Avestruz

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João Gilberto-João Gilberto
(Polydor/1973)

El avestruz puede que no sea una animal muy inteligente pero sin duda es un animal muy humano sin entendemos que el que está escribiendo esto puede ser incluido en la categoría de humano. Eso de esconder la cabeza dejando el resto al aire cuando uno se siente amenazado es una de mis prácticas habituales que sale a relucir en momentos como este en el que uno se siente ignorado, estafado, invisible, vestido de una pátina opaca de gris mediocridad y rodeado de esa soledad imperceptible y no deseada que duele tanto. En momentos así uno solía cerrarse entre cuatro paredes a transformar todos los fantasmas en acordes, sonidos y silencios o en anárquicas secuencias de frases que describían un mundo inexistente. Hoy es todo mucho más difícil y lo único viable es esconderse detrás de una sonrisa creíble, unos movimientos automatizados y la burbuja impermeable de proporciona los auriculares del ipod. Guardando la cabeza y dejando el resto al aire. En momentos así a uno le gustaría ser Joao Gliberto para aprovechar los pellizcos en el alma y transformarlos en evolución artística pero me temo que el resto de mortales no estamos destinados a ello y tenemos que conformarnos con escuchar su música.

El inventor de la Bossa nova (y al que me cuestione este punto prometo rebatírselo con argumentos hasta la extenuación) es un tipo extraño y complicado. Su leyenda está trazada sobre acusados procesos de soledad, una soledad que ha alimentado su legado artístico y musical. Cuando el bueno de Joao fue expulsado en 1950 del combo Garotos da Lua (por indisciplinado) iniciaba sin saberlo un periodo de 7 años de ostracismo en el que los humanos podían ver el cuerpo del artista tirado en alguna de las casas dónde lo dejaban vivir pero sólo Dios sabe dónde tenía escondida la cabeza. Por eso es difícil saber si fue en Sao Paulo (con su amigo Luis Tellez) o en Minas Gerais (en casa de su hermana) tocando día y noche su guitarra dónde el señor Gilberto encontró la clave para su gran legado: la Bossa Nova.

La Bossa nova para el mundo, como tantas otras cosas, nació cuando la descubrieron los americanos. Artistas como Stan Getz, Herbie Mann o Charlie Byrd, fascinados por los ritmos latinos y en concreto por esa nueva “batida” que venía de Brasil tratan de fusionar esas músicas con un estilo en continua evolución por aquel entonces como era el Jazz y de ese Cocktail surge en 1962 el mítico Getz/Gilberto que incluye la “Garota de Ipanema” cantada por Astrud Gilberto, esposa de Joao por aquel entonces y que ni era cantante profesional ni pensaba aparecer en el disco. Sin embargo la Bossa Nova había aparecido comercialmente mucho antes a finales de los 50 en la escondida Brasil de la mano del propio Joao en esa deliciosa grabación llamada “Chega de Saudade” (de la que ya hablé aquí hace tiempo).

Pero dando una vuelta de tuerca al asunto ni la fusión jazzística norteamericana ni el maravilloso y delicioso pulido del estilo que hizo (fundamentalmente) el genio de Tom Jobim en lo musical (perfilado líricamente por el poeta Vinicius de Morais) reflejaban lo que en palabras del propio Joao Gilberto fundamentaba la esencia de la Bossa Nova. Ello trajo el sentimiento de traición de Joao y muchos problemas en las relaciones personales durante las grabaciones lo que probablemente lastró la carrera del artista y sobre todo de un género que a pesar de su importancia e influencia en esencia fue efímero.

La Bossa Nova que inventó Joao Gilberto era un estilo musical basado en la Samba clásica que enriquece el aspecto melódico refinando las partes de percusión y rimo para trasladarlas a la guitarra. La forma de tocar la guitarra de Joao recogía a la vez los aspectos armónicos y rítmicos de las bandas de Samba por lo que en teoría no necesita acompañamiento. Desde el punto de vista vocal el nuevo estilo presentaba una inusual forma de cantar a un volumen extremadamente bajo (prácticamente susurrando), economizando recursos (en contra de las técnicas de crooner tan de moda antes y después entre los cantantes estrella), eliminando por completo el vibrato (algo insólito también entre los artistas rutilantes de la canción) y depurando la técnica hasta el punto de no escuchar la respiración del cantante. Sobre el ritmo sincopado de las notas de la guitarra la voz creaba una tensión genuina cantando ligeramente antes o después de lo que le correspondería según el tempo. Si uno escucha los primeros discos de Joao Gilberto (Chega de Saudade o O Amor, o sorriso e a Flor) podrá observar todo esto fácilmente pero escondido de alguna manera en ese precioso traje instrumental cuya autoría recae en el ilustrado Antonio Carlos Jobim. Joao Gilberto siempre se quejó con mayor o menor intensidad de la producción de los discos que según él disfrazaban la esencia de lo que quería hacer.

Por todo lo anterior se entenderá mejor por qué esta semana he pasado muchas horas escuchando “Joao Gilberto” el disco homónimo que el brasileño grabó varios años después de todo aquello en un intento de recuperar la esencia de su Bossa nova. La que él había inventado. Un disco nada sencillo, extraño y desconcertante pero fantástico desde mi punto de vista. Eliminando cualquier tipo de orquestación (está tocado exclusivamente con su guitarra y unos casi minimalistas y esporádicos arreglos de percusión), grabado a un volumen extremadamente bajo y cantado según la escuela de la economía de voz que pregonaba, ahí dentro se pueden encontrar canciones generalmente de larga duración (por encima de los 6 minutos en algunos casos), la fantástica y desconcertante revisión que hace Gilberto de esa obra maestra de Tom Jobim llamada Aguas do Março, canciones que repiten durante minutos sílabas o una única palabra (Undiú), instrumentales (Na Baixa do Zapateiro), delicias susurradas (Falsa Baiana) o el precioso dueto con Miúcha que se puede escuchar aquí abajo. Un disco complicado en su forzada sencillez, precioso y original. Ideal para mantener la cabeza dentro mientras enseñas las piernas.


Joao Gilberto (& Miúcha)Izaura
(Joao Gilberto/1973)


Submarine

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Alex TurnerSubmarine EP
(Domino/2011)

Hace muchos años me explicaron en una clase de filosofía que mientras los colores son capaces de mezclarse íntimamente hasta el punto de no distinguir uno del otro (y en realidad crear un color distinto de los anteriores) no ocurre lo mismo con los sonidos. En una orquesta, en una canción pop, podemos ser capaces de distinguir con el oído todos los sonidos que componen la obra. Es obvio, pero hasta entonces no había reparado en ello. Con el paso de los años me ha dado por pensar sin embargo (y esto si que no está contrastado por ningún experto en filosofía) que esa sopa mágica de sonidos sin mezclar que componen una canción admite en su corazón otras cosas que no son sólo sonidos. Eso explicaría mejor por ejemplo que una canción en la orilla del mar no suena igual que en el metro o que una canción que escuchas viendo el skyline de una gran ciudad a las cuatro de la mañana no suena igual que en la sala de espera de un dentista. El cine es un buen ejemplo de toda esta elucubración. Canciones que crecen o decrecen estando dentro o fuera de una película. Músicas que jamás te hubiesen llamado la atención de no ir acompañadas de una historia en forma de imágenes acaban perteneciendo a la banda sonora de tu vida. Me ha pasado infinidad de veces pero la última de ellas hace muy poco viendo esa extraña pero deliciosa película llamada Submarine.

Reconozco que no soy un gran admirador de los Artic Monkeys. Cuando aparecieron en escena mis prejuicios y mi pertinaz recelo ante las modas repentinas que vienen desde la pérfida Albión me hicieron ver al grupo con dudas y, seguramente de forma injusta, no les presté demasiada atención. Escuchaba y leía los parabienes que recibía el talento de la banda pero por alguna razón no me llamaba demasiado la atención. Por eso no sabía quién era Alex Turner cuando me senté a ver Submarine. Tampoco sabía demasiado de la película más allá de la recomendación encarecida de alguien con criterio así que tuve la suerte de toparme con ella en el estado ideal: algo que te gusta mucho pero que no lo sabes y que no te esperas. Según avanzaba esa agridulce y melancólica historia romántica de un extravagante adolescente galés las férreas defensas de mi espíritu crítico se desvanecían por completo. La película me caló hasta los huesos y con ella su música. ¿O fue al revés?

Una música que no estoy seguro que fuera de la pantalla hubiese provocado en mí el mismo efecto que dentro pero ya nunca lo sabré. Baladas tremendamente simples en instrumentación pero prácticamente perfectas en resultado. Vestidas de una naturalidad insultante aparecen sin embargo creíbles desde el principio hasta el final. Letras oníricas que sin destripar absolutamente nada se agarran con rigor marcial al metraje para el que fueron creadas. Todo muy tierno. Todo muy bonito. Canciones que navegan en ese punto difuso en el que la tristeza sonríe para transformarse en melancolía. Las canciones están firmadas por Alex Turner y Alex Turner es el líder de los Artic Monkeys. Jamás volveré a dudar de su talento.

Hidding Tonight

¿Vulgar y previsible?

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Seth Swirsky - Watercolor Day
(2010/Grimble Records)


Hay muchos días en los que uno se levanta por la mañana y se convence a si mismo de que el mundo es un sitio vulgar y previsible saturado de seres humanos que responden con escaso margen de error a ese puñado de prototipos que marca la sociedad. Todos hemos cometido el pecado alguna vez de catalogar a las personas por la apariencia, la forma de hablar o cierta opinión del susodicho respecto a un tema en el candelero. Lo triste de tal asunto, más allá del asunto en si, es que las categorías que manejamos son ciertamente muy pocas. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los humanos se debaten entre dos partidos políticos, dos equipos de fútbol, dos periódicos, dos grupos de música, dos formas de entender la "vida",… es sencillo interpretar que esa vida, esa cosa gestionada por los seres humanos, es algo vulgar y previsible. Pero luego ocurren cosas inesperadas que te hacen pensar que la magia, el encanto, la ciencia, la belleza, la verdad o la emoción existen. Existen pero no pueden estar en esos manoseados y plastificados “dos de todo” sino que debe por tanto reposar pacientemente en algún cálido y escondido refugio que sin estar expuesto a la marabunta se encuentra sin embargo accesible a cualquiera. Cada vez tengo más claro que la felicidad está en esa esquina que se esconde del mundanal ruido y cada vez tengo más claro que cada uno de nosotros tenemos la nuestra, diferente a todas las demás.

Hace poco mi buen amigo Pablo Carrero (capo máximo del imprescindible sello de Pop elegante llamado Rock Indiana) me recomendó la compra de un disco llamado Watercolor Day de un tal Seth Swirsky y no pasa un día sin que le de las gracias por ello. Andaba uno con cierto resquemor en los últimos meses por aquello de no encontrar entre las nuevas propuestas que llegan a mi alcoba un disco elegante, emocionante, bonito y agradable que llevarse al paladar de los sentidos y mira por donde estaba ahí. Watercolor Day es uno de esos trabajos atemporales, ajenos a las modas, de una complejidad extrema que sin embargo consigue mostrarse ante el público como sencillo, agradable y muy fácilmente digerible. Alimentado por el ABC del Pop orquestado (ya saben, Brian Wilson, Honeybus, el Pop sesentero de las West Coast, Harry Nilsson, The Beatles,…), vitaminado por el gran talento de los autores americanos de Power-Pop de los 80 y revitalizado con las nuevas técnicas de grabación y producción, Watercolor Day aperece como una pequeña y preciosa maravilla de 19 cortes que por una vez da sentido y verosimilitud a la manida frase de orfebrería Pop.

Seth Swirsky además me sirve para justificar lo que decía al principio. En una tarde vulgar, de un día vulgar descubro la existencia de este personaje del que nadie había oído hablar y que muy probablemente aparezca como vulgar y previsible ante sus vecinos cuando lo ven comprando en el Wall-Mart. Un tipo que vive en algún rincón de la America plastificada y que no sólo es capaz de crear un disco capaz de estremecer (el segundo de su carrera en solitario, por cierto) sino que resulta ser un cantautor de reputado éxito para otros artistas (Rufus Wainwright, Celine Dion, Al Green, Eric Carmen, Olivia Newton-John, Tina Turner,..), Miembro del nada desdeñable combo Pop 60’s-revival The Red Buttom, escritor de libros (tiene tres publicados en torno al Beisbol y en base a las cartas que intercambia con aficionados de prestigio, periodistas y jugadores), director de cine (dirigió el documental Beatles Stories sobre personas que tienen algún tipo de relación con los de Liverpool y que ha sido laureado en varios festivales europeos) y hasta afamado coleccionista de “memorabilia” en torno al mundo del Beisbol.

¿Cuántos Seth Swirsky existen repartidos por el mundo sin que lo sepamos? ¿Cuántos tienes alrededor? Pensaré sobre ello la próxima vez que me entren tentaciones de hacer caso a lo que sale por televisión. Mientras tanto...