Slow

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Hace un tiempo descubrí en ese crisol de cosas maravillosas que es Internet los parámetros de una especie de filosofía de vida que denominan “Slow”. Al parecer la apertura de una franquicia de comida rápida en pleno centro de Roma provocó que un grupo de gente, de esos que como yo no suelen salir en las respuestas de las encuestas oficiales, decidiese teorizar sobre un nuevo modo de vida que priorizase el aprovechamiento del tiempo enfocado al disfrute y no como una forma de acelerar simplemente el proceso productivo. No estoy muy metido en el tema pero comulgo con las premisas en las que se sustentan y que hablan de que las cosas disfrutables de la vida requieren su tiempo, una comida, una buena conversación, escuchar música, viajar por el mundo,… no se trata de una carrera de velocidad ni de una carrera de fondo, se trata de disfrutar el camino. Lejos de reivindicar el sentarse a tocarse la bartola lo que promueve el movimiento “slow” es todo lo contario, la actividad, pero siempre controlada individualmente y movida por parámetros más cercanos al hedonismo o la auto cultivación que a la sociedad capitalista, la cadena de montaje, el éxito monetario o el agobio por el agobio. Como filosofía es fascinante pero tremendamente complicada de llevar a cabo en un mundo tan podrido como este donde todo se mueve y se mide a través de ratios de beneficio y de la filosofía antagónica del “más con menos”.

La filosofía “Slow” es algo que siempre intento tener presente pero esta semana lo he sentido todavía más. La resaca de mis enfermedades pretéritas me había dejado en un extraño estado que mezclaba el cansancio físico con la paz interior. El pasado lunes me desperté contento, descansado, limpio y radiante. No tenía prisa por nada y era capaz de relativizar mis dramas personales y los dramas personales del mundo a partes iguales. En ese estado tan seductor lo último que me apetecía era escuchar atronadoras bombas de relojería, acelerados engendros pseudo-punk (el punk murió hace tres décadas) o experimentos ratoneros. Así que busqué lo más apropiado…

…y sin duda lo más apropiado ha sido una pequeña joya que estaba escondida debajo de tanta y tanta mediocridad mainstream. Ahora que está vuelta de la esquina el nuevo trabajo de Wilco, uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos pero también la bandera cool de tanto y tanto imbécil interesado en la música pero que no le gusta escucharla, me acordé de que alguien me dijo que uno de sus miembros, John Stirratt, el bajista, tenía una banda paralela bastante interesante. Wilco es básicamente el artefacto sonoro de su líder, el señor Tweedy, y al parecer existe muy poco margen para propuestas creativas para el resto de sus miembros más allá de aportar a las canciones que ya están ahí. Por esa simple razón no tenía muy claro lo que podía esperar de un proyecto del tal Stirratt y por esa razón se quedó en alguna esquina de mi ordenador una copia en MP3 que me pasaron del segundo LP de la banda del “bajista de Wilco”, The Autumn Defenders (precioso nombre): “Circles”. Como otras tantas veces me equivoqué al no dar al disco la importancia que merecía. Este “Cirlces” es un precioso ejercicio de ese Country-Folk llevado a los parámetros del Pop que utilizan, con mayor o menor acierto, muchos de esos grupos que pululan por la órbita de Wilco. Aires de Costa Oeste, ambiente relajado, lecturas revisadas de los maestros del género y bonitas canciones conforman un interesante lienzo muy relajante y disfrutable que merece la pena degustar como obra original y autóctona y no como referencia de nadie. Una gran banda sonora para adentrarse en la filosofía “slow” con un vermouth, un libro, un sillón y horas por delante…

Pero curiosamente el disco que estaba destinado a ocupar el lugar preferente de la semana, por referencias y expectativas, ha resultado ser menos de lo esperado. Hace años que vengo escuchando y leyendo cosas buenas e interesantes de un artista americano llamado John Vanderslice que viene de ese inagotable foco de pop alternativo plagado de buenas y originales propuestas por parte de tipos con talento que hay en el nuevo mundo. En este caso creo que debe tener ya cinco o seis discos publicados pero a pesar de las ganas nunca había tenido la oportunidad de acercarme a su obra así que cuando acontecieron en un escaso margen de tiempo la lectura de una buena reseña de su último disco hasta la fecha “Romanian names” (¡magnífico nombre) y ver el disco en el escaparate de una tienda no dejé pasar la oportunidad. El disco sin embargo no ha cubierto mis expectativas. Es bonito, interesante y original pero resulta plano en muchos tramos y no hay ningún corte que me haga estremecer. Es agradable esa mezcla de electrónica, folk, indie-pop y tradición alternativa americana pero desde mi punto de vista siempre me quedo con la sensación de que me falta algo. Lo he escuchado muchas veces (muchas) y no me arrepiento de ello porque en ningún momento era algo forzado ni aburrido pero la mayoría de las veces pasaba a mi través como un colador sin que se quedase nada lo que es ciertamente preocupante. Entiendo las buenas críticas porque el disco es sólido y está muy bien construido pero como esto de los gustos va por barrios a mi no me ha terminado de convencer.

Cosa que si ha hecho un precioso EP que me han pasado de una banda por la que tengo especial debilidad Athlete. Precisamente me falta en mi discografía el tercer álbum de su carrera “Beyond the neighbourhood”, que me temo es el trabajo al que está ligado este “The Outsiders EP” que no ha parado de sonar en mi ipod esta semana. Fieles a su mezcla de pop de tradición británica, ínfimos elementos de música electrónica vintage, teclados orgánicos envolventes, baladas poderosas y esa personalísima voz el grupo pone todos esos ingredientes en un bonito y compacto EP con canciones agridulces de amargura generacional que podrían estar en cualquier de sus álbumes. Tengo que conseguir ese tercer disco.

Sonando ahora mismo en mi ipod: “Walken” – Wilco (Sky Blue Sky)

Fiebre

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Siento la ausencia a mi cita semanal pero todo tiene una explicación en esta vida y es que un extraño virus que al parecer no tenía nada que ver con la legendaria gripe-A me ha tenido delirando en la cama casi toda la semana. Igual que vino se fue así, sin dejar verdaderas secuelas, así que no merece la pena perder más el tiempo con ello pero si ese extraño bichito no hubiese entrado en mi ser en esta modesta bitácora existiría ahora una entrada hablando de la semana que pasé buscando canciones que inspirasen la producción de las cuatro nuevas canciones de Lukah boo que estoy ahora grabando pero aquello queda ya lejos en el tiempo. Hablaría de los discos de Dodgy o de Teenage Fanclub o de los Jayhawks o de Steve Wonder…., hablaría de cómo mi amor platónico por Robin, una de las protagonistas de la sería americana “How I met your Mother”, me hizo recuperar de las catacumbas esa joya del Pop que es el “Boys don’t cry” de The Cure y que aparece en su álbum homónimo o como el placentero visionado de The Visitor me hizo estar una tarde envuelto en ritmos africanos y el talento de Fela Kuti pero sinceramente creo que todo eso ya depende al pasado.

Esta semana pasada la he vivido entre tinieblas febriles que apenas me dejaban tener claras las referencias temporales y que la mayoría del tiempo no me dejaba ganas suficientes como para prestar atención a nada de lo que pudiera estar sonando. Pero la música es la música e incluso en situaciones tan poco recomendables tiene su papel alentador y balsámico con lo que han existido pequeños o grandes momentos en los que los acordes de cosas desconocidas (o no tan desconocidas) se colaban por las rendijas de mi cerebro. Dada mi debilidad, todo lo que alcanzaba a hacer era darle al botón de una lista de reproducción que tenía en mi ipod con cosas que nuevas que no había escuchado con lo que ante mis oídos pasaron multitud de cosas, no todas precisamente con un mínimo de dignidad. Me quedaré con lo más reseñable.

Sin duda lo que más ma ha llamado la atención ha sido este sorprendente “The Spinning Top” que se ha sacado de la manga Graham Coxon, el que fuera impertinente guitarrita de los míticos Blur, eterno archienemigo del endiosado señor Damon Albarn y que ostenta ya una dilatada y sólida carrera en solitario tras la ruptura de los príncipes del Brit-Pop. En los discos anteriores el amigo Graham se destacaba por una suerte de indie-pop elegante de marcada tradición británica que tenía sus momentos álgidos y otros menos afortunados pero en esta última entrega me temo que ha decidido finalmente adentrarse por otros parámetros nada obvio. El disco es un álbum bastante largo que se basa en el Folk íntimo construido a base de guitarra acústica pero que trasciende hasta el pop vanguardista de, por ejemplo, Radiohead. Por momentos llega a acercarse a los pasajes más intimistas de Nick Drake o de algún cantautor de americana pero siempre aparecen arreglos complejos, imprevistos, ruidosos, difíciles, complicados,… Un disco tremendamente ambicioso y extraño que sin embargo queda prácticamente redondo aunque personalmente me sobran un par de temas. Un gran esfuerzo de inventarse a si mismo que yo como público agradezco. Una agradable sorpresa sin duda.

Sorpresa que no ha sido tanta en el caso de nuestro siguiente protagonista, Jason Lytle, y su trabajo en solitario titulado: “tours, truly, the commuter”. Jason Lytle es el líder carismático de una carismática banda americana llamada Grandaddy que desde mediados de los años 90 nos lleva regalando un buen puñado de discos interesantes. Una banda particularmente indie y personal que hacían una música que muchos definían como Alt-Country con sintentizadores. La definición es muy cool pero a mi no me parece realmente acertada. Son un grupo que utilizan la electrónica y los sintetizadores (la mayoría de ellos vintage) para construir un pop alternativo de una raíz muy americana pero más en el sentido del movimiento underground de por allí o las radio-colleges que a los rednecks. Independientemente de etiquetas los discos merecen la pena y eran muy recomendables al igual que lo es este “tours, truly, the commuter” que yo interpreto como una línea de continuidad con lo que hacía en Grandaddy sin demasiados desvíos. Algo más claridad y menos ambiente bizarro pero la misma esencia. Otro disco interesante aunque quizá pierde chispa por aquello de no sorprender.

Pero la mayoría del tiempo he estado en este estado de letargo y duermevela en el que no tienes recursos para mantener la concentración y donde lo último que necesitas es un chico atormentado al otro lado de tus tímpanos cantándote las desgracias del momento y la fugacidad de la vida al oído. Para esos momentos hay un tipo de música que es ideal y que se llama Lounge. El Lounge es algo así como la música de ascensor o de la espera del dentista pero llevado a un grado algo más elevado de calidad y dignidad. En realidad el género viene del Jazz y del Swing y de las orquestas de los año 50 en esa derivación que algunos llamaban música de cocktail. En ese género se puede enmarcar la obra de un grupo uruguayo llamado Sexteto Electrónico Moderno del que he estado escuchando bastante uno de sus magníficos recopilatorios, “Sounds from the elegant World”, que me ha servido para retrotraerme a épocas de guateque caleidoscópico a medida que subían y bajaban los grados por mi termómetro. Una banda de culto bastante desconocida que merece la pena descubrir o rescatar a todos aquellos amantes del género. Instrumentales de hammond y martini que a este que escribe le encantan…

El sitio de mi recreo

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"Donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos. Donde se creó la primera luz junto a la semilla de cielo azul volveré a ese lugar donde nací”.

(Antonio Vega 1957-2009)