El día antes de tomarme las uvas despidiendo el 2009 lukah boo dio su último concierto hasta la fecha. Debe ser la edad pero últimamente cuando juego al fútbol los domingos y meto un gol me da por pensar si ese gol será o no el último gol que meta en mi vida y me temo que ese mismo pensamiento me está viniendo últimamente también a la cabeza las veces en las que me subo a un escenario. No tengo ninguna intención de morirme en breve y personalmente no lo interpreto como los primeros coletazos del Síndrome del Cenizo, ese del que adolecen muchos abuelos (incluso abuelos de 20 años), sino más bien creo que se trata de una consecuencia de asumir poco a poco el cruel balance entre la verdadera dificultad y satisfacción que te dan las cosas. Lo quiera asumir o no cada vez me cuesta más jugar al fútbol al igual que por razones diferentes cada vez me cuesta más subirme a un escenario y no siempre la satisfacción que recibo a cambio (lo único que recibo a cambio) compensa.
No tengo un buen recuerdo de ese último concierto. La gente cercana que quiero (y me quieren) me regalaron amablemente los oídos diciéndome que estuvo muy bien pero yo sé que no es verdad (y sé también que algunos de ellos también lo piensan). Estuve mal. Es cierto que estaba incómodo en el escenario por el sonido de los monitores (que como desgraciadamente ocurre muchas veces no tenía nada que ver con el de la prueba) pero eso no es una excusa verdadera porque ya he pasado muchas otras veces por esa situación sin que supusiese un problema insalvable. Estaba nervioso (aunque menos que otras veces) pero también plano, torpe, titubeante, inseguro, aburrido, aturdido, enfadado, apagado,….y triste. Estaba muy triste y esa no es una buena sensación para intentar desnudarte en un escenario. Era un día de mierda con el cielo gris y la lluvia plomiza que no dejó de caer en ningún momento. Un día del final de un año complicado en el que me levanté sólo en mi casa con mucho tiempo para pensar, me fui sólo a la prueba de sonido y me sentí sólo prácticamente todo el día hasta que me bajé del escenario. En ningún momento me sentí músico tampoco (más bien todo lo contrario), salvo durante los minutos que el bendito de Julio Ruiz amablemente me dedicó en un discogrande que era monográfico para Nick Garrie. Esa extraña sensación de saberse perdido, como estar con una copa en la mano en una fiesta en la que no conoces a nadie y nadie quiere conocerte y que es algo que duele en esa parte del cuerpo donde las heridas no se ven pero se sienten. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza aquel día y agarrándome a una de ellas volví a tomar conciencia sobre lo mucho que detesto tantas y tantas leyes prefabricadas y tantos y tantos personajes que revolotean alrededor del mundo de la música y que tan poco tienen que ver con ella.
El año ha comenzado con esa extraña sensación de querer quedarme en mi habitación cerrando la puerta por dentro pero con la paradoja provocada de tener un precioso disco prácticamente acabado (un par de voces por repetir y una guitarra que si Dios quiere estarán finiquitadas la semana que viene) y que en algún momento tendrá que nacer o morir. Hoy el disco es una criatura que respira escondida en el fondo de mi ordenador y a la que me da mucho miedo acercarme para echarle un vistazo. No si es como ese hijo feo y tonto que a ti te parece el ser más inteligente y guapo del mundo, una pequeña joya que cualquier podría apreciar o una puta mierda pedante y pretenciosa que morirá antes de nacer. En ese sentido me resulta sorprendente como ha mostrado verdadero interés (soy capaz de distinguir de verdad si es verdadero) gente que jamás hubiese pensado que estuviese interesada y como algunos que a mí me parecía que podrían estar interesados no han mostrado el más mínimo atisbo de tan siquiera algo de curiosidad. Se me hace raro y me da pereza soportar yo sólo el peso de tener que defender algo que ha supuesto tanto trabajo, sacrificios y emociones. Algo que es tan importante para mí pero que sé que puede resultar tan prescindible y despreciable para otra mucha gente. Me siento perdido y sólo pero probablemente tenga que ser así o puede que única y exclusivamente sea sensación mía que no es verdad. Conozco unas cuantas voces que me dirían exactamente eso y puede que en el fondo sea verdad aunque en cualquier caso ¿qué importa?. A veces me gustaría rescatar de mis entrañas todo mi egocentrismo, petulancia, egoísmo y soberbia para colgarlo todo bien expuesto en mi epidermis pública y así ganarme por el método tradicional un respeto que no he conseguido ganarme a través de métodos algo más sensatos (según el concepto de sensatez de las películas de Walt Disney, claro) pero estoy convencido de que tampoco lo haría de forma creíble porque sinceramente no creo que ese sea el camino. Me han educado muy mal en este sentido. Desgraciadamente hay gente que ha nacido para tocar y otros para escuchar y desgraciadamente también hay gente que ha nacido para tocar pero escuchan y viceversa.
Ese último concierto del año compartía cartel (en realidad acabé siendo el telonero) de Nick Garrie, un afable, elegante y encantador señor inglés (aunque de madre rusa y padre escocés) de atribulada e injusta historia en esto de la música con el que compartí una gran parte de aquel fatídico día y al que fue un verdadero placer conocer (y que por cierto dio un magistral concierto). Mi llegada a la música de Nick Garrie fue por la parte de atrás y como la mayoría de las personas que en los últimos años han relanzado su nombre a través de su primer disco, esa joya perdida entre los miles de discos magníficos que se hicieron a finales de la gloriosa década de los 60 y que se llamó: “The Nightmare of JB Stanislas”. El disco es una preciosa obra de orfebrería pop (muy del momento) en el que un puñado de magníficas canciones aparecen envueltas en una producción preciosista de orfebrería pop que se mueve entre el psicodelia y el orch-Pop. Lo anecdótico del caso es que el propio Nick reniega de ese disco al que tanto le debe (para bien y para mal) y especialmente lo hace de su producción a la que considera exagerada, completamente antagónica con lo que él hubiera querido y a la que culpa de provocar en él un sentimiento como de que las canciones no le pertenecían. Evidentemente no puedo estar de acuerdo con una parte de este razonamiento porque a mí me ocurre todo lo contrario con la producción y los arreglos ya que me encantan y tengo la sensación de que además si recogen el espíritu de las canciones para hacerlas crecer y no al contrario lo que por supuesto no deja de ser una opinión personal. El propio Nick Garrie me contó esta historia en persona pero también se encargó de hacerlo en las entrevistas de RNE3 y de hecho ha escrito un libro explicándolo (que saldrá este año junto a una reedición del álbum que tiene preparada el sello Elefant). Es el disco que me acompañó aquel día 30 y con el que recibí el año nuevo. Un estupendo y precioso disco que desgraciadamente me recordará un momento que quizás debería olvidar.
¡Feliz año a todos!
No tengo un buen recuerdo de ese último concierto. La gente cercana que quiero (y me quieren) me regalaron amablemente los oídos diciéndome que estuvo muy bien pero yo sé que no es verdad (y sé también que algunos de ellos también lo piensan). Estuve mal. Es cierto que estaba incómodo en el escenario por el sonido de los monitores (que como desgraciadamente ocurre muchas veces no tenía nada que ver con el de la prueba) pero eso no es una excusa verdadera porque ya he pasado muchas otras veces por esa situación sin que supusiese un problema insalvable. Estaba nervioso (aunque menos que otras veces) pero también plano, torpe, titubeante, inseguro, aburrido, aturdido, enfadado, apagado,….y triste. Estaba muy triste y esa no es una buena sensación para intentar desnudarte en un escenario. Era un día de mierda con el cielo gris y la lluvia plomiza que no dejó de caer en ningún momento. Un día del final de un año complicado en el que me levanté sólo en mi casa con mucho tiempo para pensar, me fui sólo a la prueba de sonido y me sentí sólo prácticamente todo el día hasta que me bajé del escenario. En ningún momento me sentí músico tampoco (más bien todo lo contrario), salvo durante los minutos que el bendito de Julio Ruiz amablemente me dedicó en un discogrande que era monográfico para Nick Garrie. Esa extraña sensación de saberse perdido, como estar con una copa en la mano en una fiesta en la que no conoces a nadie y nadie quiere conocerte y que es algo que duele en esa parte del cuerpo donde las heridas no se ven pero se sienten. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza aquel día y agarrándome a una de ellas volví a tomar conciencia sobre lo mucho que detesto tantas y tantas leyes prefabricadas y tantos y tantos personajes que revolotean alrededor del mundo de la música y que tan poco tienen que ver con ella.
El año ha comenzado con esa extraña sensación de querer quedarme en mi habitación cerrando la puerta por dentro pero con la paradoja provocada de tener un precioso disco prácticamente acabado (un par de voces por repetir y una guitarra que si Dios quiere estarán finiquitadas la semana que viene) y que en algún momento tendrá que nacer o morir. Hoy el disco es una criatura que respira escondida en el fondo de mi ordenador y a la que me da mucho miedo acercarme para echarle un vistazo. No si es como ese hijo feo y tonto que a ti te parece el ser más inteligente y guapo del mundo, una pequeña joya que cualquier podría apreciar o una puta mierda pedante y pretenciosa que morirá antes de nacer. En ese sentido me resulta sorprendente como ha mostrado verdadero interés (soy capaz de distinguir de verdad si es verdadero) gente que jamás hubiese pensado que estuviese interesada y como algunos que a mí me parecía que podrían estar interesados no han mostrado el más mínimo atisbo de tan siquiera algo de curiosidad. Se me hace raro y me da pereza soportar yo sólo el peso de tener que defender algo que ha supuesto tanto trabajo, sacrificios y emociones. Algo que es tan importante para mí pero que sé que puede resultar tan prescindible y despreciable para otra mucha gente. Me siento perdido y sólo pero probablemente tenga que ser así o puede que única y exclusivamente sea sensación mía que no es verdad. Conozco unas cuantas voces que me dirían exactamente eso y puede que en el fondo sea verdad aunque en cualquier caso ¿qué importa?. A veces me gustaría rescatar de mis entrañas todo mi egocentrismo, petulancia, egoísmo y soberbia para colgarlo todo bien expuesto en mi epidermis pública y así ganarme por el método tradicional un respeto que no he conseguido ganarme a través de métodos algo más sensatos (según el concepto de sensatez de las películas de Walt Disney, claro) pero estoy convencido de que tampoco lo haría de forma creíble porque sinceramente no creo que ese sea el camino. Me han educado muy mal en este sentido. Desgraciadamente hay gente que ha nacido para tocar y otros para escuchar y desgraciadamente también hay gente que ha nacido para tocar pero escuchan y viceversa.
Ese último concierto del año compartía cartel (en realidad acabé siendo el telonero) de Nick Garrie, un afable, elegante y encantador señor inglés (aunque de madre rusa y padre escocés) de atribulada e injusta historia en esto de la música con el que compartí una gran parte de aquel fatídico día y al que fue un verdadero placer conocer (y que por cierto dio un magistral concierto). Mi llegada a la música de Nick Garrie fue por la parte de atrás y como la mayoría de las personas que en los últimos años han relanzado su nombre a través de su primer disco, esa joya perdida entre los miles de discos magníficos que se hicieron a finales de la gloriosa década de los 60 y que se llamó: “The Nightmare of JB Stanislas”. El disco es una preciosa obra de orfebrería pop (muy del momento) en el que un puñado de magníficas canciones aparecen envueltas en una producción preciosista de orfebrería pop que se mueve entre el psicodelia y el orch-Pop. Lo anecdótico del caso es que el propio Nick reniega de ese disco al que tanto le debe (para bien y para mal) y especialmente lo hace de su producción a la que considera exagerada, completamente antagónica con lo que él hubiera querido y a la que culpa de provocar en él un sentimiento como de que las canciones no le pertenecían. Evidentemente no puedo estar de acuerdo con una parte de este razonamiento porque a mí me ocurre todo lo contrario con la producción y los arreglos ya que me encantan y tengo la sensación de que además si recogen el espíritu de las canciones para hacerlas crecer y no al contrario lo que por supuesto no deja de ser una opinión personal. El propio Nick Garrie me contó esta historia en persona pero también se encargó de hacerlo en las entrevistas de RNE3 y de hecho ha escrito un libro explicándolo (que saldrá este año junto a una reedición del álbum que tiene preparada el sello Elefant). Es el disco que me acompañó aquel día 30 y con el que recibí el año nuevo. Un estupendo y precioso disco que desgraciadamente me recordará un momento que quizás debería olvidar.
¡Feliz año a todos!
4 comentarios:
Qué ganas de escuchar el disco, oiga.
Reconozco que hay que hacer respiraciones profundas después de leer... Aunque, en el fondo es una suerte encontrar toda esta oscura reflexión, ya que eso significa que, entonces, aún hay cosas mucho mejores que podrías sacar adelante, y mejor que lo ya visto, pues sería una pasada!
El disco nuevo, a pesar de que, por supuesto, no sea el disco perfecto, tenemos muchas ganas de escucharlo. Gracias al cielo y diversos elementos de la naturaleza, mucha gente no busca la perfección absoluta en la música, ya que, afortunadamente, la vivencia de cada momento se ajusta a una canción determinada, con unos pensamientos y emociones generados por la situación. Danos ese placer, hombre!
Desde algunos pueblos de provincias, que seguimos en su momento la carrera de los Losers, y ahora te hemos reencontrado a través del MySpace si deseamos volver a escuchar algunas canciones. Esas canciones para gente que hemos nacido solo para escuchar. Esas canciones "comentadas" y cuyo significado yo adaptaba al devenir diario de mi vida, para hacerlas más alegres o más tristes, depende del dia.
Si al final ese disco sale a la luz, siempre habrá alguien que quiera escucharlo, y en este momento de mi vida problamente mi visión será bastante triste y oscura. Pero como otras veces me ha ocurrido con otras canciones, quizá alguna ellas haga que mire mi vida de otra forma, no mejor ni peor, siempre distinta.
Un millón de gracias a los tres.
:-)
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