Señor, he pecado

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Oh señor, he pecado. Se ha hecho irremediablemente fuerte esa parte de mi psyche, oculta pero latente, que reúne los siete pecados capitales en uno y que sale a relucir durante el mínimo momento de flaqueza. Oh señor, me he traicionado a mi mismo. Los cimientos de mi coherencia se derrumban y me siento fatal, como una especie de Gandhi escopeta en mano y pegando tiros a su rival o un José Tomas entrevistado por Ana Rosa Quintana en pleno alvero. Soy como Lennin conduciendo un deportivo, Ian Paisley comulgando de manos del Papa o la ministra Aido construyendo una frase correctamente y con algo de sentido.

Yo que he despotricado (y seguiré haciéndolo) de esa terrible enfermedad que asola el intelecto colectivo de este bendito país llamada “festival de música”, he vuelto a sucumbir al sensual pero engañoso poder que profesa. Si, sé que puedo intentar defenderme aduciendo que mí motivación no sólo es distinta sino mucho más noble al tratarse de un acto de generosidad para uno mismo al ser la única oportunidad que me deja el destino para rendir pleitesía a figuras que fueron importantes para servidor en el pasado. ¡Falacias!. ¿Cómo puedo tan siquiera tener la desfachatez de presumir de algo así si ayer estuve viendo (que no escuchando) a Bruce Springsteen en el Santiago Bernabeu?

Pero volvamos al principio. No viene a cuento explicar ahora en este pequeño rincón del ciberespacio mi manifiesta aversión por el concepto “festival de música” y más concretamente por el concepto “festival de música durante los últimos años en este país”. Dejémoslo en que cansado de tragar polvo, pasar calor, recibir empujones y sobre todo de sufrir las estupideces del habitante típico de estos festivales decidí no volver a pisar uno ellos en algún tiempo. Como ser humano que soy he tenido que tragarme mis palabras aunque en mi descarga pueda decir que la culpa la tienen nada menos que My Bloody Valentine y Morrisey.

La ya lejana década de los 90 fue la época en la que yo me hice adulto musicalmente. Fue la década en la que pasé de girar el dial de la radio sin criterio ni sentido, buscando canciones que me gustasen y apuntando el nombre de los intérpretes, a saber quienes eran, por ejemplo, Paul Chastain o Thurston Moore. De creer que la música moderna terminaba con el “Think for a minute” de los Housemartins a entender y emocionarme con los discos de Wilco. En todo ello creo que tuvo mucho que ver My Bloody Valentine y su obra maestra: “Loveless”. Fue durante la decada de los 90, coincidiendo con el nacimiento y búsqueda de identidad de los happy losers, cuando surgió algo que la critica denominó Noise-Pop. Dentro de la música alternativa y viniendo desde el lado más vanguardista del sector surgió la idea de crear música a través del ruido. Como en la mayoría de experimentos de este tipo hubo de todo aunque la inmensa mayoría era realmente insoportable, más allá de la novedad o lo cool que pudiese parecer en el momento concreto. Al carro se apuntó mucha gente desde los hijos del grunge (movimiento con el que coexistía) hasta snobs americanos como Sonic Youth o Pavement pasando por los grupos de pop independiente británicos como los Teenage Fanclub que si en los primeros discos tocan el movimiento de refilón terminan zambulléndose del todo con su LP perdido “The King” que yo poseo y que es insufrible. El movimiento influyó a mucha gente de muchas formas diferentes pero para mí el disco que mejor define lo que intentaba ser el Noise-Pop y también el que mejor lo refleja es sin duda “Loveless” de My Bloody Valentine.

La primera vez que escuché el disco pensé que mi reproductor de música estaba estropeado y que por eso sonaba mal. Hoy me parece una obra maestra. Un chico como yo, amante de la melodía Pop y cuya referencia musical eran los Beatles, no podía entender aquello. Craso error motivado una vez más por prejuicios dañinos ya que mirándolo con los ojos con los que hay que verlo resultó que ambas propuestas no estaban en el fondo tan alejadas. El disco son 11 cortes de preciosas melodías POP construidas sobre estructuras nada convencionales. Murallas de sonido donde no se distingue ningún instrumento, ruido perfectamente afinado (o perfectamente desafinado) y colocado en el lugar preciso. Ritmos cansinos, ambientes atmosféricos y una voz que podría ser cualquier otro instrumento. Ladrillos de sonido que se repiten de forma hipnótica pero que envuelven para siempre a cualquiera que se deje seducir. Algo que parece tan simple no lo es. Puedo dar fe de ello. La fórmula ha sido imitada posteriormente hasta la extenuación pero ya nunca podrá ser genuina. Ideal para identificarte con ambientes densos y opresivos no es raro de entender que la pequeña Coppola recurriese al genio de Kevin Shields (cerebro de My Bloody Valentine) para reflejar el sórdido ambiente de Tokyo. Yo he estado en esa ciudad alucinante y llevaba "Loveless" sonando en mis orejas cuando entraba a Tokyo montado en el Shinkansen que venía de Osaka. Jamás lo olvidaré. ¿Cómo podía perder la única oportunidad de verles en directo aun siendo en un festival?

Morrisey es otra cosa. Ídolo indiscutible para mucha gente con criterio musical reconozco que servidor sucumbió relativamente tarde a sus encantos. Los Smiths me parecían hace años un grupo simple y sin sustancia nacido en la penosa década de los 80 y que además estaba liderado por un papanatas. Hoy me tengo que comer todo aquello que pensaba. La verdad es que mi aversión venía motivada más que por la música por la imagen que me llegaba del tal Morrisey pero incluso en eso me tengo que comer mis palabras. Hoy, a pesar de haber rectificado, me arrepiento de haber sido tan estúpido de dejarme llevar por lo evidente o por terceras opiniones sin escarbar y toparme con la realidad yo mismo. Algo, por cierto, que siempre he criticado. La cosa empezó a cambiar el día que alguien me pasó en MP3 con un “grandes éxitos” de los Smiths. Cuando algo que crees malo resulta que simplemente escuchándolo y sin hacer ningún otro esfuerzo no lo es, termina transformándose irremediablemente en algo muy bueno. Los conversos suelen ser luego además los más talibanes.

Desde aquel MP3 he acabado haciéndome con toda la discografía de los ingleses (me gusta más que la carrera en solitario de Morrisey salpicada de buenos y malos momentos) pero hubo un disco que fue el que definitivamente hizo que me rindiera a la evidencia: “Hatful of Hollow”; y es que una de las cosas que hace especial a un grupo como los Smiths es el respeto que tienen por la canción y el disco en todos sus formatos. Tal es así que muchas de las mejores canciones del grupo no están en los LPs formales sino repartidas en singles, caras b’s, EPs y cosas así. “Hatful of Hollow” no es un LP propiamente dicho sino un recopilatorio con algunas de esas “rarezas” que quedaron fuera de los discos no por razones de calidad sino por ser un grupo empeñado en sacar lo mejor que tenían en cada momento, aunque el formato de destino fuese un single o un EP. Tal es así que en este disco aparecen joyas como: “Still Ill”, “This Charming Man”, “Heaven Knows I’m miserable now”,….

Hace unos años tuve la oportunidad de ver a Morrisey en directo en Buenos Aires y resultó ser una especie de epifanía donde conseguí completar mi conversión a la religión morriseyniana. No podía dejar tampoco pasar la ocasión de verlo en Madrid.

Lo de Bruce Springsteen sin embargo necesita un análisis más profundo que ya he hecho en otro sitio (ver) así que no quiero estropear un post que me estaba quedando tan bonito. Decir tan solo que esta semana he estado escuchando su archifamoso “Live 1975-1985” porque ayer iba a ir a verlo en directo. El triple CD, aunque no quede nada cool decirlo, es muy bueno y le tengo especial cariño por razones sentimentales. Siendo un enano y sin poder ir a conciertos todavía escuchaba con la boca abierta las hazañas de un tal Bruce Springsteen por boca de mi tío que entre otras cosas se había ha ido a Montpellier para poder verlo ya que nunca tocaba en España. Ese triple vinilo fue lo primero que escuche de “el Boss”.

Ayer lo que tendría que haber hecho es llevarme el ipod con ese disco mientras veía deambular al amigo Bruce por el escenario. De esa manera hubiese disfrutado más del concierto y de la magia de algo así, pero sobre todo hubiese evitado escuchar el atroz, infernal e intolerable ruido que llegaba a mis oídos. La E Street Band es un engranaje magnífico que suena de fábula como gracias a Dios ya había tenido la oportunidad de comprobar. Lo que no es de recibo es organizar un concierto en un sitio tan poco preparado y con las características tan lamentables que presenta el Santiago Bernabeu. Sólo la insultante avaricia de meter más y más clientes anónimos, por los que no se tiene ningún respeto, puede justificar algo así. No sé el grado de responsabilidad que tendrá Bruce Springsteen en todo esto pero estoy seguro de que si él hubiese estado ayer a mi lado, como músico que es, se le caería la cara de vergüenza. Todo eso sin saber el desorbitante precio de la entrada que como mínimo debería implicar un cierto respeto por quien la paga y su derecho a disfrutar de una propuesta técnica a la altura del precio. Alguien debería pedir perdón.

Sonando ahora mismo en mi ipod:

Alarm Clock – The Rumble Strips
(Girls and Weather – Universal/2007)

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