Hace ya bastantes años, cuando uno era un inocente púber en busca de su propia realidad que andaba intentando meter los pies en este fascinante mundo de la música pop sin referencias paternales ni hermanales ni de amistad y con el criterio propio como único criterio, tenía la sensación de que las canciones eran buenas o malas en base a una especia de criterio universal que toda la humanidad entendía. Estaba convencido de que si una canción me parecía buenísima le parecería buenísima a todo el mundo a través de la misma regla lógica que activaba mi propio mecanismo interior. Según pasaban los años y antes los primeros casos en los que aquella regla universal no se cumplía llegué a la socorrida conclusión de que el problema era que mis enfrentados contertulios no escuchaban las cosas “bien escuchadas”, es decir como lo hacía yo. Cientos de virtuales bofetadas y grotescos desengaños después me han llevado a la contundente conclusión de que esto del gusto es una ciencia de esas que no lo es ya que en cualquier ciencia todo se puede medir, analizar y modelizar pero con el gusto, como tantas y tantas cosas que la sociedad se empeña en cuantificar, no se puede hacer lo mismo.
Hace años no tenía ningún problema en enseñar las cosas que me gustaban (y no estoy hablando sólo de música) a cualquiera que quisiera escucharme con la seguridad del que está convencido de lo que hace y con la convicción de que recibiría una reacción positiva y agradecida por parte contraria pero hoy no se me ocurriría por nada del mundo hacer algo parecido sin anteponer la coletilla “desde mi punto de vista”. Un punto de vista que me temo cada vez está más lejos de la mayoría a tenor de las reacciones que leo y escucho. Noto por ello como cada vez me cierro más en mi pequeño caparazón y que ya no trato de intentar entender como a la gente no le apasiona las cosas que a mí me apasionan. Me resulta difícil de entender que películas, libros y especialmente canciones que a mí me ponen la piel de gallina o que son capaces de alterar mi estado de ánimo resultan ser “putas mierdas”, “ñoñadas”, “más de lo mismo”, “intrascendente”, “pesado”, “coñazo”, “revival”, etc… para otros. No culpo a nadie de ello porque estoy convencido de que yo estoy en el lado contrario en otras tantas ocasiones pero no deja de resultarme asombroso. Debe ser mi formación de ciencias pero me dejan descolocado las cosas que no puedo entender y esta es una de ellas.
Y una de las cosas que no puedo entender es que Sondre Lerche no sea una artista de esos que arrastra a las masas, que es conocido y venerado por todos. Para mí lo tiene todo para que fuese así. “Desde mi punto de vista” no tiene una sola canción que no me parezca buena y además es el autor de un buen puñado de soberbias composiciones que me dan mucha envidia y que espolvoreo por todos los recopilatorios que hago y donde siempre encajan perfectamente bien. Sondre Lerche es uno de tantos otros pero hoy toca hablar de él porque no puedo parar de escuchar su nuevo disco “Heartbeat Radio”. Tengo toda la discografía del noruego (me falta tan sólo una banda sonora que tiene por ahí y que se puede escuchar en Spotify) y es una carrera que me parece simplemente soberbia. El anterior trabajo quizás supuso un pequeño bajón, al menos para mí, en cuanto a su trayectoria en esa búsqueda desesperada por la canción perfecta pero en esta nueva entrega vuelve por sus fueros. Mucho más calmado, mucho más melódico, mucho más complejo,… un genial tratado de música pop orquestado sensible y elegante. Ese tipo deudor de los guiños al Jazz, el soul melódico y por supuesto al pop sesentero que factura un tipo de música que no despeina el flequillo de muchos estirados críticos disfrazados de modernillos pero que a mi es capaz de hacer que sienta más fuerte el frío, el calor, la alegría y la tristeza. En la línea de todo su trabajo, es verdad que no es muy innovador en ese sentido (¿quién dice que tenga que serlo?), desarrolla esta vez una producción más arriesgada (muy ligeramente) aportando incrustaciones de arreglos ochenteros y sintetizadores vanguardistas que se mezclan a la perfección con esos giros melódicos que firmaría el mismo Fats Waller. Pop en estado puro. Uno de mis discos favoritos del año.
Hablando de gustos, siempre he tenido la sensación de que Paddy McAloon, el líder indiscutible de Prefab Sprout, era un tipo con el que me encantaría tener una conversación sobre música porque es alguien con el que coincidiría en muchas cosas como sus composiciones, sus melodías, su ironía a la hora de escribir canciones pop… pero sin embargo al que nunca entenderé su criterio a la hora de producir esas mismas canciones. Tengo toda la discografía de la banda que a pesar de todos los pesares considero de una gran altura y calidad, lo cual debo confesar que es algo que me trajo muchos problemas y que tuve que mantener oculto en mis años de colegio rodeado de heavies malísimos como estaba, no ya por el bien mi masculinidad en entredicho entonces sino de mi propia salud física. He tocado mil veces a la guitarra canciones como “Cars & Girls” o “Nightingales” (que por cierto versioneaba el propio Sondre Lerche con suma maestría con sus Faces Down Quartet) y la mayoría de sus canciones son fabulosas tocadas con una simple guitarra acústica pero nunca he terminado de asimilar esa particular y característica producción (que con el tiempo he llegado a tolerar y reconocer). En su día pensé que el grupo era simplemente “victima” de su época, los conflictivos años 80 donde aparecieron con virulencia los sintetizadores y efectos de sonido pero es que en el disco que acaba de publicar este año, “Let’s change the world with music”, hace exactamente lo mismo. Es decir, el disco es otro gran disco de Prefab Sprout, a la altura de sus grandes discos y con los mismos ángeles y demonios, las mismas melodías elegantes, el mismo estilo en la interpretación, el mismo hilo conductor que une su particular concepto de pop… y la misma producción. Paddy McAloon, genio y figura.
Y hablando de gustos quería acabar con otro tipo que “desde mi punto de vista” debería ser mucho más conocido y admirado de lo que es y con el que me unen infinitas más cosas de las que me separan. Antes de conocer a Alejandro Díez (Alex Flechazo o Alex Cooper, lo que ustedes prefieran) ya era un rendido admirador de su talento y de su música. Por algún tipo de prejuicio estúpido sin embargo tenía la idea de que el gusto musical de Alex estaba centrado y anclado en el catecismo Mod, lo cual es lícito y está muy bien, pero que no es verdad y desde que tuve la gran suerte de conocerlo personalmente pude comprobar no sólo que es poseedor de una discografía brutal con un gusto prácticamente similar al mío (y por tanto magistral...je, je, je) sino que además es un tipo con la mente musical mucho más abierta de lo que mucha gente suele intuir. Esto es algo que ya se puede ver en cualquiera de sus conciertos o en cualquier entrega de la soberbia discografía de Cooper pero también en este último capítulo llamado “Aeropuerto”, una magnífica colección de singles y EP’s en forma de álbum que marca una nueva muesca en el tronco de los grandes discos del pop español. Clase, elegancia, inteligencia, criterio por la melodía, sensibilidad cool, unas letras cada vez más redondas, una banda de grandes músicos que suenan a grupo… en fin, que voy a decir yo ahora a estas alturas si además son mis amigos. ¡Larga vida a Cooper!
Hace años no tenía ningún problema en enseñar las cosas que me gustaban (y no estoy hablando sólo de música) a cualquiera que quisiera escucharme con la seguridad del que está convencido de lo que hace y con la convicción de que recibiría una reacción positiva y agradecida por parte contraria pero hoy no se me ocurriría por nada del mundo hacer algo parecido sin anteponer la coletilla “desde mi punto de vista”. Un punto de vista que me temo cada vez está más lejos de la mayoría a tenor de las reacciones que leo y escucho. Noto por ello como cada vez me cierro más en mi pequeño caparazón y que ya no trato de intentar entender como a la gente no le apasiona las cosas que a mí me apasionan. Me resulta difícil de entender que películas, libros y especialmente canciones que a mí me ponen la piel de gallina o que son capaces de alterar mi estado de ánimo resultan ser “putas mierdas”, “ñoñadas”, “más de lo mismo”, “intrascendente”, “pesado”, “coñazo”, “revival”, etc… para otros. No culpo a nadie de ello porque estoy convencido de que yo estoy en el lado contrario en otras tantas ocasiones pero no deja de resultarme asombroso. Debe ser mi formación de ciencias pero me dejan descolocado las cosas que no puedo entender y esta es una de ellas.
Y una de las cosas que no puedo entender es que Sondre Lerche no sea una artista de esos que arrastra a las masas, que es conocido y venerado por todos. Para mí lo tiene todo para que fuese así. “Desde mi punto de vista” no tiene una sola canción que no me parezca buena y además es el autor de un buen puñado de soberbias composiciones que me dan mucha envidia y que espolvoreo por todos los recopilatorios que hago y donde siempre encajan perfectamente bien. Sondre Lerche es uno de tantos otros pero hoy toca hablar de él porque no puedo parar de escuchar su nuevo disco “Heartbeat Radio”. Tengo toda la discografía del noruego (me falta tan sólo una banda sonora que tiene por ahí y que se puede escuchar en Spotify) y es una carrera que me parece simplemente soberbia. El anterior trabajo quizás supuso un pequeño bajón, al menos para mí, en cuanto a su trayectoria en esa búsqueda desesperada por la canción perfecta pero en esta nueva entrega vuelve por sus fueros. Mucho más calmado, mucho más melódico, mucho más complejo,… un genial tratado de música pop orquestado sensible y elegante. Ese tipo deudor de los guiños al Jazz, el soul melódico y por supuesto al pop sesentero que factura un tipo de música que no despeina el flequillo de muchos estirados críticos disfrazados de modernillos pero que a mi es capaz de hacer que sienta más fuerte el frío, el calor, la alegría y la tristeza. En la línea de todo su trabajo, es verdad que no es muy innovador en ese sentido (¿quién dice que tenga que serlo?), desarrolla esta vez una producción más arriesgada (muy ligeramente) aportando incrustaciones de arreglos ochenteros y sintetizadores vanguardistas que se mezclan a la perfección con esos giros melódicos que firmaría el mismo Fats Waller. Pop en estado puro. Uno de mis discos favoritos del año.
Hablando de gustos, siempre he tenido la sensación de que Paddy McAloon, el líder indiscutible de Prefab Sprout, era un tipo con el que me encantaría tener una conversación sobre música porque es alguien con el que coincidiría en muchas cosas como sus composiciones, sus melodías, su ironía a la hora de escribir canciones pop… pero sin embargo al que nunca entenderé su criterio a la hora de producir esas mismas canciones. Tengo toda la discografía de la banda que a pesar de todos los pesares considero de una gran altura y calidad, lo cual debo confesar que es algo que me trajo muchos problemas y que tuve que mantener oculto en mis años de colegio rodeado de heavies malísimos como estaba, no ya por el bien mi masculinidad en entredicho entonces sino de mi propia salud física. He tocado mil veces a la guitarra canciones como “Cars & Girls” o “Nightingales” (que por cierto versioneaba el propio Sondre Lerche con suma maestría con sus Faces Down Quartet) y la mayoría de sus canciones son fabulosas tocadas con una simple guitarra acústica pero nunca he terminado de asimilar esa particular y característica producción (que con el tiempo he llegado a tolerar y reconocer). En su día pensé que el grupo era simplemente “victima” de su época, los conflictivos años 80 donde aparecieron con virulencia los sintetizadores y efectos de sonido pero es que en el disco que acaba de publicar este año, “Let’s change the world with music”, hace exactamente lo mismo. Es decir, el disco es otro gran disco de Prefab Sprout, a la altura de sus grandes discos y con los mismos ángeles y demonios, las mismas melodías elegantes, el mismo estilo en la interpretación, el mismo hilo conductor que une su particular concepto de pop… y la misma producción. Paddy McAloon, genio y figura.
Y hablando de gustos quería acabar con otro tipo que “desde mi punto de vista” debería ser mucho más conocido y admirado de lo que es y con el que me unen infinitas más cosas de las que me separan. Antes de conocer a Alejandro Díez (Alex Flechazo o Alex Cooper, lo que ustedes prefieran) ya era un rendido admirador de su talento y de su música. Por algún tipo de prejuicio estúpido sin embargo tenía la idea de que el gusto musical de Alex estaba centrado y anclado en el catecismo Mod, lo cual es lícito y está muy bien, pero que no es verdad y desde que tuve la gran suerte de conocerlo personalmente pude comprobar no sólo que es poseedor de una discografía brutal con un gusto prácticamente similar al mío (y por tanto magistral...je, je, je) sino que además es un tipo con la mente musical mucho más abierta de lo que mucha gente suele intuir. Esto es algo que ya se puede ver en cualquiera de sus conciertos o en cualquier entrega de la soberbia discografía de Cooper pero también en este último capítulo llamado “Aeropuerto”, una magnífica colección de singles y EP’s en forma de álbum que marca una nueva muesca en el tronco de los grandes discos del pop español. Clase, elegancia, inteligencia, criterio por la melodía, sensibilidad cool, unas letras cada vez más redondas, una banda de grandes músicos que suenan a grupo… en fin, que voy a decir yo ahora a estas alturas si además son mis amigos. ¡Larga vida a Cooper!
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