Slow

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Hace un tiempo descubrí en ese crisol de cosas maravillosas que es Internet los parámetros de una especie de filosofía de vida que denominan “Slow”. Al parecer la apertura de una franquicia de comida rápida en pleno centro de Roma provocó que un grupo de gente, de esos que como yo no suelen salir en las respuestas de las encuestas oficiales, decidiese teorizar sobre un nuevo modo de vida que priorizase el aprovechamiento del tiempo enfocado al disfrute y no como una forma de acelerar simplemente el proceso productivo. No estoy muy metido en el tema pero comulgo con las premisas en las que se sustentan y que hablan de que las cosas disfrutables de la vida requieren su tiempo, una comida, una buena conversación, escuchar música, viajar por el mundo,… no se trata de una carrera de velocidad ni de una carrera de fondo, se trata de disfrutar el camino. Lejos de reivindicar el sentarse a tocarse la bartola lo que promueve el movimiento “slow” es todo lo contario, la actividad, pero siempre controlada individualmente y movida por parámetros más cercanos al hedonismo o la auto cultivación que a la sociedad capitalista, la cadena de montaje, el éxito monetario o el agobio por el agobio. Como filosofía es fascinante pero tremendamente complicada de llevar a cabo en un mundo tan podrido como este donde todo se mueve y se mide a través de ratios de beneficio y de la filosofía antagónica del “más con menos”.

La filosofía “Slow” es algo que siempre intento tener presente pero esta semana lo he sentido todavía más. La resaca de mis enfermedades pretéritas me había dejado en un extraño estado que mezclaba el cansancio físico con la paz interior. El pasado lunes me desperté contento, descansado, limpio y radiante. No tenía prisa por nada y era capaz de relativizar mis dramas personales y los dramas personales del mundo a partes iguales. En ese estado tan seductor lo último que me apetecía era escuchar atronadoras bombas de relojería, acelerados engendros pseudo-punk (el punk murió hace tres décadas) o experimentos ratoneros. Así que busqué lo más apropiado…

…y sin duda lo más apropiado ha sido una pequeña joya que estaba escondida debajo de tanta y tanta mediocridad mainstream. Ahora que está vuelta de la esquina el nuevo trabajo de Wilco, uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos pero también la bandera cool de tanto y tanto imbécil interesado en la música pero que no le gusta escucharla, me acordé de que alguien me dijo que uno de sus miembros, John Stirratt, el bajista, tenía una banda paralela bastante interesante. Wilco es básicamente el artefacto sonoro de su líder, el señor Tweedy, y al parecer existe muy poco margen para propuestas creativas para el resto de sus miembros más allá de aportar a las canciones que ya están ahí. Por esa simple razón no tenía muy claro lo que podía esperar de un proyecto del tal Stirratt y por esa razón se quedó en alguna esquina de mi ordenador una copia en MP3 que me pasaron del segundo LP de la banda del “bajista de Wilco”, The Autumn Defenders (precioso nombre): “Circles”. Como otras tantas veces me equivoqué al no dar al disco la importancia que merecía. Este “Cirlces” es un precioso ejercicio de ese Country-Folk llevado a los parámetros del Pop que utilizan, con mayor o menor acierto, muchos de esos grupos que pululan por la órbita de Wilco. Aires de Costa Oeste, ambiente relajado, lecturas revisadas de los maestros del género y bonitas canciones conforman un interesante lienzo muy relajante y disfrutable que merece la pena degustar como obra original y autóctona y no como referencia de nadie. Una gran banda sonora para adentrarse en la filosofía “slow” con un vermouth, un libro, un sillón y horas por delante…

Pero curiosamente el disco que estaba destinado a ocupar el lugar preferente de la semana, por referencias y expectativas, ha resultado ser menos de lo esperado. Hace años que vengo escuchando y leyendo cosas buenas e interesantes de un artista americano llamado John Vanderslice que viene de ese inagotable foco de pop alternativo plagado de buenas y originales propuestas por parte de tipos con talento que hay en el nuevo mundo. En este caso creo que debe tener ya cinco o seis discos publicados pero a pesar de las ganas nunca había tenido la oportunidad de acercarme a su obra así que cuando acontecieron en un escaso margen de tiempo la lectura de una buena reseña de su último disco hasta la fecha “Romanian names” (¡magnífico nombre) y ver el disco en el escaparate de una tienda no dejé pasar la oportunidad. El disco sin embargo no ha cubierto mis expectativas. Es bonito, interesante y original pero resulta plano en muchos tramos y no hay ningún corte que me haga estremecer. Es agradable esa mezcla de electrónica, folk, indie-pop y tradición alternativa americana pero desde mi punto de vista siempre me quedo con la sensación de que me falta algo. Lo he escuchado muchas veces (muchas) y no me arrepiento de ello porque en ningún momento era algo forzado ni aburrido pero la mayoría de las veces pasaba a mi través como un colador sin que se quedase nada lo que es ciertamente preocupante. Entiendo las buenas críticas porque el disco es sólido y está muy bien construido pero como esto de los gustos va por barrios a mi no me ha terminado de convencer.

Cosa que si ha hecho un precioso EP que me han pasado de una banda por la que tengo especial debilidad Athlete. Precisamente me falta en mi discografía el tercer álbum de su carrera “Beyond the neighbourhood”, que me temo es el trabajo al que está ligado este “The Outsiders EP” que no ha parado de sonar en mi ipod esta semana. Fieles a su mezcla de pop de tradición británica, ínfimos elementos de música electrónica vintage, teclados orgánicos envolventes, baladas poderosas y esa personalísima voz el grupo pone todos esos ingredientes en un bonito y compacto EP con canciones agridulces de amargura generacional que podrían estar en cualquier de sus álbumes. Tengo que conseguir ese tercer disco.

Sonando ahora mismo en mi ipod: “Walken” – Wilco (Sky Blue Sky)

Fiebre

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Siento la ausencia a mi cita semanal pero todo tiene una explicación en esta vida y es que un extraño virus que al parecer no tenía nada que ver con la legendaria gripe-A me ha tenido delirando en la cama casi toda la semana. Igual que vino se fue así, sin dejar verdaderas secuelas, así que no merece la pena perder más el tiempo con ello pero si ese extraño bichito no hubiese entrado en mi ser en esta modesta bitácora existiría ahora una entrada hablando de la semana que pasé buscando canciones que inspirasen la producción de las cuatro nuevas canciones de Lukah boo que estoy ahora grabando pero aquello queda ya lejos en el tiempo. Hablaría de los discos de Dodgy o de Teenage Fanclub o de los Jayhawks o de Steve Wonder…., hablaría de cómo mi amor platónico por Robin, una de las protagonistas de la sería americana “How I met your Mother”, me hizo recuperar de las catacumbas esa joya del Pop que es el “Boys don’t cry” de The Cure y que aparece en su álbum homónimo o como el placentero visionado de The Visitor me hizo estar una tarde envuelto en ritmos africanos y el talento de Fela Kuti pero sinceramente creo que todo eso ya depende al pasado.

Esta semana pasada la he vivido entre tinieblas febriles que apenas me dejaban tener claras las referencias temporales y que la mayoría del tiempo no me dejaba ganas suficientes como para prestar atención a nada de lo que pudiera estar sonando. Pero la música es la música e incluso en situaciones tan poco recomendables tiene su papel alentador y balsámico con lo que han existido pequeños o grandes momentos en los que los acordes de cosas desconocidas (o no tan desconocidas) se colaban por las rendijas de mi cerebro. Dada mi debilidad, todo lo que alcanzaba a hacer era darle al botón de una lista de reproducción que tenía en mi ipod con cosas que nuevas que no había escuchado con lo que ante mis oídos pasaron multitud de cosas, no todas precisamente con un mínimo de dignidad. Me quedaré con lo más reseñable.

Sin duda lo que más ma ha llamado la atención ha sido este sorprendente “The Spinning Top” que se ha sacado de la manga Graham Coxon, el que fuera impertinente guitarrita de los míticos Blur, eterno archienemigo del endiosado señor Damon Albarn y que ostenta ya una dilatada y sólida carrera en solitario tras la ruptura de los príncipes del Brit-Pop. En los discos anteriores el amigo Graham se destacaba por una suerte de indie-pop elegante de marcada tradición británica que tenía sus momentos álgidos y otros menos afortunados pero en esta última entrega me temo que ha decidido finalmente adentrarse por otros parámetros nada obvio. El disco es un álbum bastante largo que se basa en el Folk íntimo construido a base de guitarra acústica pero que trasciende hasta el pop vanguardista de, por ejemplo, Radiohead. Por momentos llega a acercarse a los pasajes más intimistas de Nick Drake o de algún cantautor de americana pero siempre aparecen arreglos complejos, imprevistos, ruidosos, difíciles, complicados,… Un disco tremendamente ambicioso y extraño que sin embargo queda prácticamente redondo aunque personalmente me sobran un par de temas. Un gran esfuerzo de inventarse a si mismo que yo como público agradezco. Una agradable sorpresa sin duda.

Sorpresa que no ha sido tanta en el caso de nuestro siguiente protagonista, Jason Lytle, y su trabajo en solitario titulado: “tours, truly, the commuter”. Jason Lytle es el líder carismático de una carismática banda americana llamada Grandaddy que desde mediados de los años 90 nos lleva regalando un buen puñado de discos interesantes. Una banda particularmente indie y personal que hacían una música que muchos definían como Alt-Country con sintentizadores. La definición es muy cool pero a mi no me parece realmente acertada. Son un grupo que utilizan la electrónica y los sintetizadores (la mayoría de ellos vintage) para construir un pop alternativo de una raíz muy americana pero más en el sentido del movimiento underground de por allí o las radio-colleges que a los rednecks. Independientemente de etiquetas los discos merecen la pena y eran muy recomendables al igual que lo es este “tours, truly, the commuter” que yo interpreto como una línea de continuidad con lo que hacía en Grandaddy sin demasiados desvíos. Algo más claridad y menos ambiente bizarro pero la misma esencia. Otro disco interesante aunque quizá pierde chispa por aquello de no sorprender.

Pero la mayoría del tiempo he estado en este estado de letargo y duermevela en el que no tienes recursos para mantener la concentración y donde lo último que necesitas es un chico atormentado al otro lado de tus tímpanos cantándote las desgracias del momento y la fugacidad de la vida al oído. Para esos momentos hay un tipo de música que es ideal y que se llama Lounge. El Lounge es algo así como la música de ascensor o de la espera del dentista pero llevado a un grado algo más elevado de calidad y dignidad. En realidad el género viene del Jazz y del Swing y de las orquestas de los año 50 en esa derivación que algunos llamaban música de cocktail. En ese género se puede enmarcar la obra de un grupo uruguayo llamado Sexteto Electrónico Moderno del que he estado escuchando bastante uno de sus magníficos recopilatorios, “Sounds from the elegant World”, que me ha servido para retrotraerme a épocas de guateque caleidoscópico a medida que subían y bajaban los grados por mi termómetro. Una banda de culto bastante desconocida que merece la pena descubrir o rescatar a todos aquellos amantes del género. Instrumentales de hammond y martini que a este que escribe le encantan…

El sitio de mi recreo

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"Donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos. Donde se creó la primera luz junto a la semilla de cielo azul volveré a ese lugar donde nací”.

(Antonio Vega 1957-2009)

Relativo

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Suelo ser de esas personas que intenta ser categórico en casi todas las cosas que hace y piensa (está bien o está mal, es bueno o es malo…) pero reconozco que con el paso del tiempo el veneno de lo relativo está poco a poco entrando en mi cuerpo con visos de quedarse. Esta semana por ejemplo ha sido un claro ejemplo de demostración de que casi todo es relativo y que es muy difícil aislar nada de su contexto o interpretar las cosas independientemente de sus circunstancias. No es lo mismo ver una ciudad con un sol resplandeciente y habiendo descansado que hacerlo debajo de una paraguas tras una noche de perros. No es lo mismo conocer Venecia al lado de una preciosa y misteriosa rubia de ojos rasgados que acabas de conocer en el tren, con la que pasaras jornadas interminables en las que parecerás más inteligente e interesante de lo eres, riendo, disfrutando, hablando y haciendo el amor con alguien a quien no volverás a ver en tu vida, que conocer La Serenísima en un par de horas por la noche, cuando no hay nadie, tras una aparatosa reunión de 10 horas en un hotel funcional asentado cerca de la refinería de Mestre y al lado de un italiano soso y gordo que lo quiere fundamentalmente es largarse a su casa.

Poco a poco voy entendiendo a esos personajes de espíritu gallego que a la pregunta de si son felices responden con otra pregunta del tipo: ¿comparado con quién? No he llegado a esos extremos todavía ni mucho menos pero a base de tormento me doy dando cuento que en muchas ocasiones relativizar no es sólo un ejercicio de autodefensa y salud mental sino una cuestión de coherencia con la realidad. Esta semana he escuchado mucha música, muchos discos, más de lo normal, pero no he conseguido que ninguno me llegara a tocar la fibra. En un cierto momento fue algo que hasta me obsesionaba porque estaba convencido de que algunos de los discos que escuchaba eran buenísimos y en otras circunstancias así me lo parecerían pero no conseguía que fuese así.

Hace unos años mis amigos de los Happy Losers y yo conocimos un fantástico grupo que venía de Londres, desconocido incluso para los que disfrutan de grupos desconocidos, que practicaban un directo ejemplar en una suerte de Pop sesentero con toques psicodélicos de la mejor escuela. Se llamaban Bronco Bullfrog y ya entonces nos hicimos con su competente discografía. Hace mucho tiempo que les tenía perdida la pista hasta que hace un par de semanas en el Cultura Pop de este año descubrí en el Stand de Rock Indiana un disco llamado “Makes your ears smile” firmado por el hipnótico nombre de Campbell Stokes Sunshine Recorder. Tras ese peculiar nombre (que mi curiosidad me hizo descubrir que se trata de un ingenioso artefacto que los meteorólogos utilizan para medir las horas de sol) se esconde la figura de Andy Morten, batería, cantante y líder de los Bronco Bullfrog. El disco está prácticamente grabado en casa por el propio Andy Morten pero no por ello aparece como un trabajo de bajo presupuesto o crudo sino que sigue la línea estilística de sus trabajos con Bronco Bullfrog, separándose significativamente de algunos postulados retro o revival que si aparecían antes y acercándose con algo más de evidencia hacía posiciones más Pop, cosa que personalmente agradezco. El disco comienza de forma insuperable con esa bomba llamada “Track One” en la que el amigo Andy explica sus problemas existenciales para componer la primera canción de su disco. La canción es un pildorazo precioso de algo muy cercano al Power-Pop que junto con una letra irónica buenísima construyen para mí el mejor corte del disco. El resto se mantiene en una buena línea de melodías bonitas, energía y arreglos concretos pero efectivos aunque según avanza a mí se me desinfla, probablemente porque mi estado anímico no me hacía estar muy receptivo hacía esta buena ración de Pop con criterio.

Igual que tampoco lo estaba para el Country oscuro y espeso de Bonnie “Prince” Billy. Llevaba muchas semanas leyendo críticas espectaculares y escuchando a gente versada en la materia hablando de “Beware”, el último trabajo de todo un clásico de las escena independiente de la música americana como Will Oldham que firma como Bonnie “Prince” Billy. El disco es un denso libro de música Country revisado en eso que muchos llaman Alt-Country, algo más clásico y asentado en las raíces de muchos de los trabajos que se meten en ese mismo saco. Todas las canciones están perfectamente construidas, bien cerradas, producidas con el punto justo de salazón y arregladas con las dosis justas de elementos que se salen de lo ortodoxo (metales, vientos,…) que le dan al conjunto una entidad muy poderosa. Entiendo que sea un trabajo que ha despertado tan buenas críticas y que fascine a la gente que gusta del género pero yo reconozco que a mí no ha conseguido engancharme. No es porque no me gusta el género porque de hecho me gusta pero lo cierto es que en ningún momento he conseguido zambullirme y abandonarme al disco tal y como se merece lo que, teniendo en cuenta que no es precisamente un disco sencillo de escuchar, hace que no me produzca ninguna emoción digna de reseña. No puedo decir que sea malo (no lo es), no puedo decir que no me guste (no sería verdad) pero reconozco que no me emociona.

Así que para levantar algo el espíritu he recurrido a una opción ganadora. Hace ya unos años, sería a principios de los 90, cuando de repente se abrieron casi todas las puertas que llevaban a la música no comercial (trillones de puertas, por cierto) y gracias a esa bendición de los dioses que para mi fueron los fanzines descubrí esos estilos musicales asociados a la escena Mod y que nadan entre varias orillas como el Jazz, el Soul, el R&B, el Ska, etc… dentro de la escena groovy o Acid Jazz descubrí una banda (que ya entonces era mítica para los puristas) llamada the Mohawks y liderada por un virtuoso del Hammond llamado Alan Hawkshaw y conocido también por trabajar con otros artistas (Serge Gainsbourg, Los Bravos,…) o componer bandas sonoras para cine y televisión. La banda en realidad fue una colección de músicos de estudio liderados por el tal Alan que en 1968 publicaron un legendario LP (creo que el único que grabaron con ese nombre) llamado “The Champ”. Por supuesto no tengo el disco original en vinilo (debe ser imposible de encontrar) pero hace muchos años, en un viaje a Londres, encontré una cinta pirata en el mercado de Candem Town y lo tenía escuchado hasta la extenuación. Este año (o el año pasado) el disco ha sido reeditado en CD y Vinilo con algunos bonus tracks (que como todos los bonus tracks para mi sobran) pero que ahora si obra en mi poder. Un incunable para los amigos del Funky-Soul-Groovy pero incluso ni esta combinación ganadora que tantas veces me ha hecho bailar ha conseguido esta vez arrancarme de mi apatía.

Mal asunto.


Spanish bombs

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A estas alturas de película no creo que a nadie le sorprenda el que reconozca que durante una gran parte de mi vida sentía un cierto repelús por la música creada en este país, lo cual no deja de ser totalmente paradójico teniendo en cuenta que yo en ese mismo periodo de tiempo también era un músico de este país. No era totalmente radical y siempre había excepciones pero es cierto que tenía un cierto prejuicio a prácticamente todo lo que venía de dentro de las fronteras. La razón la he explicado muchas veces y sobre todo tiene que ver con la mala relación que tengo con la dichosa “movida madrileña” y sus consecuencias. Sin entrar a valorar el valor intrínseco de un movimiento que no viví más que desde la perspectiva de un crío sin hermanos mayores que no se enteraba de nada si que me parece reprobable, por no decir otra cosa, el daño que ha hecho a la creación musical que ha venido después. De forma completamente injusta todo lo que tiene que ver con música Pop en este bendito país tiene que ser comparado si o si con esa desgraciada época. Pop-español (o pop-en español) suele ser sinónimo en el 90% de los casos de artefactos musicales que imitan de forma descarada aquello que sonaba por aquel entonces lo cual podrías ser muy lamentable por si mismo pero todavía lo es más si la mayoría de la producción que se hizo entonces, puede que muy divertida, rompedora y arty, carecía significativamente de calidad. Sé que esto levanta espinas entre mucha gente pero lo creo así. Lo siento. Y no sólo en lo musical, todas las puertas que llevan al éxito o a vivir de la música están ocupadas por porteros de discoteca que se pusieron entonces y ahí siguen. Músicos, productores, periodistas, locutores, críticos,.. no existe relevo generacional ni lo existirá nunca mientras los sustitutos sean adoctrinadas fotocopias de lo que sustituyen. Los grupos de los 80 vuelven y siguen llenando estadios porque después no ha podido llegar nadie. No les han dejado llegar. Si lo pensamos lo único que ha aparecido en estos años son productos más o menos prefabricados, chicos y chicas latinas que nos venden la mentira de nuestra latinidad, los fenómenos extraños de Amaral o Dover (uno más comprensible que el otro) y elementos muy minoritarios liderados por Los Planetas. A principio de los 90 escuchar algo en castellano era recordar aquel sonido exagerado y extravagante y todos aquellos grupos de la movida que se pasaron a la cadena de montaje de la industria sin preocuparse de aprender a tocar la guitarra en muchos casos. Por eso los Happy losers (en lo que a mí me toca) cantaban en inglés. Porque me quería diferenciar lo más posible de todo aquello.

Con el tiempo he cambiado algo de parecer y he aprendido varias verdades. La primera es que una cosa es la gente y otra las personas y eso pasa en todos los aspectos de la vida. Con la edad he conocidos músicos de la época (más críticos incluso que yo) que aparte de ser buenos músicos son personas excelentes. También he descubierto grupos de la época que hacían ya cosas muy interesantes por entonces. Segundo y más importante es que en este barrio, en esta ciudad o en este país hay tanto talento ahora y ayer como en cualquier otra parte del mundo. Es sólo cuestión de buscarlo, poder encontrarlo y que se deje salir.

Esta semana he estado escuchando un puñado de grupos de muy diferente pelaje que lo único que los une (aparentemente porque después nada está tan lejos como parece) es haber nacido dentro de las fronteras de este país. Todo empezó el pasado fin de semana en el festival Cultura Pop celebrado en San Blas que fue donde descubrí a la Elastic Band, un curioso y muy original grupo de Granada (¿qué tendrá esta ciudad que tiene tal cantidad de grupos interesantes?) liderado por un antiguo miembro de Cecilia Ann. La propuesta en directo no podía ser más rompedora (sonidos pregrabados, bajo, batería…¡y mandolina eléctrica!) pero casi prefiero el disco “Boggie Each days” donde en forma de collage sonoro consiguen una colección de canciones tremendamente moderna y cool pero que no pierde el norte, que fundamentalmente es música pop y que con mucho criterio bebe de las mejores fuentes de la música. Algo que puso de moda Beck, que hace Fat Boy Slim en sus momentos más inspirados o que últimamente práctica ese tipo interesante que firma como Jim Noir pero algo que nunca había visto con tanta clase y buen gusto hecho tan cerca. Cantan en inglés y eso les hace parecer un grupo de fuera pero sinceramente a mi eso es algo que siempre me ha dado igual. La música y la inteligencia gracias a Dios no sabe de fronteras. El disco puede parecer exagerado en algún punto o que se abusa de los medios electrónicos… a mí sinceramente no me lo parece. Espero con ansias ver como crece la banda porque tiene muy buena pinta.

De los que no me hace falta ver su trayectoria para mostrar mi admiración es de Señor Mostaza. Ya dejé en este misma bitácora hace unos meses lo que me parecía su disco “Somos poco prácticos” y la sorpresa que supuso para mi. Eso provocó que fuese a verles en directo en la sala Galileo lo cual me sirvió no sólo para comprobar que tienen directo divertidísimo y contundente que merece mucho la pena sino para comprar con sumo placer su disco de debut “Mundo Interior” y tomar conciencia de que incluso me gusta todavía más que su secuela. Los parámetros son los mismos: buenas melodías, arreglos clásicos pero efectivos y bien ejecutados y esa particular y divertida ironía en las letras pero creo que en este primer disco suenan más frescos y naturales y que los momentos altos se multiplican todavía más veces. Gran disco sin duda que también recomiendo sinceramente a todos lo que piensan que el buen pop cantado en castellano no existe.

Y para terminar otro grupo (solista en este caso) que canta en inglés y que no tiene nada que envidiar a esa gran multitud de propuestas que semana tras semana nos invade desde "países bárbaros". Se trata de Alex Torío y su álbum de debut “last year’s man” (creo que tiene publicado un EP anterior pero no estoy seguro). Conocí al tal Alex Torío hace un par de años en el extinto Summercase al ser uno de esos artistas que tienen la mala suerte de abrir el festival en el escenario más pequeño y de peor sonido de todo el festival. No debíamos ser desgraciadamente más de 20 personas los que estábamos aquel caluroso sábado en aquella carpa infernal pero eso no fue óbice para que yo tuviese la suerte de descubrir a un artista muy interesante y atípico dentro del indie patrio. Lejos de histrionismos líricos y escénicos o fuegos artificiales de moderna electrónica en el escenario aparecía un músico que bebía de las fuentes de ese tipo de cantautores personales reencarnados todos en mi admirado Tom Waits. El concierto me gustó mucho pero tenía ganas de escucharlo en disco, disco que me ha llegado de una forma bastante retorcida. Gracias a esta misteriosa maravilla que se llama Internet hace unos meses empecé a colaborar con una web sobre el Atlético de Madrid que se “fabrica” en Barcelona (pobreatleti.com). Uno de las cabezas visibles de esa idea es compañero de trabajo del tal Alex Torío (profesor de matemáticas en Barcelona) y tuvo el grandísimo detalle de traerme una copiar original en una reciente visita. Curiosidades de la vida. El disco reproduce perfectamente lo que vi en directo con gusto, clase y profundidad. Un disco serio y elegante que eleva de nuevo la producción patria a la primera división. Por poner un único pero reconozco que me “chirría” un poco la dicción sajona de algunos de los pasajes pero probablemente sea rizar el rizo. Sin duda otro disco que merece la pena comprar.