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No entiendo como el mundo...

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En un determinado momento durante una de mis pelis favoritas del año pasasdo, “500 days of summer”, el atribulado protagonista de la misma soltó una frase que me hizo pegar un respingo del asiento. Fue algo así como “no puede entender como el mundo puede vivir sin saber que existe Spearmint”. La frase es soltada en mitad de una clásica tienda de discos lo que ya de por si es bastante como para sentirse reflejado en estos tiempos que corren impregnados de de rabiosa inmediatez y descargas fraudulentas que nunca salen de la esquina del disco duro en la que han quedado clavadas, pero es que estoy totalmente de acuerdo con tal afirmación y no conozco a mucha gente que la comparta. Esos treinta segundos de película expresan en imágenes algo para lo que yo he necesitado toneladas de canciones o ríos de tinta. La cara del protagonista cuando su supuesta media naranja reconoce con ignorante y delictiva franqueza que no tiene ni puta idea de quienes son esos tal Spearmint justo antes de que Tom, nuestro chico, le recordara que era el primer grupo que aparecía en el primer recopilatorio que le había grabado a su amada, es la cara que este que escribe ha puesto tantas y tantas veces casi por la misma razón y casi con el mismo grupo. Quitando la cortinilla de snob que todos llevamos dentro, puedo prometer y prometo que mi enfermiza afición por grupos de los que la inmensa mayoría del planeta no saben ni que existen no responde a una afinidad por la inaccesible exclusividad del que se siente exclusivo (hace tiempo que superé esa enfermedad) sino por la única y exclusiva razón de que es en esos extraños nombres que intentan zafarse del anonimato donde encuentro las dosis de verdad, emoción y belleza suficientes como para que algunas vísceras de mi maltrecho cuerpo se contraigan sin razón aparente por el efecto que causa su música. Es así y al igual que el enamoradizo de Tom no puedo entender como el mundo no se ha enterado todavía de ello.

Uno de esos nombres que me cuesta compartir con el respetable porque nadie lo conoce es el de una blanda inglesa llamada Obi que a pesar de su larga trayectoria apenas tiene un par de álbumes en el mercado. Lo que le gente no sabe es que la canción que hable su álbum de debut “somewhere nicer” es la que se ha utilizado para varias campañas de publicidad muy exitosas en lo que parece que gracias a la piratería va a ser la única forma de este tipo de artistas de salir del ostracismo, la publicidad. La banda está (¿estaba?) liderada por un tal Damin Kathuda que es de esas mentes inquietas en el mundo de la música que no puede estar quieto y constantemente están iniciando proyectos paralelos. El último de ellos llamó mi atención no por venir vía Obi (que en principio no lo sabía) sino por el nombre utilizado para bautizarlo: The Mostar Diving Club. Cualquiera que me conozca sabe de mi extraña y desmedida afición por la historia y cultura de las hoy naciones-estado de la antigua Yugoslavia. No pregunten, yo tampoco lo entiendo pero es así. Por eso cuando vi la reseña de un grupo londinense llamado con un nombre que hace honor a una de las actividades más típicas de la capital de la Herzegobina que consiste en tirarse de cabeza desde el mítico Stari Most, el precioso y centenario puente de Mostar que los croatas se cargaron durante la guerra, como paso a la edad adulta de los nativos, no pude por menos que hacerme con el disco. Gran decisión porque estoy encantado. Bien sustentado en los pilares de ese pop cálido y clásico de estrofas implacables y bonitos estribillos que caracterizaba todo lo que olía a Obi, el señor Kathuda decide esta vez acercarse a los parámetros del folk independiente (sin que muchas veces lo parezca) y utilizar toda una nueva amalgama de instrumentos, arreglos y registros construyendo un precioso abrigo de pop calmo pero con espíritu que me ha hecho disfrutar mucho estos días. Un repentino y placentero descubrimiento.

Otro nombre no especialmente “querido” por estos lares (al menos esa es mi sensación) es el de Trash Can Sinatras. Los escoceses comenzaron su andadura en el primer año de la década de los 90 c0n aquel magnífico “Cake” y acaban de sacar su quinto álbum en 20 años. No es desde luego una carrera muy prolífica pero hubo un parón importante de por medio. La gente que conoce al grupo escocés lo hace fundamentalmente por los dos primeros discos de la banda cuya mezcla de pop post-ochentero, melodías atemporales tan reconocibles siempre en los grupos del universo Glasgow y cierta actitud Indie les hicieron situarse en la complicada y agresiva escena independiente británica. A partir de ahí (estamos hablando de 1993) el grupo cayó poco a poco en el ostracismo de discos menores, EPs, singles y rarezas hasta su desaparición en algún momento de esa misma década. Hace unos años me regalaron un disco de Eddi Reader (si, la de Fairground Atraction) que cantaba poemas musicados del poeta escocés Robert Burns y que fue el origen para que pudiese descubrir tres cosas. La primera es que la canción que más me gusta de ese disco no tiene nada que ver con Robert Burns sino que fue compuesta por el guitarrista de los Trash Can Sinatras lo que me hizo tener curiosidad por ese nombre que sólo me sonaba. La segunda que el cantante de ese grupo era el hermano de Eddi Reader. La tercera es que después de 7 años estaban a punto de sacar un nuevo disco, disco que me encantó y que me hizo hacerme con toda su discografía. Así funcionan las cosas en mi cabeza. Ahora aparecen con este “In the music” que sigue con precisión la senda iniciada en su anterior disco llevándolo incluso hasta niveles superiores. Supongo que algún que otro machote prejuicioso no podrá soportar lo almibarado de la propuesta de estos ya talluditos muchachos de Irvine pero a mí me encanta y me pone de muy buen humor cada vez que me dejo zambullir en tan y tan bonita melancolía.

Y aunque de forma breve, lógicamente no podía dejar de hablar del origen del asunto, los británicos Spearmint. Soy un gran seguidor de su música pero irónicamente llegué a ellos gracias a una crítica negativa que vi en una erudita revista española. Todo lo malo que decían de uno de sus discos eran precisamente cosas que a mi no me parecían precisamente malas así que me entro curiosidad por saber cual era la realidad y de esa manera encontré el hilo del que tirar para llegar a la discografía del grupo londinense aunque esta semana el que he estado escuchando atentamente ha sido su maravilloso “A different Lifetime”, una especie de disco conceptual dedicado al amor con pasajes maravillosos y en cuyo interior, entre baladas emocionadísimas y lírica desgarrada aparece es joya de tres minutos que se llama “Scottsih Pop