Lukah goes Latin

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Recuerdo exactamente el día en el que empezó todo hace unos pocos años. Era viernes (o víspera de festivo) y estaba hablando con un compañero y amigo, amante de la música como yo, sobre discos y conciertos. En un momento dado mi interlocutor me comentó que esa noche iría a una fiesta en el centro madrileño en la que pinchaba un amigo suyo, muy mod, que era especialista en soul y derivados pero que especializaría esa noche en los sonidos cercanos al Boogaloo. “¿Te gusta el Boogaloo?”, me dijo. Claro, le contesté yo, pero según lo estaba diciendo se me pasó a toda velocidad toda mi extensa discografía por mi mente descubriendo con perplejidad que no tenía ni un solo disco de eso que genéricamente se llama Boogaloo. En realidad no tenía ningún disco de nada parecido. De hecho me empecé a preguntar si realmente me gustaba el Boogaloo o mi respuesta obedecía más bien a mi hábil conocimiento sobre las etiquetas cool que se manejan en el lado cool de la vida.

Estaba todo aquello rondando mi cabeza cuando menos de 24h después, estando en una magnífica tienda de discos fuera de Madrid, escuché a uno de los dependientes decir la frase “es un magnífico recopilatorio de Latin-Soul y Boogaloo” mientras sostenía un pequeño digi-pack en la mano. En ese momento se encendieron mis ojos y comenzó la carrera. Jamás hubiese sabido por donde empezar a atajar mi curiosidad al respecto si no hubiese sido por aquel anónimo dependiente que puso ante mis ojos un recopilatorio editado por ese Shangri-La de los ritmos latinos que es el sello Vampisoul (rinconcito de Munster). Aquel magnífico disco dio el pistoletazo de salida a mi zambullida en un desconocido mundo de una música completamente ajena a lo que hasta entonces había sonado en mi cabeza. Después de aquel recopilatorio vinieron otros y después otros discos completos de los artistas que más me llamaban la atención. El Boogaloo, un estilo que apenas duro un par de años a finales de los 60’s, dio paso en mi discografía a otros derivados entre el Latin-soul y el Latin-Jazz hasta completar una mini discografía con un buen puñado de referencias míticas.

En mi reciente paso por ese maravilloso rincón del medio oeste norteamericano conocido como Chicago me hice con varios discos de este genero y uno de ellos fue el magnífico “bobo’s beat” de Willy Bobo el gran percusionista neoyorquino (vecino del mítico “El Barrio” en el Harlem hispano) que fue la primera referencia con su nombre de uno de los grandes nombres del Latin-Jazz. La reputación del artista es indiscutible y aunque el grueso de su carrera y la fama le vino después dentro de las filas del mítico sello Verve, años antes de firmar con la etiqueta más laureada del Jazz el bueno de Willy Correa había ya grabado algunas referencias de excelente calidad en sellos más pequeños como este “bobo’s beat” publicado en el sello Roulette. El disco es una sucesión de instrumentales orquestados con el genuino estilo del señor “bobo”, elegantes y de mucha personalidad, que atrae por versiones clásicas de jazz y temas míticos de la Bosanova, estilo del que el propio Willy Bobo reconoció siempre ser un gran admirador y deudor.

Otro de los grandes nombres del universo Latin de finales de los 60 y principios de los 70 es “Mr New York”, el genuino Joe Bataan, probablemente uno de los grandes nombres del Latin-Soul de todos los tiempos. Vecino de Willy Bobo en el legendario Spanish Harlem el bueno de Joe se acerco más a los sonidos más crudos y salvajes que sus “hermanos” de color practicaban en el lado afro-americano del Harlem neoyorquino en lugar de al más sofisticado Jazz. Ese fue de hecho el origen del Boogaloo, jóvenes hispanos intentando hacer soul, y de ahí partió el también mítico sello Fania que pocos años después expandiría por todo el mundo la Salsa (un derivado más sofisticado y más latino de aquel originario Boogaloo) y en ese sello también quedó retratado el peculiar, particular y fantástico soul de Joe Bataan. Fue también en Chicago donde me hice con este “Gipsy Woman” que fue el segundo trabajo publicado por Joe Bataan y que es un buen ejemplo de sus magníficos primeros discos donde pildorazos de Latin-Soul como “Gipsy Woman”, “So Fine” o “Chickie’s Trombone” se mezclan con otros temas de claro tinte salsero cantados en castellano (curiosamente no por Joe Bataan que sólo cantaba en inglés) mostrando otra faceta de los primeros años del artista que no aparece en los recopilatorios cool del señor Bataan.

Y para terminar es de justicia poner una referencia del sello Vampi Soul, el origen de todo para mí. En su pequeño pero coqueto e interesante catálogo aparecen varios discos que tratan de recoger la música peruana de los últimos años sesenta y primeros setenta desde el garage o el rock hasta los sonidos más tropicales y negros. En algunos de esos recopilatorios aparece recurrentemente el nombre Nilo Espinosa, saxofonista de dilatada carrera cuyos trabajos me resultaron lo suficientemente interesantes como para hacerme con el recopilatorio que Vampi Soul dedica a su nombre y que tiene el sugestivo nombre de “Shaken not Stirred” que tan famoso hizo a James Bond. El disco es un interesantísimo repaso a la carrera del artista a través de sus múltiples grupos y colaboraciones con estilos que pasan por todos los palos del sonido Latin desde el Boogaloo hasta la música disco, desde el Jazz al Soul pasando por el Funky. Una opción bastante cool para sorprender a los amigos de lo exclusivo.

America/England

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Hace bastantes años, en mi caso escuchar hablar de música Country o música tradicional americana era sinónimo de una especie de erupción cutánea sobre mi cuerpo. Probablemente sea esa maldita manía de etiquetarlo todo pero esa etiqueta era una de tantas que no me atraía en absoluto. Para mí era una especie de secta para señores con sombrero que cantaban con un acento detestable un sucedáneo de rock & roll casposo y trasnochado de tintes xenófobos. Una música por y para “paletos” de las llanuras norteamericanas. Sirva toda esta perorata para demostrar lo estúpidos que podemos llegar a ser muchas veces los seres humanos, para confirmar lo injusto que es juzgar las cosas sin conocimiento de causa y lo poco inteligente que es darle la espalda a las cosas que desconoces sin plantearte que pudiera ser factible encontrar algo interesante al otro lado. No sabría explicar con datos concretos ni fechas exactas el momento de mi redención pero es evidente que ahora reniego de todo lo que he dicho antes. Otra de las cosas malas de las etiquetas es que por suerte o por desgracia cubren bajo su manto un montón de cosas que aún teniendo las aparentes directrices que definen un determinado estilo musical pueden ser buenas, malas o incluso muy malas. Sigo detestando con la misma fuerza que antes muchos de esos sonidos Country casposos y rancios pero por el camino he aprendido a apreciar, disfrutar y emocionarme con muchas canciones que se archivan bajo esa etiqueta.

¿Por qué cuento todo ahora? Pues viene como consecuencia de una de las facetas que más me gusta de la música americana es su parte sentimental, sensible, sentimentaloide o como se le quiera llamar. Hay baladas de los Jayhawks o Whiskeytown o del propio Gram Parsons que me llegan hasta lo más profundo y eso es algo que no puedo decir de todas las etiquetas que manejo.
En una de las tiendas de Chicago que visite este verano, uno de los dependientes de los que me hice amigo al instante me recomendó encarecidamente el último trabajo de los Felice Brothers, una banda afincada en el valle del Hudson dentro del estado de New York (un sitio precioso que tengo la suerte de conocer, por cierto) y del que conocía su disco anterior que me había gustado bastante. Por supuesto acabé comprándome aquel “Yonder is the clock” que con tanta pasión me estaban vendiendo y pocas horas después lo puse en mi coche alquilado que me llevaba entre campos de maíz a descubrir la América más profunda que me ofrecía el estado de Illinois pero entonces no tenía el feeling adecuado para disfrutarlo. El disco parecía estar bien pero mi cabeza estaba en otro sitio y mi espíritu era tan feliz entonces que no aceptaba entonces mezclarse con nada que no potenciase ese estado. Apenas volví a escuchar el CD hasta esta semana en la que se ha acabado el verano, ha llegado el frío, he vuelto a tomar conciencia de la realidad de mi vida y han pasado una serie de circunstancias que me han puesto triste. Esta semana si que estaba de humor para recibir el trabajo de los hermanos Felice. De hecho lo estaba tanto que no he podido parar de escucharlo hasta el punto de decir sin posibilidad de engañar a nadie que me ha gustado mucho. Y no es precisamente un disco triste pero tiene ese toque de cinismo sentimentaloide que envuelve la mejor música americana que a mí me hace ponerme especialmente sensible. ¿O quizás estoy especialmente sensible y necesito este tipo de música para sentir que todo tiene sentido? No lo sé. El caso es que el disco es un larguísimo trabajo de rock americano de gran altura que incluye todos los clichés del género (guitarras acústicas, voces nasales, espíritu folk, violines, sonido crudo,…) pero armado todo ello con mucho gusto, clase, talento y credibilidad. Pasan de baladas campestres a sucedáneos de blues pasando por canciones que podrían amenizar una acampada de amigos en el campo alrededor de un fuego. Da igual lo que sea porque todo ello está tocado y cantado con pasión y talento. Parece un disco que no empieza ni termina sino que está ahí desde siempre y para siempre. Un gran acierto desde mi punto de vista.

Pero a veces, durante mucho tiempo, los sonidos y la música americana fueron proscritos y estuvieron fuera de los circuitos cool dentro de un propio continente americano donde los grandes nombres renegaba de su tradición hasta dejarlo como reducto para especímenes de la América profunda. En esos momentos la mejor música americana se podía encontrar en sitios de nombre impronunciable dentro de estados ilocalizables pero también en Escocia o en Inglaterra. Aquí es donde aparece Nick Lowe, un personaje mítico dentro de la historia de la música pop de las últimas décadas, reputado productor de Elvis Costello, gurú de la New Wave y miembro pensante de esa maravillosa rara avis llamada Rockpile. La influencia de la música americana en la carrera de Nick Lowe es tan evidente que no merece la pena reparar en ello pero si bien todo el mundo ama y respeta su época post punk, New Wave y Power Pop a mi me gustaría resaltar también su faceta contemporánea. Nick Lowe lleva ya un buen puñado de años sacando discos inspirados en otro tipo de música americana que a mí en concreto me encanta. Me enamoré de ese “At my age” que nos regaló el año pasado y a renglón seguido me interesé por los discos que le precedieron. En concreto llevo un par de semanas enganchado a este “The Convincer” que está a un nivel parecido sino superior. Música de tradición americana, elegante, sofisticada y de poso clásico, envuelta en la mágica voz del señor Lowe y el carismático talento que impregna todo lo que toca. Una buena elección para observar tardes de otoño frescas y grises desde la ventana tomando pausadamente una bebida espiritosa.

Y me quedo en las islas británicas para hablar del último invitado a mi ipod de la semana. Hace muchos años que vengo escuchando hablar de Muse (¿quién no?) pero siempre he estado desubicado con respecto a ellos y nunca había escuchado nada. Lo reconozco. Para mí era uno de tantos grupos que salieron a la estela del fenómeno Radiohead y por alguna razón no me llamaban la atención durante mucho tiempo. El primer dato que hizo despertar mi curiosidad fue conocer que a Óscar, amigo mío y batería de los Happy Losers, le gustaban hasta el punto de asistir a uno de sus conciertos pero resultó definitivo el que este verano, jugando al Guitar Hero, tuviese que tocar una canción de ellos que aparecía en pantalla y que me pareció una atractiva ensalada de guitarras eléctricas y voces de rock épico. Así que me hice con su último disco, “The resistance” y reconozco que me ha sorprendido para bien. Voces de big music, toques indie, rock duro, homenajes a queen, música orquestal, guiños a la electrónica, pianos de vodevil, títulos misteriosos e incomprensibles... demasiadas cosas buenas como para obviarlo. No es que me parezca la octava maravilla del universo pero reconozco que me ha sorprendido mucho y que lo he escuchado con gusto muchas veces esta semana. No si será el peor disco de su carrera o el mejor pero creo que empezaré a seguir la pista a esta gente.

Hay tanto idiota ahí fuera

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La vuelta de vacaciones es un periodo crítico para el estado de humor de todo el mundo (grandes y pequeños) y yo no soy una excepción pero es cierto que la transición de este año me está costando algo más de lo normal. Mi mente racional piensa que la razón se fundamenta en que dejé sin resolver demasiadas nubes negras antes de irme de vacaciones y ahora todas ellas han vuelto exactamente igual que estaban. Puede ser, aunque no hay que fiarse mucho de mi mente racional.

Ciñéndome al guión y por tanto en lo que respecta a la faceta musical reconozco que las últimas semanas del periodo pre-estival fueron frustrantes y agotadoras. La siempre inminente (y nunca fehaciente) carrera meteórica de Lukah Boo se vio resentida en unos días demasiado serios en los que mi cabeza ponía en cuestión la viabilidad del disco que estoy grabando y lo que es peor: su sentido. Ahora mismo tengo ocho canciones grabadas (sólo cuatro mezcladas) y parecería absurdo no terminarlo a estas alturas pero todavía no he terminado de resolver lo de si tiene algún sentidoo no grabar y publicar un disco en solitario a estas alturas (y que está resultando ser incluso más solitario de lo que pensaba).

En esas diatribas anda mi cabeza estos días mientras busco voces inspiradoras, palmaditas en la espalda, amor desconsolado, píldoras de autoestima y otras drogas de diseño que no encuentro por ningún lado entre otras cosas porque no tengo dealer. También me dedico a bucear por mi colección de discos buscando inspiración pero lo que me encuentro sin quererlo son cosas tan buenas, tan coherentes, tan bien hechas que lo que consigo es justo el efecto contrario. ¿Para qué voy yo a poner otra carpeta en la librería? ¿Tiene sentido? ¿Alguien se dará cuenta? Esta semana en concreto he estado escuchando casi sin querer sólo discos de grupos españoles cantando en castellano que los hay y muy buenos. Creo que ya he perfilado por estas páginas (aunque a veces no recuerdo bien sobre lo que he hablado y sobre lo que no) mi opinión sobre ese invento llamado la “movida madrileña” y el daño infinito que ha hecho a la música Pop pero lo que no he dicho nunca es que creo que poco a poco nos estamos quitando los complejos y el polvo ocasionados por aquel accidente y se está empezando a ver lo que hay debajo...

Los catalanes Sidonie llevan ya los años suficientes dando conciertos y sacando buenos discos como para tener ahora que demostrar nada a nadie pero este bendito país de todos parece que lo único que no se perdona es hacer las cosas bien o tener éxito en cuyo caso todo hay que cuestionárselo. Me fastidia que se les critique o se les tache de comerciales (y juro que lo he escuchado y leído) por el simple hecho de sacar un disco de canciones directas y sencillas que encima hablan de amor cuando es algo que de hecho a mi me parece muy valiente, especialmente viniendo de donde vienen. Un disco de estas características puede ser una mierda o no. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Detesto ese tipo de prejuicios y aplaudo desde aquí el planteamiento de este “Incendio”, aunque mi aplauso se pierda en el infinito. Y el disco por cierto me gusta mucho. Me gustaba mucho también la antigua faceta psicodélica y stoniana de los primitivos Sidonie pero este disco me parece un gran acierto. Bonito, coherente, bien grabado, bien cantado y algunas canciones fabulosas. Es cierto que es directo y muchas veces evidente pero no creo que sea nada a criticar especialmente cuando es esa la declaración de intenciones desde el principio y no lo esconden. No creo que pensasen en hacer un disco “comercial” cuando se sentaron a escribirlo y si fue así prefiero no saberlo y creer que no. En cualquier caso me quedo con el disco por encima de sus circunstancias.

Pero hablando de personalidad y falta de complejos no puedo dejar de hablar del “grupo del momento” en el panorama indie: Vetusta Morla. La forma en la que llegué a su música es buena prueba de in imbéciles que somos a veces los músicos. Empecé a escuchar hablar de Vetusta Morla mucho tiempo antes de escuchar lo que hacían. Me encantaba el nombre (¿quién no adora a Michael Ende?) pero había escuchado tantos piropos en tantos sitios de los que tan poco me fío que no me entraron ningunas ganas de descubrir al grupo. Cuantos más premios y parabienes recibían menos ganas me entraban a mí de confirmarlos y más cerca estaban del injusto cajón de los grupos que no me interesan en absoluto. Hasta que un día me pasé por la sección de discos de la FNAC y pasaron varias cosas a la vez que no suelen pasar ni siquiera por separado. Uno, que estuviese sonando algo que me gustaba y me llamase la atención. Dos, que no tuviese ni idea de lo que estaba sonando. Tres, que me picase tanto la curiosidad como para preguntar a alguien de la tienda qué era aquello. Lo que estaba sonando aquella tarde en la FNAC fue primero “Sálvese quien pueda” y a renglón seguido “Un día en el mundo”, para mí las dos mejores canciones de su primer álbum “Un día en el mundo” y en cualquier caso dos temazos como la copa de un pino. Cuando el dependiente dijo Vetusta Morla lo tuve claro. A veces las cosas pasan porque tienen que pasar. El disco tiene canciones mejores que otras y hay facetas del grupo que me gustan más y otras menos pero lo que es indiscutible es la gran calidad del disco y de la banda, la brutal personalidad y grandes dosis de estilo impropias de un grupo nuevo y que sinceramente me da envidia. Me gustaría destacar además y al mismo nivel de cualquiera de las cosas buenas que puedan decir de ellos unas letras que me parecen geniales. De lo mejor que he escuchado nunca en castellano. Me alegra mucho ver que los grupos con éxito dentro del mal llamado mundo independiente sean buenos.

Y me alegro mucho también poder escribir aquí sobre amigos sin tener que engañar o utilizar eufemismos. Conocí a Nagasaki (antes tenían otro nombre y después tuvieron otros) hace ya bastantes años por el amigo común que es Patacho Recio (Glutamato ye-ye) y en una fiesta músico-etílica de muy grato recuerdo para el que escribe (¡¡voy por la vereda tropicaaaaal!!) pero por esa estúpida cosa que tenemos los españolitos de valorar menos lo que tienes cerca que lo que tienes lejos, por la simple razón de tenerlo accesible, reconozco que siempre miré a Pedro y Álvaro más como dos compis de gremio, simpáticos y encantadores, que como dos grandes músicos de talento. Y me jode reconocerlo (porque sé que es algo que hacen conmigo constantemente) pero lo reconozco y fundamentalmente lo hago porque ese es el primer paso para poder cambiarlo. Tenía este “Nagasaqui” (su álbum de debut con este nombre) desde hace tiempo (que encima fui tan capullo que me lo dejaron en lugar de comprármelo, que es lo que tenía que haber hecho) pero hasta que por casualidad no les escuché en MySpace no reparé en el. Hice mal porque porque por ejemplo “copas rojas” es una de mis canciones favoritas del año y el resto del disco merece también mucho la pena. Sin recursos, sin apoyos y desde el ostracismo se han marcado un álbum lleno de ingenio y buenas canciones que recoge todo lo bueno de la tradición ochentera (siendo inteligentes además de no aceptar nada de lo malo) y extrapola junto con su propia cosecha a un sonido contemporáneo y una producción arriesgada y moderna que resulta natural, creíble y nada histriónica. Cualquier pedazo de suerte que tenga será mucho menos de lo que se merecen. Espero y deseo que esto no sea más que el principio de una carrera triunfante.


Wreckless Records

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Pocos días antes de mi viaje a Chicago me encontraba sólo en casa y sin nada urgente que hacer, lo que desgraciadamente es una situación bastante inusual para mí, así que sin saber muy bien la razón decidí ver un película de las muchas que tengo por casa. Como suponía que en cualquier momento podía venirse al traste ese dichoso momento de paz decidí elegir una película que ya hubiese visto en previsión de tener que dejarla de ver a la mitad así que pasando la vista por mi desordenada y mal apilada pila de DVDs vi el nombre de “High Fidelity” recordando al instante que esa película fue rodada precisamente en Chicago y decidí casi de forma natural ponerme a ello. La veneración que profeso por esa genial novela de Nick Hornby es enorme. A estas alturas Nick Hornby es un escritor superventas con todos sus títulos traducidos y publicados por grandes editoriales y que probablemente todo el mundo conozca pero cuando yo lo hice fue como encontrar un oasis en mitad del desierto y es que hay pocos libros con los que me sienta tan identificado como “Fever Pitch” o “High Fidelity”. La película no está del todo mal pero reconozco que supuso una enorme decepción para mí. Creo que se pierde la parte vulnerable del protagonista (demasiado encantador en la película) y no se explica con tanta profundidad la parte friki del amor a la música, los discos, los recopilatorios, la exclusividad, el sentirse diferente,... También supuso una gran decepción (enorme) que la trama se localizara en Chicago y no en Londres como en la novela puesto que creo que la parte inglesa es muy importante para entender el libro.

En cualquier caso el protagonista de la película sigue siendo dueño de una tienda cool de discos y en un momento dado dice una frase parecida a “una tienda de discos situada en un barrio donde los turistas no vienen a ver escaparates” que se me quedo grabada en el cerebro ya que es precisamente el tipo de barrio que me gusta visitar en mis viajes por el mundo. Me dio la sensación de que la gente que conoce Chicago sabía de qué barrio estaban hablando pero por entonces yo no lo conocía así que en una escena en la que John Cusack sale de la tienda y se queda en un cruce pude ver claramente los carteles que señalaban las intersecciones de las calles Honore y Milwaukee que también se me quedaron en la cabeza. Y allí que fui, nororeste, Wicker Park, a lo que resultó ser (estaba cantado) uno de los barrios cool de moda en la ciudad con un montón de restaurantes, pubs, tiendas de ropa vintage y por supuesto Wreckless Records, en el mismo sitio que en la película (aunque el interior no tuviese nada que ver). La tienda es de esas tiendas de discos como Dios manda de las que cada vez quedan menos incluso en Estados Unidos como me reconoció con más pena que gloria un de sus simpáticos dependientes, una mezcla entre el protagonista de El Mundo de Wayne y Leonard de Big Band Theory. Estos son algunos de los discos que allí me compré y he escuchado (porque otros ni siquiera están abiertos)



Una de las cosas que me gustan mucho de las tiendas de discos americanas (también pasa en Inglaterra) es que hacen stands con las recomendaciones de los trabajadores de la tienda o que en las novedades escriben una breve descripción sobre el disco que ayuda a suponer lo que hay dentro. Ambas artimañas de venta son dos formas magníficas también de encontrar grupos desconocidos y de esa manera llegué a Broken Records y su álbum de debut “Until the Earth begins top art”. Me llamó mucho la atención que en aquella tienda (y en Spin, una revista de música que me había comprado el día de antes) apareciese destacado el disco de una banda de Edimburgo de la que yo no había oído hablar hasta entonces y que emparentaban con la estela del Indie-Folk que había surgido tras el maremoto ocasionado por Arcade Fire. Me llamó mucho la atención una frase que habían escrito sobre el disco y que decía algo así como: “serán grandes, llenarán estadios y tú recordarás que los descubriste aquí”. Aquella frase tocó la fibra del snob que llevo dentro (no muy dentro, la verdad) y decidí comprarme el disco sin escucharlo (como casi siempre hago, por otra parte). No sé si me equivoqué o no pero reconozco que ha resultado ser un poco decepcionante. La componente Folk es evidente pero no veo ningún parecido ni similitud con el mundo de fantasía, histriónico y extraño de Arcade Fire. A lo que más me recuerda, sinceramente, es al segundo disco de los Waterboys (“Pagan Place”) cuando Mike Scott estaba empeñado en construir eso que él mismo llamaba pomposamente “Big Music”. El disco no está mal pero en mi opinión se queda a mitad de camino de muchas cosas, canta mucho el intento de ser pretencioso, no tiene canciones verdaderamente deslumbrantes y acaba siendo para mí un álbum del que me gusta más la propuesta que el resultado. Predigo que crecerán en las siguientes entregas.

Pero lo que no me resultó decepcionante para nada fue “The Gay Parade” un de esas maravillas que de vez en cuando tiene a bien sacar el geniecillo que se esconde tras el enigmático nombre de Of Montreal. Todo empezó a través de la conversación con mi dependiente (de música, claro) en el transcurso de la cual apareció el nombre de Of Montreal como una magnífica referencia para los dos. Hablamos de algunos de sus discos y se quedó asombrado de que no tuviese este “Gay Parade”. “¡Si es el mejor!”, me dijo, con lo que no pude resistir la tentación de llevármelo por la friolera de 8 dólares. No sé si es el mejor pero desde luego es un magnífico disco, totalmente en la línea de la producción de este tipo de Athens (Georgia) llamado Kevin Barnes y que probablemente hoy por hoy sea lo más parecido a la herencia natural del legado de Brian Wilson. El tipo de la tienda me lo vendió como una especie de “Smile indie” y la verdad es que no va muy desencaminado. Un larguísimo álbum conceptual de letras tan psicodélicas que apenas soy capaz de seguir y arreglos floreados e imposible que retuercen hasta la extenuación el concepto de Pop. Un trabajo increíble en cuanto a composición y preciosismo cuyo único pero podría ser que el exceso de complejidad y bizarrismo hace que al final pueda resultar monótono (sin serlo) cuando no se presta la merecida atención. Si algún fan de Of Montreal no tiene este disco (es de 1999) creo que debería hacerse con una copia en cuanto pueda.

Y otra apuesta segura (la última por hoy) que también me llevé de aquella magnífica tienda fue el disco que el año pasado sacó Ben Folds y que no había podido encontrar antes: “Way to normal”. Reconozco que soy un rendido admirador de Ben Folds desde sus días en aquel eufemismo llamado Ben Folds Five pero reconozco también que ya desde los últimos discos firmados con esa referencia se me hace difícil distinguir entre unos y otros o que canción está en tal o cual disco. Todos me parecen buenos pero todos me parecen muy parecidos y me temo que este “Way to Normal” no me va a ayudar a resolver la ecuación. Tiene canciones estupendas (¡magníficas!) pero también hay otros momentos menos inspirados, en mi opinión, que creo que obedecen más a la obsesión del amigo Ben por no repetirse después de tantos discos publicados y buscar nuevas fórmulas algo distintas que por falta de capacidad. Y es que en el terreno de los medios tiempos con base de piano y melodías pegadizas me temo que no tiene rival y su producción de grandes canciones es suficiente como para no tener que preocuparse de demostrar ya nada a nadie.