Solitaire

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Recuerdo que una vez estaba sentando en el Vicente Calderón (suelo ir todos los domingos) y el estadio estaba completamente lleno. Hacía un día de perros, el partido era pésimo (una constante desde que la saga Gil tiene secuestrado el escudo) y ninguno de mis acompañantes habituales estaba aquel día conmigo. Recuerdo también que por aquel entonces no estaba pasando una de mis mejores épocas y dado el fascinante espectáculo que desde el césped se me brindaba me puse a pensar sobre lo divino y lo humano y eso me llevó a un estado de melancolía extremo que colocó en carne viva los poros que regulan mis sentimientos. Con cientos de periodistas, docenas de fotógrafos, policías, jugadores y sobre todo 50.000 personas alrededor… me sentí sólo. Curioso. Desde entonces me dio por pensar que tener amigos no era estar rodeado de gente con la que te ríes sino otra cosa bastante más complicada. Me di cuenta que salir a tomar copas un sábado por la noche con un montón de gente para reírte y no tener que hablar de cosas complicadas es tremendamente fácil de conseguir, lo difícil es encontrar gente que te aguante cuando estás gruñón y que entienda que te sientes sólo rodeado de 50.000 personas. Esta semana he tenido una sensación parecida de soledad. Por razones totalmente aleatorias he pasado mucho más tiempo en silencio que hablando o en mitad de una conversación y por las mismas razones (o no) he sido espectador anónimo de todo lo que me rodeaba sin que tuviese la sensación de que se me estuviese echando mucha gente de menos. Curioso. Entre medias he tenido que decidir si una prueba de masterización está bien hecha o no y la verdad es que lo único que tengo claro es que no tengo la capacidad para decidirlo pero a todo el que se lo decía me contestaba dicendo que estaba equivocado. Curioso también. Y más curioso todavía es que los discos que he estado escuchando para ilustrar y dar color a todo lo anterior han resultado ser de artistas en solitario.

Como por ejemplo Josh Rouse, uno de mis artistas favoritos desde que lo descubrí hace muchos años con su primer disco y al qué por alguna razón había empezado a coger manía últimamente. No sé si por sus erráticos últimos discos (aunque no creo que sea por eso porque yo los tengo en bastante mejor estima que la crítica “especializada”) o más bien por la sensación tan rara que me transmitió la última vez que lo vi en directo (hace un par de años en La Joy Eslava). Aquel día salí del concierto con la sensación de que las ganas que tenía el señor Rouse de estar sobre el escenario eran las mismas que tenía yo de levantarme a las seis de la mañana al día siguiente y creo que esa es la peor sensación que puede transmitir un artista. Sobre todo porque es fácilmente confundible con falta de respeto hacia el público que es algo que nunca he tolerado en la gente que me gusta. Estoy convencido de que no es más que una sensación mía y que no es así pero lo cierto es que me quedó el resquemor y no he vuelto a verlo en directo. Yo, que había sido uno de los últimos defensores a ultranza de sus discos (y no me refiero a sus obras maestras “1972” y “Nashville” que se defienden solas sino a lo que ha venido después) me quedé con esa rara sensación de no saber si estás equivocado. Por eso cuando me compré este “El Turista” y vi los títulos en castellano, pero sobre todo cuando leí las letras sin escuchar el disco (“y ella le trae regalitos”, “ciudad de valencia donde viven falleras como eres tú”, “camarero ponme un kas”,…) en fin, me asusté bastante. Pero no tenía razón. El disco es original (y para nada frívolo), me gusta mucho y casi me gustan más las canciones en ese macarrónico castellano tan particular (en especial esa bossanova llamada “Mesie Julian” que no puedo parar de escuchar). El disco es una nueva entrega del talento de Josh Rouse con la misma clase y buen gusto de siempre pero salpicado esta vez (más que nunca) con sonidos del folclore brasileño y sus países limítrofes que para nada disimulan ni distraen ese inmenso talento del americano para componer preciosas canciones Pop. Supongo que el disco amplificará el debate de si los últimos discos del artista están a la altura de los anteriores pero es un debate que no me interesa. A mí es un disco que me encanta.

También me gusta mucho el último disco de Eels, mi descubrimiento del año. La última entrega del controvertido de Mark Everett, conocido como E. en los círculos musicales, es otra gran demostración de cómo estrujar el corazón sin artificios y seguir sacando valioso jugo. Tras haberme pasado por su biografía y sus primeros trabajos (magníficos todos ellos) me daba un poco de vértigo aventurarme con el último capítulo de una saga que me apetece degustar a base de pequeños sorbos pero lo cierto es que no ha resultado nada decepcionante. Más al filo del Low-Fi de lo que incluso es habitual en la música de Eels, en este “End Times” poco a poco se van desgranando pequeñas historias cargadas de lirismo y realidad que terminan convenciendo. Mejor en las baladas minimalistas que en los blues electrónicos (es mi modesta y sincera opinión) el disco deja el irónico gusto amargo de entender que has estado disfrutando paseándote por el lado más triste y melancólico de los sentimientos. Un camino que el bueno de E. parece dominar a la perfección. Otro disco perfecto para esta peculiar semana.

Hace poco hablaba de Spearmint reflexionando sobre todos esos grupos que merecen la pena y que viven en los intersticios menos gratificantes de la industria musical (sé de lo que hablo) y entonces ya dejé claro mi afición a esta etiqueta. Shirley Lee es el líder carismático de la banda londinense y recientemente ha publicado su primer disco en solitario que no tiene aparentemente título con lo que entenderé que es homónimo. El disco lógicamente sigue todos los parámetros de Spearmint y sus canciones individualmente podrían haber aparecido en cualquier disco de la banda pero sin embargo el conjunto da una sensación diferente. Está bien, es muy digno y me gusta pero me deja un poco frío. Creo que en el fondo le faltan canciones verdaderamente importantes que hagan justicia a una sencilla pero curiosa producción y las personales letras de siempre. No sé si la aventura de Shirley Lee tendrá continuidad o no en este formato pero si ocurre así me encantaría que siguiese la línea marcada en “London Ghost Stories” (¡fantástico instrumental!) o sobre todo “The first time you saw snow” en lugar de otras opciones que también se apuntan.

1 comentarios:

Nun dijo...

Uno puede sentirse terriblemente solo estando rodeado de mucha gente, algo fácil de explicar en las sociedades actuales donde uno vuelve a chocar una y otra vez con los sucedáneos de amistad que se ofrecen por todos lados, por la fugacidad de las relaciones y por el poco compromiso que tiene la gente.

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