La respuesta sigue estando en el aire

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La semana pasada he terminado de leer el primer volumen de esa futura trilogía que se ha venido a llamar como “crónicas” , escrita por ese personaje misterioso, compacto, inabordable y muchas veces desagradables, pero siempre muy interesante que firma con el pseudónimo de Bob Dylan. El libro es excelente y un documento de incalculable valor no sólo por ser reflejo cercano de una época mítica, la de los Beatniks y los primeros años sesenta en la gran manzana, sino por ser un acercamiento sincero y creíble sobre una de las figuras más enigmáticas de la historia del Rock & Roll. No sé lo que deparará la continuación de la saga pero este primer volumen es un adentramiento desordenado y aparentemente sin estructura más que sobre la historia cronológica del “rey del Folk”, sobre su concepción de la vida, la humanidad y la forma de entender la música.

No soy un gran experto en la discografía del cantautor norteamericano pero si poseo un buen puñado bastante representativo de lo que es su carrera musical, especialmente en lo que respecta a sus orígenes y hasta los años 70 en los que el artista pasa a ser otra cosa algo más convencional y que se diluye en el maremagnum de la música americana. Hacía mucho que no volvía a escuchar ninguno de aquellos discos pero la lectura apasionada de este libro me ha hecho volver a esas novelas de tres minutos que revolucionaron el mundo de la música pop para siempre dotándola de una intelectualidad de la que carecía, de una forma de afrontar la creación que miraba en interior de la cabeza en lugar de los pies y sobre todo de unas letras preciosas que haciendo pensar o no, elevaron a categoría de arte la lírica que acompaña a la música popular.

Y es que es muy difícil entender la música de Bob Dylan (especialmente la de sus primeros años) si se degusta ajena a lo que dice. Probablemente mucha gente que se aburre o no puede soportar un disco entero del señor Zimmerman debería buscar la causa en el tema de las letras. El propio Dylan cuenta en su libro como para él en sus orígenes escribir una canción era escribir la letra y como llegaba a los estudios de grabación sin tener escrita aun la música que acompañaría a sus textos. Sin desmerecer para nada las melodías y progresiones de acordes del primer Dylan (algunas verdaderamente notables y que han sido copiadas hasta la saciedad por sus seguidores posteriormente) los primeros discos de Dylan giran alrededor de unos textos que basándose en las historias clásicas del cancionero americano, las reivindicaciones políticas de la época y sobre todo el saber hacer de su admirado Woody Guthrie (el legendario trovador americano por excelencia) llevan el arte de escribir canciones hacia cotas que superan todo lo anterior. Todo esto se puede comprobar perfectamente en uno de mis discos favoritos de Dylan y probablemente mi favorito de la primera época, “The freewheelin’”, donde aparecen clásicos de la música Folk como “Blowin’ in the wind” o “A Hard rain’s a-gonna fall”, que han sonado tantas veces en tantos sitios. Lo curioso del caso es que aquellas primeras composiciones ser erigieron como el paradigma de un movimiento político y reivindicativo que se cocía en aquella época y en aquel sitio pero del que Dylan no se sentía tan partícipe como la historia quiso. Es incluso angustioso el relato que el propio Dylan hace de aquella época en su libro y su desesperado intento por separarse de todo aquello labrándose con ello la leyenda de tipo huraño y solitario que le ha acompañado el resto de su vida. El disco es una maravilla de principio a fin aunque reconozco que puede hacerse pesado a oídos poco complacientes con este tipo de propuesta. Todas las canciones (algunas de mas de 4 minutos) están interpretadas exclusivamente por guitarra acústica y armónica por el propio Dylan en lo que suponía el formato clásico y exclusivo de los primeros trovadores del Folk clásico.

Pero Dylan (nombre por cierto robado al poeta Dylan Thomas) no estaba ni de acuerdo ni a gusto con ese papel de líder espiritual y físico del movimiento reivindicativo y en favor de los derechos civiles que los intelectuales del Village neoyorquino quisieron expandir por todo el mundo. La huida hacia adelante del atormentado artistas que se inició mudándose de residencia periódicamente, protegiendo a su mujer e hijos de las huestes (yo no sabía por ejemplo que Dylan fuese por entonces ya un orgulloso padre de familia) o evitando las entrevistas complicadas, culminó con el disco que lo cambió todo: “Bringing it all back home”. Escuchado hoy en día es muy difícil entender el revuelo que causó entonces pero los seres humanos sacamos nuestra estúpida radicalidad en cualquier momento y en cualquier ocasión y aquellos convulsos años 60 era una ocasión tan buena como cualquier otra. El disco es otro magnífico ejercicio de Folk y blues de rancio abolengo pero la novedad (¡y la herejía!) consistía en que la primera parte del disco, la primera cara del LP, tenía el acompañamiento de lo que entonces se interpretó como una banda de rock. En realidad Bajo, guitarra y batería lo único que hacen es aportar un discreto y certero acompañamiento rítmico a las atemporales composiciones del americano. El activismo Folk criminalizó indignado la nueva entrega del poeta pero para el propio artista supuso una bendita liberación que le separaba de las cadenas de la militancia hacía ese sitio del que quería escapar. A partir de ese momento la carrera de Dylan tomó el camino de un artista libre y con talento que buscaba su camino personal en un mundo de la música que ya lo adoraba y que ya había colgado en su cuello para siempre la medalla de artista Folk, comprometido, reivindicativo y con talento que jamás le abandonará. Paradójicamente la segunda cara del disco podría ser la segunda cara de cualquiera de sus discos anteriores y contiene clásicos de la primera época de Dylan como “Mr Tambourine man” pero ya nada volvería a ser igual.

Reconcozco que desconozco casi por completo la carrera musical de Dylan después de los primeros años 70 (y hasta la actualidad en la que sigue sacando discos con grandes críticas) pero en el libro el propio Dylan dedica un capítulo entero a la concepción y grabación de uno de los discos que publico en la aséptica y complicada década de los 80: “Oh Mercy”. En aquellos años Bob Dylan para mi era un artista del pasado como los Beatles o los Rolling Stones cuya versión contemporánea ya no tomaba en serio. En el caso de Dylan ni siquiera sabía que hubiese una versión contemporánea y por eso me llamó mucho la atención cuando leí una crítica bastante buena de ese disco en una revista tan poco proclive a estas cosas como Rock de Luxe. Entonces no escuché el disco, aunque me quedé con el nombre, así que ahora me ha entrado la curiosidad de saber a que se dedicaba el bueno de Dylan en las postrimerías de los años 80 y en que quedó plasmado toda esa paranoia que se relata en el libro y que acabó en un disco que muchos consideran el resurgir de su carrera. El disco, que está más cercano al sonido clásico americano que a otra cosa, no está mal pero no termina de emocionarme en ningún momento. Le doy más valor ahora que conozco la historia que está detrás pero me sigo quedando con los primeros discos.

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