Fin de año

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Hace ya unos cuantos años, cuando era pequeño, me planteaba como los adultos eran tan torpes de poner el final de año en el mes de Diciembre cuando todo el mundo era consciente de que a todos los efectos el año termina en pleno Agosto. En aquellos felices años de la infancia las vacaciones de verano eran vacaciones de verano como Dios manda. Tres meses de piscina, libertad salvaje y sol. Durante ese periodo se paraba todo, los amigos nos despedíamos hasta septiembre para escaparnos a los brazos de los otros amigos (los del verano), las series de televisión terminaban, no había estrenos nuevos en el cine, no había liga, los periódicos reducían sus páginas y sobre todo el curso escolar se terminaba para que en septiembre volviese a empezar todo de nuevo. La maquinaria se volvía a poner en marcha y nosotros, cargados de fuerzas y buenos propósitos, nos disponíamos a iniciar la nueva temporada. ¿El nuevo año?

Si bien es verdad que con la edad adulta y sobre todo, en mi caso, con los trabajos de mierda en proyectos internacionales, ese parón estival se redujo de forma dramática hasta cotas ridículas, reconozco que no he podido abandonar la sensación de que el mundo se para en el mes de Agosto y que todos damos por concluido aquello que estemos haciendo, esperando mejorar la vida al principio del siguiente curso, en Septiembre.

Este año, por primera vez en 10 años, voy a tener 3 semanas de vacaciones en el mes de Agosto lo cual está haciendo que esa sensación infantil tenga mucha más presencia. Este “año” (este curso me refiero) ha sido muy complicado en lo personal en muchos aspectos que no creo le interesen al atribulado lector. Dejémoslo en que las ganas de vacaciones que tengo son tantas que están teniendo el efecto negativo de alimentar mi ansiedad incipiente. Se me está haciendo eterna la llegada de ese 1 de Agosto al que espero como el paraíso. Esa ansiedad enmascarada ha afectado incluso a mi relación con la música de tal modo que no he sido incapaz de escuchar con atención ninguna de las nuevas propuestas que tenía previstas para esta semana. Lo he intentado de veras con algunos discos de indie-Pop que me habían recomendado fervientemente como el último disco de El Perro del Mar ("From the Valley to the stars") o un disco que parecía interesante de unos tal Headlights ("Some Racing, some Stopping") pero nada, ha sido imposible. No sé si por ellos o por mí pero lo cierto es que no me entraban.

Así que he decidido relajarme y poner mis oídos y mis ojos en otras propuestas más seguras que ya venía escuchando. Una de ellas, bastante recomendable por cierto, es el álbum de debut (creo que es el álbum de debut) de una banda americana llamada The Botticellis. Llevaba mucho tiempo detrás de este grupo desde que leí sobre ellos por casualidad en internet. Es de esas veces que sin escuchar la música de un grupo eres capaz de reconocer algo que casi con toda seguridad te va a interesar simplemente leyendo a los autores, la forma en la que entienden la música o sus influencias vitales. Este era el caso y no me equivoque. Los Botticellis hacen un pop refinado, calmado y cálido que beben de las fuentes de eso que muchos llaman pop californiano, west coast o Sunshine-Pop aunque no se quedan ahí. Abandonan ligeramente, pero con criterio, la ortodoxia y se adentran un poco más en otra opción algo más alternativa que supongo les hará interesante a oídos de otros públicos, por lo general reacios a todo lo que huela a clasicismo.

Entre unos High Llamas más centrados y unos Beulah menos vanguardistas los Botticellis hacen una disco compacto y coherente pero sobre todo bonito. Plagado de medios tiempos orgánicos, melodías 60’s y mucha orquestación empastada. Otro de esos grupos que beben de las enseñanzas del genio de Brian Wilson pero que a diferencia de otros tantos intentan dotarlo de su propia personalidad. Un disco muy interesante para los amantes del Orch-Pop y de los sonidos más pop que llegan del norte de California.

Otra historia que no tiene nada que ver pero es igual de recomendable (o más) es un magnífico recopilatorio ("In the pocket with Eddie Bo") que ha sacado Vampisoul de la algo desconocida pero presente figura de la música negra de las últimas décadas llamada Eddie Bo. El Soul es de esos tipos de música a los que siempre puedes recurrir porque nunca te decepciona. Reconozco que aunque me gusta (mucho) no soy un erudito en la materia, sobre todo si me comparo con alguno de mis amigos mods o demás amantes de la música negra en todas sus vertientes, pero al menos creo ser lo suficientemente buen aficionado como para distinguir paja de grano. Este disco es muy bueno tanto por su calidad musical como por su valor fetichista (el libreto interior, esa especie en extinción, es muy interesante) e histórico puesto que supone un recorrido desde los tiempos del R&B más puro de principios de la década de los 60’s hasta el Funky-Soul más discotequero del final de su carrera.

El volumen recoge una selección de la producción de Eddie Bo en todas sus facetas de musico, escritor y productor pero a mí personalmente me gusta mucho más la primera mitad del disco (¡en total son 28 canciones!) porque es ahí donde se concentran los temas más Soul. La segunda parte entronca más con la rama Funkie que personalmente no es de las cosas que más me gusta en esta vida (probablemente porque nunca me he preocupado lo suficiente de descubrirlo). Un buen disco para escuchar en el coche a todo volumen con las ventanillas bajadas en una mañana de verano.

Y otra rara avis entre tanto pop independiente ha sido un nuevo disco del amigo Cal Tjader, esta vez el titulado “Along Comes Cal”. Sin ser especialmente diferente de sus otras referencias (al menos las que yo conozco a día de hoy) en este trabajo su elegante Jazz se adentra en otros estilos de la música latina como el Mambo o el Bolero pero sin que todo tenga ese color tan característico y particular de Cal Tjader donde se mezcla el Latin-Jazz, la bosanova, el toque Loungue y la sofisticación. Un disco muy agradable que se degusta sin querer, especialmente en estas tardes estivales si eres capaz de estar en una habitación refrigerada y con una bebida fría en la mano.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Score from Augusta – Beulah
(When your Heartstring breaks – Sugar Free/1998)

Señor, he pecado

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Oh señor, he pecado. Se ha hecho irremediablemente fuerte esa parte de mi psyche, oculta pero latente, que reúne los siete pecados capitales en uno y que sale a relucir durante el mínimo momento de flaqueza. Oh señor, me he traicionado a mi mismo. Los cimientos de mi coherencia se derrumban y me siento fatal, como una especie de Gandhi escopeta en mano y pegando tiros a su rival o un José Tomas entrevistado por Ana Rosa Quintana en pleno alvero. Soy como Lennin conduciendo un deportivo, Ian Paisley comulgando de manos del Papa o la ministra Aido construyendo una frase correctamente y con algo de sentido.

Yo que he despotricado (y seguiré haciéndolo) de esa terrible enfermedad que asola el intelecto colectivo de este bendito país llamada “festival de música”, he vuelto a sucumbir al sensual pero engañoso poder que profesa. Si, sé que puedo intentar defenderme aduciendo que mí motivación no sólo es distinta sino mucho más noble al tratarse de un acto de generosidad para uno mismo al ser la única oportunidad que me deja el destino para rendir pleitesía a figuras que fueron importantes para servidor en el pasado. ¡Falacias!. ¿Cómo puedo tan siquiera tener la desfachatez de presumir de algo así si ayer estuve viendo (que no escuchando) a Bruce Springsteen en el Santiago Bernabeu?

Pero volvamos al principio. No viene a cuento explicar ahora en este pequeño rincón del ciberespacio mi manifiesta aversión por el concepto “festival de música” y más concretamente por el concepto “festival de música durante los últimos años en este país”. Dejémoslo en que cansado de tragar polvo, pasar calor, recibir empujones y sobre todo de sufrir las estupideces del habitante típico de estos festivales decidí no volver a pisar uno ellos en algún tiempo. Como ser humano que soy he tenido que tragarme mis palabras aunque en mi descarga pueda decir que la culpa la tienen nada menos que My Bloody Valentine y Morrisey.

La ya lejana década de los 90 fue la época en la que yo me hice adulto musicalmente. Fue la década en la que pasé de girar el dial de la radio sin criterio ni sentido, buscando canciones que me gustasen y apuntando el nombre de los intérpretes, a saber quienes eran, por ejemplo, Paul Chastain o Thurston Moore. De creer que la música moderna terminaba con el “Think for a minute” de los Housemartins a entender y emocionarme con los discos de Wilco. En todo ello creo que tuvo mucho que ver My Bloody Valentine y su obra maestra: “Loveless”. Fue durante la decada de los 90, coincidiendo con el nacimiento y búsqueda de identidad de los happy losers, cuando surgió algo que la critica denominó Noise-Pop. Dentro de la música alternativa y viniendo desde el lado más vanguardista del sector surgió la idea de crear música a través del ruido. Como en la mayoría de experimentos de este tipo hubo de todo aunque la inmensa mayoría era realmente insoportable, más allá de la novedad o lo cool que pudiese parecer en el momento concreto. Al carro se apuntó mucha gente desde los hijos del grunge (movimiento con el que coexistía) hasta snobs americanos como Sonic Youth o Pavement pasando por los grupos de pop independiente británicos como los Teenage Fanclub que si en los primeros discos tocan el movimiento de refilón terminan zambulléndose del todo con su LP perdido “The King” que yo poseo y que es insufrible. El movimiento influyó a mucha gente de muchas formas diferentes pero para mí el disco que mejor define lo que intentaba ser el Noise-Pop y también el que mejor lo refleja es sin duda “Loveless” de My Bloody Valentine.

La primera vez que escuché el disco pensé que mi reproductor de música estaba estropeado y que por eso sonaba mal. Hoy me parece una obra maestra. Un chico como yo, amante de la melodía Pop y cuya referencia musical eran los Beatles, no podía entender aquello. Craso error motivado una vez más por prejuicios dañinos ya que mirándolo con los ojos con los que hay que verlo resultó que ambas propuestas no estaban en el fondo tan alejadas. El disco son 11 cortes de preciosas melodías POP construidas sobre estructuras nada convencionales. Murallas de sonido donde no se distingue ningún instrumento, ruido perfectamente afinado (o perfectamente desafinado) y colocado en el lugar preciso. Ritmos cansinos, ambientes atmosféricos y una voz que podría ser cualquier otro instrumento. Ladrillos de sonido que se repiten de forma hipnótica pero que envuelven para siempre a cualquiera que se deje seducir. Algo que parece tan simple no lo es. Puedo dar fe de ello. La fórmula ha sido imitada posteriormente hasta la extenuación pero ya nunca podrá ser genuina. Ideal para identificarte con ambientes densos y opresivos no es raro de entender que la pequeña Coppola recurriese al genio de Kevin Shields (cerebro de My Bloody Valentine) para reflejar el sórdido ambiente de Tokyo. Yo he estado en esa ciudad alucinante y llevaba "Loveless" sonando en mis orejas cuando entraba a Tokyo montado en el Shinkansen que venía de Osaka. Jamás lo olvidaré. ¿Cómo podía perder la única oportunidad de verles en directo aun siendo en un festival?

Morrisey es otra cosa. Ídolo indiscutible para mucha gente con criterio musical reconozco que servidor sucumbió relativamente tarde a sus encantos. Los Smiths me parecían hace años un grupo simple y sin sustancia nacido en la penosa década de los 80 y que además estaba liderado por un papanatas. Hoy me tengo que comer todo aquello que pensaba. La verdad es que mi aversión venía motivada más que por la música por la imagen que me llegaba del tal Morrisey pero incluso en eso me tengo que comer mis palabras. Hoy, a pesar de haber rectificado, me arrepiento de haber sido tan estúpido de dejarme llevar por lo evidente o por terceras opiniones sin escarbar y toparme con la realidad yo mismo. Algo, por cierto, que siempre he criticado. La cosa empezó a cambiar el día que alguien me pasó en MP3 con un “grandes éxitos” de los Smiths. Cuando algo que crees malo resulta que simplemente escuchándolo y sin hacer ningún otro esfuerzo no lo es, termina transformándose irremediablemente en algo muy bueno. Los conversos suelen ser luego además los más talibanes.

Desde aquel MP3 he acabado haciéndome con toda la discografía de los ingleses (me gusta más que la carrera en solitario de Morrisey salpicada de buenos y malos momentos) pero hubo un disco que fue el que definitivamente hizo que me rindiera a la evidencia: “Hatful of Hollow”; y es que una de las cosas que hace especial a un grupo como los Smiths es el respeto que tienen por la canción y el disco en todos sus formatos. Tal es así que muchas de las mejores canciones del grupo no están en los LPs formales sino repartidas en singles, caras b’s, EPs y cosas así. “Hatful of Hollow” no es un LP propiamente dicho sino un recopilatorio con algunas de esas “rarezas” que quedaron fuera de los discos no por razones de calidad sino por ser un grupo empeñado en sacar lo mejor que tenían en cada momento, aunque el formato de destino fuese un single o un EP. Tal es así que en este disco aparecen joyas como: “Still Ill”, “This Charming Man”, “Heaven Knows I’m miserable now”,….

Hace unos años tuve la oportunidad de ver a Morrisey en directo en Buenos Aires y resultó ser una especie de epifanía donde conseguí completar mi conversión a la religión morriseyniana. No podía dejar tampoco pasar la ocasión de verlo en Madrid.

Lo de Bruce Springsteen sin embargo necesita un análisis más profundo que ya he hecho en otro sitio (ver) así que no quiero estropear un post que me estaba quedando tan bonito. Decir tan solo que esta semana he estado escuchando su archifamoso “Live 1975-1985” porque ayer iba a ir a verlo en directo. El triple CD, aunque no quede nada cool decirlo, es muy bueno y le tengo especial cariño por razones sentimentales. Siendo un enano y sin poder ir a conciertos todavía escuchaba con la boca abierta las hazañas de un tal Bruce Springsteen por boca de mi tío que entre otras cosas se había ha ido a Montpellier para poder verlo ya que nunca tocaba en España. Ese triple vinilo fue lo primero que escuche de “el Boss”.

Ayer lo que tendría que haber hecho es llevarme el ipod con ese disco mientras veía deambular al amigo Bruce por el escenario. De esa manera hubiese disfrutado más del concierto y de la magia de algo así, pero sobre todo hubiese evitado escuchar el atroz, infernal e intolerable ruido que llegaba a mis oídos. La E Street Band es un engranaje magnífico que suena de fábula como gracias a Dios ya había tenido la oportunidad de comprobar. Lo que no es de recibo es organizar un concierto en un sitio tan poco preparado y con las características tan lamentables que presenta el Santiago Bernabeu. Sólo la insultante avaricia de meter más y más clientes anónimos, por los que no se tiene ningún respeto, puede justificar algo así. No sé el grado de responsabilidad que tendrá Bruce Springsteen en todo esto pero estoy seguro de que si él hubiese estado ayer a mi lado, como músico que es, se le caería la cara de vergüenza. Todo eso sin saber el desorbitante precio de la entrada que como mínimo debería implicar un cierto respeto por quien la paga y su derecho a disfrutar de una propuesta técnica a la altura del precio. Alguien debería pedir perdón.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Alarm Clock – The Rumble Strips
(Girls and Weather – Universal/2007)

Largo y tortuoso

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Una de esas leyes para humanos que no está escrita en ninguna parte dice algo así como que las cosas que cuestan más son también las que más se disfrutan. Yo desde luego estoy de acuerdo. Los humanos, por mucho que actuemos de otra forma, somos seres imperfectos y como tales también egoístas, vagos, cobardes y vulnerables. Tendemos a despreciar lo que conseguimos sin esfuerzo a la vez que soñamos y sufrimos por lo que no tenemos, muchas veces sin pararnos a pensar que a lo mejor eso tan especial que añoramos es algo que ni siquiera queremos.

En este tiempo que nos ha tocado vivir donde somos capaces de medir a través del sistema métrico decimal cosas como la felicidad, el amor, la belleza o la estupidez se hace todavía más patente esto de lo que hablo. La música y todo lo que hay dentro (talento, esfuerzo, inspiración, arte,…) no vale demasiado hoy en día al estar simplemente a un clic gratuito de distancia. Un clic ilegal pero un clic al fin y al cabo. A la gente le duele pagar a 15 euros por un disco (y de hecho no lo hace) porque lo considera muy caro teniendo en cuenta lo poco que cuesta el plástico del que está hecho (dejando meridianamente claro lo que valora el interior que al fin y al cabo es lo que está pagando). Sin embargo no tiene ningún reparo moral a la hora de, por ejemplo, tomarse un café en un starbucks sabiendo que el precio de costo es probablemente 20 veces inferior y donde el valor añadido es evidente al ser inexistente. Supongo que intentar entender el valor añadido que hace que dentro de un trozo de policarbonato o de vinilo suene el álbum blanco de los Beatles es bastante más difícil que tomarte un café aguado en un sitio de apariencia fashion que siempre está a mano. No se quien ha decidido que lo uno es un robo y lo otro es cool pero es así.

Esta semana me ha dado por pensar sobre todo esto y me he enfadado. Por eso en un arrebato de micro rebeldía he decidido zambullirme en discos de apariencia difícil para intentar salir algo más rico al final del túnel. “Out of the Shadow” fue el disco de debut de la banda americana Rogue Wave que en realidad era la fachada tras la que se escondía Zach Rogue, uno de esos personajes que pueblan la serie B musical americana tan raros y cargados de talento como faltos de reconocimiento público. El disco supuso para mí (y para muchos) una bocanada de aire fresco dentro del viciado mundo del rock alternativo norteamericano. Estaba cimentado en un pop casi naive rodeado de instrumentos clásicos colocados de una forma entre minimalista y de vanguardia. Estructuras extrañas, letras hipnóticas, ruidos, silencios, sonidos vintage,… pero magníficas canciones pop. La continuación “Descended like cultures” seguía la misma línea pero mientras el primer disco había sido prácticamente un trabajo en solitario en el segundo se apreciaba una labor de la banda más presente, especialmente la de su batería, Pat Spurgeon, que para mi es uno de los mejores baterías de la escena sino el mejor. No en el sentido de técnica, que también, sino en el de participar con su instrumento en la creación de una canción. Imaginativo, original y muy creativo. Merece la pena verlo en directo, algo de lo que puedo dar fe.

El último trabajo de la banda “Asleep at heaven’s gate” sin perder la fuerte personalidad de sus autores es sin embargo otra cosa al tratarse de un disco mucho más ambicioso. Oscuro, denso, muy largo, lleno de canciones muy largas, cambios de escenario, tonalidades opacas, gusto árido por momentos, desarrollo complicado en muchas fases pero sencillo poco después,… Un disco tremendamente difícil, que no por ello malo. Ni mucho menos. Es de esos discos que necesitan muchas escuchas concentrado para poderlo entender. Al menos es lo que me ocurre a mí. No resulta útil como música de fondo porque acaba pareciendo histriónico y pesado. Hay que sentarse y escuchar y entonces aparecen las mismas buenas canciones de los discos anteriores pero vestidas esta vez de forma adulta como si quisieran salir a pelearse con el mundo hostil ocultas tras una coraza de aluminio. A mi me costó varias escuchas dejar de pensar que no suponía un patinazo en su carrera pero he conseguido no pensarlo. Es más, hoy me parece un ambicioso y arriesgado salto hacia delante, dado con talento y mucha dignidad.

De la misma forma y tras varias escuchas he llegado a una conclusión similar respecto del último disco de los archiconocidos Coldplay. Mi acercamiento y huida del mundo Coldplay tuvo lugar hace años cuando se publico su famoso "Parachutes". Sin ser uno de mis discos de referencia si me pareció, y me parece ,un buen disco cargado de buenas canciones, con estilo propio y personalidad. Reniego por principio de los grupos que salen en la portada del Melody Maker sin tener publicado todavía un sólo disco (y este fue el caso) pero lo escuché y me gustó.

Eso si, ahí termino todo. Su siguiente trabajo “A Rush of blood to the head” me pareció una mala y exagerada imitación de si mismos y el siguiente “X&Y” más de lo mismo pero encima con pretenciones indie. Todo ello hacía que fuera reticente a degustar su nueva entrega, ese disco de portada patriótica y título con homenaje a nuestro idioma que se llama: “Viva la vida (or death and all his friends)”. Craso error. Creo que merece el intento. El disco no es desde luego tan radiable como los anteriores pero me parece más honesto, ambicioso y trabajado. En tan sólo 8 cortes encontramos la columna vertebral de lo que es Coldplay pero esta vez se sueltan el pelo hacia propuestas ligeramente más arriesgadas sin perder el norte (como ocurría en X&Y). Ahora podemos ver con más nitidez esas referencias al post-punk de los 80, al indie británico con raíces en Radiohead o a My bloody Valentine. Referencias que aparentemente siempre estaban según sus autores pero que quedaban ocultas tras la obsesión FM y la megalomanía de estadio. Requiere un poco más de esfuerzo pero merece la pena su escucha.

Y bueno, entre tanto disco difícil decidí intercalar algo más digerible sin esfuerzo aunque ni mucho menos de complejidad inferior. Decir Antonio Carlos Jobim es no descubrir nada. Para algunos el padre de la bosanova, para todos un genio. Sus canciones son mundialmente famosas pero sus discos me temo que no tanto. De hecho poca gente conoce que algunos de los discos más reputados del brasileño son estrictamente instrumentales. Uno de mis favoritos es “wave” publicado en 1967 y que ha sido con el que he apaciguado mis momentos-tormenta de la semana.

Sonando ahora mismo en mi ipod:
City Girl – Kevin Shields
(Lost in tralation OST – Emperor Norton/2003)

Guitarras

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Hace ya tiempo que se ha demostrado científicamente que no siempre la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Tan concreta afirmación hoy parece obvia en el mundo de la física relativista pero los seres humanos seguimos sin ser plenamente conscientes del asunto. Hace unos años los sufridos parisinos se morían por una ola de calor que estaban sufriendo porque los pobres se dedicaban a abrir de par en par las ventanas con lo que conseguían justo lo contrario de lo que querían. Los meses que pasé viviendo en Arabia Saudita también me demostraron que con 50ºC a la sombra lo mejor es tomarse un te bien calentito. Puede que la razón de nuestra ingenuidad se deba a que todavía no se ha escrito la ley concreta que transcriba lo que dice la física avanzada al devenir de los humanos o puede también que, independientemente de teorías inteligibles, entendamos de forma egoísta que la línea recta es la menos cansada.

El caso es que algo así es lo que me ha pasado a mí esta semana. Aupado por el subidón de ver a la selección nacional de fútbol ganar un título por primera vez desde que abrí los ojos en este mundo y sobre todo tras el chute de moral que fue el me propusieran sacar un disco bajo el epígrafe lukah boo (veremos en que acaba), decidí dejarme de experimentos musicales, chicos lánguidos cantando sus penas o de blandengues como yo que andan desorientados en este mundo donde se paga tan caro definirse y optar por el sonido de guitarras. ¡Rock & roll! Craso error. Lejos de levantarme la moral lo que he conseguido es amplificar mi histerismo y eso si, levantarme un sonoro dolor de cabeza. He probado con mucha nueva propuesta guitarrera pero nada. Ninguna ha hecho verdadera mella en mí.

Reconozco de antemano mi alergia a todo ese movimiento de revival new-wave, post-punk, que ha venido asolando las listas cool durante los últimos años y que afortunadamente remite poco a poco. Muy pocos grupos de todos esos que se imitaban entre ellos, y que a su vez imitaban a grupos de los 70’s/80’s (que también se imitaban entre ellos), han acabado gustándome. Los podría contar con los dedos de una mano pero uno de ellos sería probablemente The Fratellis, unos chicos ingleses que llegaron de puntillas y casi al final a toda esa movida pero que lo hicieron con un disco que estaba francamente bien: "Costello Music". Los descubrí porque me gustó el nombre pensando que lo habían sacado de aquella familia italiana que amedrentaba a los pobres Goonies pero por lo visto no tiene nada que ver.

Hace poco han publicado su segundo álbum denominado “Here we Stand” pero sin ser un mal trabajo ha supuesto una decepción para mi. El segundo disco para cualquier banda es probablemente el mayor reto al que enfrentarse si quiere mantener una carrera de largo recorrido así que tampoco debe considerarse una sorpresa mayúscula. Seguro que se recuperan. Este “Here we Stand” suena mejor, está mejor producido, estilísticamente es algo más ambicioso (aunque tampoco de forma exagerada), intuyo que las letras están algo más trabajadas,… pero para mi es peor. Fundamentalmente por dos cosas. La primera, la menos importante, es que no tiene la frescura, naturalidad y falta de pretensiones de su primer trabajo y la segunda es que las canciones son menos redondas. Puede que necesitase otro estado de ánimo para sacar el partido que se merece pero aun así no creo que superase nunca la posición que tiene su primer disco en mi lista imaginaria.

Pero más decepcionante ha sido todavía el nuevo trabajo de Weezer, el llamado álbum rojo. Conocí a Weezer hace ya muchos años en un extinto (creo) pero mítico programa que emitían en el segundo canal de la MTV, 120mins. Yo por entonces (principios de los 90) no tenía televisión por cable ni posibilidad de ver ninguno de los canales de la MTV pero si que tenía acceso Sergio, mi amigo y compañero de grupo en los happy losers, así que me hacía el favor de vez en cuando de grabar varios programas en una cinta de video y pasármela. Las novedades me llegaban con meses de retraso pero afortunadamente eso es algo que siempre me ha dado totalmente igual. En una de esas cintas escuche por primera vez “Undone – the sweater song” la cual destacaba entre el resto de propuestas alternativas. Me gusto esa forma de tocar música pop con evidente signo 60’s pero con unas guitarras poderosas que más de una vez no me hubiese importado poder imitar.

El primer disco de Weezer, el azul, donde aparece esa canción, sigue siendo mi favorito pero en los discos posteriores de la banda siempre al menos había un par de temas magníficos que pasaban a ser hits aunque las canciones alrededor pasaran poco después al sueño de los justos en el olvido. En esta nueva propuesta no encuentro ese par de canciones por ningún sitio. Lo único que veo es una colección de temas bien ejecutados pero que no me dicen nada. Una pena pero por suerte o por desgracia Weezer es un grupo que no tiene que demostrar a estas alturas nada a nadie y menos a mi.

Quien si me ha sorprendido, y esto es una verdadera sorpresa, es el último disco de Blind Melon. Los americanos son una de esas bandas que surgieron en los 90 dentro del movimiento alternativo pero más o menos emparentado con la tradición más rock de la América roquera. A mi me llegó algo de ellos en su día (gracias a uno de los muchos amigos medio-heavies que tenía por entonces) y francamente me sonaba a una mezcla de Guns & Roses y Soundgarden nada apetecible. Ni me acuerdo el disco que era.

Pero en esta vida cambia uno y sus circunstancias. El grupo tuvo un parón de 10 años debido a que su cantante murió por sobredosis y en esos años mis prejuicios por el rock americano o la tradición country debieron irse disipando por el camino. No estoy muy puesto en la trayectoria de la banda pero creo que sus seguidores daban por hecho la desaparición de la misma hace no mucho tiempo. Sin embargo a principios de año apareció este “For my friends” que francamente me parece un gran disco, sobre todo teniendo en cuesta que se enmarca en un estilo del que tradicionalmente reniego. Coherente, honesto, intenso y algunas canciones que de las que ten quedas escuchando cuando entran en tu cerebro sin querer. Sorpresas te da la vida.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Sheepdog – Mando Diao
(Bring’em in – 2003/Mute)