Paréntesis

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Cuando hace unas semanas me fui a disfrutar de las veleidades laicistas de la semana santa (lo siento por le nuncio y la curia romana pero para mí semana santa siempre ha sido sinónimo de vacaciones con todo lo que ello implica y poco más) llevaba en mi zurrón una gran remesa de discos a los que hincar el diente con potenciales horas y horas de reflexión por delante. Por alguna razón que tendrá que ver con la teoría de los ciclos, el misterio de los biorritmos o el escurridizo bosón de Higgs lo cierto es que cuando volvía de vuelta a Madrid días después aquel buen puñado de CDs impolutos y con olor a nuevo seguían sin perder su absurda virginidad. La razón no hay que buscarla en que servidor pasase sus días de asueto contreñido por el efecto purgante de las saetas de dudoso gusto que con voz quejosa se cantaban con más pena que gracia en el bonito pueblo de la sierra abulense en el que reposaba mis huesos. Tampoco es que tuviera a bien pasar los días recreándome en el purificador silencio de la reflexión santa sin nada que lo rompiese. Nada más lejos de la realidad. Desde que mis ojos dejaban entrar los rayos de sol bien de mañana la música pop (en el amplio sentido de la palabra) frotaba todos mis poros hasta que el día declinaba de forma natural. La única y sencilla explicación para tal efecto hay que buscarla en mi preocupante estado de paréntesis, ese estado raro y confuso que me hace tener la sensación de que las cosas pasan a mí alrededor sin que me toquen, como si estuviese viviendo en una burbuja tapizada con paréntesis. Unos paréntesis que se abrieron en algún momento hace algunas semanas pero que siguen sin cerrarse y mientras el mundo va desgranando sus días y semanas como pétalos de una margarita cuasi infinita aquí el que suscribe está sentado en su cálido porche de madera bebiendo limonada y esperando al cartero sin darse cuenta primero de que el sol sigue saliendo todas las mañanas y después de que el cartero sin no ha venido todavía a estas alturas probablemente ya no vendrá.

Y nos es que no escuchase discos actuales, editados recientemente, sino que los que escuchaba eran fundamentalmente de artistas que ya conocía y que me gustaban con lo que la capacidad de sorpresa se diluía entre las siete notas musicales y mi archivo documental. En ese caso se enmarca, sin duda alguna, el último disco de Clem Snide, uno de mis grupos favoritos consolidado en esa posición a lo largo de años y años de escuchar sus discos pero que independientemente de favoritismos, sentencias preconcebidas y amor por el talento de Eef Barzelay y Pete Fitzpatrick han conseguido volver a deslumbrarme con su recién estrenado “The Meat of Life”, un disco que a día de hoy no puedo dejar de escuchar. Superada la transición de su disco anterior, el nada desdeñable pero ligeramente extraño y falto de contexto “Hungry Bird”, los americanos vuelven a la cima del particular mundo de Clem Snide. Probablemente no sea su mejor disco (para mi “Soft Spot”) pero es sin duda un gran disco. Construido con elementos básicos (en cuanto a instrumentación y producción) pero muy bien ejecutados y mezclando nostalgia, tristeza, ironía y rabia con esa particular destreza que nadie ha conseguido imitar, la banda consigue facturar un disco tremendamente compacto, creíble, reconocible, plagado de grandes momentos y lleno de buenas canciones. Reproduciendo fielmente ese sonido característico y atemporal de sus discos anteriores (personalmente encuentro homenajes a cada uno de ellos según avanzan las canciones) el resultado resulta ser “otro disco de Clem Snide” con toda la carga buena (más que mala) que ello tiene. Una gran noticia esto de descubrir que aquella banda que una vez se gestó en el corazón intelectual de Boston sigue dando coletazos con el mismo vigor que siempre (que es decir bastante).

Otra agradable no-sorpresa que ha venido a ocupar mi espacio de escucha musical durante los últimos días es el último intento del canadiense Jason Collet por encontrar la canción perfecta. El de Toronto, que antes de iniciar su carrera en solitario ya llevaba una sólida carrera como músico detrás (Broken Social Scene), lleva ya unos cuantos años dejando muestras de su buen hacer en esto de escribir e interpretar discos construidos de bonitas canciones. Personalmente lo descubrí con aquel bonito “Idols of Exile” (que para mi sigue siendo su mejor disco) y desde ahí he llegado a este “Rat a tat tat”, un disco que cimentado en el clasicismo del sonido que practica el señor Collet (americana, pop setentero,…) intenta explorar mínimamente otros escenarios que conviven en la frontera. Más acertado, para mi gusto, en su vertiente pop (la de la harrisonesca “Cold Blue Halo” por ejemplo) que en la roquera, el disco no termina de deslumbrarme ni parecerme especialmente brutal pero sí que es lo suficientemente bueno y honesto como para ser escuchado varias veces con atención buscando su momento.

Y para terminar otra de esos espacios comunes conocidos que me han servido como refugio dentro del paréntesis aunque en este caso se tratase de una de esas referencias (me pasa a veces) que por más que intento entenderlas para ponerme a la altura de esa masa importante de gente que la considera especialmente digno de mención… no termino de entender. Me estoy refiriendo a The Magnetic Fields, uno de esos grupos que levanta pasiones entre amigos y conocidos de excelente gusto y genuino criterio pero que a mí no me termina de llegar. No es que no me guste (hay discos y discos no obstante) es simplemente que no encuentro lo que les hace especiales. No obstante esta vuelta de tuerca distinta a su sonido tradicional que practican en su nueva entrega, “Realism”, me ha gustado más que su anterior experimento, el aclamado por la crítica “Distorsion”. Esta revisión en clave de Folk naive y eminentemente indie de su particular concepción del pop tiene muchos momentos cálidos. Aunque se me hace difícil cimentar mi atención en nada en concreto y siendo el regusto que me queda al final como de no saber exactamente que se me ha quedado de todo lo que he estado escuchando, lo cierto es que el disco es muy bonito y resiste perfectamente todas las vueltas que servidor le ha dado. Creo que es uno de los que más me gustan del grupo.

2 comentarios:

astrobuzo dijo...

Pese a que tienen algunas canciones realmente buenas, siempre he pensado que Magnetic Fields están sobrevaloradísimos. Me quedo con Get Lost y algunas de las 69 famosas canciones. Les vi una vez en directo y salí con la sensación de que me habían tomado el pelo.

lukah boo dijo...

Pues me temo que estamos en la misma línea....

;-)

Un abrazo,

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