Pasar algunos días de Agosto en Madrid tiene un encanto bastante contradictorio. Puedes disfrutar de una ciudad que respira dormida, que aparece muerta estando sin embargo viva y que transmite la extraña certeza de que el mundo se ha parado para que no pase nada pero a la vez no puedes quitarte de la cabeza el que quizás sería mejor estar en otro sitio sin la impresión de ser el único que está trabajado. No lo sé, nunca me he acostumbrado a estar en Agosto en Madrid y aunque soy consciente de que a mucha gente le encanta y lo disfruta y tiene muchos argumentos para ello yo no lo terminó de aguantar… más allá de que sea la última semana. Porque la última semana de Agosto es distinta. Empiezas a ver más movimiento, notas que el mundo se está preparando para lo que va a venir, se anuncian las novedades inminentes, empieza la liga y por supuesto aparecen los anuncios de coleccionables. Los anuncios de coleccionables son la prueba fehaciente de que comienza el año lectivo y a mí siempre me gusta la sensación de que algo va a comenzar. Por eso no me ha salido del cuerpo tratar de zambullirme en las refrescantes propuestas musicales que están por venir ni en tratar de averiguar lo que se ha cocinado en la escena musical alternativa mientras mi cerebro estaba disfrutando de unas merecidas vacaciones. Me he limitado a seguir escuchando lo que he estado escuchando en mis correrías por la América profunda o en la también profunda provincia de Ávila.
Y uno de esos artefactos ha sido una sorpresa que me llego muy poco antes de alejarme del mundanal ruido. Casi sin querer y con cierta desgana en el fondo de mi ipod viajaba conmigo una copia de “Judy sucks a Lemon for Breakfast” (¡gran título!), el inesperado último disco de Cornershop, una banda británica de merecida fama hace una década de la que pensé que nunca más volveríamos a saber. Mi conocimiento de la discografía de los indo-británicos reconozco que es pobre en comparación con el éxtasis de placer que me produce la archiconocida y genial “Brimful of Asha” (en cualquiera de sus versiones). Es de esos grupos de los que he escuchado muchas canciones y de los que siempre he tenido en mente comprarme algo pero nunca lo he hecho así que tenía la sensación de estar en una especie de deuda con ellos. No puedo comparar por tanto este disco con los anteriores pero que no sea óbice lo anterior para decir que es un disco que me encanta. Por alguna razón han abandonado los guiños a la electrónica y los samplers de antaño para ofrecer una propuesta más clásica (algo que en principio no es bueno ni malo) pero mantienen la esencia de la banda que gira en torno a un pop colorido y agradable envuelto siempre en ese particular encanto de la influencia de la música india (sobre todo de ese sitar sacrificado en beneficio del pop). Un disco creíble, compacto, alegre y agradable que alberga un par de hits de primer nivel (¡me encanta “Soul School”!).
Estando en una magnífica tienda de discos en el barrio universitario de la ciudad de Madison vi en una de las estanterías un disco con el nombre de Joe Pernice en su portada. El bueno de Joe Pernice acostumbra a sacar discos con nombres dispares (el más conocido de Pernice Brothers pero tiene referencias como Scud Mountain Boys o Chappaquiddick Skyline) y aunque tiene algún trabajo firmado con su nombre no es lo normal. En cualquier caso no tenía ni idea de que hubiese sacado ningún trabajo al mercado recientemente pero el amable dependiente de la tienda me explicó la jugada. Resulta que el señor Pernice lo que había publicado recientemente una novela, “It feels so good when I stop” y el disco que tenía en mis manos (y que acabe comprando, claro) resultaba ser una especie de banda sonora de dicha novela, como así además aparece indicado en la propia tapa. Intenté comprar el libro en todas las librerías en las que entré pero me fue imposible porque o no lo tenían en stock o directamente no sabían de lo que les estaba hablando. El mundo indie es igual en todos los países. El caso es que sin leer el libro me he puesto a escuchar este disco que reúne un puñado de versiones de canciones de otros artistas sobre las que de alguna forma se debe hablar o hacer referencia en el libro. Aviso de antemano que las versiones de Del Shannon, Sebadoh o Tod Rundgren no son especialmente conocidas (al margen de “Chim Cheree”, la canción del deshollinador de Mary Poppins) pero en cualquier caso todas ellas son llevadas sin excepción al a veces cansino pero siempre original y particular mundo de Joe Pernice hasta el punto de que podría ser un disco suyo, sencillo y con poca producción, sin más connotaciones. Eso sí, creo que se queda un poco bajo en cuanto a calidad y sobre todo a emoción. Se me hace un poco pesado y monótono por momentos a pesar de que cada una de las canciones por separado es bonita y no resulten de esa manera. En cualquier caso soy un gran seguidor de la discografía de Joe Pernice así que tenía que tener este disco e intentaré hacerme también con su novela.
Poco antes de largarme de vacaciones también me tope de repente, en sitios diferentes y sin que tuviesen que tener nada en común, con el nombre de un tal Kevin Junior del que jamás había escuchado hablar. Comentando la jugada con un amigo cibernético me dijo lo mismo que había escuchado de otras voces y que venía a decir que se trataba de un “genio de la melodía” que a mi particularmente me encantaría. Inquietante. Me recomendaba un recopilatorio de reciente publicación que él no tenía pero me mandaba mientras tanto una copia de “Gospel Morning”, el que creo que es el primer disco de The Chamber Strings, el vehículo creado por el tal Kevin Jr. para presentar su música. El disco es muy disfrutable y tiene momentos verdaderamente altos aunque para mi sorpresa me tope con algunos toques 70’s y hasta Glam que sinceramente no me esperaba (y que en algunos momentos me resulta difícil tragar). Un gran descubrimiento no obstante al que trataré de seguir la pista con sumo placer.
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