Top 50 (2009)

|

Como no podía ser menos aquí está mi lista del año pero para ser coherente debo decir que personalmente no hago mucho caso en términos absolutos a estas listas porque creo que tienen una carga de subjetividad demasiado grande como para ser tomadas en serio. Ahora bien, precisamente por lo mismo y si tienes cierta afinidad con el tipo (o tipos que las publican) siempre pueden servir para descubrir cosas emocionantes. Por todo ello y por si a alguien le interesa ahí va:


1 Madness – The Liberty of Norton Folgate
2 Wilco – Wilco (the Allbum)
3 Sondre Lerche – Heartbeat Radio
4 Fitness Forever – Personal Trainer
5 The Pain of being pure at heart – The Pain of being Pure at Heart
6 The Duckworth Lewis Method – The Duckworth Lewis Method
7 Antony & the Jhonsons – The Crying Light
8 Wild Honey – Epic Handshakes and Bear Hug
9 Ben Kweller – Changing Horses
10 Attic Lights – Friday Night Lights
11 Jason Mraz – We sing, we dance, we steak things
12 Clem Snide – Hungry Bird
13 Dent May – The good feeling…
14 Phoenix – Wolfgan Amadeus Phoenix
15 The Felice Brothers – Yonder is the clock
16 Animal Collective – Merriwater Post Pavl
17 Cornershop – Judy Sucks a Lemond for breakfast
18 Kings of convenience – Declaration of Dependence
19 The Rumble Strips – Welcome to walk alone
20 Bill Callaham – Sometimes I wish we were an Eagle
21 The Leisure society – The Sleeper
22 Brendan Benson – My Old Familiar Friend
23 God help the girl – God Help the Girl
24 Cymbals eat guitars – Why there are montains
25 The Sunday Drivers – The End of Maiden Trip
26 The Clientele – Bonfires on the Health
27 Mamá – La major Canción
28 The Elastic Band – Boogle Beach Days
29 Graham Coxon – The Spinning Top
30 The Dirty Projectors – Bitte Orca
31 The Decemberist – The Hazards od Love
32 King of Prusia – Save The Scene
33 The Autum Leaves – Long Lost Friend
34 Richard Hawley – Truelove’s Gutter
35 Andrew Bird – Noble Beast
36 Girls - Girls
37 Camera obscura – My Maudleen Career
38 Grizzley Bear - veckatimest
39 Mark Olson & GaryLouris – ready for the flood
40 Campbell Stoke sunshine rec – Make your ears smile
41 The tomorrows – Jupiter Optimum Maximum
42 Beirut – March of Zapotec/Holland
43 Prefab Sprout – Let’s change the world with music
44 Eugene Mc Guiness – Eugene Mc Guiness
45 Sufjan Stevens - BQE
46 The boy least likely to – The Law of the Play ground
47 Franz Ferdinand - Tonight
48 The Flaming Lips - Embryonic
49 Bonnie Prince Billie – Beware
50 Wavves – Wavves

Christmas Time

|
Y bueno, ya están otra vez aquí las navidades, esa época del año que todos sabemos que va a llegar, e incluso cuando va a llegar, pero que igualmente nos pilla de sopetón sin los deberes hechos y sin saber que esperar. La Navidad es el mejor ejemplo de cómo algo de naturaleza sencilla, buena y fraternal puede transformarse en un monstruo frío y egoísta, en una pesadilla consumista que obliga a doblegarse frente a puentes por los que nunca pasarías, una complicadísima historia a la que se hace imposible sobrevivir indemne o simplemente la mentira más grande jamás contada. Aun así todo en esta vida es relativo y en mi modesta opinión me parece estúpido quejarse y dejarse llevar por el entorno renunciando a construirse cada uno su propia Navidad de la forma que mejor le encaje y le haga feliz pero allá cada uno con sus miserias. A mí me gusta la Navidad (aunque me pone triste muchas veces) y precisamente lo único que me repugna de ella es cuando no tengo otro remedio para evitar los estereotipos y los compromisos que no he creado yo. Eso sí, son pocos y como me toquen mucho las narices también me los cargo.

Normalmente hago una lista en papel con las doce cosas que le pido al año nuevo y las memorizo para luego repetirlas en mi cabeza cuando estoy tomando las uvas pero todavía no sé lo que voy a poner este año. El 2009 que acaba ha sido complicado en muchas cosas pero sobre todo me ha hecho cambiar la perspectiva sobre muchas otras que hasta hace bien poco eran parte de los cimientos sobre los que construía. Es todo muy raro pero a la vez es bastante sencillo. Está bien darse cuenta ahora que más tarde. Lo que sí que me he propuesto es terminar el dichoso disco antes de terminar el año y en ello estoy. Lo que no esté grabado el día 31 de diciembre a las 23:59 ya no se grabará nunca más. El primer (y no sé si único) disco de Lukah boo será algo diferente a lo que Lukah boo tenía en mente pero a veces ahí está la gracia del asunto. Al final todo se aclara y se despeja y de todo se sale e incluso se sale con dignidad. Rusell Crawford, Roger Sincero, Oscar Loser, los Superratones, Santi Campos,… se han sumado a esta locura a última hora lo que me pone verdaderamente contento y esperanzado sobre lo que pueda deparar el año que viene al bueno de Lukah boo.

Pero ahora lo que me apetece es escuchar canciones navideñas como corresponde y a ello me pongo. No hace calor, ni vivimos tiempos de candor y fraternal calidez pero a pesar de ello (o quizás precisamente por ello) lo que estoy escuchando desde ayer en el ipod es el disco navideño de Los Beach Boys, unas de las referencias que siempre me acompañan y me acompañaran lo cual es algo que lejos de avergonzarme me hace sentirme orgulloso. Entre medias de esa maratón de editar y grabar discos que supuso la primera época del clan Wilson y amigos, los chicos de la playa decidieron hacer algo que estaba muy de moda entonces y que consistía en sacar su disco de temática navideña. Lo hicieron y es excelente. Dentro de ese delicioso “Christmass Album” aparece un generoso puñado de canciones con el inconfundible sello de los Beach Boys (ya saben: melodías perfectas, producciones extrañas, guitarras reverberadas, bajos doblados con guitarra, armonías imposibles y el pop precioso por encima de todas las cosas) pero con la temática navideña como hilo conductor a través de piezas originales para la ocasión e incrustando clásicos deliciosamente revisados como “Santa Claus is comin’ to town”. A pesar de que el surf y el ambiente navideño pueden parecer que se encuentran en las antípodas el disco es coherente, compacto, creíble y bonito. El que escribe lo considera una joyita.

Otro disco que suena bastante en mi casa por estas fechas esa rara avis perdida entre la extensa discografía del genio de James Brown y que graciosamente se titula “Funky Christmass” que sin ser un disco imprescindible del rey del funky-soul tiene muchísima gracia ver el talento y estilo del “Señor Dinamita” puesto a disposición de la tradición navideña. Más calmado de lo que pudiera parecer (aunque tiene temas como “hey America” que lo retratan) es capaz de juntar todos los sonidos que el señor Brown lleva en su chistera para ofrecer otro peculiar ramillete de cortes de temática navideña con algo más de “alma” de lo que corresponde al género.

Pero eso de sacar discos navideños también se hace por estos lares y para demostrarlo que mejor muestra que el EP que los Happy Losers sacamos el año pasado (un poco tarde, lo reconozco) homenajeando a los discos temáticos de los sesenta. La idea fue tan simple como golosa. Apenas quince días antes de noche buena surgió la idea de que cada uno escribiese una canción de temática navideña (Óscar tenía que seleccionar una versión), grabarla en casa de Pepe en un par de tardes y regalarla a nuestros amigos más cercanos. Esa era la idea original pero como toda idea original gustó y lo que iba a ser una grabación casera para consumo propio acabó siendo una grabación “casera”, pero seria, para ser publicada con lo que eso implica en cuanto a trabajo. Al final nos pilló el toro y Pepe tuvo que dejar sus labores compositivas para tomar las riendas del apartado técnico de la grabación (que al menos tuvo como contrapartida el que in-extremis me saliese ese “Christmass Carol” para completar el EP del que me siento tan orgulloso), las sesiones se intensificaron y definitivamente el calendario se apretó pero como siempre los Happy Losers salieron indemnes del aprieto. Espero que ustedes lo disfruten…

¡Feliz Navidad y prospero año nuevo!

Last orders

|
Entre esta semana y la semana que viene se acaba el año. Es así. La fecha oficial está claro que es el 31 de diciembre que es cuando a las 12 de la noche todos los que no tienen un odio irracional por las tradiciones (y los que lo tienen pero en esta ocasión les da igual) se juntarán con alguien para tomar 12 uvas y beber champán. El cierre de ciclo sin embargo, el fin de la comedia, la vida como nos la encontramos los lunes por la mañana se acaba entre esta semana y la que viene. Es así. A mí no me termina de convencer porque soy de esas personas a las que les gusta que las cosas ocurran cuando tienen que ocurrir y no antes o después pero puedo llegar a asimilarlo. Lo que soy incapaz de asimilar es que ese clásico navideño que como el turrón, los villancicos horteras, las luces de diseño barato, el mensaje del Rey que dicen que emiten el día de nochebuena, los regalos estúpidos, el imbécil acartonado que genera por la tele y en horario infantil alguna duda respecto a la existencia de los Reyes Magos o las películas de Papa Noel en la sobremesa aparece tradicionalmente en estas fechas, son las listas de “lo mejor del año” se publiquen cuando todavía no ha comenzado diciembre. Hasta ahí podíamos llegar.

Nunca me ha gustado (ni me gusta) eso de clasificar o valorar con números o estrellas las canciones o los discos (o los libros o las películas o los cuadros o a las chicas). Me parece además estúpido porque no tiene ningún rigor científico. Será que soy una víctima de la educación bajo la elección de ciencias puras pero las cosas que se miden se deben medir bajo parámetros o unidades de medida inamovibles, objetivas e invariables. 2 metros son dos metros aquí, en Burundi y en Saturno. Que yo otorgue cinco estrellas a un disco puede ser cero estrellas para mi vecino heavy o 3 estrellas para un crítico de música preocupado por el color de sus anteojos y el tacto de su coreana. En más con otro disco la relación no será probablemente la misma y ni siquiera será lineal. Moraleja: las notas puestas a obras de arte son estúpidas porque en esta vida hay cosas que no se pueden medir y esta es una de esas. Dicho esto creo sin embargo que uno mismo si que puede ser capaz de decir lo que le gusta o lo que no y si algo te gusta más que otra cosa aunque incluso una clasificación de este tipo es muy relativa y depende hasta del momento en el que sea haga. Yo haré mi lista el día 31 (como manda mi propia tradición) y no antes por pura coherencia pero soy el primero en reconocer que el valor que puede tener esa lista es meramente anecdótico y que sólo le servirá a la gente que tenga gustos muy similares a los míos que cada vez es más difícil que ocurra porque cada vez hay más cosas metidas a ponderar.

Por todo esto tomo con bastante escepticismo las listas de “lo mejor de” que aparecen en torno a esto de la música independiente. Por esto y porque además soy consciente de que muchas veces es muy importante (mucho) lo que puede aparecer en la lista de uno para ser considerado más o menos cool con lo que a la falta de objetividad inherente a cualquier cosa de estas se le suma otro factor que encima no tiene que ver nada con la música en sí. El post de hoy está dedicado a esos discos que me había dejado en el tintero, que seguramente aparecerán en las listas más cool del gremio y que me temo que también aparecerán en la mía.

Uno de estos discos que se me ha quedado fuera (y no sé la razón porque me gusta bastante) es esa colección de sensaciones que tan bien pegan con estos días de grisáceo panorama y cruel frío que estamos disfrutando y que se llama “Sometimes I wish we were an Eagle” que están publicadas bajo la firma de Bill Callahan. Reconozco que aunque tengo gran respeto y disfruto de algunas cosas nunca he sido un gran admirador de Smog (la banda, o mejor dicho el alias, de Bill Callahan durante años). Puede que fuese el momento o mi estado personal pero intente muchas veces acercarme a la propuesta de la banda (incluso en directo) y nunca conseguí que me llegara demasiado. No sé si me podía la lentitud, la solemnidad, el exceso de celo o mis prejuicios pero no terminaba de mojarme. Echaba de menos algo que me tocase dentro y me enganchase de verdad. Por eso era un poco reacio a hincarle el diente a este “Sometimes I Wish…” pero dentro de que no es un disco muy alejado de lo que hacían Smog y la línea que llevaba entonces encuentro aquí otras cosas que si me enganchan. La melodía, el deje Leonard Cohen, los arreglos orquestales,… no sé exactamente pero este disco me gusta. Me parece muy bonito y me ha acompañado muchas tardes de frío o de oscuridad interior.

Me ocurre bastante durante los últimos años pero en este el efecto ha sido demoledor. Me refiero a la cantidad grupos “alternativos” que pasan por mis orejas, que me venden como la última maravilla del mundo, la gran esperanza blanca del mundo de la música pero que para mi resultan ser simplemente un nuevo tostón. No tiene ningún sentido que de aquí un listado de a qué grupos me estoy refiriendo (al fin y al cabo no trabajo en una revista especializada) así que pondré aquí un ejemplo de uno de los pocos que salvo de la quema. Se trata de “Bitte Orca” el último trabajo de Dirty Projectors, banda americana de largo recorrido en el indie del otro continente de la que yo no tenía conocimiento hasta ahora. Entre todos los cliches del lo-fi, la experimentación, las búsquedas tímidas en folklores desconocidos, las pruebas con los gadgets eléctronicos, el eclecticismo o los ritmos sincopados y poco estándar aparecen canciones con talento y melodía que probablemente sea lo que les distinga de sus correligionarios tostón. El disco, con todo su vanguardismo, empezó pareciéndome irónicamente “más de lo mismo” pero con el paso del tiempo acabó haciéndose un hueco en mi cabeza, hueco que las repetidas escuchas ha terminado por asentar (obviando eso si un par de vueltas de tuerca con las que no puedo). Me temo que es el típico disco que enamorará a los críticos musicales más en la onda pero en este caso puede que tengan razón.

Y para terminar un nuevo ejercicio de frikismo de uno de los artistas contemporáneos que más admiro, el inefable Sufjan Stevens. Hace unos años le encargaron a este misterioso artista un proyecto, que sin duda encaja a la perfección con el personaje, que consistía en hacer un película muda (sólo con música) que homenajeara la nada turística autopista neoyorquina que unes los barrios de Brooklyn y Queens (conocida como Brooklyn-Queens Express o BQE) y eso es lo que el bueno de Sufjan ha hecho, estrenando la cinta con una performance en la que había un montón de gente bailando el hula-hop y posteriormente publicando un álbum, "BQE", con la banda sonora, el DVD de la película y un cómic estereoscópico (que no sé lo que es ni como se ve) y que el que suscribe se compró en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo. Hablando exclusivamente de la música el resultado está más cerca de la música clásica o la música de cámara contemporánea que al Pop y sus circunstancias pero al fin y al cabo la música de Sufjan Stevens siempre ha tenido esos elementos flotando entre sus canciones. Lo que pasa es que aquí no flotan, aquí son las canciones y eso estoy seguro que es lo que echara a un montón de gente para atrás antes y/o después de escuchar el disco. No es mi caso. A mí me gusta. Me gusta mucho. Pero hay que recordar yo soy yo.

Amigos

|
Hay muchas razones por las que ahora mismo estoy a punto de terminar un disco que me ha supuesto una sorprendente catarsis al respecto de un buen número de pensamientos que tenía en la cabeza. Sería muy difícil destacar una de ellas por encima de otras pero si tuviese que hablar de culpables la cosa se relaja bastante e intuyó que será mucho más fácil de hacer ya que por suerte o por desgracia no son tantos a los que puedo culpar de que un día me liase la manta a la cabeza para hacer algo que nunca tuve demasiado claro que tuviese que hacer. Mis amigos de los Happy Losers fueron sin duda los primeros en animarme a hacerlo lo cual es algo muy de agradecer por mi parte pero es que ellos son así. Teno y Jose Luis de Pop Producciones son otros que siempre han creído en mi y su absoluta facilidad para ver sencillas las cosas que a mi me parecen complicadas fue también reveladora y fundamental para un momento dado dedicir dejar de seguir dándole vueltas a algo que no tenía salida. A veces es importante tener la confianza y la amistad de gente que siempre mira para adelante. Pablo Carrero, de Rock indiana, es otra de esas pocas personas en las que confío, y no sólo al respecto de su criterio musical y que también me animó ciegamente al tirarme a las piscina igual que lo hizo mi admirado y querido Julio Ruiz, un tipo que sigue dando cada día lecciones de profesionalidad, al que haría el favor que me pidiese y al que le pasaría cualquier maqueta que yo grabase tuviese un programa en el que ponerla o no. No creo que sea casualidad el que sea del Atleti. También agradecí mucho los ánimos de Alex Cooper y Nacho (el excelente batería de Cooper también) o de Juan Ferrari o Javier de Torres o de Lisandro y sus Superratones o de Olivia de Happyland o de algunos otros cuyas palabras también supusieron para mí mucho más de lo que ellos se imaginan. Pero si hay dos personas que verdaderamente son culpables de que el disco sea prácticamente una realidad son Michael Carpenter y Seba Rubín.

A Michael Carpenter (cantante, multistrumentista, autor y productor australiano) lo conocí porque fue el productor de los últimos discos de los Happy Losers y por lo tanto el culpable de que nuestro sonido tornara del amateurismo a la profesionalidad pero lo que empezó siendo una relación puramente profesional (no lo conocía para nada la primera vez que lo vi en el local de ensayo) acabó tornándose en una relación afectuosa primero y de amistad después que a pesar de la distancia (que al residir en Sydney no puede ser mayor) hemos conservado hasta el día de hoy gracias fundamentalmente a este magnifico invento que es internet. Michael fue el que me hizo quitarme las telas de araña de mis ojos y las nubes negras sobre mi cabeza, especialmente en cuanto a los aspectos técnicos que rodean la grabación de un disco. Siempre ha creído en mí y siempre ha simplificado cualquier infierno que a mí se me presentase. Ha sido en el disco batería, bajista, técnico, productor y algo así como mi ángel de la guarda. Nunca jamás sabrá lo eternamente agradecido que le estoy.

Pero además de todo eso Michael es un gran artista con una larga trayectoria y discografía y este año ha editado su última entrega: "Redemption #39". Lógicamente se me hace muy difícil poner distancia con los trabajos de amigos míos a los que conozco por encima de otros artistas y que probablemente por ello entiendo mejor lo que quieren decir. Este álbum en cierto modo supone la culminación de todos los intentos de muchas cosas que aparecían en sus trabajos anteriores, algunos de ellos realmente excelentes y que seguramente estarán en las repisas de todos los amantes del Power-Pop. Aquí de nuevo aparecen todas las ricas referencias que lo han hecho artista y que tocan todos los ángulos del pop, el rock melódico y el sonido Americana con la piedra de los Beatles que lo cataliza todo (¿quienes si no?) pero de alguna manera se cierra el círculo y esta vez aparecen ciertos rasgos de madurez que lejos de marchitar el producto lo hace enriquecer. Es como esas canas que para algunas personas parecen signos de decadencia pero para otras aumenta su atractiva. Ligado con lo anterior aparece una evolución gratamente sorprendente en lo lírico donde se dejan definitivamente atrás los clichés del pop para adentrarse en terrenos más ásperos y profundos. Si te gusta el buen pop de melodías y guitarras intenta escuchar el trabajo de Michael.

El otro nombre fundamental en mi carrera por darle vida a mi alter ego de Lukah Boo aparece en el otro lado del mundo, en Argentina, y se llama Sebastián Rubín. A Seba lo conocí hace ya unos cuantos años cuando los Happy Losers andaban de gira junto a Sunday Drivers y un grupo argentino llamado Grand Prix (donde Seba hacía las labores de líder) por las tierras españolas en esa maravillosa idea llamada Autum Almanac. lo que en principio parecía ser un tipo espídico, disperso y con una insuperable incontinencia verbal que en algunos momentos podía resltar cansina y mal interpretarse como arrogante, acabó siendo un tipo divertido, sensible, cariñoso, abierto y sobre todo amigo de sus amigos. Su inagotable actividad pero sobre todo envidiable positivismo, dinamismo y capacidad de acción hizo que prácticamente me fuese imposible permanecer parado ante su mirada. Sólo por no tener que discutir con él e inventarme excusas para no moverme tuve que ponerle manos a la obra lo cual es algo que también le agradeceré siempre en el alma. No sólo las facilidades que me ha dado para hacer sencillo lo que a mi me parecía imposible sino su aliento constante y esa capacidad para creer en mí más que yo mismo hacen que el disco ya me haya dado más que cualquier cosa que pueda venir.

Por esas cosas de la vida, también ha publicado nuevo disco este año, el magnífico “Desayuno de Campeones” (en claro homenaje a uno de sus grandes ídolos que además también introdujo en mi imaginario como es Vonnegut) firmado por el nombre de su banda Rubin y los Subtitulados. El disco sigue la estela de su excelente debut “Esperando el fin del mundo” con buenas dosis de pop de altura, melodías inteligentes y letras certeras pero un disco donde la arrolladora energía y la violenta producción de su predecesor dan paso al talento de las segundas vueltas, esos sabores y sensaciones que necesitan ser probados una segunda vez para poder ser degustados y disfrutados con total justicia y la producción prescinde del disfraz de la fuerza para dar paso a la belleza y la dinámica naturalidad. Todo un inmenso cocktail de influencias que solo describen la mínima parte de la inmensidad de referencias musicales que maneja la cabeza del señor Rubín, pero todas ellas pasada por la exclusiva licuadora del pop de catecismo atemporal y eterno. Otro nuevo acierto del porteño que navega en la misma dirección marcada hace muchos años, metiendo en el zurrón todo lo que se ha recorrido pero sin mirar nunca atrás más que para tomar aliento. Una sabia colección de hits para zabullirse y de grandes temas que conservar en la memoria que además tienen la anecdótica pero ni mucho menos casual o fríbola participación del genio de Liniers en la letra de “los encerraditos”. Recomiendo la vista del video de “El rey de la ansiedad” en su Facebook

Desde mi punto de vista

|
Hace ya bastantes años, cuando uno era un inocente púber en busca de su propia realidad que andaba intentando meter los pies en este fascinante mundo de la música pop sin referencias paternales ni hermanales ni de amistad y con el criterio propio como único criterio, tenía la sensación de que las canciones eran buenas o malas en base a una especia de criterio universal que toda la humanidad entendía. Estaba convencido de que si una canción me parecía buenísima le parecería buenísima a todo el mundo a través de la misma regla lógica que activaba mi propio mecanismo interior. Según pasaban los años y antes los primeros casos en los que aquella regla universal no se cumplía llegué a la socorrida conclusión de que el problema era que mis enfrentados contertulios no escuchaban las cosas “bien escuchadas”, es decir como lo hacía yo. Cientos de virtuales bofetadas y grotescos desengaños después me han llevado a la contundente conclusión de que esto del gusto es una ciencia de esas que no lo es ya que en cualquier ciencia todo se puede medir, analizar y modelizar pero con el gusto, como tantas y tantas cosas que la sociedad se empeña en cuantificar, no se puede hacer lo mismo.

Hace años no tenía ningún problema en enseñar las cosas que me gustaban (y no estoy hablando sólo de música) a cualquiera que quisiera escucharme con la seguridad del que está convencido de lo que hace y con la convicción de que recibiría una reacción positiva y agradecida por parte contraria pero hoy no se me ocurriría por nada del mundo hacer algo parecido sin anteponer la coletilla “desde mi punto de vista”. Un punto de vista que me temo cada vez está más lejos de la mayoría a tenor de las reacciones que leo y escucho. Noto por ello como cada vez me cierro más en mi pequeño caparazón y que ya no trato de intentar entender como a la gente no le apasiona las cosas que a mí me apasionan. Me resulta difícil de entender que películas, libros y especialmente canciones que a mí me ponen la piel de gallina o que son capaces de alterar mi estado de ánimo resultan ser “putas mierdas”, “ñoñadas”, “más de lo mismo”, “intrascendente”, “pesado”, “coñazo”, “revival”, etc… para otros. No culpo a nadie de ello porque estoy convencido de que yo estoy en el lado contrario en otras tantas ocasiones pero no deja de resultarme asombroso. Debe ser mi formación de ciencias pero me dejan descolocado las cosas que no puedo entender y esta es una de ellas.

Y una de las cosas que no puedo entender es que Sondre Lerche no sea una artista de esos que arrastra a las masas, que es conocido y venerado por todos. Para mí lo tiene todo para que fuese así. “Desde mi punto de vista” no tiene una sola canción que no me parezca buena y además es el autor de un buen puñado de soberbias composiciones que me dan mucha envidia y que espolvoreo por todos los recopilatorios que hago y donde siempre encajan perfectamente bien. Sondre Lerche es uno de tantos otros pero hoy toca hablar de él porque no puedo parar de escuchar su nuevo disco “Heartbeat Radio”. Tengo toda la discografía del noruego (me falta tan sólo una banda sonora que tiene por ahí y que se puede escuchar en Spotify) y es una carrera que me parece simplemente soberbia. El anterior trabajo quizás supuso un pequeño bajón, al menos para mí, en cuanto a su trayectoria en esa búsqueda desesperada por la canción perfecta pero en esta nueva entrega vuelve por sus fueros. Mucho más calmado, mucho más melódico, mucho más complejo,… un genial tratado de música pop orquestado sensible y elegante. Ese tipo deudor de los guiños al Jazz, el soul melódico y por supuesto al pop sesentero que factura un tipo de música que no despeina el flequillo de muchos estirados críticos disfrazados de modernillos pero que a mi es capaz de hacer que sienta más fuerte el frío, el calor, la alegría y la tristeza. En la línea de todo su trabajo, es verdad que no es muy innovador en ese sentido (¿quién dice que tenga que serlo?), desarrolla esta vez una producción más arriesgada (muy ligeramente) aportando incrustaciones de arreglos ochenteros y sintetizadores vanguardistas que se mezclan a la perfección con esos giros melódicos que firmaría el mismo Fats Waller. Pop en estado puro. Uno de mis discos favoritos del año.

Hablando de gustos, siempre he tenido la sensación de que Paddy McAloon, el líder indiscutible de Prefab Sprout, era un tipo con el que me encantaría tener una conversación sobre música porque es alguien con el que coincidiría en muchas cosas como sus composiciones, sus melodías, su ironía a la hora de escribir canciones pop… pero sin embargo al que nunca entenderé su criterio a la hora de producir esas mismas canciones. Tengo toda la discografía de la banda que a pesar de todos los pesares considero de una gran altura y calidad, lo cual debo confesar que es algo que me trajo muchos problemas y que tuve que mantener oculto en mis años de colegio rodeado de heavies malísimos como estaba, no ya por el bien mi masculinidad en entredicho entonces sino de mi propia salud física. He tocado mil veces a la guitarra canciones como “Cars & Girls” o “Nightingales” (que por cierto versioneaba el propio Sondre Lerche con suma maestría con sus Faces Down Quartet) y la mayoría de sus canciones son fabulosas tocadas con una simple guitarra acústica pero nunca he terminado de asimilar esa particular y característica producción (que con el tiempo he llegado a tolerar y reconocer). En su día pensé que el grupo era simplemente “victima” de su época, los conflictivos años 80 donde aparecieron con virulencia los sintetizadores y efectos de sonido pero es que en el disco que acaba de publicar este año, “Let’s change the world with music”, hace exactamente lo mismo. Es decir, el disco es otro gran disco de Prefab Sprout, a la altura de sus grandes discos y con los mismos ángeles y demonios, las mismas melodías elegantes, el mismo estilo en la interpretación, el mismo hilo conductor que une su particular concepto de pop… y la misma producción. Paddy McAloon, genio y figura.

Y hablando de gustos quería acabar con otro tipo que “desde mi punto de vista” debería ser mucho más conocido y admirado de lo que es y con el que me unen infinitas más cosas de las que me separan. Antes de conocer a Alejandro Díez (Alex Flechazo o Alex Cooper, lo que ustedes prefieran) ya era un rendido admirador de su talento y de su música. Por algún tipo de prejuicio estúpido sin embargo tenía la idea de que el gusto musical de Alex estaba centrado y anclado en el catecismo Mod, lo cual es lícito y está muy bien, pero que no es verdad y desde que tuve la gran suerte de conocerlo personalmente pude comprobar no sólo que es poseedor de una discografía brutal con un gusto prácticamente similar al mío (y por tanto magistral...je, je, je) sino que además es un tipo con la mente musical mucho más abierta de lo que mucha gente suele intuir. Esto es algo que ya se puede ver en cualquiera de sus conciertos o en cualquier entrega de la soberbia discografía de Cooper pero también en este último capítulo llamado “Aeropuerto”, una magnífica colección de singles y EP’s en forma de álbum que marca una nueva muesca en el tronco de los grandes discos del pop español. Clase, elegancia, inteligencia, criterio por la melodía, sensibilidad cool, unas letras cada vez más redondas, una banda de grandes músicos que suenan a grupo… en fin, que voy a decir yo ahora a estas alturas si además son mis amigos. ¡Larga vida a Cooper!

Raritos

|
La mayoría de la gente que seguimos esto que genéricamente se denomina música independiente hay que reconocer que tenemos un cierto punto snob, unos más que otros para ser justos, que nos lleva a querer buscar aquello que nadie conoce, a querer entender eso que nadie entiende y en cierto modo a ser diferente a los demás. Una pequeña dosis de esta vitamina creo que está bien, te hace ser un tipo activo a la búsqueda de su propia realidad en lugar de quedarse parado a ver lo que te ofrecen y si se hace con criterio puede ser hasta una gran forma de encontrarse a uno mismo pero a la vez es una medicina peligrosa que puede obtener efectos muy perjudiciales. Por ejemplo te puede llevar a la errónea conclusión de que sólo aquello que nadie conoce merece la pena o puedes acabar estando convencido de que todo aquello que es diferente a lo convencional es magistral, lo cual es una solemne gilipollez. Desembarazándote de los fuertes tentáculos de la radio fórmula y las discográficas puedes caer rendido sin darte cuenta en brazos de otros tentáculos mucho menos poderosos pero igualmente pegajosos e interesados como son los que proyectan los críticos que definen la vanguardia de lo independiente o sin darte cuenta puedes incluso convertirte en otro miembro de la masa monocolor con la única diferencia de que el color es simplemente diferente. Aun así lo peor que te puede pasar, y doy fe de que me he encontrado muchos ejemplos de este tipo en los últimos años, es que al final la música pase a ser una excusa para otro tipo de cosas como la moda, el sentirse cool, el aparentar estar en la vanguardia, el disfrazarse de intelectualidad, etc… con lo que de hecho la música en si misma te importe más bien poco. ¿Tiene eso algún sentido?

Metido en este mundo, o a mí al menos me pasa, es tremendamente fácil que pasen a tu alrededor multitud de grupos indies “raritos” de música vanguardista o poco convencional que experimentan con ruido, con distintos sonidos, con estructura y con todo lo que se ponga alrededor. Lo anterior, en sí mismo, personalmente no lo entiendo como algo bueno ni malo. Es simplemente una opción. Me consta que en determinados sitios esa actitud, llamémosle vanguardista (aunque si lo analizas de verdad muchas veces tiene poco de vanguardista y mucho de copia igual que cualquier grupo de revival) es razón sine qua non para que el disco en cuestión reciba una crítica favorable (o simplemente que reciba una crítica) pero es algo que para mí es absurdo y que me vale precisamente para no tener en demasiada consideración la opinión de esos sitios. El problema fundamental de todo esto no obstante es que en el paquete, porque lo dicen cuatro listos, se cuela mucha farfolla envuelta en papel de celofán que parece lo que no es.

Me he tragado mucho de esto en el pasado pero a estas alturas de la película ya no tengo que parecer nada a nadie y hace tiempo que decidí quedarme con lo que me gusta, venga de donde venga. En cualquier caso yo en esto de la música soy de los que piensa que prefiero hablar solo de lo que me gusta y simplemente dejar de hablar de lo que no me gusta tanto, por la sencilla razón de que al fin y al cabo todo es una cuestión de gustos. Mi realidad particular eso si es que hay muchos de esos grupos “raritos” que me gustan y algunos que me gustan mucho. En estas mismas páginas cibernéticas ya han salido muchos nombres que lo confirman pero esta semana me he concentrado en tres propuestas de este tipo, de este mismo año, que se me habían quedado en el tintero.

La primera de ellas viene de New York y se trata del muy interesante “Why there are mountains” el álbum de debut de Cymbals Eat Guitars, una banda que ya desde el propio nombre de la misma deja meridianamente claro que lo que te vas a encontrar puede ser cualquier cosa menos convencional. Es de esos grupo amante de los registros abstractos, los desarrollos largos, el coqueteo con el ruido, los esquemas anárquicos, los tonos al límite,… Lo paradójico del caso, en relación a lo que decía antes, es que a estas alturas nada de lo anterior es nuevo ni novedoso. De hecho hay miles de grupos que repiten el mismo esquema desde hace muchos años (lo que lleva a cuestionarse el empleo de determinadas palabras para describirlo) pero en este caso la mezcla tiene un encanto especial. Hay ciertos paisajes, ciertas melodías, ciertos ambientes, que resultan tener esa magia que soy incapaz de entender en otras propuestas similares. Parece claro que la banda bebe de las fuentes de los iconos más iconos del indie: Jesus & Mary Chain, Pavement, Pixies, My Bloody Valentine,… pero dotan al collage de personalidad propia y tienen canciones verdaderamente notables aunque destaco por encima de todas esa “Indiana” que se colará en mi tradicional recopilatorio navideño de lo mejor del año. Un grupo a seguir la pista, sin duda, que me da en la nariz que aparecerá en más de una lista de lo mejor del año de esas que están a punto de llegar.

Igual que seguramente aparezca el disco homónimo de Girls la banda de San Francisco que nada en aguas similares a los anteriores pero más cercanas al espíritu del Lo-fi americano al estilo de Guided By Voices y sobre todo al aroma californiano que indefectiblemente aparece por todo el álbum. Melodías Pop envueltas en guitarras sobre saturadas de reverb y producción pretendidamente descuidada. Parafraseando al dueño de una tienda de discos de Estocolmo con el que me topé una vez algo así como escuchar maquetas de un grupo de surf a través de la pared. Influencias de Roy Orbison o Walker Brothers o cualquier otra que pudiera describir en una entrevista la cantante de Camera Obscura pero pasado todo ello por el genuino tamiz Lo-fi del underground americano. Una propuesta parecida a la que hace poco comenté de Wavvves pero mucho más interesante desde mi punto de vista fundamentalmente por la calidad de las canciones y el talento con el que estas están tratadas. Bonito e interesante debut.

Este, Oeste,… de Detroit (Michigan, al norte) viene la última banda que tiene el original nombre de Zoos of Berín y que acaba de publicar “Taxis” lo que creo que también es su álbum de debut. Menos conocidos todavía que los anteriores y presentando una propuesta rotundamente diferente me ha parecido también un disco interesante (aunque me ha gustado bastante menos que los otros para ser sincero). Aquí entran más influencias en juego como el punk, la electrónica, el sonido tipo Brian Eno, un cierto tipo de jazz,… todo ello mezclado en una suerte de pop de atmósferas machaconas y elegantes al mismo tiempo. Música original pero también difícil de paladear reserbada exclusivamente para esos momentos en los que el cerebro tiene ganas de prestar mucha atención.

ñ

|
Leía la semana pasada un artículo en EL PAÍS que se sorprendía, o al menos hacía noticia de ello, de que muchos grupos emergentes (y consagrados) de la escena madrileña decidían grabar y cantar en inglés. En el infame reportaje, porque este tipo de reportajes en EL PAÍS y en le resto de periódicos son infames, se cuestionaban cuestiones de tal calado como el dilucidar si era coherente o no el que alguien que estaba cantando una canción en el idioma de la pérfida Albión se dirigiese al público entre tema y tema en castellano, su idioma materno, que además era el idioma de la inmensa mayoría del público. Habiendo debates tan interesantes como si tiene sentido el que los periodistas musicales sepan más de moda o de fútbol que de música o el que un profesional que se dice periodista se dedique a cuestionar el idioma en el que se expresa un artista sin tener ni puñetera idea (ni intención de tenerla) de lo que el artista está diciendo, sinceramente me parece un debate menor.

Pero el problema es que llueve sobre mojado. Hace quince años leí exactamente el mismo debate y tuve que lidiar personalmente con los mismos intolerantes casposos a los que parecía dolerle mucho el que yo, o en realidad los Happy Losers, decidiésemos cantar en inglés nuestras canciones. ¿Tan importante es? ¿Para quién es tan importante? Me parece absolutamente del género estúpido que alguien cuestione el idioma inglés teniendo en su casa una discografía donde más del 90% de los títulos son en ese idioma. Es estúpido e incoherente. “Es que los que escriben esas canciones han nacido en EEUU o en Inglaterra” dirá el más avanzado de esta estirpe de xenófobos. ¿Y qué más da? ¿Alguien mira la partida de nacimiento de los cantantes antes de comprar un disco? ¿Sería necesario hacer un test a todos los artistas para ver si el idioma en el que cantan es coherente con el que aprendieron de pequeños? ¿Tendrá que demostrar alguien que escribe una canción sobre Venecia, sobre suicidios o lesbianismo que conoce venecia, conoce el suicidio en primera persona o que es activista homosexual? ¿Habría que traducir todas las óperas y por supuesto prohibir a Plácido Domingo cantar en italiano? Es todo tan estúpido… Evidentemente el idioma en el que alguien cante es algo que me da absolutamente igual. Parece lógico que me llegue antes aquella música que está escrita en idiomas que más o menos entiendo pero no es esencial. Tengo discos en italiano, sueco o serbocroata que me encantan y en muchos casos no tengo ni idea de que hablan (aunque a veces me he preocupado de buscarlo).

Por todo esto esta semana me ha dado por escuchar grupos españoles jóvenes y sin complejos que no tienen ningún problema en expresarse en el idioma que les da la gana y que además consiguen hacerlo con mucho talento y diligencia para deshonra de tanto plumillero hipócrita. Desde aquí, y ahora que yo me he pasado al idioma castellano (por otras razones que no tienen nada que ver), reivindico la libertad a la hora de escribir música siempre que está sea de calidad o talento y se haga desde el corazón en lugar del "qué dirán".

Y lo primero que me gustaría destacar, porque ha sido una gran sorpresa y una de las grandes sorpresas de este año, es el trabajo de debut de Wild Honey, el descriptivo nombre bajo el que se esconde el talento de Guillermo Farré, “Epic Handshakes and a bear hug”. Un fabuloso y precioso disco que flirtea con encanto, talento y clase por entre las orillas del Pop que a mi personalmente más me gusta. Referencias obvias pera canciones nada obvias. Talento desbordante para la melodía y para la construcción de Pop de apariencia sencillo que precisamente es el más complicado de hacer. Pop de las últimas tres décadas mezclado en la cocktelera del talento y tamizado por ese bosque que existe porque una vez un tal Brian Wilson plantó el primer árbol. Al parecer es un disco grabado fundamentalmente en casa del propio autor pero pasado por el inestimable rodillo de Brad Jones, productor de exquisito gusto y trayectoria intachable. Un genial disco que como suele ocurrir últimamente con los disco de excelencia no ha colaborado con el apoyo de ningún sello discográfico y que está siendo autoeditado. De hecho se puede descargar gratuita y legalmente desde la red pero recomiendo no hacerlo por dos razones: la primera es que todos los discos merecen ser pagados pero en especial los que son de esta catadura y segundo porque el trabajo artístico del álbum (en especial en vinilo) es también digno de ser visto. Una gran alegría para un servidor este “Epic Handshakes and Bear Hug” de Wild Honey.

Otra sorpresa también ha sido el álbum “I lost my glasses” de Brian Hunt, un tipo al que simplemente tenía catalogado dentro de esa inagotable corriente de grupos y solistas que se apuntan al indie-Folk de catecismo siguiendo la estela del último Hype anglosajón y que por tanto no me había interesado nada hasta ahora pero que como muchas otras veces he tenido que cambiar de etiqueta simplemente con escuchar su trabajo. Su música es más deudora de la tradición americana y del Folk de raíces clásico que a cualquier otra cosa pero con una producción atrevida y desacomplejada que hace que el disco disponga de pocas fisuras y que encaje perfectamente en las “selectas” discografías de esos señores lánguidos que creen marcar la tendencia musical en nuestro país (ingenuos). El disco no obstante está muy bien y rezuma una madurez y originalidad impropia no de un trabajo publicado en este país sino impropia en la lista infinita de grupos que todas las semanas llegan a las tiendas (fundamentalmente virtuales).

Y para terminar algo que no ha resultado ser sorpresa por la única razón de que ya tenían ganado un lugar privilegiado en una esquina de mi corazón. Estoy hablando de “The End of Maiden Trip” el último disco de los toledanos The Sunday Drivers un grupo con el que me une además de una rendida admiración por su sobresaliente talento varias conexiones personales y emocionales que me hacen muy difícil juzgar sus trabajos con objetividad. Aun así, creo que no es difícil hacerlo porque estoy seguro de no equivocarme cuando digo que sus discos están entre lo mejor que se ha publicado en este país. Esta última entrega me parece la menos directa pero a la vez la mejor producida, algo que me consta que es algo que les ha obsesionado desde el principio. A todos aquellos que piensan que este disco no tienes los hits de sus álbumes anteriores les pedirían que sigan escuchando el disco varias veces. Verás como aparecen...

Elegante

|
Hay muchos críticos y analistas musicales que son de la idea de que los artistas tienen en la cabeza un escenario claro y despajado a la hora de escribir una canción. Piensan que los músicos deciden lo que van a ser las canciones antes de ponerse a escribirlas. Puede que tengan razón en algunos casos (conozco ejemplos que podrían demostrar lo anterior) pero mi sensación es que es una minoría y que la mayoría de las veces las canciones salen por donde tienen que salir, ese útero virtual y mágico en el que están todas y que no conoce estilos ni referencias ni sensaciones. Es evidente que no puedo hablar en representación de todo el mundo pero esa es la sensación que yo tengo y desde luego en lo que a mi respecta es exactamente como digo. Jamás he me he sentado a escribir un rock & Roll o una balada o un himno indie o una plegaria country. Sale lo que sale y realmente es un tema del que nunca me he preocupado ni me obsesiona.

En relación con todo esto hay un tema que si me produce cierta curiosidad por aquello de que no lo entiendo ni sé de donde viene. Durante la duradera carrera de los Happy Losers es obvio que recibimos muchas críticas a los discos que publicábamos que en general, lo cual es algo de agradecer, eran bastante buenas para ojos ajenos al grupo o para el común de los mortales. Para mi, aun siendo buenas, tenían muchas veces un cierto poso de displicencia que no me gustaba un pelo aunque ese es otro tema del que hablaré otro día. Lo que si que era una nota común en casi todas las críticas y adjetivo que se repetía a su vez en muchos foros era aquello de la “clase” y la “elegancia”. Reconozco que son los adjetivos que más me han gustado de entre todos los que recibimos y reconozco también que la primera vez que lo escuché me llamó mucho la atención porque no era consciente. No sé como se consigue hacer pop elegante o con clase pero creo que soy capaz de reconocerlo y esta semana la he ocupado por alguna razón con grupos de música elegante.

El primero de ellos es una de las grandes sorpresas de los últimos tiempos en mi discografía. Hace un par de años coincidí en un concierto con Juan Ferrari, un amigo y excelente músico que ha tocado entre otros con Los BrujosoMalcom Scarpa, y que me habló de unos tal The Clientelecomo su grupo favorito del momento. En ese momento el nombre ni me sonaba pero el gusto mi interlocutor me hizo comprarme a ciegas su último disco de entonces para descubrir esa joya llamada “God Save The Clientele”. Así fue como descubrí al elegante combo británico afincado en Londres y ese fue el paso previo para hacerme con su discografía anterior (también a buen nivel pero por debajo de mi primera referencia). Ahora acaban de sacar su nuevo trabajo, "bonfires on the heath", que sigue los parámetros y la estela iniciada en su trabajo anterior completando otro gran disco donde la elegancia se darrama por cada poro. No llega al grado de excitación que me provocó su anterior álbum pero eso es debido probablemente a que ya no es terreno virgen e inexplorado y no volverá a llegar el día en el que escuche a The Clientele por primera vez. Tengo la espinita clavada de no haberles visto en directo nunca pero es algo que tiene solución.

Pero hablando de elegancia en la música (y en otras facetas de la vida) sería muy injusto dejar de citar a Neil Hannon, líder, cabeza y cerebro de esa magnífico concepto musical que aparece en público con el nombre de Divine Comedy. Hace unos días me topé con la sorpresa de saber que el amigo Neil se había embarcado en un nuevo proyecto musical aunando fuerzas con un tal Thomas Walsh en lo que se ha venido a llamar The Duckworth Lewis Method, curioso nombre que en realidad es un método estadístico que se utiliza en cricket y que creo que sirve para deducir el tanteo que habría tenido un equipo en un partido que se suspende. La referencia al Cricket no es casual ya que el disco entero es una especie de homenaje al más británico de todos los deportes. Un genial disco conceptual que retuerce la forma de hacer música del amigo Hannon (las referencias del otro autor no las conozco así que es muy difícil que las detecte) y que conforman una agradable collage de bonitas canciones y momentos mágicos. Una de las mejores sorpresas de lo que va de año que espero que tenga una continuación a la misma altura en un futuro no muy lejano.

Y para terminar un poco de Jazz es el estilo de música más asociado con la elegancia desde mi punto de vista. Otro de los discos que me compré en mi excursión veraniega por el medio oeste americano fue un recopilatorio de uno de mis percursionistas favoritos y uno de los artistas que para mi ha mezclado mejor este instrumento con el Jazz y el Swing de tradición más americana, es decir llevando los ritmos latinos a la música Jazz y no al contrario. El disco en cuestión se llama "Mr Versatile Mr Bongo Plays Jazz, Afro & Latin" y es un excelente recopilatorio de la primera época del artista grabado en la década de los 50 en un par de sesiones que por supuesto fueron recogidas en directo. Abruma en este sentido ver la calidad de los músicos de la época. Una gran y elocuente sesión de Jazz perfumada con los ritmos latinos y africanos que vienen con los instrumentos de percusión y a los que tan bien se adapta el género.

Empacho

|
Es un periodo raro este que estoy pasando. En otros aspectos de la vida es mejor no entrar bajo el abrigo de esta esquina del ciberespacio dedicada fudamentalmente a la música en todas sus vertientes pero en lo que respecta precisamente a este aspecto tengo la sensación de que cada vez me gustan menos cosas o lo que es lo mismo, que cada vez me aburren más las cosas que escucho. Pudiera ser que la cosecha musical de este 2009 que está dando sus últimos coletazos no pasará precisamente a los anales de la historia por ser el recipiente de un puñado inolvidable de discos o pudiera ser que el problema esté únicamente en mi cabeza. No lo sé. El año pasado por estas fechas se me acumulaba el número de discos que tenía unas ganas terribles de escuchar, las propuestas eran muchas y buenas y además tenía la sensación de que me faltaba el tiempo para escuchar música con lo que me perdería grandes cosas pero estas últimas semanas he tenido precisamente la sensación contraria. Lo que escuchaba me parecía más de lo mismo y las recomendaciones que me llegaban no me atraían ni me apetecían absolutamente nada.

Puede que simplemente esté empachado o puede que tenga razón pero así es como lo veo. Incluso las cosas que vienen de la mano de excelentes críticas y que en apariencia tienen un aspecto que es inmejorable han acabado siendo algo que en el mejor de los casos ha pasado delante de mis oídos sin pena ni gloria. No me gusta escribir de cosas que no me gustan (para ello hay ya toda una camada de empalagosos y petulantes plumilleros que dejan su pegajosa prosa en supuestas publicaciones cool gratuitas o de pago) así que evitaré hacerlo aquí pero pondré al menos un ejemplo con lo más potable. The Flaming lips es un grupo que a estas alturas de película no tiene que demostrar absolutamente nada a nadie y menos a mi. Llevan décadas haciendo discos cargados de originalidad e imaginación, pasando por varios estilos siempre en los límites de la vanguardia hasta desarrollar un estilo propio cargado de personalidad y coherencia. Alcanzaron la cima con su genial “The Soft Bolletin” (para mi sin duda su obra maestra) y a partir de ahí cada nueva publicación se espera con ganas y expectación en el mundillo. Y con ganas y expectación se esperaba este “Embryoic” que a mi me ha dejado completamente frío. Un doble CD cargado con todos los esquemas de Flaming Lips, esa psicodelia indie que ancla sus raíces en el underground americano de rancio abolengo pero que en este caso me resulta repetitivo, aséptico y falto de emoción. Seguramente no he sido capaz de cogerle el punto o de entenderlo, sobre todo a tenor de las excelentes críticas que he leído después, pero eso es lo que a mi me parece.

Pero no todo es negativo en la viña semanal y un disco que me ha gustado (y bastante) es la segunda entrega en larga duración de esa rara avis surgida entre la casposa escena británica de los últimos tiempos que se llama The Rumble Strips. Ya su primer trabajo me sorprendió muy gratamente con esa desacomplejada apuesta por un pop-soul absolutamente inglés estupendamente ejecutado y con unos personalísimos vientos que dotaban al disco de una particular personalidad. En su segundo trabajo, “Welcome to the walk alone” se refugian en la misma fórmula pero con unas ligeras dosis mayores de ambición estilística y a través de un buen puñado de canciones de muy buena cosecha que hacen que el disco me guste tanto o más que el anterior. Esa excelente voz permanentemente a punto de quebrar y desafinar se hace hueco por entre una producción sencilla, clásica y elegante aupada en unos arreglos escritos con gusto y dedicación. Lástima que precisamente esta semana suspendieran los conciertos en Madrid ya que hubiese sido una gran oportunidad de rememorar aquel gran concierto que dieron el año pasado en la versión madrileña del FIB.

Y como si Mahoma no va a la montaña lo mejor es traer la montaña a Mahoma decidí obviar los malos momentos y evitar las apuestas recurriendo a una apuesta segura (y antigua) como es el primer disco que publicó el percusionista Candido Camero con su propio nombre allá por el año 1956. El artista de origen cubano se marca un excelente trabajo clásico de Jazz-Swing con espíritu latino que sentaría las bases de su carrera posterior en la que se pueden encontrar más de una terna interesante de Jazz con personalidad y espíritu sudamericano sin perder la esencia norteamericana que tiene el genero. Un relajante baño de buena música de esa que mucha gente utiliza de forma sacrílega como tranquilo fondo de fiesta pero que merece mucho la pena escuchar con atención.

Pereza

|
Reconozco que últimamente me puede la pereza. La semana pasado no pude ganarle la batalla a esa enfermedad crónica para conseguir sentarme a escribir esta especie de crónica sin sentido que hace ya más de un año me dio por hacer. Vale que estaba cansado y vale que tenía que hacer otro millón de cosas pero eso nunca ha sido ninguna novedad. Vale que ocurrieron toda una serie de extraños e inesperados acontecimientos que me hicieron salir violentamente de la acuciante rutina que todo lo inunda y que solo permite determinados y concretos espacios en los que dar rienda suelta a la imaginación pero eso nunca ha sido ninguna excusa. Me podría escudar también en que no tengo la sensación de que mucha gente eche de menos precisamente el que a mi me de por dejar escrito los discos que he escuchado a lo largo de la semana pero esa tampoco ha sido nunca la razón por la cual lo hacía. De hecho muy poca gente cercana sabe que lo hago y la inmensa mayoría de los que lo saben o no es un tema que les llame demasiado la atención o directamente no muestran el más mínimo interés (aparentemente) por seguirlo. No es eso. Supongo que todas las cosas de la vida nacen y mueren así que es absurdo pensar que esta modesta bitácora no lo hará algún día pero no quiero que ocurra. Me gusta hacer esto y siento como una cruel y humillante derrota el que la pereza me pueda... pero me está pudiendo. Lo tengo que reconocer. En cualquier caso no sé lo que durará pero aquí estoy...


Una de esas cosas que me hicieron salir de la galopante rutina fue el esperadísimo concierto de Mamá en El Sol del otro día. No puedo decir que fuese un rendido fan del grupo en su día porque estaría engañando. En aquellos años yo era demasiado pequeño como para seguir las novedades musicales pero reconozco que años después tampoco llamó demasiado mi atención. Los conocí porque a los Happy Losers nos pidieron hacer una versión de alguna canción de la nueva ola española y alguien sacó el nombre de Mamá. Escuché los dos discos que tienen y el primero de ellos se me sostenía mal que bien pero el segundo (producido por Luis Cobos sin mal no recuerdo) se me hacía imposible de escuchar. ¿Prejuicios de producción? Puede. Entonces fue cuando aparecieron por mi casa las maquetas de esas mismas canciones. Creo que era una especie de cinta pirata comprada en el rastro que alguien me había dejado o algo así pero escuchando aquellas mismas canciones con un sonido atroz pero con el espíritu original que el propio grupo quería verdaderamente inculcar me di cuenta de las grandes canciones que había detrás y de lo realmente dañinos que fueron los productores de la época. Fue en el concierto del otro día, magnífico por cierto y con Pepe Loser al bajo, donde me compré el reciente disco publicado bajo el epígrafe de Mamá, “la mejor canción” y después de escucharlo un buen montón de veces puedo decir que me gusta bastante. A pesar de que Jose Mª Granados ha publicado varios discos en solitario que más o menos sigue los mismos parámetros y a pesar de que este disco de Mamá está prácticamente escrito también por él entero me suena diferente y tiene un delicioso aroma a grupo que sus discos en solitario no tienen. Pop en castellano de calidad y buen gusto.

Aunque en estos días extraños de otoño en los que el mal tiempo está sólo dentro de mi cabeza el disco que más y mejor me ha acompañado ha sido la nueva entrega de los noruegos Kings of Convenience, esa minúscula obra de orfebrería llamada “Declaration of Dependence”. Su apuesta por los sonidos acústicos entre el indie más rancio y el Folk inglés de los 60 convertidos en una reencarnación de Simon & Gartfunkel que conformaba su disco de debut ya fue un refrescante descubrimiento para este que habla y un gran disco que disfruté con asiduidad. Sin embargo sus posteriores entregas y sobre todo sus flirteos con la música electrónica no fueron tan de mi agrado y poco a poco perdí la fe en el duo y sobre todo la emoción de escucharles así cogí con cierto recelo este “Declaration of Dependence” antes de escucharlo pero me duro apenas 30 segundos porque el disco me enganchó prácticamente desde el principio. Con una vuelta hacía la aparente sencillez de su primer trabajo, y digo aparente porque el disco dentro de su simpleza es tremendamente complicado, vuelven a resultar creíbles, cálidos, tremendamente melódicos y certeros. Esa melancolía elegante cantada a dos voces se cuela hasta dentro y golpea sin violencia pero con insistencia hasta quedarse. Un magnífico disco de entre los que más me han gustado de lo que va de año. Aviso para aquellos oidos de espíritu frágil porque el resultado puede ser atroz.

Y para terminar lo que ha cubierto todos los huecos que dejaban mis devaneos entre lo alegre y lo triste, lo ruidoso y lo calmo. Hace unas semanas me compré un disco que algunos considerarán bastante friki pero yo no. En cuanto vi la portada me llamó la atención pero cuando vi que se trataba de uno de esos discos que Alfonso Santisteban grababa a finales de los 60 principios de los 70 no dude un segundo en comprarlo. Se trata de “Sabor a fresa” el único y refrescante álbum de una banda ficticia llamada con "originalidad" La Nueva Banda de Santisteban. Un ejercicio genuino de Lounge cañí, Jazz suavizado y ese tipo de sonido tan particular y reconocible de tantas y tantas películas españolas de la época. El disco me encanta y esto es una declaración honesta y sincera fuera de frivolidades pretenciosas.

pump up the volume

|
Esta semana he recuperado el placer de tocar la guitarra. Aunque lamentablemente y como quien dice he tenido que hacerlo en la soledad de mi alcoba, ya que la gran mentira de las grabaciones para discos hace en la mayoría de los casos todos tengan que tocar todos los músicos por separado, la verdad es que he disfrutado como nunca (como siempre) con eso de subir el amplificador y notar la distorsión de las seis cuerdas pasando por todos mis poros. Es una sensación única e irrepetible y aunque soy consciente de que existen sucedáneos varios para intentar emularlo (el divertidísimo Guitar Hero es el último intento) lo cierto es que no hay ni siquiera parecido a la realidad. Es entonces también cuanto te das cuenta de que hay muchas veces en que la música es más divertido tocarla que escucharla.

Entre amplificadores, válvulas gastadas, decibelios y sonidos potentes me he dado cuenta también de lo mucho que echo de menos salir a tocar en directo y no me estoy refiriendo a lo que he estado haciendo últimamente de subirme con mi guitarra acústica a intentar defender las canciones simplemente con la lírica de las letras, mi voz y mi querida Martin (que debo reconocer también tiene su encanto) sino a dar un concierto de Rock & Roll con varios amplificadores atronando al fondo y los golpes de la batería rebotando en el esternón pasando por un entarimado tapizado de cables. Lo echo mucho de menos y no sé si podré volver a sentir esa estupenda sensación. Una de las grandes desventajas de ser un artista en solitario (detesto esa denominación) es precisamente la de no tener grupo y dadas las dotes sociales que me preceden (de momento sólo ha colaborado mínimamente un músico español en el disco y es JC Bermejo, excelso bajista de los Happy Losers) me temo que esa va ser una tarea más que complicada… Pero esa historia llegará cuando tenga que llegar así que esta semana lo que me ha apetecido era escuchar guitarras y power-pop y de ahí es de donde sacado mi selección.

La palma en cuanto a minutos de disfrute se la ha llevado sin duda la última entrega de Brendan Benson uno de tantos geniecillos del power-pop que pueblan la geografía estadounidense. A pesar de lo que mucho lumbrera recién llegado al mundo de la música vía redacción rabiosamente cool de algún periódico de tirada nacional pueda pensar (y piensa), el americano tiene un brillante y glorioso pasado previo a su participación en los radiadísimos (y para mi gusto sobrevalorados) Raconteurs de la mano del ilustre Jack White. Su carrera en solitario empezó bastante joven (creo que no tenía 30 años cuando saco su primer disco en solitario) llegando a un cima verdaderamente importante (más en calidad que en repercusión mediática) con ese magnífico disco llamado “Lapalco”. Su siguiente entrega “The Alternative to Love” era un artefacto sonoro de excelente factura al que es difícil encontrar una sola fisura pero que carecía del encanto y el talento compositivo de su predecesor y para mi supuso algo así como una decepción. Con su nueva entrega, “My old familiar friend”, Brendan Benson vuelve bastante más por sus fueros según mi humilde opinión. Sin llegar a la cotas antes mencionadas el álbum es un compacto saco de pildorazos de pop, power-pop o como se le quiera llamar al pop de guitarras, con un par de buenos hits (me gusta mucho “A whole lot better” pero sobre todo “You Make a Fool out of Me”) y bastantes ratos de buena música. Hacía mucho tiempo que no escuchaba un disco de estas características porque llegué a estar tremendamente saturado de Power-pop. Es un estilo que me encanta y que cuando está bien hecho me parece insuperable pero desgraciadamente es también muy agradecido para que propuestas mediocres o malas parezcan mejor que lo que son. Basta repetir determinados esquemas clásicos, un sonido resultón y durante un buen rato puede dar el pego. No es el caso de este disco, desde luego.

Estoy pasando una fase en la que cada vez me da más pereza meterme a conocer grupos nuevos de los que no tengo referencias y me da mucha rabia porque es una actividad que hasta hace poco me encantaba y que me ha dado muchas y muy buenas satisfacciones. Quizás sea que este año me he tragado muchos bodrios o que me ha costado más de lo normal encontrar cosas interesantes pero en cualquier caso espero que sea pasajero. Eso explica el que fuese unicamente la insistencia de un amigo con criterio lo que me hiciese hincar el diente al trabajo homónimo de un tipo llamado Eugene McGuinness. Un joven londinense que afirme ser poseedor de un variado y completo ramillete de influencias y que efectivamente es así a tenor de lo que aparece en este trabajo donde se pueden escuchar un montón de cosas de un montón de sitios diferente pero afortunadamente bien empastadas, creíbles y coherentes. La primera vez que lo puse (sobre todo cuando llegué a ese pildorazo titulado “Fonz”) pensé que estaba ante algo muy grande pero desgraciadamente la sensación decayó según avanzaba el disco. Aun así y aunque al final el conjunto me resulta algo irregular me parece un buen trabajo en general y muy interesante como para seguirle la pista en futuras entregas. Esa mezcla de Sondre Lerche, Sufjan Stevens, Talking Heads o Franz Ferdinand es cuando menos interesante.

Y para acabar otra de las recomendaciones de un amigo, otro de esos discos comprados a ciegas, que llevaba sonando en casa desde hace tiempo y que también tiene guitarras para dar y tomar pero siempre en un entorno sumamente pop que al fin y al cabo es lo que a mí me gusta. Se trata de un combo canadiense llamado The Golden Dogs que como tantos otros compatriotas suyos han salido a la superficie probablemente debido al efecto New Pornographers pero llevan tiempo haciendo música excelente desde aquella esquina del mundo. En concreto este “Big Eye Little Eye” es su segundo disco y está cargado de canciones cercanas al Power-pop pero más abiertas a todo tipo de influencias contemporáneas y no tan contemporáneas pues se pueden encontrar guiños a los movimientos indies americanos tipo Elephant 6 con la misma facilidad que a sonidos de los 70-80 del tipo B-52. Un disco agradable y divertido que cuyas canciones se defienden bien por si solas a pesar de que sin embargo se me quede algo cojo en conjunto.

La respuesta sigue estando en el aire

|
La semana pasada he terminado de leer el primer volumen de esa futura trilogía que se ha venido a llamar como “crónicas” , escrita por ese personaje misterioso, compacto, inabordable y muchas veces desagradables, pero siempre muy interesante que firma con el pseudónimo de Bob Dylan. El libro es excelente y un documento de incalculable valor no sólo por ser reflejo cercano de una época mítica, la de los Beatniks y los primeros años sesenta en la gran manzana, sino por ser un acercamiento sincero y creíble sobre una de las figuras más enigmáticas de la historia del Rock & Roll. No sé lo que deparará la continuación de la saga pero este primer volumen es un adentramiento desordenado y aparentemente sin estructura más que sobre la historia cronológica del “rey del Folk”, sobre su concepción de la vida, la humanidad y la forma de entender la música.

No soy un gran experto en la discografía del cantautor norteamericano pero si poseo un buen puñado bastante representativo de lo que es su carrera musical, especialmente en lo que respecta a sus orígenes y hasta los años 70 en los que el artista pasa a ser otra cosa algo más convencional y que se diluye en el maremagnum de la música americana. Hacía mucho que no volvía a escuchar ninguno de aquellos discos pero la lectura apasionada de este libro me ha hecho volver a esas novelas de tres minutos que revolucionaron el mundo de la música pop para siempre dotándola de una intelectualidad de la que carecía, de una forma de afrontar la creación que miraba en interior de la cabeza en lugar de los pies y sobre todo de unas letras preciosas que haciendo pensar o no, elevaron a categoría de arte la lírica que acompaña a la música popular.

Y es que es muy difícil entender la música de Bob Dylan (especialmente la de sus primeros años) si se degusta ajena a lo que dice. Probablemente mucha gente que se aburre o no puede soportar un disco entero del señor Zimmerman debería buscar la causa en el tema de las letras. El propio Dylan cuenta en su libro como para él en sus orígenes escribir una canción era escribir la letra y como llegaba a los estudios de grabación sin tener escrita aun la música que acompañaría a sus textos. Sin desmerecer para nada las melodías y progresiones de acordes del primer Dylan (algunas verdaderamente notables y que han sido copiadas hasta la saciedad por sus seguidores posteriormente) los primeros discos de Dylan giran alrededor de unos textos que basándose en las historias clásicas del cancionero americano, las reivindicaciones políticas de la época y sobre todo el saber hacer de su admirado Woody Guthrie (el legendario trovador americano por excelencia) llevan el arte de escribir canciones hacia cotas que superan todo lo anterior. Todo esto se puede comprobar perfectamente en uno de mis discos favoritos de Dylan y probablemente mi favorito de la primera época, “The freewheelin’”, donde aparecen clásicos de la música Folk como “Blowin’ in the wind” o “A Hard rain’s a-gonna fall”, que han sonado tantas veces en tantos sitios. Lo curioso del caso es que aquellas primeras composiciones ser erigieron como el paradigma de un movimiento político y reivindicativo que se cocía en aquella época y en aquel sitio pero del que Dylan no se sentía tan partícipe como la historia quiso. Es incluso angustioso el relato que el propio Dylan hace de aquella época en su libro y su desesperado intento por separarse de todo aquello labrándose con ello la leyenda de tipo huraño y solitario que le ha acompañado el resto de su vida. El disco es una maravilla de principio a fin aunque reconozco que puede hacerse pesado a oídos poco complacientes con este tipo de propuesta. Todas las canciones (algunas de mas de 4 minutos) están interpretadas exclusivamente por guitarra acústica y armónica por el propio Dylan en lo que suponía el formato clásico y exclusivo de los primeros trovadores del Folk clásico.

Pero Dylan (nombre por cierto robado al poeta Dylan Thomas) no estaba ni de acuerdo ni a gusto con ese papel de líder espiritual y físico del movimiento reivindicativo y en favor de los derechos civiles que los intelectuales del Village neoyorquino quisieron expandir por todo el mundo. La huida hacia adelante del atormentado artistas que se inició mudándose de residencia periódicamente, protegiendo a su mujer e hijos de las huestes (yo no sabía por ejemplo que Dylan fuese por entonces ya un orgulloso padre de familia) o evitando las entrevistas complicadas, culminó con el disco que lo cambió todo: “Bringing it all back home”. Escuchado hoy en día es muy difícil entender el revuelo que causó entonces pero los seres humanos sacamos nuestra estúpida radicalidad en cualquier momento y en cualquier ocasión y aquellos convulsos años 60 era una ocasión tan buena como cualquier otra. El disco es otro magnífico ejercicio de Folk y blues de rancio abolengo pero la novedad (¡y la herejía!) consistía en que la primera parte del disco, la primera cara del LP, tenía el acompañamiento de lo que entonces se interpretó como una banda de rock. En realidad Bajo, guitarra y batería lo único que hacen es aportar un discreto y certero acompañamiento rítmico a las atemporales composiciones del americano. El activismo Folk criminalizó indignado la nueva entrega del poeta pero para el propio artista supuso una bendita liberación que le separaba de las cadenas de la militancia hacía ese sitio del que quería escapar. A partir de ese momento la carrera de Dylan tomó el camino de un artista libre y con talento que buscaba su camino personal en un mundo de la música que ya lo adoraba y que ya había colgado en su cuello para siempre la medalla de artista Folk, comprometido, reivindicativo y con talento que jamás le abandonará. Paradójicamente la segunda cara del disco podría ser la segunda cara de cualquiera de sus discos anteriores y contiene clásicos de la primera época de Dylan como “Mr Tambourine man” pero ya nada volvería a ser igual.

Reconcozco que desconozco casi por completo la carrera musical de Dylan después de los primeros años 70 (y hasta la actualidad en la que sigue sacando discos con grandes críticas) pero en el libro el propio Dylan dedica un capítulo entero a la concepción y grabación de uno de los discos que publico en la aséptica y complicada década de los 80: “Oh Mercy”. En aquellos años Bob Dylan para mi era un artista del pasado como los Beatles o los Rolling Stones cuya versión contemporánea ya no tomaba en serio. En el caso de Dylan ni siquiera sabía que hubiese una versión contemporánea y por eso me llamó mucho la atención cuando leí una crítica bastante buena de ese disco en una revista tan poco proclive a estas cosas como Rock de Luxe. Entonces no escuché el disco, aunque me quedé con el nombre, así que ahora me ha entrado la curiosidad de saber a que se dedicaba el bueno de Dylan en las postrimerías de los años 80 y en que quedó plasmado toda esa paranoia que se relata en el libro y que acabó en un disco que muchos consideran el resurgir de su carrera. El disco, que está más cercano al sonido clásico americano que a otra cosa, no está mal pero no termina de emocionarme en ningún momento. Le doy más valor ahora que conozco la historia que está detrás pero me sigo quedando con los primeros discos.

Old England is dying

|
Cuando me he sentado como todas las semanas a tratar de escribir lo que había estado escuchando esta semana me ha venido el título de esta canción de los Waterboys que refleja bastante bien lo que creo que quiero decir. Por alguna razón, probablemente pegada a un misterioso rincón del subconsciente, últimamente andaba acumulando y sin escuchar un montón de discos contemporáneos (de este mismo año o el anterior) que tenían como nexo de unión el estar protagonizados por músicos de la pérfida Albión. Reconozco, y es algo que he dicho muchas veces, mi querencia por los artefactos de gusto anglófilo y lo mucho que le debe mi pasión desmedida por la música y sus circunstancias a ese impertinente pero fascinante país, pero creo también con sinceridad que los grupos ingleses hace tiempo que han dejado de regentar el podio de la creatividad en la música pop. Como tal opinión la mía es perfectamente discutible y reprobable pero sinceramente creo que la creación musical inglesa pasa por una crisis galopante en la que la aplastante cantidad de trabajos que se editan (porque es aplastante) no se corresponde con unos mínimos parámetros de originalidad, verosimilitud e incluso talento. Lo que aparece ante mis ojos son fotocopias de fotocopias, bandas demasiado profesionales adormiladas en la perfección y carentes de ningún tipo de magia.

Los engañosos riesgos que presuntamente corren las rabiosas novedades disfrazadas de artefactos de vanguardia son en realidad fuegos de artificio que básicamente responden al capricho de un productor-empresario o al propio cortapisas que supone el asfixiante mundo de la música pop en Inglaterra (independiente y no independiente). Cada uno tendrá su propia explicación pero para mí esa es la clave del problema. Siempre me he quejado del excluyente, mediocre y jibarizado periodismo musical patrio pero lo cierto es que el entramado socio-político-cultural-económico que gira alrededor de la música pop en Inglaterra es tan superlativo que probablemente tendrá que morir de éxito para que algo cambie puesto que para mí es el principal cortapisas para que emerja en talento. Todo se analiza hasta niveles subatómicos y cada partícula definida se cataloga según el sofisticado régimen de los críticos y medios especializados de tal forma que me parece muy difícil que nada que se salga de lo esperado pueda pasar el filtro. Lo que llega al final acaba siendo productos técnicamente perfectos pero sin alma ni corazón que para mí es precisamente lo esencial de la música. Puede que esa sea la razón por la que la crítica especializada londinense lleve años aplaudiendo al primer puesto del podio cosas que vienen del otro lado del Atlántico (porque en este sentido los ingleses nunca miran la "continente"). Así que se me hace muy difícil hacer una selección de lo que he estado escuchando porque casi nada me ha gustado.

Un buen ejemplo de lo que hablo, aunque también de los más potable, es el último disco de David Gray, artista británico de reconocido prestigio y relativo éxito comercial en el escenario de las islas británicas del que no soy un gran seguidor pero del que tengo algunos discos bastante interesantes. En concreto su “obra maestra”, el elogiado “White Ladder” me parece un gran disco, original, distinto, complejo en su elocuente sencillez y refugio de algunas canciones magníficas. Todo eso no lo puedo decir sin embargo de este “Draw the line”. Un disco producido de forma implacable, que suena de fábula, que está cantado de forma magistral e interpretado sin una sola fisura… pero que no me dice nada. Tiene un par de canciones con las que mi cerebro se empina para prestar atención pero paso sin memorizar recuerdos por el resto del álbum. Una pena porque es evidente que están todos los elementos para hacer un plato magnífico pero el resultado es tan previsible como fácil de digerir.

Y David Gray es un artista consagrado con un pasado trabajado y una reputación que lo soporta porque la realidad es que me ha sido imposible encontrar nada novedoso que me llamase la atención o que me apeteciese escuchar más de un par de veces y de hecho, mi disco favorito de la semana con diferencia ha sido la nueva entrega de ese precioso anacronismo que supone la figura de Richard Hawley y su cruzada a favor de la música reposada y elegante, más propia de las décadas anteriores a que todo esto se desatara que al propio espíritu contemporáneo. Un disco contemporáneo de un artista inglés, si, pero que podría haber sido publicado hace 40 años y a nadie le hubiese llamado la atención. El Ex guitarrista de Pulp lleva ya un buen puñado de discos haciéndonos disfrutar con su particular interpretación de la música pop basada en el espíritu crooner, las melodías atemporales y una melancólica sensibilidad que a mí personalmente me encanta. Sin inventar nada, sin tan siquiera separase en mucho de sus trabajos anteriores y siempre a través de escenarios, fotografías y olores de su querida Sheffield asistimos con placer a la enésima entrega de música cálida y sincera con la que observar una tarde gélida de otoño a través de la ventana. Sin bien no puedo decir que no me guste algún disco de Richard Hawley creo que este “Trulove’s Gutter” está significativamente por encima de su anterior trabajo con el que para mi se había estancado.

Así que cansado de rebuscar entre las novedades decidí tirar de biblioteca y acudir a una apuesta británica y segura llegando al “Band on the run” de los Wings de Paul McArtney, uno de los mejores trabajos del Beatle fuera de la multinacional del Pop. Creo que es un disco que pasa desapercibido para mucha gente en parte por esa tirria (de la que para nada soy partícipe) que muchos amantes de la música profesan al genio de Paul McArtney y en parte por ser parte de la producción de un Beatle fuera de la marca Beatle y tratando de apartarse de ella. La carrera en solitario de Sir Paul es extensa e irregular pero siempre es muy difícil encontrar una disco sin al menos una canción genial. En este caso el disco entero es muy bueno y supuso en su momento el espaldarazo definitivo a la carrera en solitario de Paul McArtney y a su entonces cuestionada capacidad para realizar magníficos discos al margen del absorbente talento de John Lennon. Hacía mucho que no lo escuchaba pero el otro día jugando al Guitar Hero salió precisamente la canción que abre el álbum: “Band on the run” y mientras cabalgaba mis dedos por el mástil virtual y plastificado de la guitarra macarra de la Play Station, decidí soplar el polvo y recuperar este disco para la causa. Debería hacer cosas así más a menudo.