Old England is dying

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Cuando me he sentado como todas las semanas a tratar de escribir lo que había estado escuchando esta semana me ha venido el título de esta canción de los Waterboys que refleja bastante bien lo que creo que quiero decir. Por alguna razón, probablemente pegada a un misterioso rincón del subconsciente, últimamente andaba acumulando y sin escuchar un montón de discos contemporáneos (de este mismo año o el anterior) que tenían como nexo de unión el estar protagonizados por músicos de la pérfida Albión. Reconozco, y es algo que he dicho muchas veces, mi querencia por los artefactos de gusto anglófilo y lo mucho que le debe mi pasión desmedida por la música y sus circunstancias a ese impertinente pero fascinante país, pero creo también con sinceridad que los grupos ingleses hace tiempo que han dejado de regentar el podio de la creatividad en la música pop. Como tal opinión la mía es perfectamente discutible y reprobable pero sinceramente creo que la creación musical inglesa pasa por una crisis galopante en la que la aplastante cantidad de trabajos que se editan (porque es aplastante) no se corresponde con unos mínimos parámetros de originalidad, verosimilitud e incluso talento. Lo que aparece ante mis ojos son fotocopias de fotocopias, bandas demasiado profesionales adormiladas en la perfección y carentes de ningún tipo de magia.

Los engañosos riesgos que presuntamente corren las rabiosas novedades disfrazadas de artefactos de vanguardia son en realidad fuegos de artificio que básicamente responden al capricho de un productor-empresario o al propio cortapisas que supone el asfixiante mundo de la música pop en Inglaterra (independiente y no independiente). Cada uno tendrá su propia explicación pero para mí esa es la clave del problema. Siempre me he quejado del excluyente, mediocre y jibarizado periodismo musical patrio pero lo cierto es que el entramado socio-político-cultural-económico que gira alrededor de la música pop en Inglaterra es tan superlativo que probablemente tendrá que morir de éxito para que algo cambie puesto que para mí es el principal cortapisas para que emerja en talento. Todo se analiza hasta niveles subatómicos y cada partícula definida se cataloga según el sofisticado régimen de los críticos y medios especializados de tal forma que me parece muy difícil que nada que se salga de lo esperado pueda pasar el filtro. Lo que llega al final acaba siendo productos técnicamente perfectos pero sin alma ni corazón que para mí es precisamente lo esencial de la música. Puede que esa sea la razón por la que la crítica especializada londinense lleve años aplaudiendo al primer puesto del podio cosas que vienen del otro lado del Atlántico (porque en este sentido los ingleses nunca miran la "continente"). Así que se me hace muy difícil hacer una selección de lo que he estado escuchando porque casi nada me ha gustado.

Un buen ejemplo de lo que hablo, aunque también de los más potable, es el último disco de David Gray, artista británico de reconocido prestigio y relativo éxito comercial en el escenario de las islas británicas del que no soy un gran seguidor pero del que tengo algunos discos bastante interesantes. En concreto su “obra maestra”, el elogiado “White Ladder” me parece un gran disco, original, distinto, complejo en su elocuente sencillez y refugio de algunas canciones magníficas. Todo eso no lo puedo decir sin embargo de este “Draw the line”. Un disco producido de forma implacable, que suena de fábula, que está cantado de forma magistral e interpretado sin una sola fisura… pero que no me dice nada. Tiene un par de canciones con las que mi cerebro se empina para prestar atención pero paso sin memorizar recuerdos por el resto del álbum. Una pena porque es evidente que están todos los elementos para hacer un plato magnífico pero el resultado es tan previsible como fácil de digerir.

Y David Gray es un artista consagrado con un pasado trabajado y una reputación que lo soporta porque la realidad es que me ha sido imposible encontrar nada novedoso que me llamase la atención o que me apeteciese escuchar más de un par de veces y de hecho, mi disco favorito de la semana con diferencia ha sido la nueva entrega de ese precioso anacronismo que supone la figura de Richard Hawley y su cruzada a favor de la música reposada y elegante, más propia de las décadas anteriores a que todo esto se desatara que al propio espíritu contemporáneo. Un disco contemporáneo de un artista inglés, si, pero que podría haber sido publicado hace 40 años y a nadie le hubiese llamado la atención. El Ex guitarrista de Pulp lleva ya un buen puñado de discos haciéndonos disfrutar con su particular interpretación de la música pop basada en el espíritu crooner, las melodías atemporales y una melancólica sensibilidad que a mí personalmente me encanta. Sin inventar nada, sin tan siquiera separase en mucho de sus trabajos anteriores y siempre a través de escenarios, fotografías y olores de su querida Sheffield asistimos con placer a la enésima entrega de música cálida y sincera con la que observar una tarde gélida de otoño a través de la ventana. Sin bien no puedo decir que no me guste algún disco de Richard Hawley creo que este “Trulove’s Gutter” está significativamente por encima de su anterior trabajo con el que para mi se había estancado.

Así que cansado de rebuscar entre las novedades decidí tirar de biblioteca y acudir a una apuesta británica y segura llegando al “Band on the run” de los Wings de Paul McArtney, uno de los mejores trabajos del Beatle fuera de la multinacional del Pop. Creo que es un disco que pasa desapercibido para mucha gente en parte por esa tirria (de la que para nada soy partícipe) que muchos amantes de la música profesan al genio de Paul McArtney y en parte por ser parte de la producción de un Beatle fuera de la marca Beatle y tratando de apartarse de ella. La carrera en solitario de Sir Paul es extensa e irregular pero siempre es muy difícil encontrar una disco sin al menos una canción genial. En este caso el disco entero es muy bueno y supuso en su momento el espaldarazo definitivo a la carrera en solitario de Paul McArtney y a su entonces cuestionada capacidad para realizar magníficos discos al margen del absorbente talento de John Lennon. Hacía mucho que no lo escuchaba pero el otro día jugando al Guitar Hero salió precisamente la canción que abre el álbum: “Band on the run” y mientras cabalgaba mis dedos por el mástil virtual y plastificado de la guitarra macarra de la Play Station, decidí soplar el polvo y recuperar este disco para la causa. Debería hacer cosas así más a menudo.

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