Hay semanas que son ciertamente difíciles y esta ha sido una de ellas. El lunes por la mañana estaba absolutamente cansado por dentro y por fuera y para nada tenía las fuerza suficientes como para afrontar lo que se me venía encima: jornadas maratonianas, noches en vela, traiciones envueltas en papel de celofán, supuestos amigos que actúan como sicarios egoístas, desencuentros laborales, estados de ansiedad, malas noticias, pésimas noticias, incompatibilidades horarias, tener que fallar a un compromiso adquirido, amigos que se piensan que soy gilipollas, gilipollas que se piensan que soy su amigo, catástrofe colchonera, milagro merengue, jefes insaciables en su estulticia, malentendidos injustos, sentimiento constante de soledad, silencios prolongados, llamadas esperadas que no llegan, llamadas que llegan inesperadamente, desprecio, desprecio disfrazado de aprecio,… en fin todo un catálogo de sin sabores.
En ocasiones así tiendo rodar por el barro y regocijarme en mi propia desgracia con lo que musicalmente agarro algún cantautor suicida que ralentice las lágrimas que caen, siempre por dentro, con lo que amplificar ese placentero sentimiento de desgracia pero esta vez ha sido distinto. La realidad era tan real que no tenía ni ganas de recrear ese universo gris y triste en el que de vez en cuando me gusta pasar la tarde. De hecho lo que me apetecía era huir de esa nostalgia como fuese, agarrarme a lo que viniese con tal de convencerme a mí mismo de que al menos tenía un poyete en el que quedarme de pie viendo pasar la marea, pero el poyete no llegaba así que tuve que ir a buscarlo a mi colección de discos. El placebo no tuvo efecto redentor pero al menos me ha servido para disfrutar como loco de tres grandes discos.
Hace ya algunos meses que había leído sobre un tal Jason Mraz del que personalmente no tenía ni idea de que existiese. Una amigo ultra indie me había alertado sobre este personaje y su muy bueno al perecer último disco “We sing, we dance, we steal things”. Escucho tanta música y me hablan de tantos grupos y solitas que al parecer son lo “no va más” que normalmente siento una pereza absoluta a la hora de meterme con esos discos. Mi amigo en cuestión me había pasado una copia de este trabajo hacía ya bastante tiempo pero no veía nunca el momento de hincarle el diente simplemente por esos prejuicios que me atenazan hasta que en un momento de bajón pinche el disco por el principio y apareció esa maravilla que se titula “Make it mine”, un temazo en todos y cada uno de los segundos que dura. A mí me habían vendido este nombre como una suerte de cantautor americano torturado imbuido en la americana más sentimental pero no es eso ni mucho menos. El disco es una coherente y compacta joya de música pop de tintes acústicos y ligeros colores de estilo americano pero más cercano al soul blanco al funkie setentero que otro cosa. Ritmos groovy, melodías preciosas, instrumentación efectiva y luminosa, producción cristalina y algunas canciones que quitan el hipo. ¡Me encanta! Es algo parecido a lo que intentó hacer Josh Rouse en su magnífico "1972" pero todavía más alegre y descarado. Uno de los mejores discos que he escuchado este año. Una gran e inesperada sorpresa.
Pero es que el siguiente disco, que venía en el mismo lote de mi amigo, ha sido otra magnífica y agradable sorpresa. Más incluso puesto que las expectativas eran todavía más bajas. Un grupo que se llama “The Pain of being pure at heart” y que su primer disco (homónimo) es una foto editada en blanco y negro, parece que deja muy claro lo que te vas a encontrar dentro. La cantidad de imitadores del sonido independiente de finales de los años 80 y principios de los 90 es prácticamente infinita pero el número de ellos que merece la pena francamente se reduce hasta números de una cifra. La cantidad de grupos lánguidos, planos, pseudoexperimentales y de sonido meningítico que me he tenido que tragar en los últimos años es tal que me dio un empacho radical que ha hecho el que desarrolle una especie de alergia a todo lo que suena parecido. Cuando me pasaron este disco, vi la portada y vi el nombre de la banda pensé que me había topado con “más de los mismo”. ¡Craso error! El disco de nuevo me encanta y me ha servido para meterme un subidón de energía siempre que me he visto necesitado de ellos. Vale, lo reconozco, suena a My Bloody Valentine, Jesus & Mary Chain, Pain Saints, los primeros Teenage Fanclub y hasta los Smiths pero que quiere que le diga… a mí me gusta. Me gusta mucho. Me gustan las referencias y me gusta el grupo. Creo que tiene canciones geniales, que mas que copiar a nadie lo que hace es asimilar influencias y estilos y que lo que acaban haciendo resulta sano, creíble y bonito. Cada vez que lo pongo me recuerda a una época de mi vida que recuerdo muy feliz y lo hacen sin tirar de nostalgia y apelando al talento lo cual considero un síntoma de inteligencia y clase. La banda está afincada en Brooklyn lo cual aporta un toque todavía más sorprendente cuando todas las influencias que enseñan son puramente británicas. ¡Qué cosas!
Y bueno, voy a terminar con otro subidón. A estas alturas de película ya no voy a esconder mi afición por el Jazz la música negra y las variantes latinas de todo esto. El problema con el Latin-Jazz o el Latin-Soul (para mí) es la línea tan fina que existe entre lo cool y lo… no cool. Muchas de las mejores canciones del género aparecen rodeadas de cortes más cercanos a la salsa que a otra cosa en discos con altibajos que nadan en una subjetiva frontera cargada de prejuicios. En este caso creo hablo de un disco en el que hasta los cortes latinizados tienen un fantástico toque cool (como por ejemplo “El Manicero”) que a mí al menos me conquista. Se trata de “Brujerías” de Candido Camero. otra de las referencias del catálogo de esa joya en la discografía mundial llamada Vampisoul.
En ocasiones así tiendo rodar por el barro y regocijarme en mi propia desgracia con lo que musicalmente agarro algún cantautor suicida que ralentice las lágrimas que caen, siempre por dentro, con lo que amplificar ese placentero sentimiento de desgracia pero esta vez ha sido distinto. La realidad era tan real que no tenía ni ganas de recrear ese universo gris y triste en el que de vez en cuando me gusta pasar la tarde. De hecho lo que me apetecía era huir de esa nostalgia como fuese, agarrarme a lo que viniese con tal de convencerme a mí mismo de que al menos tenía un poyete en el que quedarme de pie viendo pasar la marea, pero el poyete no llegaba así que tuve que ir a buscarlo a mi colección de discos. El placebo no tuvo efecto redentor pero al menos me ha servido para disfrutar como loco de tres grandes discos.
Hace ya algunos meses que había leído sobre un tal Jason Mraz del que personalmente no tenía ni idea de que existiese. Una amigo ultra indie me había alertado sobre este personaje y su muy bueno al perecer último disco “We sing, we dance, we steal things”. Escucho tanta música y me hablan de tantos grupos y solitas que al parecer son lo “no va más” que normalmente siento una pereza absoluta a la hora de meterme con esos discos. Mi amigo en cuestión me había pasado una copia de este trabajo hacía ya bastante tiempo pero no veía nunca el momento de hincarle el diente simplemente por esos prejuicios que me atenazan hasta que en un momento de bajón pinche el disco por el principio y apareció esa maravilla que se titula “Make it mine”, un temazo en todos y cada uno de los segundos que dura. A mí me habían vendido este nombre como una suerte de cantautor americano torturado imbuido en la americana más sentimental pero no es eso ni mucho menos. El disco es una coherente y compacta joya de música pop de tintes acústicos y ligeros colores de estilo americano pero más cercano al soul blanco al funkie setentero que otro cosa. Ritmos groovy, melodías preciosas, instrumentación efectiva y luminosa, producción cristalina y algunas canciones que quitan el hipo. ¡Me encanta! Es algo parecido a lo que intentó hacer Josh Rouse en su magnífico "1972" pero todavía más alegre y descarado. Uno de los mejores discos que he escuchado este año. Una gran e inesperada sorpresa.
Pero es que el siguiente disco, que venía en el mismo lote de mi amigo, ha sido otra magnífica y agradable sorpresa. Más incluso puesto que las expectativas eran todavía más bajas. Un grupo que se llama “The Pain of being pure at heart” y que su primer disco (homónimo) es una foto editada en blanco y negro, parece que deja muy claro lo que te vas a encontrar dentro. La cantidad de imitadores del sonido independiente de finales de los años 80 y principios de los 90 es prácticamente infinita pero el número de ellos que merece la pena francamente se reduce hasta números de una cifra. La cantidad de grupos lánguidos, planos, pseudoexperimentales y de sonido meningítico que me he tenido que tragar en los últimos años es tal que me dio un empacho radical que ha hecho el que desarrolle una especie de alergia a todo lo que suena parecido. Cuando me pasaron este disco, vi la portada y vi el nombre de la banda pensé que me había topado con “más de los mismo”. ¡Craso error! El disco de nuevo me encanta y me ha servido para meterme un subidón de energía siempre que me he visto necesitado de ellos. Vale, lo reconozco, suena a My Bloody Valentine, Jesus & Mary Chain, Pain Saints, los primeros Teenage Fanclub y hasta los Smiths pero que quiere que le diga… a mí me gusta. Me gusta mucho. Me gustan las referencias y me gusta el grupo. Creo que tiene canciones geniales, que mas que copiar a nadie lo que hace es asimilar influencias y estilos y que lo que acaban haciendo resulta sano, creíble y bonito. Cada vez que lo pongo me recuerda a una época de mi vida que recuerdo muy feliz y lo hacen sin tirar de nostalgia y apelando al talento lo cual considero un síntoma de inteligencia y clase. La banda está afincada en Brooklyn lo cual aporta un toque todavía más sorprendente cuando todas las influencias que enseñan son puramente británicas. ¡Qué cosas!
Y bueno, voy a terminar con otro subidón. A estas alturas de película ya no voy a esconder mi afición por el Jazz la música negra y las variantes latinas de todo esto. El problema con el Latin-Jazz o el Latin-Soul (para mí) es la línea tan fina que existe entre lo cool y lo… no cool. Muchas de las mejores canciones del género aparecen rodeadas de cortes más cercanos a la salsa que a otra cosa en discos con altibajos que nadan en una subjetiva frontera cargada de prejuicios. En este caso creo hablo de un disco en el que hasta los cortes latinizados tienen un fantástico toque cool (como por ejemplo “El Manicero”) que a mí al menos me conquista. Se trata de “Brujerías” de Candido Camero. otra de las referencias del catálogo de esa joya en la discografía mundial llamada Vampisoul.
2 comentarios:
Por la parte que me toca, siento mi cabreo de la semana pasada.
No problem...
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