Rutina

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Dicen que los bebes y los niños muy pequeños agradecen la rutina para sentirse seguros. Dentro de un ciclo que se repite de forma homogénea y constante son capaces de desarrollarse, centrar la conducta y ser felices y de hecho pierden los papeles, la racionalidad y la noción del tiempo cuando notan alteraciones en su rutina diaria. Que a pesar de mis años seguía teniendo mucho de bebe y de niño pequeño es algo que yo ya sabía pero lo de lo que no tenía ni idea es que algo que detesto con toda mi alma, algo contra lo que he despotricado y despotrico constantemente como la rutina resultase ser una especie de tabla de salvación. Y es que es cierto que volviendo a la rutina de la rueda de producción, de los lunes a viernes, de los horarios, de las entradas y salidas establecidas, de las llamadas de teléfono que sabes de dónde vienen sin tener que mirar el número, de las frases hechas en los mismos sitios a las mismas horas,… he conseguido centrar los sentimientos que aunque no es la situación ideal (siempre he pensado que el centro y lo centrado es para aburridos y/o cobardes) al menos es menos dañina que de donde venía.

Pero el pasado fin de semana no fue para nada un claro ejemplo de rutina sino todo lo contrario. Cogí la guitarra acústica y con ella me fui a Granada para tocar en el planta baja minutos antes de que Ana Lógica presentase su flamante primer disco. Lo hice en ese mismo formato de cantautor que reniega de los cantautores en el que hasta la fecha ha tenido que aparecer, porque no ha quedado otro remedio, eso que llamo Lukah Boo. Sigo sin estar cómodo estando tan desnudo en el escenario especialmente cuando en mi cabeza (y ahora en un disco) las mismas canciones están infinitamente más arropadas pero aquella noche en Granada volví a disfrutar de tocar en directo y volví a sentirme músico. Bien es verdad que la mejor crítica que recibí cuando bajé del escenario fue la de que había estado muy “gracioso” pero en fin, por algún sitio se empieza. Debo decir para ser justo que fue un magnífico día de exaltación de la amistad, el alcohol y las risas. Un larguísimo día que acabó en el día siguiente sin sueño de por medio.

Mucha culpa de ello la tuvo mis anfitriones en tierras granadinas, los estupendos y simpatiquísimos Ana Lógica. Cuando escuché el master del disco que acaban de publicar, “Apueste por su vida”, reconozco que ni sabía quiénes eran (aunque llevan varios años tocando y peleando por hacer este disco), ni de dónde venían (aunque una parte significativa proviene de los extintos Cecilia Ann que en su día formaron parte de la escena indie igual que los Happy losers) ni que me podía esperar respecto a su música pero reconozco también que me quedé enganchado y sorprendido a la primera escucha. No es muy normal escuchar propuestas de este tipo en el saturado mercado musical patrio y es una pena porque es el tipo de apuesta que yo demando y que me hacen feliz. Pop clásico como punta de lanza y cimientos, universo Brian Wilson como referencia fundamental (sin copiar, ojo), búsqueda constante de la belleza, buen gusto por la melodía y criterio e inteligencia para las letras. Un maravilloso cocktail que tiene además la guinda de una sección de vientos permanente como parte del grupo que aporta un tipo de riqueza de recursos difícil de conseguir de otra forma. Los granadinos han construido un disco amable y directo en apariencia pero oscuro y complicado en el fondo. Canciones de raíz simple que esconden con inteligencia mensajes crípticos nada intrascendentes (o si) y que se visten de una rica cadena de arreglos exclusivos, complejos y bien pensados. Pop alegre para el que no tenga tiempo de zambullirse y nadar pero orfebrería repujada y fondo para el que no tenga miedo de mojarse y disfrutar. Una difícil combinación y una difícil propuesta de la que salen airosos y con mucho más que dignidad. Gran disco y gran concierto el de estos chicos que tendré oportunidad de repetir (volviendo a abrir con mi guitarrita) el próximo sábado 30 en Siroco.

Tan sólo un par de días antes sin embargo había recibido una invitación a la fiesta no oficial de presentación del último disco de Javier de Torres, irónicamente titulado “Las grandes ambiciones”. La fiesta era en realidad una amable y agradable reunión de los músicos y amigos que habían participado en el disco a la que estaba invitado por la doble vertiente de amigo y colaborador con algunas voces y coros. No es la primera vez que los Happy losers aparecemos en un disco de Javier de Torres pero como ocurrió en las anteriores en el momento de recibir la copia del disco (aquella misma noche) no sabía muy bien lo que podía esperar dentro. Las constantes vitales gracias a Dios siempre se repiten: gusto por las canciones y en especial por la melodía, absoluta falta de complejos para vestir las canciones con el traje que tengan que ir, ironía y sarcasmo a raudales además de unas letras bien pensadas de acusada personalidad pero claro, esas herramientas dan mucho juego. La progresión artística de los últimos discos es evidente, al menos para mí, hacía terrenos cada vez más pop pero a su vez cada vez más líricos y sofisticados pero en este disco se llega un punto verdaderamente alto y difícil de repetir. Las canciones sobre desquiciados perdedores y humanos de personalidad alterada aparecen envueltas ahora arregladas con una orquestación digna de los mejores grupos de finales de la década de los 60 tanto en calidad de composición como en interpretación. Una orquestación grabada en parte por una orquesta sinfónica en las frías tierras de Bulgaria pero imaginada en la cabeza del autor y en las mismas cabezas que han estado siempre alrededor de Javier de Torres que matiza así otra de su grandes habilidades como es la de saberse rodear de gente con mucho talento. Con algunas canciones verdaderamente notables (Los Detalles, La métrica de la desgracia, No me pidas buen humor,..), un sonido abrumador (por calidad, no por volumen), riqueza de detalles e historias de esas que paralizan las ganas de respirar aparece este magnífico disco. Si tengo que poner un pero, por aquello de que todo lo anterior sea todavía más creíble, es que toda esta complejidad hace que sea necesaria mayor dosis de concentración para entender lo que se está escuchando de lo habitual lo cual, desgraciadamente, no es algo muy frecuente en la propuesta estándar de la música popular que masivamente fagocita en la actualidad los cerebros de los humanos vertebrados lo que puede provocar el que el oyente piense que está escuchando un disco homogéneo y pesado. No hagan caso de sus prejuicios y traten de dejarse llevar.

Y para terminar lo que ocupará mi noche de este viernes 22 cuando esté en El Sol disfrutando de los maravillosos pildorazos de Power-Pop de los Riffbackers, disfraz tras el que se esconden dos músicos a los que tengo gran admiración y que además son amigos. Se trata de Fausto (Winnerys) y Nacho (Pulsar, Cooper) y esa maravilla de disco que han sacado con el nombre de Riffbackers titulada “The Curtain Shop and Alteration”. Cuando hace más de un año me dijeron que estaban grabando un disco, básicamente en casa de Fausto, no me podía imaginar que sería esto que estoy escuchando ahora mismo. Lo cierto es que tampoco puede decir que me sorprenda porque conozco de largo el gusto y el talento de los culpables pero es que está francamente bien. Recogen todos los elementos (¡todos!) que aparecen en la música Pop desde que los Beatles la inventaron y hasta que el mainstream comercial la arrinconó allá por los años 80 a la estela de aquello que genéricamente (y casi siempre despectivamente) se denomina Power-Pop pero en realidad todas esas herramientas simplemente sirven como riqueza de recursos casi anecdótica para vestir unas canciones precisas, bonitas y saturadas de clase y melodía. Por su puesto es un disco imprescindible para los amantes del género pero yo animaría a cualquier alérgico al pop de guitarras a dar una oportunidad a un trabajo tan bien hecho.

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