el duo y sobre todo la emoción de escucharles así cogí con cierto recelo este “Declaration of Dependence” antes de escucharlo pero me duro apenas 30 segundos porque el disco me enganchó prácticamente desde el principio. Con una vuelta hacía la aparente sencillez de su primer trabajo, y digo aparente porque el disco dentro de su simpleza es tremendamente complicado, vuelven a resultar creíbles, cálidos, tremendamente melódicos y certeros. Esa melancolía elegante cantada a dos voces se cuela hasta dentro y golpea sin violencia pero con insistencia hasta quedarse. Un magnífico disco de entre los que más me han gustado de lo que va de año. Aviso para aquellos oidos de espíritu frágil porque el resultado puede ser atroz.

Y para terminar lo que ha cubierto todos los huecos que dejaban mis devaneos entre lo alegre y lo triste, lo ruidoso y lo calmo. Hace unas semanas me compré un disco que algunos considerarán bastante friki pero yo no. En cuanto vi la portada me llamó la atención pero cuando vi que se trataba de uno de esos discos que Alfonso Santisteban grababa a finales de los 60 principios de los 70 no dude un segundo en comprarlo. Se trata de “Sabor a fresa” el único y refrescante álbum de una banda ficticia llamada con "originalidad" La Nueva Banda de Santisteban. Un ejercicio genuino de Lounge cañí, Jazz suavizado y ese tipo de sonido tan particular y reconocible de tantas y tantas películas españolas de la época. El disco me encanta y esto es una declaración honesta y sincera fuera de frivolidades pretenciosas.