Let's ballad

|
Hace un par de semanas fui a la sala Heinken de Madrid para ver por primera vez en mi vida a Richard Hawley en directo. Al entrar a la sala lo primero que hice sin embargo fue lo que me pasa cada vez que entro en aquel sitio y que no es otra cosa que recordar la vez en que los Happy Losers tocamos allí. Ocurrió hace muchos años cerrando una exitosa gira en torno a nuestro segundo disco “Apple Taste” que aprovechamos para invitar a algunos amigos a subirse a tocar con nosotros como Pepe Verde (Protones) que se cantó “Umbearable” (de los Wonder Stuff) o Alex Cooper que cantó “Quiero regresar” de Los Flechazos en lo que supuso uno de los momentos más emotivos que he vivido sobre un escenario porque aquello era la vuelta de Alex a los escenarios tras la separación de Los Flechazos (Cooper todavía no existía) y la gente allí presenta era consciente de ello. Inmediatamente después de ese fugaz y placentero recuerdo me dirigí a la estafeta donde estaba el merchandising del artista de Sheffield y allí fue donde lo vi. La camiseta no era muy bonita (no lo era) pero el slogan era brutal: “Let’s Ballad”.

Alguna vez he comentado la curiosidad (y tristeza) que me produce ese complejo que muchas veces tenemos en este país respeto a las canciones “lentas” como vulgarmente se denomina a todo lo que no se pueda escuchar sin bailar o poder mover las crines. En los inicios de los Happy acusábamos esa especie de norma anclada en el subconsciente colectivo de no saturar al personal de incómodas canciones lentas precisamente en el mismo momento en el que nuestros gustos particulares (o al menos entre algunos de nosotros) tendían a ralentizarse. Siempre he sentido involuntariamente esa estúpida espada de Damocles sobre la cabeza hasta el punto que volviendo a reparar sobre ello me he dado cuenta de que el disco que estoy a punto de sacar (eso dicen) no es precisamente rico en baladas al uso y aunque ha sido sin querer (creo) me fastidia. Por eso admiro mucho a los artistas que meten toda esa farfolla sin sentido en el cajón donde están los críticos musicales de jurado de Eurovisión junto a otra especies y deciden dar rienda suelta a sus ganas de “baladear”, buscando la belleza y el mensaje por encima de efectos rítmicos del agrado del respetable desagradecido. Así que eso es lo que he hecho esta semana: Let’s Ballad!

No me compré la camiseta (ahora me arrepiento y siempre me pasa lo mismo) pero si me pille el primer disco de Richard Hawley, “Late Night Final”, que era el único que me faltaba de su discografía (el único que me faltaba en formato original quería decir) con la suerte de que a pesar de no ser un tipo muy fetichista para estas cosas me lleve una copia firmada del álbum por el propio autor. Como dice mi amigo Seba Rubín, Richard Hawley es de esos artistas que tienen el talento añadido de saber llevar su música y su estilo musical a los límites de sus facultades físicas. Parece obvio pero no es fácil. La voz del señor Hawley es personal y magnífica pero me cuesta imaginármela haciendo otra cosa distinta a lo que hace. A eso me refiero. El inconfundible estilo del inglés es probablemente el estilo en el que mejor se podría mover y encima lo hace con mucho talento, naturalidad, criterio y sobre todo credibilidad. Este “Late Night Final” sigue la línea de los discos que lo siguieron, en lo que para mí es el único pero que le pongo a la intachable figura de Richard Hawley: su falta de riesgo y los límites tan establecidos, pero es uno de mis favoritos sino el que más. Me parece menos oscuro, menos espeso, igual de bonito y por alguna razón me suele gustar escucharlo de principio a fin cosa que no siempre me ocurre con sus otros discos. Tiene temas muy emocionantes (a mí al menos me emocionan) y en general me parece un disco magnífico. El concierto, por cierto, me encantó. Un maestro el señor Hawley.

Aquel mismo día, antes de que llegaran las hordas de gente que luego llenarían la sala, apareció en el escenario una chica con su guitarra cantando canciones. Cuando apareció no sabía quién era pero a los treinta segundos de empezar a tocar su primera canción ya supe que aquel pequeño concierto me iba a gustar. Me resultó muy sorprendente cuando al acabar su segunda o tercera canción se presentó comprobar que la pobre tenía una afonía galopante que le impedía literalmente hablar pero que apenas disimulaba su preciosa voz cuando cantaba. Una vez que lo dijo si me pareció palpable aquel contratiempo pero si no lo hubiese anunciado creo que nunca me habría enterado de aquella pequeña gran putada. Aun así salió del paso con verdadera maestría y naturalidad completando una actuación cálida y creíble. Alondra Bentley era su nombre. Cuando lo escuché me di cuenta enseguida de que conocía el nombre pero no su música y que aquello me pasaba por uno de esos prejuicios involuntarios que me cogen de vez en cuando. Soy muy escéptico de las modas (cada vez más) y eso me ha hecho observar con recelo esa especie de boom que hay por artistas femeninas, jóvenes, de propuesta minimalista cercana al folk y aspecto muy similar que veo por todos los sitios. Una vez más me trago mis recelos para reconocer que al menos este disco "Ashfield Avenue"(reconozco que no he escuchado muchos más con ese perfil) me ha gustado mucho. Sencillo, sensible, bonito, nada pretencioso y muy coherente. Me encanta especialmente este toque vodevilesco de pequeño cabaret que tímidamente aparece en algunos de los cortes. Un interesante descubrimiento al que seguiré la pista.

A Richard Hawley lo conocí porque alguien (no recuerdo quien) me pasó hace algunos años un CD con discos en mp3 que incluía este “Late Night Final” y a continuación “Here be Monsters”, otro de esos discos que se te quedan clavados en la retina del cerebro, firmado por otro magnífico baladista llamado Ed Harcourt. Por alguna razón estos dos artistas han seguido vidas paralelas en mi cabeza pero reconozco que el señor Harcourt está un pelín por delante entre mis preferencias gracias a sus últimos trabajos. Así, mientras llega la esperada nueva entrega del inglés (se supone que viene esté año), esta semana me he dedicado a disfrutar de su último EP hasta la fecha, ese pequeño aperitivo llamado “Russian Roulette” que se hace corto y que no es precisamente el mejor trabajo de su carrera pero que resume de forma certera casi todas las facetas estilísticas del artista.

Música moderna

|
Llevo mucho tiempo planteándome, y en esta semana el debate ha sido más agudo, si con la cantidad de cosas ya hechas que hay por el mundo y que están sin descubrir merece la pena darle tanta importancia a las novedades musicales de hoy y “perder el tiempo” en trabajos efímeros que no soportan ni soportarán el paso del tiempo cuando su razón de ser esté lejos de la rabiosa actualidad. Sé que hay mucha gente que lo tiene clarísimo en los dos extremos, los que sólo escuchan cosas del pasado (en un rango además muy concreto) y los que sólo escuchan novedades (embravecidos supongo que por destacar en esa carrera por ser el que más a la última está) pero pensándolo fríamente creo que es una estupidez renunciar de antemano a nada y pretender estar convencido de que el resto no interesa. Creía que lo tenía claro pero últimamente me cuesta mucho encontrar novedades que me gusten (y no hablo ya de novedades que me encanten) pero no me cuesta tanto descubrir discos que se habían quedado escondidos en algún sitio pero que son magníficos. No tengo todo el tiempo que me gustaría para escuchar música en condiciones así que me agobia el pensar que estoy perdiendo el tiempo. Esta semana he hecho un esfuerzo considerable por encontrar discos nuevos que me digan algo y lo he tenido francamente difícil.

Lo único que salvo de hecho (y con peros) es “Contra” lo nuevo de Vampire Weekend. Cuando hace un par de años empecé a leer el nombre de un nuevo combo del barrio pijo de Nueva York que al parecer mezclaba ritmos africanos con vanguardia y sobre el que la prensa mas cool sentía rendida admiración, incluso antes de publicar ningún disco, reconozco que las ganas que me entraron de escucharlo fueron las mismas que las de pasar toda la mañana en la cola del Ministerio de Hacienda, es decir ninguna. Error. El disco era magnífico. Ingenioso, original, divertido, nada pretencioso y plagado de buenas canciones. Conseguía algo que es muy difícil de conseguir en la música moderna que es sonar distinto a todo y armarte de una buena coraza de personalidad. Probablemente todo eso sea lo que ahora me hace no disfrutar tanto de este “Contra” que ahora ya no me sorprende, que me suena a Vampire Weekend, no me distrae con nada y probablemente me deja sólo frente a las canciones de fondo y puede que ahí la magia se desvanezca. El disco está bien no obstante, lo he escuchado muchas veces y me gusta pero no me produce el mismo efecto que su predecesor y aunque las comparaciones son odiosas a veces son inevitables. Las referencias a Paul Simon, que antes me parecían inventos de la prensa, ahora me parecen evidentes (el principio de “White Sky” es demoledor en ese sentido) y los guiños a la electrónica en la base rítmica me molestan bastante especialmente cuando la banda tiene un batería tan bueno (podría estar escuchando la batería de las canciones de Vampire Weekend durante días y seguiría estando flipado). En cualquier caso la producción sigue siendo arriesgada e ingeniosa y el conjunto tanto de las canciones como del disco es coherente, está bien hecho, suena creíble y está muy por encima de la música que se está haciendo hoy en día entre los grupos que “más gustan”.

Y ahí acaban todas las novedades. El resto de lo que he estado escuchando no era de rabiosa actualidad porque lo que me venía con esa categoría me resbalaba.

Soy un gran aficionado a un montón de cosas y una de ellas son las series (buenas) de televisión. Una de las que estoy viendo ahora es la cuarta temporada de Big Love, una serie sobre una familia polígama en Utah que por alguna razón no parece despertar muchas pasiones entre el público español. A mí me parece que está muy bien. No al nivel de The Wire o West Wing o Mad Men o Los Soprano o Carnivale… pero a buen nivel. Durante las tres primeras temporadas la serie comenzaba con el “God Only Knows” de los Beach Boys (¿Cómo puede ser mala una serie que elige esa canción para la entradilla?) pero en esta temporada la canción es distinta. Al principio simplemente reparé en que era distinta pero ahora que voy por el capítulo 5 la canción me encanta así que usú esa utilidad que tienen los teléfonos molones para descubrir quien firmaba aquello (adiós a la magia de intentar descubrir durante meses por métodos rupestres quien es el autor de esa canción que te gusta). “Home” se llama la canción y The Engineers el grupo que la toca. El tema es el que abre el homónimo primer disco de la banda (que enseguida me hice con el). Me sonaba el nombre de Engineers pero no sabía lo que hacían hasta ahora. Se trata de un tipo de grupo que se puso muy de moda hace unos años y que basaban su música en baladas repetitivas que partían de lo acústico hasta cargarse de cualquier cosa en una suerte de imitación de los grupos de principios de los noventa que aparecían bajo la etiqueta de Shoegazers (me encanta esa definición) pero más calmado y menos anárquico. La canción en cuestión me parece brutal y el disco no está mal pero no creo que se sitúe a la misma altura. Me da la sensación que los esquemas que maneja la banda están demasiado restringidos con lo que el resultado puede llegar a cansar escuchando todo del tirón. He hecho la prueba de escuchar el disco en modo aleatorio o en pequeñas dosis y cada una de las canciones resiste muy bien por separado pero cuando llego al final del disco me pasa exactamente lo mismo siempre. En cualquier caso ha sido una agradable sorpresa.

Pero lo que me ha mantenido verdaderamente con vida esta semana ha sido uno que en mi opinión esta en el selecto puñado de los genios de la música. Me refiero al italo-americano de Louis Prima y su espectacular concepto del Swing y el Jazz. A mucha gente le pasará sin saberlo lo mismo que a mí hace años cuando muchas de las canciones que me gustaban no sabía que estaban interpretadas por este trompetista, cantante y entertainer (“Just a Gigolo”, “Buona Sera”, “Route 66”, “Fever”,…). Seguidor del talento de otro Louis (Armstrong) el señor Prima está considerado si no el padre al menos el máximo exponente de lo que algunos llaman el Jump Swing que no es otra cosa que la parte más festiva, bailable y divertida del Jazz de principios del siglo XX, tiempos en los que una buena orquesta y un solista con carisma lo eran todo. Cualquier disco de Louis Prima que tenga un sonido medianamente decente (son grabaciones antiguas) merece la pena y de hecho el que yo he estado escuchando esta semana es un recopilatorio baratísimo que ha publicado la FNAC con su propio sello y que recoge actuaciones en directo del artista y todos su clásicos en Las Vegas. Fantástico. Para muestra un botón:

Nostalgia

|
Esta semana me he estado leyendo con sumo placer “Cosas que los nietos deberían saber”, el muy recomendable libro autobiográfico que ha escrito Mark Everett, líder de Eels y que es un interesante y genial recorrido por una vida mucho más que singular desde un punto de vista también muy singular. El libro ha cumplido las expectativas (me lo había recomendado con fervor un amigo músico) pero sobre todo me ha hecho recordar (y no me pregunten por qué ya que no tiene realmente mucho que ver) esos años en los que nacieron los Happy Losers cuando no teníamos discos ni giras ni grabaciones y cuando personalmente mis referencias musicales eran tan autodidactas como eclécticas. Para mí fue una época especial y muy feliz en la que descubrí que el mundo de posibilidades que yo intuía detrás del “Radio Top 40” era en realidad prácticamente infinito e inabordable. Descubrí poco a poco no solo lo que era el movimiento independiente (y sobre todo lo que suponía) sino también todos esos troncos plantados décadas atrás que se ramificaban hasta entrelazarse en un bosque tupido y mágico que aparecía ante mí como un inexplorado paraíso. Era como entrar en la factoría de Willy Wonka siendo un fanático del chocolate.

Durante aquellos años de virginidad musical donde mi despoblada discografía pedía a gritos ser cubierta por discos y más discos, la cantidad de nombres que pasaban por delante era inmensa e inabarcable. Por entonces la amplitud de miras era mucho más reducida que ahora, los prejuicios numerosos, las intolerancias constantes y el desconocimiento más que significativo así que muchas de las referencias que en un momento podían estar a mi alcance pasaban muchas veces de largo generalmente para siempre y lo hacía con con el cruel sello de las cosas que no me interesaban. Ni que decir tiene que el número de injusticias que cometí, y que poco a poco he intentado recomponer (de aquellas de las que he sido consciente), es elevado y una de ellas es el caso que nos ocupa. Para mí durante muchos años Eels no fue más que uno de esos grupos raros que venían desde los estados unidos a mediados de los 90 que no me interesaban. Uno, que por entonces estaba obsesionado con la melodía pura y dura y el culto sesentero, metía en el mismo saco referencias que no tenían nada que ver y sin haber escuchado una sola nota Eels el nombre se quedó en el cajón de los grupos que no me interesaban. Sin más. Aunque todavía no he hecho justicia del todo debo reconocer que estoy en vías de hacerlo y ando a mitad de camino en el conocimiento del trabajo de la banda del señor Everett. En concreto esta semana me he “recopado” (como dicen mis amigos argentinos) con el segundo trabajo del grupo, esa obra maestra llamada “Electro-Shock Blues” que no he podido dejar de escuchar por mucho que lo intentase. Una especie de esqueleto de Alt-Country o Americana despojado por completo de músculo y referencias comunes, todo ello envuelto en un halo de Lo-fi y producción experimental que esconden historias dolorosas en su peculiaridad pero emotivas y creíbles en su belleza. No muy alejado de los conceptos que Wilco manejaría poco después (ojo), el disco se mueve entre la oscuridad, la compleja sencillez de la producción, la temática mortuoria, el sonido experimental y esa extraña belleza que aparece al poner elementos ajenos tan juntos. Discazo.

Así que entre medias de tanta fascinación he repescado también de mi discografía uno de mis discos favoritos de siempre que además abrió las puertas a poder entender la música de Eels algún día. Estoy hablando de “Doolittle” de los míticos The Pixies. A mucha gente le podrá parecer extraño pero los bostonianos fueron unos de mis grupos favoritos a principios de los años 90 y que su discografía sea una de las discografías que más he escuchado. Curiosamente además esta pasión la comparto con el resto de Happy Losers y aunque la influencia del sonido de los Pixies no aparezca muy patente en nuestra música puedo prometer y prometo que en nuestros primeros conciertos siempre caía una versión de los chicos de Black Francis y que normalmente era precisamente “Debaser”, la canción que abre "Doolittle". En esos años en los que se estaban gestando movimientos en torno al Noise o el Grunge con mucho ruido y gritos los Pixies decidieron utilizar todo eso para hacer canciones eminentemente pop de dos minutos. Sé que mucha gente no está de acuerdo con ello pero para mí Los Pixies son un grupo fundamentalmente de pop que utilizaban su conocimiento de la vanguardia musical, su talento, su fuerza y esa maravillosa química que tenían juntos sobre un escenario y un estudio para construir una música novedosa, vital, inteligente, divertida y adictiva. Consiguieron que alguien como yo, por entonces muy receloso de la distorsión exagerada y las salidas de los cánones del pop, se sacase a la guitarra todas aquellas vigorosas canciones de letras incomprensibles y energía desbocada. No creo que a estas alturas descubra nada nuevo a nadie pero si es el caso creo que “Doolittle” es uno de los discos más influyentes de la década de los 90.

Pensando sobre aquella época y el nacimiento de los Happy Losers he recordado también la única vez que hubo un grupo actuando con ese nombre en un escenario y yo no estaba allí. Ocurrió en un concierto homenaje que se dio a mi querido Juan de Pablos y sus 20 años de Flor de Pasión en la sala Siroco y que encima sirvió para publicar un doble CD conmemorando la efeméride. Por razones puramente laborales yo tuve que pasar unos meses en la fría Utrecht holandesa, meses que fueron desgraciadamente los elegidos para organizar el concierto. Por mucha rabia que me de así son las cosas. Aquel día yo no estaba en Madrid y los Happy Losers fueron tres así que no tengo nada que ver con lo que se tocó y se grabó aquella noche. Nunca he sabido realmente cual fue el repertorio completo que hicieron pero lo que sí que sé es que tocaron una canción que yo ni siquiera conocía entonces llamada “Summer Fun”, que me gustó mucho y que supuso mi iniciación al mundo de los Barracudas. Esta semana he recuperado aquel disco, el original del grupo “Drop Out With The Barracudas”, donde aparece ese temazo. Los Barracudas son un mítico grupo de la nueva ola que cualquier habitante de la República de Malasaña estará cansado de escuchar y deglutir. Esa desenfada y particular mezcla de surf y sonido New-Wave hizo “famoso” el nombre del combo anglo-americano (aunque afincados en Londres, creo) por toda la escena nuevaolera mundial. Siempre resulta refrescante escuchar canciones como “I Can’t Pretend” o “Summer Fun”, incluso a cero grados como hoy.

Concentrado

|
Pues sí, ya es una realidad. Todo lo que tenía que estar grabado en el disco ya está grabado. Tengo un registro escrito de todo lo que ha sido el proceso de este disco interminable pero me da pánico mirar atrás y revisarlo así que lo dejaré para disfrute de generaciones venideras (iluso). Hace tanto tiempo que empecé que ya ni me acuerdo y han pasado tantas cosas entre medias que al final ha cambiado todo desde los objetivos hasta las perspectivas, desde la forma hasta el fondo, pero lo cierto es que ahí está. Falta mezclar unas cuantas cosas, masterizar, meterlo en su cajita (aunque esto va a ser algo más complicado porque queremos que aparezca acompañado de un libro de relatos) y voilá. Siento por un lado una sensación de alivio y por otra muchas ganas de empezar a pensar en otras historias que no tengan nada que ver con el maravilloso mundo del ProTools y sus circunstancias. Una de las cosas de las que tengo ganas de hacer, de las más sencillas, es la de poder tener tiempo de escuchar música que no tenga nada que ver con la mía. Y es que durante todo este tiempo, por más que lo intentaba, era difícil separar las dos cosas en el sentido espiritual pero también en el físico, ya que si tenía tiempo de sentarme a dejarme mecer por la combinación imprevista de esas benditas siete notas musicales significaba que también tenía tiempo para poder trabajar en mi propio rinconcito lo que teniendo en cuenta la acuciante escasez de tiempo que afecta al adulto moderno, hacía que ambas actividades fuesen incompatibles y me decantase por lo segundo.

Puede que por eso me ocurra el efecto de que últimamente algunos discos destinados claramente a ocupar un lugar preferencial en mi cabeza acaban bajando algunos escalones o abandonando dicho lugar privilegiado (privilegiado nada más que para mí, claro). Grand Archives es una banda de Seattle que nació como una de esas bandas satélite que aparecen en escenas de alta actividad, como la que siempre ha tenido Seattle, en torno a un grupo de culto que nadie conoce. En este caso la disolución de unos tal Carissa’s Wierd (ni idea que lo que se esconde musicalmente tras ese nombre pero es donde estaba presente Mat Brooke) dio con la formación de varias formaciones y entre ellas Band of Horses donde también aparece Mat Brooke aunque pocos años después decidiera iniciar su propio proyecto: Grand Archives. Hace un par años apareció su álbum de debut que para mi supuso un gran descubrimiento (como ya comenté en este mismo sitio) y sin duda uno de los mejores discos del año. Ahora aparece la continuación “Keep in mind Frankestein” cuyas expectativas para este que escribe eran tremendamente altas pero que debo decir no se han confirmado. Puedo que la razón sea precisamente eso de lo que hablaba al principio y no he tenido el tiempo, la paciencia o el ánimo para poder entender el disco en toda su plenitud pero la realidad es que me ha dejado frío. Bastante frío. Mucho más acústico que su anterior (aunque en principio eso no es malo pero aquí acaba por serlo), menos dinámico y sobre todo mucho menos fresco y natural. Más parecido a Fleet Foxes que a Mojave 3 o los Jayhawks. He intentado darle varias vueltas en muchos escenarios distintos y es cierto que aguanta mucho mejor la afrenta en espacios solitarios y con grandes dosis de concentración pero incluso así no me sale decir que sea un disco notable. No me lo parece. Una pena pero me quedo con la espinita de saber si seré yo o serán las circunstancias.

Lo que no ha resultado decepcionante sino todo lo contrario ha sido otra opción sobre la que no tenía ninguna expectativa pero que me ha encantado. Hace tiempo hoy hablar de un grupo americano, creo que de Ohio, llamado “The Very Most” del que alguien alguna vez me pasó un disco o una canción (no me acuerdo) pero que no debió decirme gran cosa porque sólo retuve el nombre. Hace poco vi que habían sacado un disco llamado “A year with The Very Most” que en realidad recogía los EPs publicados el año anterior, cada uno de los cuales estaba dedicado a una estación del año. Podéis creerlo o no pero esa era una idea, la de sacar 4 Eps dedicado cada uno a una estación, la yo tenía en la cabeza desde que los Happy Losers grabamos el EP navideño y aun así es una idea que no descarto. El caso es que me llamó la atención lo suficiente como para hacerme con el disco. Gran acierto por mi parte porque me encanta. En este caso me ha ocurrido lo contrario respecto a la concentración porque me da igual cuando, donde y como lo ponga que siempre me acaba gustando. Indie-pop en carne y en espíritu de matriz británica pero con esa ausencia de complejos que hace a los grupos americanos últimamente se dediquen copar los pódiums del género. Una propuesta eminentemente pop que se construye alrededor de bonita canciones luminosas y de muy alto contenido melódico con guiños que van desde los terrenos más lánguidos, a los más alegres, de los flirteos con la electrónica al clasicismo de la factoría Brian Wilson. Curiosamente además el collage funciona como álbum y se pueden distinguir claramente los ambientes relacionados con cada estación. Una muy grata sorpresa.

Mirándolo ahora a toro pasado tampoco veo exactamente donde está la relación pero escuchando esta semana estos dos discos me vino a la cabeza Beulah y uno de mis discos favoritos de los de San Francisco que es el “When Your Heartstring breaks”, como si este se tratase de un trabajo a mitad de camino entre los dos. Escuchándolo bien, como digo, creo que no es así pero no importa porque ha servido para repescar un disco que hacía mucho que no escuchaba y que en su día supuso para mí toda una revelación. Ese “Sunday Under Glass” que ahora estoy escuchando es una de las canciones que más veces he metido en un recopilatorio. Una banda con los cimientos bien anclados en un barrizal de purismo indie pero que se atrevía a coquetear con el Orch-pop a través de canciones de genuino espíritu californiano y hacerlo además sin ningún tipo de complejos. Luego se hicieron más experimentales pero sin perder esa particular forma de diseñar canciones extrañas y sencillas a la vez. El grupo se separó hace años pero dejó cuatro discos muy recomendables, cada uno en su momento y en sus circunstancias.