Días de concierto

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Si lo sé, llevo un par de semanas sin pasarme por aquí. Podría soltar la excusa de que estoy muy liado y no le estaría engañando a nadie pero la verdad es diferente y habría que entenderla como un cúmulo de otras verdades. Una de ellas (¿la más importante?) es que el viernes volvía a subirme al escenario en calidad de Lukah boo y eso es algo que me desestabiliza desde muchos puntos de vista. Emocionalmente me pone nervioso, físicamente me hace reorganizar mi vida para poder sacar unos minutos en los que ensayar y musicalmente hace que mi cabeza sea incapaz de concentrarse en otra cosa que no sea el día H y la hora X. También hay otras razones como un puente de por medio con viaje incluido a zonas de la geografía sin wifi y porque no decirlo una cierta sensación de que lo que escribo aquí, al fin y al cabo, tampoco es tan importante.

Pero centrándome en lo primero, lo que de verdad a puesto patas arriba mi cabeza estos días, debo decir que me ha sido muy difícil escuchar cosas nuevas (o antiguas) con verdadera atención. Quizás lo único que se ha mantenido más o menos inalterable en mi ipod o en el CD del coche es esa nueva joya oculta (la enésima) que 
viene desde las frías tierras de 
Glasgow: Attic Lights. Podría contar con los dedos de una mano las personas que se atreven a recomendarme discos (bueno, que se atreven y les hago caso) así que cuando dos o tres de esas cabecitas pensantes se ponen de acuerdo en un nombre pongo mis radares a funcionar y me hago con la pieza en cuestión en cuanto tengo ocasión. No suele fallar y esta vez no podía ser menos. Attic Lights son un grupo de imberbes escoceses que al parecer profesan un profundo amor por el pop de corte clásico y que tienen una convincente destreza para crear canciones de melodías absorbentes y pegadizas perfectamente vestidas con los trajes más clásicos del power-pop y la mejor tradición musical británica. Viene con el sello de Universal, multinacional al uso, lo que podría echar para atrás a más de un purista pero si te fijas en los créditos y ves que los mandos en la producción están al cargo de Francis McDonald (Niceman, BMX Bandits, batería de Teenage Fanclub) la cosa empieza a tomar cuerpo y el producto seguro que tiene unos mínimos de calidad exigible. Y los tiene. El disco está muy bien, con algunas canciones mejores que otras, pero sin desentonar en ningún momento y 
dejándome además la sensación de que lo mejor está por venir. Fieles herederos de esa 
bendición que tienen los escoceses para crear preciosas melodías hacen gala de su juventud transformándola en guitarras distorsionas, aceleración y algún que otro guiño a los clásicos del Power-pop. Un gran debut este “Friday Night Lights” que aparte de hacer las delicias de mucha gente que conozco me temo que dará que hablar en determinados foros especializados.

En el concierto el viernes toque dos versiones, pero está vez intenté elegirlas de forma que tuvieran algo más de significado. La primera de ellas fue “Put the message in a box”, una preciosa canción que aparece en el segundo disco de World Party, “Goodbye Jumbo”. World Party es en realidad la etiqueta tras la que se esconde Karl Wallinger, un galés multinstrumentista que durante un tiempo fue miembro de los Waterboys. El grupo de Mike Scott fue uno de las primeras bandas sobre las que sentí verdadera pasión aunque con el paso del tiempo y la distancia reconozco que pocos discos de la amplia discografía de los “chicos del agua” me parecen realmente muy 
buenos. En el mejor de ellos (para mi), el “This is the sea” donde aparece “The Whole of the moon”, un jovencísimo Karl Wallinger formaba parte de la banda y su talento se hacía reconocible a pesar de la abrumadora y algo intransigente presencia del señor Scott. Precisamente por ello el amigo Karl decidió salir de la disciplina dictatorial del los Waterboys (¿o fue invitado a salir?) y decidió formar su propio proyecto: World Party. Hace tiempo que no se sabe nada de él pero su legado es sumamente interesante y posee un puñado de canciones fabulosas que me parece que pasaron injustamente desapercibidas para muchos amantes del pop independiente, a los que estoy seguro que les hubiese encantado. “Goodbye Jumbo” es un buen ejemplo de los parámetros con los que se mueve World Party: pop, folk, produción moderna y atrevida sin perder clasicismo, teclados mágicos y grandes canciones. Un gran disco.

La segunda versión que toqué era un homenaje al grupo que me hizo hacer un grupo y que aparece cada dos por tres no sólo en este post sino en otros muchos: Teenage Fanclub. En 1991, cuando yo soñaba con montar algo parecido a un grupo de música, lo que se estilaba entre la música independiente de este país (y fuera) era el noise, los inicios del grunge, el punk-indie y demás propuestas ruidosas carentes de interés por la melodía y las armonías. A mi me gustaba bastante todo aquello... pero me gustaban más los Beatles y los Zombies. Por eso cuando escuché “Bandwagonesque” por primera vez se me abrieron las puertas del cielo. Unos tipos de Glasgow que tocaban canciones preciosas con las guitarras igual de distorsionadas que el resto de colegas contemporaneos. Eso era exactamente lo que quería hacer yo. La canción que toque el otro día sin embargo no era de aquel disco sino del “Songs from northern Britain”, probablemente uno de los mejores trabajos de su discografía, si no el mejor, aunque por entonces ya retirados de las alucinaciones noise-pop y más cerca del mejor power-pop de los años 90 que les quedará como legado para la posteridad. La canción fue "Winter".

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