Relativo

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Suelo ser de esas personas que intenta ser categórico en casi todas las cosas que hace y piensa (está bien o está mal, es bueno o es malo…) pero reconozco que con el paso del tiempo el veneno de lo relativo está poco a poco entrando en mi cuerpo con visos de quedarse. Esta semana por ejemplo ha sido un claro ejemplo de demostración de que casi todo es relativo y que es muy difícil aislar nada de su contexto o interpretar las cosas independientemente de sus circunstancias. No es lo mismo ver una ciudad con un sol resplandeciente y habiendo descansado que hacerlo debajo de una paraguas tras una noche de perros. No es lo mismo conocer Venecia al lado de una preciosa y misteriosa rubia de ojos rasgados que acabas de conocer en el tren, con la que pasaras jornadas interminables en las que parecerás más inteligente e interesante de lo eres, riendo, disfrutando, hablando y haciendo el amor con alguien a quien no volverás a ver en tu vida, que conocer La Serenísima en un par de horas por la noche, cuando no hay nadie, tras una aparatosa reunión de 10 horas en un hotel funcional asentado cerca de la refinería de Mestre y al lado de un italiano soso y gordo que lo quiere fundamentalmente es largarse a su casa.

Poco a poco voy entendiendo a esos personajes de espíritu gallego que a la pregunta de si son felices responden con otra pregunta del tipo: ¿comparado con quién? No he llegado a esos extremos todavía ni mucho menos pero a base de tormento me doy dando cuento que en muchas ocasiones relativizar no es sólo un ejercicio de autodefensa y salud mental sino una cuestión de coherencia con la realidad. Esta semana he escuchado mucha música, muchos discos, más de lo normal, pero no he conseguido que ninguno me llegara a tocar la fibra. En un cierto momento fue algo que hasta me obsesionaba porque estaba convencido de que algunos de los discos que escuchaba eran buenísimos y en otras circunstancias así me lo parecerían pero no conseguía que fuese así.

Hace unos años mis amigos de los Happy Losers y yo conocimos un fantástico grupo que venía de Londres, desconocido incluso para los que disfrutan de grupos desconocidos, que practicaban un directo ejemplar en una suerte de Pop sesentero con toques psicodélicos de la mejor escuela. Se llamaban Bronco Bullfrog y ya entonces nos hicimos con su competente discografía. Hace mucho tiempo que les tenía perdida la pista hasta que hace un par de semanas en el Cultura Pop de este año descubrí en el Stand de Rock Indiana un disco llamado “Makes your ears smile” firmado por el hipnótico nombre de Campbell Stokes Sunshine Recorder. Tras ese peculiar nombre (que mi curiosidad me hizo descubrir que se trata de un ingenioso artefacto que los meteorólogos utilizan para medir las horas de sol) se esconde la figura de Andy Morten, batería, cantante y líder de los Bronco Bullfrog. El disco está prácticamente grabado en casa por el propio Andy Morten pero no por ello aparece como un trabajo de bajo presupuesto o crudo sino que sigue la línea estilística de sus trabajos con Bronco Bullfrog, separándose significativamente de algunos postulados retro o revival que si aparecían antes y acercándose con algo más de evidencia hacía posiciones más Pop, cosa que personalmente agradezco. El disco comienza de forma insuperable con esa bomba llamada “Track One” en la que el amigo Andy explica sus problemas existenciales para componer la primera canción de su disco. La canción es un pildorazo precioso de algo muy cercano al Power-Pop que junto con una letra irónica buenísima construyen para mí el mejor corte del disco. El resto se mantiene en una buena línea de melodías bonitas, energía y arreglos concretos pero efectivos aunque según avanza a mí se me desinfla, probablemente porque mi estado anímico no me hacía estar muy receptivo hacía esta buena ración de Pop con criterio.

Igual que tampoco lo estaba para el Country oscuro y espeso de Bonnie “Prince” Billy. Llevaba muchas semanas leyendo críticas espectaculares y escuchando a gente versada en la materia hablando de “Beware”, el último trabajo de todo un clásico de las escena independiente de la música americana como Will Oldham que firma como Bonnie “Prince” Billy. El disco es un denso libro de música Country revisado en eso que muchos llaman Alt-Country, algo más clásico y asentado en las raíces de muchos de los trabajos que se meten en ese mismo saco. Todas las canciones están perfectamente construidas, bien cerradas, producidas con el punto justo de salazón y arregladas con las dosis justas de elementos que se salen de lo ortodoxo (metales, vientos,…) que le dan al conjunto una entidad muy poderosa. Entiendo que sea un trabajo que ha despertado tan buenas críticas y que fascine a la gente que gusta del género pero yo reconozco que a mí no ha conseguido engancharme. No es porque no me gusta el género porque de hecho me gusta pero lo cierto es que en ningún momento he conseguido zambullirme y abandonarme al disco tal y como se merece lo que, teniendo en cuenta que no es precisamente un disco sencillo de escuchar, hace que no me produzca ninguna emoción digna de reseña. No puedo decir que sea malo (no lo es), no puedo decir que no me guste (no sería verdad) pero reconozco que no me emociona.

Así que para levantar algo el espíritu he recurrido a una opción ganadora. Hace ya unos años, sería a principios de los 90, cuando de repente se abrieron casi todas las puertas que llevaban a la música no comercial (trillones de puertas, por cierto) y gracias a esa bendición de los dioses que para mi fueron los fanzines descubrí esos estilos musicales asociados a la escena Mod y que nadan entre varias orillas como el Jazz, el Soul, el R&B, el Ska, etc… dentro de la escena groovy o Acid Jazz descubrí una banda (que ya entonces era mítica para los puristas) llamada the Mohawks y liderada por un virtuoso del Hammond llamado Alan Hawkshaw y conocido también por trabajar con otros artistas (Serge Gainsbourg, Los Bravos,…) o componer bandas sonoras para cine y televisión. La banda en realidad fue una colección de músicos de estudio liderados por el tal Alan que en 1968 publicaron un legendario LP (creo que el único que grabaron con ese nombre) llamado “The Champ”. Por supuesto no tengo el disco original en vinilo (debe ser imposible de encontrar) pero hace muchos años, en un viaje a Londres, encontré una cinta pirata en el mercado de Candem Town y lo tenía escuchado hasta la extenuación. Este año (o el año pasado) el disco ha sido reeditado en CD y Vinilo con algunos bonus tracks (que como todos los bonus tracks para mi sobran) pero que ahora si obra en mi poder. Un incunable para los amigos del Funky-Soul-Groovy pero incluso ni esta combinación ganadora que tantas veces me ha hecho bailar ha conseguido esta vez arrancarme de mi apatía.

Mal asunto.


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