¡Feliz Navidad!

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Pues ya está aquí, ahora sí que sí. Ya estamos en eso que genéricamente denominamos “las navidades”. Sé que a mucha gente es una época del año que le repugna soberanamente, y no puede decir que no tengan poderosas razones para ello, pero reconozco que a mí es algo que siempre me ha gustado. Hasta hace pocos años de hecho era mi época favorita del año y disfrutaba como un enano repitiendo las mismas rutinas de siempre, las cenas de familia donde siempre pasa lo mismo, las infumables películas de sobremesa donde la gente es buena y sale papa Noel, las luces de la ciudad, la San Silvestre del barrio donde tantos años he vivido, los SMS a gente que hace años que no ves… de hecho servidor tiene sus propias rutinas navideñas que repito año tras año como encender una vela cuando me levanto el día 31 de Diciembre y dejarla todo el día encendida, ordenar todos mis discos ese mismo día, escribir a mano una lista de deseos para el próximo año, memorizarla para repetirla mientras me como las uvas, acabar con el libro que esté leyendo antes del 31 y no empezar otro hasta después, hacer mis listas de lo mejor del año… y otras muchas que me da vergüenza decir. Hace dos o tres años que sin embargo me agobia llegar a estas fechas, por razones siempre ajenas a mí y a mi forma de entender la vida, pero he decidido intentar que este año no me afecten así que voy a hacer un gran esfuerzo para ello.

Una de las ideas “navideñas” que tuve el año pasado fue la de recopilar discos de motivo navideño para que estuviesen sonando en las cenas familiares. Bueno, en las cenas familiares donde tenía sentido que estuviesen sonando. No estoy hablando de villancicos cutres, ni de recopilatorios del Carrefour para “estás fechas tan señaladas”. Era una costumbre muy extendida el que artistas consagrados editasen un disco navideño y ahí están los discos clásicos de Elvis Presley, Frank Sinatra o el maravillo disco navideño de los Beach Boys para comprobarlo. Cuelgo aquí algunos otros y con ello me despido hasta el año que viene en el que espero volver a mantener vivo esto blog.

Una magnífica opción para culquier velada es este disco que se sacó de la manga a principios de los años 60 el productor del momento, el hombre asociado a un sonido, el creador de estrellas, el tipo que sentenció que la música Pop moriría en el momento en el que el Stereo fuese una realidad… Phil Spector. Tras el “original” nombre de “A Christmas Gift for you from Phil Spector” se recopilan algunos personales míticos tocados por la mano del amigo Phil (The Ronnetes, The Crystals o Darlene Love) que se dedican a repasar un significativo puñado de clásicos navideños con el sonido que hizo famoso al señor del “muro de sonido”. Interesante y agradecido.Un artefacto añejo, ampuloso y grandilocuente. Phil Spector cantando villancicos que es algo que en principio no suena nada mal. El disco es tan bonito y está tan bien hecho que es uno de esos discos que elevan bastante la categoría y el prestigio del concepto “disco navideño”.

Otro disco bastante resultón por lo alegre que es, lo bien que está tocado y porque está francamente es el “Boogie Woogie Christmas” firmado por The Brian Setzer Orchestra. Brian Setzer es el líder carismático de los míticos Stray Cats, grupo de rock’a’billy o punck’a’billy o psycho-billy o rock and roll o como se le quiera llamar que revivió el género y lo dotó de buena salud hace ya un par de décadas. Por esas cosas entre los Mods y los Rockers y teniendo en cuenta que éste que habla siempre ha estado más cerca de los primeros que de los segundos, el fenómeno Stray Cats es algo que se me pasó en su momento desgraciadamente. Cuando Brian Setzer dejó definitivamente la dinámica de grupo lo hizo para iniciar una carrera en solitario que sin desprenderse de lo que musicalmente siempre había hecho se adentraba algo más en los terrenos del Swing y las Big bands. En ese marco se encuadra este otro disco navideño en el que rodeado de su banda de metales el amigo Brian se dedica a desgranar clásicos navideños con un delicioso toque Swing (¡hasta se atreve con la “suite del Cascanueces”!). Una estupenda opción para arrancar la velada, especialmente con la degarradora revisión del “Jingle Bells” que se marcan.

Dentro del mundo del indie no es tan normal encontrar este tipo de discos navideños pero haberlos los hay aunque como es de esperar, viniendo de donde viene, el espíritu se sitúa algo más alejado de la alegría de los álbumes digamos más ortodoxos. Un buen ejemplo es esa bonita caja navideña que editó hace un par de años ese tipo misterioso y talentoso llamado Sufjan Stevens con el nombre de “Hark! Songs for Christmass” y que reúne nada menos que 42 canciones de temática navideña al siempre con el peculiar estilo del tal Sufjan. Personalmente me declaro un rendido admirador de este artista y en especial de su colección de discos dedicados a los Estados Unidos (Michigan e Illinoise hasta la fecha). Raro, denso, lento, profundo, espiritual,… son los parámetros que rigen la música de Sufjan Stevens y también son los parámetros que mueven este trabajo aunque la tradicional orquestación de sus producciones de estudio queda parcialmente aparcada en esta ocasión y casi todas las canciones están vestidas con lo mínimo imprescindible. Si no eres muy fan del tipo puede llegar a hacerse muy pesado así que aviso de ante mano. A mi reconozco que me gusta.

Y un poco por cerrar el círculo (60’s-pop, R’n’R, Indie,…) un disco de uno de los géneros que más discos navideños ha producido y que no es otro que la música Jazz. Hay muchos discos de este tipo e incluso varios recopilatorios muy buenos y dignos pero hoy me voy a quedar con una de las más grandes divas del Jazz y el Swing como es Ella Fitzgerald y su magnífico “Ella wishes you a swinging Christmas” donde ya en el clarificador título aparece lo que te vas a encontrar. Todas esas canciones que aparecen en las películas americanas cada vez que los protagonistas se están enamorando en Nueva York nevado durante la época navideña. A eso es a lo que me recuerda este disco cada vez que lo escucho (siempre en Navidad). Bonito, cálido y elegante, así es esta pequeña joyita de la discografía de la Ella.

En fin, lo dicho. Feliz Navidad a todos que el año que viene sea el mejor.

Últimas copas

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Los finales de año suelen tener un efecto raro en mí. A veces me da por la euforia sin sentido y por el irracional optimismo de pensar que lo que va a venir va a ser muy bueno pero otras me da por justo todo lo contrario. Me temo que estoy más cerca de la segunda opción que de la primera y me frustra todavía más el pensar que no tengo ninguna razón para ello porque haciendo una cuenta objetiva de las cosas que me rodean soy, sin ningún género de duda, un tipo afortunado. Pero esta semana mi estado anímico se ha solidarizado con el tiempo atmosférico, ese que planta un melancólico y frío gris en todos los átomos del paisaje. Un esfuerzo que no ha valido para nada, un cansancio mal empleado, un nuevo pequeño disgusto de alguien a quien quieres, un sentirse ninguneado, una injusticia, un peso repentinamente atroz que te sientes incapaz de soportar… esas pequeñas tragedias.

Y así estoy, en las últimas semanas del año, esas en las que en lo musical suelo intentar descubrir ese disco maravilloso del 2008 que se me ha pasado sin que me diera cuenta pero sin tener ganas de hacerlo y refugiándome en canciones lentas que inspiran paisajes melancólicos por encima de otras opciones más inspiradoras y terapéuticas. Aquí va una pequeña muestra de lo menos obvio…

Un disco que he escuchado esta semana es precisamente uno publicado este mismo año y que probablemente sea el disco de género que más me ha gustado. Se trata de una banda americana llamada The Felice Brothers y su último álbum del mismo nombre. Una banda nacida en el precioso valle del Hudson en el estado de Nueva York (¡he estado allí!) y que estilísticamente siembra sus raíces en el Folk americano tradicional o el rock-folk clásico y ciertamente destilan clasicismo por todos los poros lo que no es ningún problema para que el resultado me resulte tremendamente agradable, no sé si precisamente por el momento tan ideal en el que escuché el disco por primera vez (esas cosas marcan) o porque realmente es un gran disco, aunque estoy casi convencido de que se acerca más a esto último. A pesar de que la voz principal es prácticamente igual que la del Bob Dylan original (me dijeron el otro día que en una reseña del disco decían que era como Bob Dylan cantando después de algunas lecciones de canto) y de todo lo dicho anteriormente el disco suena honesto y verdadero con pasajes muy bonitos. En especial me gustan los cortes en los que se vuelven más “circenses” y hacen uso de instrumentos de viento pero el grueso del álbum es americana de corte acústico y lírica desgarrada. El único problema que le veo al disco es un excesivo metraje que a mi particularmente me parece exagerado y que impide el que pueda disfrutar del disco en una sentada. Creo que es una buena recomendación para la gente que el gusta este tipo de música pero no la mejor opción para adentrarte si eres alguien con cierta alergia a los sonidos en torno al Country americano.

Me es difícil hablar de los BMX Bandits entre otras cosas porque son uno de mis grupos referencia. Para muchos prácticamente un grupo de juguete y no muy a tener en cuenta y puede que no sean el mejor grupo sobre la tierra pero para mi, por eso de que asocias canciones con momentos felices, son de esas formaciones musicales que más y mejores momentos me ha dejado en la soledad de mi habitación. Sus primeros discos están almacenados en una parte privilegiada de mi cerebro y allí estarán para siempre. La banda se formó y giraba en torno a los talentos de dos músicos de Glasgow famosos en el mundo indie pero auténticos desconocidos para el mundo en general como son Douglas T y Francis Mc Donald y para mi esos son y serán siempre los BMX Bandits aunque ahora las cosas sean diferentes. En mi opinión la banda culminó con “Gettin’ Dirty” en 1994 publicado por Creation y a partir de ahí lo que se publica con ese nombre es otra cosa distinta. Mejor o peor pero distinta. El siguiente disco que salió con el mismo nombre de la banda fue el irregular (aunque todavía con momentos gloriosos) “Theme Park” y partir de ahí pasaron casi 7 años hasta el siguiente disco, “Down at the hop”, que personalmente creo que no debería haber salido como disco de BMX Bandits nunca ya que supone un claro punto negro para el nombre (al menos en mi modesta opinión). Esta última referencia había hecho que no me interesase mucho por escuchar el último trabajo públicado bajo etiqueta BMX, “Be sting”, pero me estaba equivocando. Con “Be Sting” se recupera la dignidad y se eleva de nuevo al pop hacia las cotas donde siempre debería estar el nombre de los “bicivoladores” (infame título con el que se estreno en España la película “BMX Bandits”). Vale, que canta una voz femenina que antes no estaba y vale que todo recuerda (¿demasiado?) al cerebro de mis admirados The Pearfishers (miembro estable de la banda ahora) pero da igual. ¿Qué más da mientras sea Pop?

Y para terminar algo que lleva mucho tiempo en mi discografía pero que recuperé el jueves viendo “cuéntame”. En el momento en el que al pobre “antoñito” le estaba dando un infarto los programadores de esa buena serie, rara avis entre la producción nacional, decidieron dar muestra de su buen gusto (puesto en duda seriaamente con la nueva versión de la cabezera de la serie) adornando la escena con la música de Astor Piazzola. A la mañana siguiente “Libertango” estaba sonando en mi ipod. Piazzola es un referente en la música argentina y particularmente en el Tango, género al que llevó hasta límites inéditos hasta entonces. Para mi escuchar a Piazzola es escuchar a Buenos Aires y aunque sé que suena a frase de almanaque prometo que lo digo de corazón. “Adios nonino” por cierto, es una de las melodías más bonitas que he escuchado en mi vida (aunque la versión que aparece en “Libertango” no es precisamente mi favorita) y es de esas canciones que la primera vez que las oyes piensas que siempre han estado en tu cabeza.

Segundas oportunidades

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Eso de “dar una segunda oportunidad” es algo que últimamente se estila poco (si es que alguna vez se ha estilado) porque seamos sinceros, las segundas oportunidades nunca son verdaderas segundas oportunidades. Decimos que damos otra oportunidad pero en realidad sigue doliendo aquello que ocurriese en la primera ocasión, con lo que en el mejor de los casos los ojos estarán muy abiertos y la receptiva a flor de piel, si es que no has decidido ya de antemano condenar al autor por los motivos originales y haga lo que haga después.

La verdad es que tampoco me parece mal. Siempre he odiado esa coletilla cristiana del saber perdonar tan cacareada en los dogmas religiosos básicamente porque me parecía una sutil ranura por la que se colaban los listos. Yo podía haber sido fiel a mi novia durante 20 años mientras la novia de mi amigo era incapaz de soportar en peso de la pronunciada osamenta que crecía en lo alto de su cabeza cada fin de semana pero eso sí, mi amigo pedía un sentido perdón cada vez que volvía de ampliar sus horizontes y los dos, el y yo, volvíamos a estar en la casilla de salida. ¿De qué me sirve ser bueno si a los que no lo son les basta con pedir perdón para estar a mi altura? ¿Quién me compensa a mí ahora por todo lo bueno de ser malo que no he podido disfrutar? Me siento estafado. Por eso precisamente no soy famoso de ser un tipo muy tolerante con los que obran mal ni soy muy amigo de las segundas oportunidades aunque el tiempo y el juicio que poco a poco entra en mi ser (¿o era que sale?) está cambiando mi perspectiva. No sé si esto es bueno o malo pero al menos en este caso gracias a las segundas oportunidades he podido disfrutar de tres buenos discos que de otra forma nunca hubiese disfrutado.

Llevo un par de años escuchando y leyendo muchas (demasiadas) referencias a Brian Wilson entre las lumbreras indie utilizadas para hablar de artefactos sonoros de difícil calificación. Si fuese algo que estuviese bien cimentado o que fuese realmente verdad no tendrían ningún problema con ello y de hecho estaría encantado porque significaría que el mundo ha aparcado momentáneamente esa locura estúpida, instaurada hace años entre los creadores de moda musical, que dicen que la melodía y la música pop son cosas del pasado (prefiero no comentar la impresionante estupidez de tal afirmación), pero desgraciadamente no es verdad. Estoy harto de comprarme discos cuyo corazón creativo parece estar basado en las locuras del señor Wilson y que en realidad solamente se trata del enésimo bodrio pseudointelectual que dormiría tanto Brian Wilson como a este que escribe. Evitaré dar nombres porque últimamente estoy harto de enfrascarme en peleas cibernéticas pero hay más de uno. Cuando escuché hablar por primera vez de Fleet Foxes se me pasó todo esto por la cabeza (también hablaban de referencias a los Beach Boys y otras cosas que no tenía nada que ver) así que pensé que era la misma historia otra vez y aparque el disco. Me equivoque. Sin que me parezca la “maravilla irrepetible” que le parece a mucha gente por ahí, sí que me parece un buen disco bien hecho, bien escrito y con momentos muy altos. Se me hace algo pesado en el último tramo pero probablemente porque es uno de esos discos para escuchar concentrado lo cual es harto difícil hoy en día. Las referencias a Brian Wilson puede que existan (o no) pero se difuminan en el fondo y no me parecen precisamente patentes permanentemente, que por otro lado es como tiene que ser. Es pop campestre, calmado con un aroma a espiritualidad hippie y sentimiento bastante cuidado que podría parecer forzado pero no lo es puesto que suena honesto que es lo que generalmente me falta en este tipo de discos. Un buen disco de debut, sin duda.

Al igual que me parece muy interesante ese combo llamado The week that Was que ha editado el ecléctico disco que tiene el mismo nombre del grupo. Me consta que la banda cuenta con miembros de Field Music entre sus cerebros lo cual es una garantía aunque el resultado visible no tenga mucho que ver con la referencia. El disco es bastante difícil de escuchar en el sentido de clasicismo puesto que las estructuras son poco ortodoxas, los estribillos desaparecen, los ritmos dejan pequeña la definición de originales y casi todo está envuelto en un halo de rareza de esa que tanto gusta a los críticos que les encanta escribir de música pero no tanto escucharla. Sin embargo el disco suena natural y nada forzado lo cual es tremendamente difícil de conseguir con ese planteamiento y esto es algo que lo digo tanto como músico como consumidor de música. Una especie de Pop progresivo que no me gusto al principio pero a fuerza de despertar mi curiosidad ha terminado colándose entre los discos más pinchados en mi ipod.

Igual que lo ha hecho esa humilde joyita llamada “Getting to the point it beside it” que ha publicado el grupo denominado I love Math. Reconozco que lo primero que me llamó la atención fue precisamente el nombre de la banda que no puede ser más friki (¡me gusta!) aunque por entonces pensé que era otro “grupito indie”, sin más, y tampoco sabía que se trataba de una especie de supergrupo indie con miembros de Old 97’s o Apples in Stereo y lo dejé aparcado. Tampoco es que el tema de sus miembros sea muy significativo porque yo no encuentro el Country modernizado de los Old 97’s ni las locuras Pop de los Apples in Stero sino que más bien el resultado es un bonito álbum de soft-pop ingenioso y delicado a partes iguales que podría haber firmado unos Belle & Sebastian americanos o uno de entre tantos grupos de lo-fi que habitan en la América profunda pero esta decidido por fin a escribir un disco de pop a secas. Un interesante descubrimiento sin duda que también dejé injustamente en la esquina del ipod durante mucho tiempo.

Atrás

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Después de la tormenta viene la calma se suele decir y eso es más o menos lo que me ha pasado esta semana. No puedo hablar de una calma completa pero si al menos de una calma digerible. Es en estos momentos cuando uno por fin puede pararse a pensar sobre las cosas que se ha dejado atrás en pleno fragor de la vorágine. Esa llamada sin contestar, ese correo al que no le prestaste atención, esa cita que tuviste que posponer, esos capítulos atrasados de Mad Men, esa película que todavía no has podido ver ese libro que tienes pensado ir a comprar… Sin embargo en lo relativo a la música los momentos de caos cerebral son malos compañeros de baile para las referencias musicales o las colecciones de discos personales porque aunque durante esos momentos desquiciantes siguen apareciendo propuestas musicales interesantes, que en otro momento entrarían en el cerebro con muy alta probabilidad, “desgraciadamente” la creación musical evoluciona a tal velocidad que es muy difícil recuperar lo que dejaste aparcado atrás porque lo más probable es que hoy exista otra propuesta tan apetecible al menos como la que dejaste. Así que esta semana he intentado hacer el esfuerzo de homenajear o literalmente recuperar discos que de alguna u otra forma había dejado atrás.

En contra de lo que mucha gente pueda pensar (y piensa) cuando nacieron los happy losers yo no tenía ni idea de lo que era el power-pop o la new-wave. Ni idea, francamente. Fue después, cuando se nos asoció a ese sonido (yo creo que sin demasiadas razones para ello pero es una opinión personal), cuando empecé a introducirme en el sector. Sigo sin ser un erudito del tema, ni mucho menos, pero más o menos tengo los conocimientos suficientes. Fue un proceso acelerado y lo cierto es que durante un tiempo concreto a finales de los 90 la cantidad de discos de power-pop que pasaban por mi “tocadiscos” era realmente exagerada. Tanto que llegué casi a sentir una cierta alergia por los discos que sonaban a power-pop. El problema es que si bien en teoría dentro de esa etiqueta caben muchas cosas al final lo que son los parámetros del género suelen ser pocos y muy evidentes. De entre mis discos favoritos de todos los tiempos hay muchos que podrían encajar en esta categoría pero también es cierto que existen en el mercado cientos de discos de “genero” que francamente me parece que no aportan nada salvo para ese grupo de personas de mente obtusa que adoptan un determinado sonido con lo que debe ser la música y sólo buscan cosas que suenen igual o parecido. Talibanes de estos los hay de todos los estilos (especialmente en lo que respecta a los sonidos clásicos) y además suelen ser tipos que se consideran muy aficionados a la música, muy eruditos y que suelen ofrecer una actitud de desprecio frente a los que escuchan otras cosas. Es su problema. Personalmente es un tipo de personaje que no me interesa.

El caso es que entre todos esos discos de grupos de power-pop “de saldo”, como con bastante mala baba solíamos denominar los happy losers a este grupo de grupos, se coló una maravilla que se me pasó en su momento. Por entonces todo el mundo me recomendaba bandas que eran la leche o me dejaban discos que eran “lo mejor” que habían escuchado en mucho tiempo. Al principió tragaba con todo pero llegó un punto en el que directamente ni los escuchaba. Bajo esa tesitura es como recibí “Sandbox” el único disco (que yo sepa) de Erik Voeks. Un disco editado en 1994 misterioso, cristalino, inteligente y precioso que como tantos otros ha pasado sin pena ni gloria para el gran público. Erik Voeks es un tipo afincado en estados unidos pero al parecer originario de Australia que no ha vuelto a editar nada en formato largo. No se sabe de dónde salió ni a donde ha ido (aunque me consta que tiene activa una página de myspace). En ese disco de 1994 aparecían colaborando algunos nombres que entonces no me decían nada pero que luego aparecieron en mi discografía como: adam schmitt o jay Bennet. Supongo que a cualquiera al que le guste este tipo de música no le estoy descubriendo nada pero si no es así y no conoces este disco intenta hacerte con él. Basta escuchar “my dentist” para querer tener esa canción en tu casa.

Elevando algo el nivel de conceptualidad en esto de dejar cosas atrás, si alguien me preguntara cuales son las zonas oscuras en cuanto a mi conocimiento o disfrute musical le contestaría sin dudarlo que habría que situarlas a mediados de los 70 y prácticamente toda la década de los 80. Por el resto de décadas más o menos he pasado o me ha interesado algo pero por estás es muy raro. Sé que soy injusto y que seguro que existen cosas interesantes (porque siempre hay cosas interesantes y basta abrir la mente un poco) pero no he tenido todavía tiempo y por eso esta semana me he ido precisamente ahí.

Cuando servidor era un joven con inquietudes que entraba en las pequeñas tiendas de discos que allá por finales de los sobrevalorados años 80 existían por Madrid, fuí consciente que en esos años había ya un buen puñado de grupos indie de trayectoria sólida y rancio abolengo. Grupos que como casi todos los grupos independientes fueron de “corta” trayectoria que nació en los 80 y murieron estilísticamente hablando en la misma época. He sabido de esos grupos porque escuchaba su nombre en las tiendas, veía los posters o anuncios de concierto y he leído sobre ellos en revistas especializadas pero nunca les he llegado a escuchar o cuando lo hacía no me gustaba. Uno de esos grupos son los escoceses Cocteau Twins y está semana me he invitado a escuchar varias veces un disco suyo que aconsejado por un experto en la materia ha sido “Heaven or Las Vegas”. Reconozco que si la escucha de este disco me pilla en otra época o con otro estado mental no paso de la segunda canción pero no ha sido así. Las primeras escuchas me dejaron frío sin entender muy bien de que iba todo aquello pero las siguientes hicieron subir las persianas de mi espíritu receptor hasta el punto de que ha acabado gustándome. Es más, escuchando este disco entiendo de donde viene y de donde bebe el sello 4AD o como se gestaron todas esas cosas con las que me toparía yo mismo poco después como el noise-pop. De hecho a quien más me recuerda este disco es a My bloody Valentine, cosa curiosa puesto que apenas hacen ruido. Disco difícil de escuchar para puristas pero que dejaré en el ipod per seculam seculorum.

Y por último otro gran olvidado en mi discografía: Tom Petty. Evidentemente sabía quién era, conocía algunas de sus canciones pero hacía tiempo que me intrigaba escuchar un disco completo (no un grandes éxitos) de un tipo amigo de Roy Orbison, George Harrison o Bob Dylan que además era miembro de los Travelling Wilburys, así que la ocasión se presentó llovida del cielo cuando hace un par de semanas me regalaron este “Full Moon Fever”. El disco es un disco de Rock & Roll americano clásico que además bebe de los clásicos. Hoy, donde todo se ha difuminado de forma ostensible, esto es algo que no sorprende pero me puedo imaginar el efecto de grabar discos de este tipo a mediados de los 70 entre heavy-metals, Rock-progresivo y la inminente llegada del Punk. Este disco es del ’89 no obstante y está producido por Jeff Lynne, líder de la Electric Light Orchestra (otra laguna de mi discografía) antes de ser un reputado productor. El disco tiene algunas canciones buenas pero en su conjunto no me mata, la verdad. Mucha culpa viene precisamente de su elogiada producción. Los discos producidos por Jeff Lynne suenan así, enormes, ampulosos, grandilocuentes… eres capaz de escuchar todas las cuerdas de todos los instrumentos, todas las cuerdas vocales de todos los que están cantando,… las guitarras parecen tocadas en un estadio de fútbol y todo es perfecto. Es tan perfecto que yo no me lo creo. Supongo que para gustos están los colores pero a mí me emocionan las cosas más sencillas.

Solitario

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Dicen que el ser humano nace y se muere en soledad pero el resto del tiempo parece pasarlo intentando buscar compañía. Es irónico sin embargo puesto que aunque es cierto que buscamos denodadamente pertenecer a tribus más o menos obvias: familia, pareja sentimental, amigos,… no es menos cierto que el éxito de nuestra felicidad radica casi siempre en mantener tu parcela de integridad estés donde estés. Es más, muchas veces la aparente pertenencia a un determinado grupo no es más que el disfraz en el que esconder una más que aparente soledad. No basta con estar al lado de alguien para dejar de sentirte sólo. Yo mismo me he sentido tremendamente sólo viendo al Atlético de Madrid rodeado de 50000 personas o tremendamente acompañando en la soledad de mi habitación leyendo una carta que me envía alguien a 7000 km de distancia.

Esta semana he pensado mucho en estas cosas porque me ha tocado ejercer de artista en solitario. Era la primera vez que lo hacía porque las anteriores o era una mera comparsa del espectáculo o tenía la compañía de alguien más compartiendo cartel. En este caso estaba yo sólo ante el peligro para bien y para mal. Era la primera vez en mi vida que estaba completamente sólo en un camerino justo antes de un concierto. Es raro, complicado y me pone nervioso pero al mismo tiempo es un reto que me ha gustado pasar. Quizás por todo ello y probablemente buscando algo de inspiración me he dedicado esta semana a escuchar discos de artistas en solitario.

La semana pasada tuve la suerte de asistir al soberbio concierto que dio Nick Lowe en la Riviera (en Madrid) y eso me hizo que desempolvara su excelente último disco que lleva el tremendamente honesto título de “At my age”. Nick Lowe es un personaje mítico de la música popular de los últimos, al menos, 20 años. Reputado productor de entre otros Elvis Costello, miembro de esa joyita del rock & roll que se llama Rockpile y protagonista de una carrera en solitaria digna y coherente que incluye algunos himnos populares como “Cruel to be kind” o “What’s so funny about love, peace and understanding”, Nick lowe es un inglés que entiende la música americana mucho mejor que la mayoría de americanos y que lleva varias décadas moviéndose por ese espacio indeterminado entre el rock, la americana y el pop clásico, espacio que domina a la perfección. Su estilo, apenas invariable en todo este tiempo, ha pasado por épocas muy duras en lo que respecta a la moda pero gracias al revival de la música americana que tuvimos hace unos años creo que la historia volvió a colocarlo en el lugar que como mínimo le corresponde. En este último disco el estilo se depura de forma muy digna y sin perder los cimientos de su música se acerca hacía posiciones más de crooner o espacios más relajados. Un excelente disco robusto pero de fácil digestión y que sin empachar se queda dentro durante mucho tiempo.

Por cierto que tras el concierto y gracias a los amigos que uno tiene en esto de la música conseguí entrar en el camerino y conocer al señor Lowe en persona. Debo decir que me pareció un tipo entrañable, amable, encantador y con una naturalidad y falta de pretenciosidad que se supone inusual en artistas de esa talla.

Otro disco que he repescado para esta semana es además uno de los discos más bonitos que existen en mi discografía. De entre esa confusión estilística que aconteció en los cada vez más lejanos años 90 y de entre toda esa maraña de grupos ruidosos y atormentados que copaban las listas indies y no indies salió uno que tuvo su verdadero momento de gloria, los Smashing Pumkins. El grupo era el medio de expresión de su líder carismático, Billy Corgan y el resto de miembros del grupo tenían aparentemente una participación testimonial en cuanto a los aspectos creativos del grupo. Personalmente hay canciones del grupo que me encantan y otras que no soporto pero desde luego no lo consideraría uno de mis grupos favoritos. Por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando hace años precisamente Pablo Carrero me prestó para que escuchase el disco “Let it come down” de un tal James Iha, tipo de raíces japonesas y a la sazón guitarrista de los Smashing Pumkins. La sorpresa sin embargo se transformó en alucine cuando lo escuché. Aparte de no parecerse en nada a los Smashing (de hecho yo lo situaría en las antípodas en muchos aspectos) la colección de canciones que recoge es tan bonita, sutil, delicada e ingeniosa que no pude resistirme a su encanto. En un disco redondo y compacto, envuelto en un fino papel de melancolía y buen gusto que es difícil que no guste a la gente a la que le gusta la música pop basada en la melodía. Es el único disco en solitario de este personaje lo cual no hace más que alimentar ese misterio de saber la razón por la que no se prodiga en esta labor pero seguro que existe y es poderosa.

Y para terminar he tenido sonando también el último disco de Juliana Hatfield, “How to walk away” que no termina de matarme pero que mantiene a buen nivel los estándares de calidad y buen gusto que maneja una de las pocas mujeres que defienden con solvencia su proyecto musical dentro del mundo del rock o el power-pop. Conocí el trabajo de Juliana Hatfield a principio de los 90 por ser la musa de icono del momento que era Evan Dando y sus Lemonheads. Así llegué a los magníficos discos de su grupo anterior Blake Babies y a sus primeros trabajos en solitario. Mientras que la reputación del antipático señor Dando se diluía y alcanzaba cotas rozando lo intolerable, la de la señora Hatfield se consolidaba y adquiría un papel de clásico con entidad del que aunque sea en el minoritario sector de los amantes de la música goza en este momento.

Sonando ahora mismo en mi ipod:


Up Tight – "Monkey see Monkey do"
New Swing Sextet - (Vampisoul/2004)

Estás haciendo el gilipollas

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Si, lo sé, la semana pasado no colgué ningún post. Sé que ni gano dinero con esto ni nadie me obliga a hacerlo pero lo cierto es que una terrible desazón corría por mis entrañas el viernes por la tarde camino de Albacete cuando pensaba en ello y era consciente que no podría hacerlo tampoco durante esta semana. El problema no queda ahí, tras esas primeras horas de angustia llegaron los siguientes momentos de reflexión, situación propicia como todos sabemos para que cualquier tipo de fantasma entre en tu radio de acción y claro, entraron. Entraron los fantasmas del honor ancestral que me gritaban con frases elegantes sobre lo poco elegante que es no cumplir con aquello que te has comprometido a hacer pero era más dañino todavía el fantasma del pragmatismo moderno que me gritaba una y otra vez la misma frase: “estás haciendo el gilipollas”. “Estás gastando tiempo que no tienes para mantener un blog que nadie conoce”, me decía. “Vas a hipotecar un precioso tiempo de ocio en pensar y ejecutar algo tan estúpido como hablar desde un punto de vista espeso y personal sobre la música que escuchas”, me gritaba con cara de pocos amigos. “¿No ves que nadie te hace caso?”, decía. “Estás haciendo el gilipollas”.

Lo cierto es que no sé si tenía o tiene razón mi amigo el fantasma pragmático pero aquí estoy pensándolo mientras sigo haciendo aquello con lo que me había comprometido conmigo mismo y que no sé por cuánto tiempo querré seguir haciéndolo. Cada vez veo menos el sentido, tengo menos tiempo y si de verdad quiero grabar un disco me temo que voy a tener todavía menos lo cual, unido a esa sensación que me ha recordado el fantasma de estar clamando en el desierto, me hace ver el futuro de este humilde rincón como algo incierto. No sé…

Pero bueno, la verdad es que en estas dos semanas he escuchado poca música por múltiples y variadas circunstancias. Podría decir que ha sido debido a un curioso viaje que tuve que hacer la semana pasada por tierras rumanas, y más concretamente transilvanas, o podría decir que tengo un músico viviendo en mi casa con todo lo que eso implica pero no sería verdad. La verdad es otra. La verdad es que el fin de semana pasado daba dos conciertos acústicos y la semana que viene tengo que dar otro (jueves 20 de Noviembre, CC Arganzuela, Calle Canarias 17, 20:00 hrs)y eso es algo que me pone muy nervioso. Me he subido a un escenario cientos de veces pero siempre lo he hecho con la “camiseta” de los happy losers o colaborando con otros artistas que se llevaban las miradas y los gestos. Subirse uno sólo a un escenario para desnudarse emocionalmente y arroparse exclusivamente con una guitarra Martin & Co. para zurdos es muy distinto. Fascinante pero aterrador. Gratificante pero imponente. Por eso era incapaz de concentrarme en escuchar nada y lo poco o mucho que escuchaba siempre o pasaba de largo o cumplía el requisito técnico de tener que ver con ese momento en el que me subiría al escenario.

Mis canciones, tanto como Lukah boo como las de los Happy Losers, se olvidan y aprenden igual que las otras pero como de alguna manera son tuyas, basta con recordar los acordes y leer la letra para que la interpretación sea verídica. Buena o mala (ahí no entro) pero verídica. Otra cosa es cuando tienes que tocar canciones de otros… Los conciertos de la semana pasada en Albacete y Murcia eran compartidos con mi amigo Seba Rubin, artista argentino que lideraba la banda de Pop afincada en Buenos Aires conocida como Grand Prix. La discografía de esta banda revolotea en torno a sus dos magníficos discos “Hogar” y “Lejos”, este último publicado en España también por Rock Indiana. En la gira de presentación de este último disco por estas benditas tierras de la piel de toro nacional, gira que también completaba The Sunday Drivers y Santi Campos, fue cuando conocí a Seba y el resto de Grand Prix. Tras la truculenta ruptura del grupo hace unos años el amigo Rubin se embarcó en una interesante carrera en solitario firmada con ese peculiar apellido de origen desconocido y que hasta la fecha está compuesto por un fantástico EP (“Viva la vida”), un humilde pero genial disco genial de versiones (“Componé ladrón”) y su álbum de debut “Esperando el fin del mundo”. Hablar para mí de la música de Rubin o de Grand Prix es muy difícil y lo que pueda decir tiene un valor limitado puesto que los lazos afectivos son estrechos y eso lo condiciona todo. Aun así, haciendo un ejercicio de abstracción, creo sinceramente que “Esperando el fin del mundo” es un disco magnífico que todo amante del Pop, Power-Pop, Indie-Pop o como se le quiera llamar, debería tener en su casa. Encontrará allí referencias a Elvis Costello en “The opposite of me”, letras irónicas en “Odio el amor”, Aparente pero engañoso romanticismo naive en “Yo me quiero enamorar” o versiones imposibles y sorprendentes como “Victoria Gray”. En esos conciertos que hacíamos compartiendo escenario habíamos decidido cantar a dúo algunas de estas canciones y de ahí que las estuviese escuchando una y otra vez en mi ipod durante toda la semana.

Otro problema son las versiones. Es divertido tocar canciones que te gustan de otros artistas pero también corres el riesgo de este hecho anecdótico pase a ser lo importante de tu grupo o de tu actuación puesto que es mucho más fácil que alguien te recuerde si tocas “Yesterday” que si tocas algo que has escrito tu mismo. Enseguida me di cuenta hace años que cuando después de un concierto mucha gente decía que sobre todo le había gustado esa versión de Teenage Fanclub era porque era esa la única canción que habían reconocido. Es complicado decidir tocar versiones o no por este motivo y por eso yo nunca he sido muy aficionado a hacerlas y mucho menos a llenar los repertorios de canciones ajenas. En esta ocasión elegí un par de canciones que si bien eran versiones lo cierto es que muy poca gente las conoce.

La primera fue “Sometimes”, incluida en “Enjoy the melodic Sunshine” el para mí mejor disco de todos los que han sido publicados bajo el epígrafe de Cosmic Rough Ryders. La banda en un principio no era tal sino la etiqueta en la que se escondía el escocés Daniel Wylie para publicar sus composiciones. Con él mismo liderando el proyecto y el técnico de sonido con el que grababa haciendo las labores también de guitarrista, el señor Wylie grabó y público un par de discos prácticamente imposible de conseguir hoy que causaron bastante revuelo en el underground del indie británico. Tanto que Alan Mc Gee, mítico líder de Creation, decidió ficharlos para su nuevo sello de entonces Poptones. El amigo Wylie poco más o menos tuvo que improvisar una banda de circunstancias (que no exisitía) para que los gurús de Poptones pudiesen verlos en directo. El experimento debió salir bien porque afortunadamente se publico en esa etiqueta este “Enjoy the melodic Sunshine”. El disco es una deliciosa (para algunos empalagosa) colección de pop indie con raíz en el pop californiano de finales de los 60 y lo que muchos llaman Sunshine-Pop. Fue una especie de hit en su momento pero fundamentalmente en le marcado británico. En España pasó con más pena que gloria.

Por esas cosas que ocurren en la música el resto de miembros de la banda, recogidos a lazo para dar forma al proyecto, debieron de perder un poco la cabeza con el dinero o la fama y decidieron ganar más peso en la etiqueta Cosmic Rough Ryders de la que les correspondía, exigiendo cosas imposibles hasta el punto de llegar a una situación insostenible que llevó a una absurda separación. Digo absurda porque en contra de toda lógica en realidad fue una expulsión de Daniel Wylie del grupo que él mismo había formado. Esta historia me ha llegado en boca del propio Daniel Wylie, cosa que digo más que nada por lo de la credibilidad. Ambos dos lados de la ruptura han seguido publicando discos, uno con su nombre Daniel Wylie y los otros todavía con la etiqueta Cosmic Rough Ryders, pero sin alcanzar ni mucho menos las cotas de éxito que les hicieran una vez tocar juntos. Una historia curiosa pero muy triste. Si te interesa la música de este simpático artista (Daniel Wylie me refiero, claro) lo mejor es que te hagas con un recopilatorio de su discografía que publicó Rock Indiana el año pasado y que cuesta la friolera de 5€, como el resto de los discos del sello.

La segunda versión que toque fue "Coming Around" de Travis porque logré atreverme con otra de las canciones que estuve escuchando durante la semana. ¿La razón?.. no terminé de aprenderla y no me quedaba del todo bien. Se trataba de “Uptown Girl” uno de los muchos hits que tiene Billy Joel y que aparece en su disco "Innocent Man". Billy Joel es un tipo que no necesita presentación precisamente pero que no tiene muy buena prensa entre los eruditos de la música con los que me rodeo. Artista mainstream y paradigma de una época musical que alberga auténticas bombas de mal gusto se le suele asociar muchas veces con esos artistas de Kiss FM con un puntito hortera y que suenan tan de plástico. No es mi caso. A mí me parece un gran artista y aunque reconozco que entre su discografía es fácil encontrar bodrios difícilmente digeribles también reconozco que tiene canciones redondas y que como compositor llega a sitios donde muy poca gente llega. Creo que el principal problema de Billy Joel es la producción tan de la época que hace que sus discos envejezcan muy mal. Aun así alguien que ha escrito “uptown girl” o “Piano man” o “Just the way you are” desde luego tiene todos mis rendidos respetos.

Sonando ahora mismo en mi ipod: Nada.

Exposiciones

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Esta semana ha sido especialmente extraña para este que escribe. El mundo evidentemente no lo ha notado (ni falta que hace) pero he tenido que pasar a través de ciertos aspectos ínfimos y despreciables en el contexto de la acuciante crisis económica mundial o la caída imparable del ibex 35 pero potencialmente generadores de un incipiente estado de ansiedad en un servidor. Aunque a veces no lo parezca esto es (o debería ser) una especie de blog de música así que evitare a la amable concurrencia los paseos apasionados por las esquinas más oscuras de mi cerebro y me limitare a decir que esta semana he necesitado exponerme al mundo más de la cuenta, lo cual es algo que siempre he llevado fatal.

Y es que es lo irónico que tiene esto de intentar hacer cosas. Si quieres grabar un disco necesitaras hablar con gente y lo que es peor, existirá alguien que lo escuché y no le guste de la misma forma que si escribes algo a lo mejor hay alguien que lo lee y no lo gusta (o si, que a veces es peor). Si tienes amigos querrán verte, si pretendes entrar en una comunidad tendrás que presentarte y si viajas llegarás a algún sitio nuevo que no conoces. En todo esto, como en otras muchas cosas, uno es tan paradójico que le produce ansiedad eso que precisamente pretende conseguir. Estos romanos deben estar locos que decía Asterix y yo el primero.

En una de esas “exposiciones” (en este caso gracias a Dios muy placentera) después de algunos años volvimos a juntarnos los happy losers para grabar una canción en un estudio. La canción culpable es una versión de “un hombre en mi nevera” de Glutamato Ye Ye que todavía no tengo muy claro donde se publicará pero que ha servido como excusa para pasar un buen momentos con tres de mis mejores amigos. Uno de ellos, el ínclito Óscar loser, fue quien me regaló el disco que más he escuchado esta semana y que me ha servido para los momentos de euforia. A diferencia de Óscar, yo no soy muy seguidor de la música de los 80. No suele gustarme como concepto y en general suelo emitir un sonoro vade retro ante cualquier intento de acercamiento a la época de los cardados y el calentador. Probablemente sea la asociación con la movida española o una especie de incompatibilidad biológica pero es un hecho constatado. El caso es que con los años me doy cuenta de que ese talibanismo me impide disfrutar de muchas cosas buenas como por ejemplo este “Too-Rye-Ay” de los Dexy’s midnight Runners. Reconozco que mi desconocimiento de esta banda de los primeros años 80 era total y supino hasta el punto que su mayor éxito “Come on Eileen” durante muchos años pensé que era una canción de The Cure. Este disco, que también muchos consideran su cima, me parece aparte de tremendamente original muy bueno. Practican una especie de mezcla imposible entre el Soul Blanco, o la interpretación blanca del Northem Soul, y la música con raíces en el Folk Celta. Soy consciente de que es muy difícil de imaginar pero creo que define bastante bien lo que hacen. Producción ochentera (como no podía ser de otra forma) y voz principal muy acorde también con la época pero por esas cosas que hace que la música sea algo tan estupendo, un montón de cosas que a primera vista me resultarían poco interesantes componen un collage muy pop que me encanta. Quizás esta sensación de euforia se corresponda con lo inesperado del resultado y lo bajo que estaba el telón pero… ¡Qué demonios!

Pero no todas esas “exposiciones” fueron tan gratificantes ni tuvieron un efecto tan reparador en mí. Bien al contrario la mayoría me pusieron triste o hicieron que un estado de alegría infantil irracional (provocadas por un par de correos que sin esperarlo he recibido esta semana) acabaran de golpe en un estado muy parecido a la tristeza. En esos momentos, y seguramente precisamente por ello, apareció en mi ipod el disco de debut de una banda llamada Bowerbirds que tiene el sugestivo título de “Hymns for a dark horse”. Muy probablemente en otras circunstancias ni hubiese reparado en un disco así (uno de tantos que me llegan o me graban) pero la ola de frío polar, el que se haga de noche tan pronto y la más que probable falta de litio en mi organismo hicieron que el disco se quedara y se colase por los poros. He leído siempre asociado el nombre de este grupo al de Devendra Banhart pero la verdad es que no sé todavía la razón más allá de una componente estética o espiritual. Hace un par de años hice una cercamiento al friki-Hippy mas Hip del momento pero no consiguió engancharme y aparte del aire campestre y bucólico la ligazón con estos Bowerbirds se me diluye. El disco aviso que es bastante difícil y que hay que estar en situación para digerirlo. No hay batería en ningún momento y aparte de algunas pinceladas de acordeón o violín o la dulce voz femenina que hace coros desde la lejanía el grueso de las 10 canciones recae en una voz, una guitarra y unas letras poéticas y oníricas. Eso si, todo muy bonito. Un especie de Beirut despojado de todo artificio y con una orientación eminentemente Pop. Un disco difícil de recomendar pero que a mí me ha gustado mucho.

Y para esos momentos entre medias, muy pocos para ser sincero, he optado por una recomendación de un blog que de vez en cuando leo y que se publica en tierras brasileñas. Se trata un grupo de Dallas llamado Triste Janero y su único disco (creo) “Meet Triste Janero” un disco interesantísimo que recomiendo con fervor a los amantes del Soft-Pop o el Pop Psicodélico de finales de los años 60. En una especie de sopa que se digiere con suma facilidad se mezclan el soft-pop californiano al estilo Free Desgin, la Bossanova, los ritmos brasileños y la psicodelia ácida tan de moda en la época y el sitio. Un gran descubrimiento sin duda.

Sonando ahora mismo en mi ipod:


The way I feel tonight” – The Happy Losers
Bubbles (Indiana/2004)

Otoño

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Los tipos que como yo tienden con facilidad extrema hacia los estados de melancolía suelen ser amantes de las estaciones transición: primavera y otoño. Es un amor especial de esos que irónicamente hacen daño así que, como casi todos los amores, es preferible no explicarlo a través de la lógica. De hecho, es mejor no explicarlo.

El otoño que aparece en los libros y en las películas es una estación suave y tranquila donde los árboles poco a poco empiezan a vacilar de marrones y donde los taciturnos viandantes van poco a poco tapando sus carnes primero con manga larga, luego con chaquetas y finalmente con gorro y bufanda. Ese es el otoño que aparece en las películas pero no es el que vemos y “disfrutamos” en Madrid. Aquí ha llegado el otoño esta semana pero lo ha hecho como suele hacerse por estos lares de la meseta castellana, de golpe y sin avisar. El martes estaba disfrutando de una tarde soleada con una ligera camisa que tuve que arremangarme para no asarme de calor y el miércoles, que salí a la calle con ropa parecida, sufrí un frío terrible aderezado por el diluvio universal que pulverizaba una desagradable humedad que se incrustaba en los huesos. Así es el otoño aquí, sin tiempo para adaptarse. Hay incluso quien dice que el Otoño no existe en esta ciudad y que pasamos directamente del verano al invierno.

Tampoco he tenido mucho tiempo de adaptarme en lo musical y la transición ha tenido que ser igual de rápida. Empecé la semana con Indie-pop histriónico y la he terminado con Jazz milenario y reposado. Por el camino Americana de Bourbon y chimenea de leña.

Empecé fuerte con “Moonwink” el último trabajo de The Spinto Band. Los americanos son una banda de músicos insultantemente jóvenes y talentosos que sorprendieron muy gratamente a este que escribe con su álbum “Nice and nicely done” hace un par de años. Practican una suerte de pop alocado y paranoico pero bien cimentado en magnificas composiciones, melodías con encanto y unos arreglos muy ingeniosos. Leí en algún sitio que son además una suerte de colectivo cultural de esos que editan sus propios fanzines, hacen el arte gráfico, cortos, vídeos,… vamos, lo que la masa adormecida llamaría frikis. Tuve la oportunidad de verles en directo hace tiempo y me parecieron unos tipos simpáticos, con talento y nada pretenciosos. Me gustó mucho además una historia sobre ellos que decía que el origen del grupo había que buscarlo en el desván de la casa de los padres del cantante y líder de la banda. Por lo visto aquel desván, que yo imagino como ese otro donde los Goonies encontraban el mapa del barco pirata, escondía también un pequeño tesoro. En una de las visitas de nuestro intrépido muchacho descubrió un baúl repleto de letras de canciones que había escrito su abuelo de las que nadie tenía la más remota idea. Cuenta la leyenda que la génesis de Spinto Band hay que buscarla en el momento en que decidió poner música a aquellas canciones con sus amigos. Para el nombre del grupo decidieron incluso utilizar también en su honor el nombre del abuelo, Roy Spinto. No sé cuánto hay de cierto y cuanto de leyenda en esta historia pero bonita hay que reconocer que es bonita.

Este nuevo “Moonwink” no está nada mal. Menos acelerado, mejor grabado, mejor producido y mantiene las mismas características que su álbum anterior (que yo pensaba que era su álbum de debut pero resultó ser su octavo trabajo) pero sin embargo me parece peor en general. No sorprende y sobre todo carece los las canciones redondas, casi himnos, que tenían en el otro disco. En cualquier caso siguen siendo una banda recomendable y disfrutable a la que merece la pena seguir. De hecho tengo pendiente hacerme con los trabajos anteriores. Pero claro de repente llegó el frío y la lluvia con lo que los gritos alocados de, Nick Krill cantante de Spinto Band, atronando en mis orejas no me hacía mucho bien así que decidí sustituirlo por la voz grave y profunda, a veces susurrante, de Kurt Wagner ,cerebro absoluto de banda de Nashville conocida como Lambchop.

Lambchop es un grupo muy particular y de alguna manera único. Aparece siempre unido a las listas de Americana o de Alt-Country pero su música no se adapta muy bien a esas etiquetas. Su particular mezcla de Folk, Country, Jazz, Loungue,… gravita entre muchos estilos distintos pero sin embargo es perfectamente reconocible como sonido Lambchop. Ahí radica precisamente el gran mérito de esta banda liderada por un tipo extraño e interesante cuya imagen asociamos en Europa inmediatamente con la América más profunda. Gorra de gasolinera y camisas de cuadros adornan a este tipo que antes de poder vivir de la música se dedicaba a instalar tarima, profesión con la que se destrozó los pulmones (tiene problemas respiratorios) con los disolventes que utilizaba en su tarea.

El último disco del grupo, “OH (Ohio)”, sigue con la misma dinámica de siempre. Medios tiempos, ambientes calmados y cálidos, espíritu acústico, preciosos arreglos orquestales…. Para mí es en general tan bueno o tan malo como cualquiera de los otros discos de Lambchop que he escuchado. Ese es el problema que tengo con este grupo, que me resulta muy difícil distinguir entre sus discos y no podría decir de ninguno que es malo o que no me gusta. Mi favorito sigue siendo “Nixon” pero probablemente porque fue el primero que escuché y es el que utilizo como referencia para medir de alguna manera los otros.

Para cerrar el círculo me he ido a uno de mis artistas favoritos, Fats Waller, y el enésimo disco recopilatorio suyo que me he comprado. Fats Waller es un excelente pianista newyorkino que tuvo su momento de gloria en las primeras décadas del siglo pasado, en esos años 20, 30 y 40 donde se gestó y probablemente se llego a la cima del Swing y el Jazz más auténtico que se ha hecho nunca. También fue pionero en el uso del órgano dentro de la música Jazz. Mujeriego y bohemio cuenta la leyenda que aparte de un músico de muchísimo talento era un fabuloso Entertainer. Lamentablemente las grabaciones que han llegado hasta nuestros días son de muy mala calidad a pesar de los intentos de remasterización que periódicamente se hacen pero eso no es óbice para no poder disfrutar su peculiar voz, su fabulosa forma de tocar el piano, sus letras pendencieras y esa musicalidad que tiene fascinados a un montón de músicos y no sólo a mí (hace poco lei a Josele “enemigo” hablar de Fats Waller). La cadencia de acordes de uno de sus mayores éxitos, “Ain’t misbehavin’ ” es simplemente insuperable. Recomiendo cualquier recopilatorio de calidad medianamente decente de este artista.

Sonando ahora mismo en mi ipod:


"Magic" - Ben Kweller

Ben Kweller (ATO/2006)

Tiempo, tiempo, tiempo...

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Tiempo, tiempo, tiempo,… mi profesor de Judo tenía razón. Hace años (muchos) este que escribe era una judoca en ciernes que disfrutaba de las enseñanzas de ese interesante deporte. Mi poco peso y buena fuerza me hacía ser más que apto para este tipo de arte marcial así que pasé unos cuantos años cambiando el cinturón de mi kimono entre combate y combate hasta llegar a conseguir que fuese de color negro, cayendo por el camino alguna que otra medalla también. Sin embargo lo que más recuerdo de tan gratificante periodo fueron las palabras de uno de mis profesores. No sé a cuento de qué lo dijo pero en una de sus soflamas al inicio de la clase un día nos confesó que cuando fuésemos mayores nos daríamos cuenta de que lo que más echaríamos de menos y más ganas tendríamos de tener no sería ni coches ni dinero, sería tiempo. Entonces, cuando los años eran eternos y los días suficientemente largos como para vivirlos, me pareció una solemne tontería. Hoy estoy completamente de acuerdo con él.

Esta semana ha sido particularmente patente. Los pocas horas que me deja libre mi compromiso con el sistema capitalista (compromiso mercantil que me sirve para comer) cada vez son ocupadas por más cosas lo cual me genera frustración y ansiedad. Aparte de los compromisos habituales esta semana he sido cronista deportivo, articulista de opinión, músico en activo y lo más importante: he decidido grabar un disco con este nombre. Ya veré en que queda todo pero esa es la realidad y es una realidad que requiere tiempo. Por todo ello no he tenido mucha posibilidad de elegir concienzudamente lo que seleccionaba para escuchar esta semana así que he tenido que tirar de lo que estaba en mi ipod por alguna u otra razón. Debo reconocer que no ha sido mala opción.

Creo que ya he contado en esta esquinita del ciberespacio mi tendencia a escuchar en las tiendas discos de los que no tengo la más remota idea de su existencia. Desgraciadamente, gracias a la cuestionable “moralidad” de los piratas, cada vez quedan menos tiendas de discos en Madrid pero todavía hay posibilidad de escuchar discos desconocidos en alguna de ellas sin llamar la atención. Algunos de los mejores discos de mi discografía han aparecido de esa manera y a la lista se suma un nuevo miembro: Scouting for Girls y su disco de debut homónimo. Sé que en algún sitio había escuchado antes ese hit titulado “She’s lovely” pero no me acuerdo donde. El disco está publicado por una multinacional y me temo que en Inglaterra no son precisamente un grupo desconocido pero hace tiempo que ese tipo de cosas me dan bastante igual. Me gusta mucho. Hacía tiempo que no escuchaba discos de Pop a secas, alegres, divertidos, con canciones pegadizas, bien cantadas, bien tocadas y muy bien producidas y me he dado cuento de que lo echaba de menos. Este disco es así y salvo que el receptor tenga una especie de alergia a los productos masivos bien elaborados, alergia muy común en las comunas indies, seguro que el disco le gustará. Un Pop basado en el piano, una base rítmica clásica pero sólida, coros que beben de las mejores fuentes y una voz poderosa tremendamente inglesa. Por momentos me recuerdan a Del Amitri y por momentos a Athlete pero creo que tienen su propio nicho de personalidad. Recomendable.

Muy recomendable también es el último disco de Randy Newman, “Harps & Angels”. Me da un poco de vergüenza decir esto aquí pero reconozco que no sé quién es Randy Newman. Matizo, sé que existe porque había leído su nombre infinidad de veces pero aunque no sé explicar la razón lo cierto es que siempre lo había asociado con algo que no me interesaría. Craso error. Un conocido me puso sobre la pista hablando de Tom Waits cuando me dijo que no podía entender como siendo seguidor de Tom Waits no conociese a Randy Newman. Pues señores, no lo sabía así que le pedí a mi amigo que me dejase algún disco y me pasó en MP3 este “Harps and Angels” que es su último disco y que tenía perdido en el ipod desde hace semanas. El disco por lo visto sigue los parámetros que le han acompañado durante su carrera que es una música elegante y comprometida en lo lírico que camina con estilo y personalidad entre el R&B de New Orleans y el Pop de musical de Broadway. Extraña mezcla que en este caso resulta natural y altamente digerible. Desde luego si todos los disco son como este merece la pena hacerse con su extensa discografía. Intuyo que las letras están además a la altura así que intentaré conseguirlas en internet si es que no aparecen en el disco (que me pienso comprar) porque mi inglés no es suficiente para entenderlo todo. Aun así pillo frases tan suculentas como esa que dice: “Viviendo en el país más rico del mundo, ¿no crees que deberías tener una vida mejor?”. Una agradable sorpresa.

No podría catalogar sin embargo de sorpresa a estas alturas ningún disco de un viejo conocido como Matthew Sweet. Durante un periodo de mi vida su nombre era omnipresente en un montón de bandas que me gustaban así que acabé haciéndome con la mayor parte de su interesante discografía. Especialmente importante fue para mí su “100% fun”. Desgraciadamente algunos años después acabé cogiéndole manía. No sé exactamente la razón pero dejo de resultarme simpático lo que provocó el que no me apeteciese mucho escuchar su música. Creo que fue tras un concierto en el Azkena de Vitoria que me resultó altamente decepcionante en la misma medida en que le resultó espectacular a muchos que estaban al lado mío. No lo sé pero el caso es que eso me ha hecho mirar con recelo todo lo que ha venido después (que tampoco ha sido tanto). Este “Sunshine lies” es un buen disco de Power-Pop bien hecho donde incluso hay algunas canciones magníficas marca de la casa. Me tira un poco para atrás esa querencia roquera que aparece en muchos cortes pero el conjunto no desmerece en absoluto y el resultado es más que digno.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Matches - The Format
"Dog Problems" (Vanity/2006)

Tediosas rutinas

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En muchas ocasiones la realidad es muy aburrida. Lo seres humanos a medida que crecemos y nos transformamos en eso que muchos llaman personas adultas tendemos a repetir rutinas sumamente tediosas si queremos sobrevivir y ganar el alimento. Esas tediosas rutinas acaban siendo, si no se remedia, el hilo conductor de nuestras vidas. Solamente algunas pequeñas salidas de tono, las aficiones más o menos frikis de cada uno, esa llamada inesperada, una mirada picante en el metro o un plan de última hora son las pequeñas historias que al final dan color a nuestras vidas. Muchos usuarios de estupefacientes ilegales se basan en este fenómeno tan común precisamente para justificar su paso firma hacia el lado proscrito de la vida. Basándose en unas sospechosas ganas de evadirse de la cruel realidad o de la rutina encuentran en las sustancias psicotrópicas la forma más rápida y más sencilla de llegar a planos mentales prohibidos hasta entonces y así salir de la realidad. Existen también otras excusas menos intelectuales para hacer lo mismo pero esas todavía me interesan menos.

A finales de la década de los 60, durante esa eclosión cultural que nació y murió alrededor del Pop, hubo un periodo claramente marcado por el efecto que tenían las drogas alucinógenas, de reciente aparición en círculos próximos a la jet, entre los artistas más vanguardistas y arriesgados primero y posteriormente en la gran mayoría de músicos. De ahí surgió lo que se conoce como psicodelia, una etiqueta ambigua de límites no muy claros que engloba varios estilos de música dispares, aunque relacionados, que van desde el Psycho-Pop o el Sunshine-Pop hasta el Garage o el Acid-Rock. Entender el mundo de las drogas nunca ha sido mi fuerte pero en cuanto a sus consecuencias musicales hay muchas cosas que me fascinan así que ante una semana donde esas pequeñas rutinas se han transformado en pesadilla, he decidido zambullirme un poco en todo eso.

Pero claro un alma cándidamente pop como la mía recolecta en la huerta de la psicodelia frutos que muchos puristas consideran de otra huerta. Es su problema. No sé si un “Very Best…” de Spiral Staircase que ha estado sonando una y otra vez en mi cabeza durante toda la semana será Psicodelia o no pero desde luego es un magnífico y precioso disco que yo si considero deudor de todo aquello. Spiral Staircase es uno de tantos grupos que salieron en esa eclosión de finales de los años 60, que llegaron a lo más alto de las listas con alguno de sus singles y que con la misma velocidad dejaron de existir. Es lo que la prensa especializada conoce como “one-hit wonders”. En este caso me parece muy injusto que un grupo así esté en esa cruel etiqueta. Me ha resultado muy difícil siempre encontrar discos de esta gente (creo que sólo tienen uno como tal) y de hecho lo único que tengo es este magnífico “very best…” pero es de esos extraños discos donde todas las canciones me gustan. Formados en Sacramento y pasados por el tamiz de la producción de ese genio del Sunshine-Pop que es Gary Usher, Spiral Staircase practican un elegante pop cargado de arreglos orquestales muy de la época, coros atmosféricos, voces deudoras del soul blanco y sobre todo unas melodías deliciosas que hacen morirse de envidia a gente como yo. Una gran opción.

Mucho más cerca del corazón de la psicodelia sin embargo pero paradójicamente muy lejos físicamente del presunto origen del movimiento se sitúa otro de los discos que me ha acompañado estos días: “Os mutantes” de Os Mutantes. Los brasileños (el grupo y sus miembros son de Sao Paolo) son de esos grupos que aparecen sistemáticamente en revistas especializadas y fanzines selectivos como un grupo reconocido y de gran caché dentro de la escena psicodélica. Para el gran público son desconocidos (no así en su Brasil natal) pero en el underground y entre los aficionados son verdaderamente unos clásicos. A mí sin embargo me costó encontrarles el punto. Es como esas películas de las que te hablan tan bien que te esperas una cosa distinta y te decepcionan cuando vas a verla. En este caso no me decepcionan porque ante el rechazo inicial he acabado por rendirme a sus encantos pero es cierto que me quede muy frío en los primeros intentos. Este es su primer disco pero en el ya mezclan con tino y personalidad lo que durante toda su carrera fueron sus credenciales: psicodelia friki, rock experimental, pop naive pero al límite y esos retazos de tropicalia brasileña que les hace tan característicos. El disco puede resultar difícil de digerir a neófitos o personal no dispuesto pero creo que merece la pena adentrarse entre sus secretos.

No estoy seguro de poder decir lo mismo del “Cry like a Baby” de los Box Tops que sin ser un mal disco, ni mucho menos, reconozco que personalmente esperaba más. Box Tops es el grupo donde tuvo sus orígenes ese personaje con mayúsculas dentro de la música Pop y Power-Pop que es Alex Chilton, fundador y cerebro de Big Star. A todos aquello que como quien escribe es fan del señor Chilton y los discos de Big Star debo decir que me ha resultado imposible encontrar esas referencias en los Box Tops a pesar de ser el cantante de ambos grupos. Los de Menphis practican una suerte de Orch-Pop más cerca del Blue-Eyed Soul que de otra cosa aunque pasan muy cerca de muchos estilos cercanos, llegando a coquetear incluso con el Acid-Rock. “Cry like a Baby” es el segundo disco de la banda y su revisión de la música soul practicada por blancos que aunque me gusta no termina de emocionarme.


Sonando ahora mismo en mi ipod:


No matter how I try - Gilbert O'sullivan
"the berry vest of..." - (EMI/2004)

Japón

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He vuelto al mundo ipod. Mi compañero de batalla murió con honor y ha sido sustituido por otro más delgadito, más guapo, más listo y con más capacidad. Como la vida misma. Aun así yo soy fiel a mis iconos y mi primer ipod será siempre mi primer ipod. Para un tipo como yo con algo de alergia a esta nueva ola de amor por los gadgets que parece obsesionar a mi generación, ha resultado además un poco pesada esta inmersión en el mundo de los GB’s y las prestaciones absurdas de los cacharritos. Tanto viaje cibernético a ese mundo me ha hecho recordar eso si los días que pasé en el paradigma de todos esto, ese país fascinante que se llama Japón y de paso también de su música.

Hace un par de años tuve la suerte de pegarme un viaje por ese sitio tan extraño y enigmático del lejano oriente. La genuina mezcla de tradición oriental milenaria, la invasión cultural americana post segunda guerra mundial y un desarrollo económico brutal de capitalismo efervescente hacen que Japón sea un país alucinante para el que lo ve desde fuera (no tanto para el que está dentro) plagado de contradicciones, ironías y actitudes incomprensibles para los ojos occidentales. El hervidero cultural japonés es espectacular en todas sus artes y la música es una de ellas. El J-Pop (o pop japonés) es un mercado que disfruta de muy buena salud. La música lo inunda todo en todas partes y las tiendas de discos están presentes y visibles en prácticamente cualquier parte, al menos en las grandes ciudades: Tokyo, Osaka, Yokohama, Hiroshima,.. Cualquier estilo musical tiene cabida y convive con respeto con cualquier otro por diferente que sea. En Japón hay grupos Heavies, Techno, punk, dark, tradicional y hasta cuadros flamencos. Pero lo verdaderamente interesante para mí era lo genuinamente autóctono.

El movimiento indie en Japón (principalmente en Tokyo) goza de muy buena salud y la cantidad de revistas, salas y tiendas que hay en sitios como Shibuya o Shin-jo-ku no desmerece si lo comparamos con la primera división del género como Londres. Yo tenía la idea cuando llegué allí de que lo que hacían en Japón era principalmente copiar con cierta gracia autóctona lo que se hacía en la Europa indie pero aunque mi sospecha tenía algo de realidad lo cierto es que la escena japonesa tiene una potente personalidad propia que continuamente crea estilos nuevos a cada cual más friki. Un problema que tuve sin embargo es lo difícil que resultaba comunicarme para entender aquello. En Japón se habla muy poco inglés o cualquier otro idioma y el japonés no es precisamente sencillo ni tan siquiera de leer. Eso me hizo no entender in situ cosas que tuve que descubrir y asimilar tiempo después como el curioso fenómeno Pico Pico-Pop.

En muchos sitios donde entraba (no sólo en las inmensas salas de video juegos) escuchaba una música histriónica y paranoica que mezclaba cualquier sampler de cualquier cosa obtenida de la música popular de los últimos 50 años (swing, jazz, bossa, soul, pop, rock, jazz,…) con ritmos pregrabados, electrónica y sonidos marcianos como los que todos asociamos a los video juegos. Todo ello metido en una cocktelera y ejecutado a una velocidad supersónica ofrecía un tipo de música que no puede dejar indiferente a nadie. Podía (y puede) resultar agotadora y desesperante pero a mí me dejo paralizado. Sin saberlo estaba escuchando Pico-Pop. Pico-pico es la onomatopeya que los japoneses usan para decir bip-bip, es decir el sonido de 8-bits que hacían las primeras computadoras. Música de marcianitos que diríamos aquí. Existe de hecho una variante del Pico-Pop que se denomina 8bits-Pop o Bit-Pop formada por grupos que hacen música exclusivamente con esos 8 bits. Algo tremendamente friki que a mí reconozco me supera pero puedo dar fe de que existe y de que hay grupos que con esos parámetros hacen por ejemplo algo parecido al Jazz (léase YMCK).

Entonces, gracias a la dificultad en la comunicación y el Kanji (la grafía con ideogramas), me resultó imposible tomar nombres o referencias de todo aquel enjambre de grupos pero hace unos meses asistí a un interesantísimo audioforum con Guille Milkyway (cerebro, alma y cuerpo de La Casa Azul) en la última edición de Cultura POP en Madrid que me puso las cosas claras. Guille, erudito conocedor de la escena japonesa, puso orden, nombre y caras a todo aquello que yo tenía en la cabeza. La lista sería interminable y probablemente aburrida para neófitos. Ya irán apareciendo por aquí pero de momento me quedo con Plus-Tech Squeeze Box y su segundo disco "Cartoom!" que creo resume muy bien esto de lo que estoy hablando. En un disco corto que parece una sola canción y entre ruidos, bits, baterías aceleradas y la sempiterna voz femenina que recuerda al Score de Candy-Candy puedes encontrar pop, bossanova, punk, funky y hasta una joya soul que podría pasar por un single de los mismísimos Jackson 5. Admito que puede resultar agotador y desquiciante pero no deja de ser alucinante.

Pero el referente a toda esta eclosión del electro-pop japonés hay que buscarlo algunos años antes, a principios de los 90, en el inquieto y vanguardista barrido de Shibuya en Tokyo y lo que los periodistas llamaron Shibuya-Kei. Con esa etiqueta se englobaba a una serie de grupos jóvenes que dentro de los parámetros y con los instrumentos que se utilizaban para la música techno y electrónica, buscaban sus referentes artísticos y creativos en fuentes más orgánicas y clásicas. Era como hacer música Pop de raíces clásicas (soul, jazz, bossanova,..) pero con samplers, cajas de ritmos, midi y el resto de iconografía techno. Aunque los grupos que se enmarcan en esa etiqueta es cierto que tocan diferentes estilos y en ocasiones podían estar muy alejados entre sí es cierto también que recogían más o menos esos parámetros. Aquellos grupos empezaron a ser pinchados y tenidos en cuenta en los clubes de la agitada Shibuya y de ahí el nombre de la etiqueta. De entre todos ellos para mí hay una referencia que destaca especialmente entre todas, probablemente porque fue el que más se escucho por aquí: Pizzicato Five. Esta semana he estado escuchando el que personalmente considero su mejor trabajo "Playboy Playgirl".
Pero no todo es modernidad y electrónica bajo el sol naciente. Japón tiene una rica tradición musical en cuanto a la música pop se refiere. La influencia de las tropas americanas tras la segunda guerra mundial en las islas niponas fue evidente y notoria e hicieron que ya en los años sesenta y setenta existiesen grupos japoneses que seguían las tendencias y modas que se gestaban al otro lado del mundo. Uno de esos grupos es Happy End que los más intrépidos conocerán puesto que la pequeña Coppola decidió meter una deliciosa canción suya, “Kaze Wo Atsumete" (algo así como “recolectando el viento”) en la maravillosa Lost in Traslation. Esa canción aparecía originalmente en el disco “Kazemachi Roman” que adquirí en una bonita tienda de Shibuya en Tokyo y que he repescado esta semana. La conocida canción es una tierna y casi minimalista tonadilla pop que podría venir perfectamente de cualquier grupo indie nipón dado a conocer por sellos especializados como Siesta o Elefant pero nada más lejos de la realidad. Se trata de un disco de blues clásico, Rock & Roll y pop cantado en Japonés pero de clara inspiración americana que se publicó sorprendentemente en el año 1971. He leído por ahí que incluso está considerado como el mejor disco de la historia del rock japonés. Allí Happy End son un grupo muy conocido con una discografía corta pero importante que estaban en todas las tiendas. Lo difícil sin embargo fue encontrarlo en lugares donde todo está escrito en alfabeto japonés.

Sonando ahora mismo en mi ipod (y japoneses también, claro):

Climb, fall and climb - Flashback
"Seek for a color" – (Slynky/2005)