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Entre esta semana y la semana que viene se acaba el año. Es así. La fecha oficial está claro que es el 31 de diciembre que es cuando a las 12 de la noche todos los que no tienen un odio irracional por las tradiciones (y los que lo tienen pero en esta ocasión les da igual) se juntarán con alguien para tomar 12 uvas y beber champán. El cierre de ciclo sin embargo, el fin de la comedia, la vida como nos la encontramos los lunes por la mañana se acaba entre esta semana y la que viene. Es así. A mí no me termina de convencer porque soy de esas personas a las que les gusta que las cosas ocurran cuando tienen que ocurrir y no antes o después pero puedo llegar a asimilarlo. Lo que soy incapaz de asimilar es que ese clásico navideño que como el turrón, los villancicos horteras, las luces de diseño barato, el mensaje del Rey que dicen que emiten el día de nochebuena, los regalos estúpidos, el imbécil acartonado que genera por la tele y en horario infantil alguna duda respecto a la existencia de los Reyes Magos o las películas de Papa Noel en la sobremesa aparece tradicionalmente en estas fechas, son las listas de “lo mejor del año” se publiquen cuando todavía no ha comenzado diciembre. Hasta ahí podíamos llegar.

Nunca me ha gustado (ni me gusta) eso de clasificar o valorar con números o estrellas las canciones o los discos (o los libros o las películas o los cuadros o a las chicas). Me parece además estúpido porque no tiene ningún rigor científico. Será que soy una víctima de la educación bajo la elección de ciencias puras pero las cosas que se miden se deben medir bajo parámetros o unidades de medida inamovibles, objetivas e invariables. 2 metros son dos metros aquí, en Burundi y en Saturno. Que yo otorgue cinco estrellas a un disco puede ser cero estrellas para mi vecino heavy o 3 estrellas para un crítico de música preocupado por el color de sus anteojos y el tacto de su coreana. En más con otro disco la relación no será probablemente la misma y ni siquiera será lineal. Moraleja: las notas puestas a obras de arte son estúpidas porque en esta vida hay cosas que no se pueden medir y esta es una de esas. Dicho esto creo sin embargo que uno mismo si que puede ser capaz de decir lo que le gusta o lo que no y si algo te gusta más que otra cosa aunque incluso una clasificación de este tipo es muy relativa y depende hasta del momento en el que sea haga. Yo haré mi lista el día 31 (como manda mi propia tradición) y no antes por pura coherencia pero soy el primero en reconocer que el valor que puede tener esa lista es meramente anecdótico y que sólo le servirá a la gente que tenga gustos muy similares a los míos que cada vez es más difícil que ocurra porque cada vez hay más cosas metidas a ponderar.

Por todo esto tomo con bastante escepticismo las listas de “lo mejor de” que aparecen en torno a esto de la música independiente. Por esto y porque además soy consciente de que muchas veces es muy importante (mucho) lo que puede aparecer en la lista de uno para ser considerado más o menos cool con lo que a la falta de objetividad inherente a cualquier cosa de estas se le suma otro factor que encima no tiene que ver nada con la música en sí. El post de hoy está dedicado a esos discos que me había dejado en el tintero, que seguramente aparecerán en las listas más cool del gremio y que me temo que también aparecerán en la mía.

Uno de estos discos que se me ha quedado fuera (y no sé la razón porque me gusta bastante) es esa colección de sensaciones que tan bien pegan con estos días de grisáceo panorama y cruel frío que estamos disfrutando y que se llama “Sometimes I wish we were an Eagle” que están publicadas bajo la firma de Bill Callahan. Reconozco que aunque tengo gran respeto y disfruto de algunas cosas nunca he sido un gran admirador de Smog (la banda, o mejor dicho el alias, de Bill Callahan durante años). Puede que fuese el momento o mi estado personal pero intente muchas veces acercarme a la propuesta de la banda (incluso en directo) y nunca conseguí que me llegara demasiado. No sé si me podía la lentitud, la solemnidad, el exceso de celo o mis prejuicios pero no terminaba de mojarme. Echaba de menos algo que me tocase dentro y me enganchase de verdad. Por eso era un poco reacio a hincarle el diente a este “Sometimes I Wish…” pero dentro de que no es un disco muy alejado de lo que hacían Smog y la línea que llevaba entonces encuentro aquí otras cosas que si me enganchan. La melodía, el deje Leonard Cohen, los arreglos orquestales,… no sé exactamente pero este disco me gusta. Me parece muy bonito y me ha acompañado muchas tardes de frío o de oscuridad interior.

Me ocurre bastante durante los últimos años pero en este el efecto ha sido demoledor. Me refiero a la cantidad grupos “alternativos” que pasan por mis orejas, que me venden como la última maravilla del mundo, la gran esperanza blanca del mundo de la música pero que para mi resultan ser simplemente un nuevo tostón. No tiene ningún sentido que de aquí un listado de a qué grupos me estoy refiriendo (al fin y al cabo no trabajo en una revista especializada) así que pondré aquí un ejemplo de uno de los pocos que salvo de la quema. Se trata de “Bitte Orca” el último trabajo de Dirty Projectors, banda americana de largo recorrido en el indie del otro continente de la que yo no tenía conocimiento hasta ahora. Entre todos los cliches del lo-fi, la experimentación, las búsquedas tímidas en folklores desconocidos, las pruebas con los gadgets eléctronicos, el eclecticismo o los ritmos sincopados y poco estándar aparecen canciones con talento y melodía que probablemente sea lo que les distinga de sus correligionarios tostón. El disco, con todo su vanguardismo, empezó pareciéndome irónicamente “más de lo mismo” pero con el paso del tiempo acabó haciéndose un hueco en mi cabeza, hueco que las repetidas escuchas ha terminado por asentar (obviando eso si un par de vueltas de tuerca con las que no puedo). Me temo que es el típico disco que enamorará a los críticos musicales más en la onda pero en este caso puede que tengan razón.

Y para terminar un nuevo ejercicio de frikismo de uno de los artistas contemporáneos que más admiro, el inefable Sufjan Stevens. Hace unos años le encargaron a este misterioso artista un proyecto, que sin duda encaja a la perfección con el personaje, que consistía en hacer un película muda (sólo con música) que homenajeara la nada turística autopista neoyorquina que unes los barrios de Brooklyn y Queens (conocida como Brooklyn-Queens Express o BQE) y eso es lo que el bueno de Sufjan ha hecho, estrenando la cinta con una performance en la que había un montón de gente bailando el hula-hop y posteriormente publicando un álbum, "BQE", con la banda sonora, el DVD de la película y un cómic estereoscópico (que no sé lo que es ni como se ve) y que el que suscribe se compró en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo. Hablando exclusivamente de la música el resultado está más cerca de la música clásica o la música de cámara contemporánea que al Pop y sus circunstancias pero al fin y al cabo la música de Sufjan Stevens siempre ha tenido esos elementos flotando entre sus canciones. Lo que pasa es que aquí no flotan, aquí son las canciones y eso estoy seguro que es lo que echara a un montón de gente para atrás antes y/o después de escuchar el disco. No es mi caso. A mí me gusta. Me gusta mucho. Pero hay que recordar yo soy yo.

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